Es
conocido el impulso que dio la figura de Juan Perón al proceso de desarrollo
industrial de nuestro país, a la política de mayor soberanía nacional, a la
democratización de un Estado con graves lastres heredados del régimen
oligárquico, a la expansión de los derechos sociales y a la incorporación de
los trabajadores a la vida política. Pero en menos ocasiones se hace hincapié
en una política educativa que también estuvo en consonancia con el proyecto nacional
popular que comienza a desplegarse en la década de 1940. En su momento el
desdén “gorila” resaltó la presencia de Perón y Eva en los textos escolares,
omitiendo que en esos mismos libros aparecía de manera destacada el rol de los
trabajadores en el desarrollo nacional, los avances económicos, y los derechos
sociales que perfilaban una ciudadanía más rica que en las etapas anteriores de
nuestra historia.
En
el pensamiento de Perón, una estrecha conexión vinculaba el proyecto educativo,
las necesidades sociales y la cultura popular. Una nueva cultura y una nueva
educación, no podían reproducir esquemas elitistas ni estar desgajadas de las
necesidades populares. “Nosotros queremos una cultura para el pueblo, nosotros
queremos que esa cultura esté al alcance de todos los hombres de este pueblo
para que así cada uno pueda ser el artífice de su propio destino”, planteó en
una oportunidad. El problema de la educación formal, y del acceso a sus niveles
superiores era todavía en los años 1940 el de una concepción elitista y poco
relacionada con las cuestiones estratégicas del desarrollo nacional, la
democratización y la inclusión.
Es
en ese marco que hay que contemplar la implementación de una medida
trascendente, en noviembre de 1949, como fue la eliminación de los aranceles en
la educación superior. Una medida que muchas veces por desconocimiento es
fechada en la Reforma de 1918, cuando en realidad se toma bajo el primer
gobierno de Perón. Se plantea el horizonte de una universidad argentina que sea
un “verdadero centro de investigación científica y de altos estudios”, pero que
además tenga como uno de sus objetivos fundamentales afirmar “una conciencia
nacional histórica”. En este punto se evidencia la vinculación de ese horizonte
educativo con el marco más general de un proyecto de desarrollo nacional con
soberanía y justicia social. ¿Implicaba esto de una “conciencia nacional
histórica” cerrarse al mundo o desdeñar los avances científicos y del
pensamiento social producidos en otras latitudes? Indudablemente no. Lo que
estaba en juego es el aporte de las universidades al desarrollo nacional, que
difícilmente es imaginable al margen de una mirada crítica sobre los paradigmas
colonialistas. La conciencia histórica nacional se traduce como una mirada
propia, en permanente construcción, no como cerrazón a lo ajeno.
La
valorización de lo propio, la autoestima, pasaba también por el reconocimiento
concreto de lo popular, pues para esa mirada de Perón no hay nación sin pueblo.
Postular lo popular es también el reconocimiento de los derechos del
trabajador; y aparece justamente la idea de reivindicar el rol docente en
condiciones de dignidad: como trabajador y no como etéreo apóstol. Dirá Perón:
“He considerado como una tarea fundamental de gobierno, asegurar para los profesores
y maestros de la Nación la orientación necesaria, el ambiente digno y también
las condiciones indispensables que ellos necesitan para enseñar”. Esto se
traducía en el aumento de las remuneraciones de los docentes, pero también en
el reconocimiento de su rol en la formación de la conciencia nacional.
Y
si lo popular se vincula entonces con el mundo del trabajo, no puede dejar de
mencionarse uno de los proyectos más ambiciosos: la fundación de la Universidad
Obrera Nacional. En el marco de los objetivos de un desarrollo industrial
soberano y con justicia social, la educación técnica y científica debía ser
resaltada. No en desmedro de un tradicional humanismo, sino en la búsqueda de
un nuevo compromiso histórico entre humanismo, modernidad técnico-científica,
democracia y justicia social. Junto con las escuelas técnicas, la Universidad
Obrera estaba llamada a desempeñar un gran papel.
El
revanchismo oligárquico desatado con el golpe de Estado de 1955 quiso borrar
ese horizonte educativo. No se atrevió al cierre definitivo de la nueva
universidad, pero le cambió su denominación por el más “aséptico” de
Universidad Tecnológica Nacional. Hoy la UTN, junto con las universidades
nacionales (las “viejas” y las más nuevas) están frente al desafío planteado por
ésta década ganada de propender, una vez más, a los objetivos irrenunciables de
la soberanía y el desarrollo industrial nacional, la democratización, la
inclusión y justicia social, el pensamiento crítico y una geopolítica “desde el
Sur”, para trazar un mundo nuevo, más igualitario.
Germán Ibañez