lunes, 6 de mayo de 2019

Rodolfo Puiggrós y la integración latinoamericana


Rodolfo Puiggrós fue una de las más importantes figuras intelectuales del nacionalismo popular revolucionario. Los avatares de la vida política argentina y las persecuciones lo llevaron más de una vez a residir en México. Allí, en la década de 1960, brinda una serie de conferencias en la universidad, que fueron publicadas por la editorial Jorge Álvarez en un pequeño volumen con el título Integración de América Latina. Ese trabajo revela una fase de la evolución política-intelectual de Puiggrós, al tiempo que conserva una notable actualidad. Sin pretensiones de un análisis exhaustivo de sus páginas, aquí comentaremos solamente algunas ideas plasmadas por Puiggrós.
El horizonte de un proceso de integración latinoamericana es valorado como positivo por Rodolfo Puiggrós, pero aclara la necesidad de partir de la realidad concreta y no de la aplicación de “modelos idealizados”. Aquí el principal blanco de la crítica es el desarrollismo de la época y las diversas variantes de la teoría de la modernización, especialmente cuando se presentan en sus formas más bastas de recetas universalmente aplicables. Sin embargo, el desarrollismo no deja de ser una manifestación de la ideología burguesa dominante, y allí hay que buscar las raíces de la alienación de la inteligencia. Si los modelos apriorísticos de la ideología burguesa no pueden constituir una sólida base partida, entonces es la propia burguesía latinoamericana la que queda en entredicho como sujeto de los procesos integracionistas.
El actor eficiente no puede ser sino el pueblo, o mejor su plural: “La integración de América Latina será resultado de tendencias profundas, de transformaciones totales promovidas por la máxima acción democrática de los pueblos”. Es importante resaltar que aquí “máxima acción democrática” significa protagonismo popular, movilización, organización de masas, revolución nacional y social. Desde momentos tempranos de su trayecto intelectual Puiggrós apunta una crítica al Estado de matriz liberal y se pronuncia por un Estado revolucionario. Por lo cual, los modelos congelados de una democracia liberal (coartada por otra parte, cada vez que los pueblos amenazaban los privilegios de las clases poseedoras) no podían ofrecer el marco institucional lo suficientemente fuerte para sostener y consolidar en el tiempo los procesos de integración regional.
Si la ideología dominante no podía ir más allá de un modelo idealizado, una suerte de camino único, también era preciso evitar el espejismo de un camino único “desde abajo”. La diversidad regional, las historias particulares de los países, las peculiares configuraciones culturales de cada sociedad, tendrían su peso inevitablemente. Por eso dirá: “Se llega a la integración auténtica y natural cuando se parte de la diversidad también auténtica y natural de la vida de los hombres y de los pueblos”. No existía el atajo de un modelo revolucionario universal. Del mismo modo, las revoluciones populares latinoamericanas no podían constituirse en ínsulas incomunicadas, de una especificidad irreductible. La integración latinoamericana suponía el desafío de articular lo diverso, de engarzar tiempos y ritmos diversos, de superar contradicciones.
Un desafío de tal magnitud conmueve a la totalidad de la formación social, o queda trunco. Por eso Puiggrós insistirá en la crítica al economicismo de la ideología burguesa dominante, que hacía de la integración latinoamericana una proyección meramente económica, prolongación de los intereses de los grupos sociales más encumbrados. La idea de una economía dinámica y una política y una cultura estáticas traducía el miedo a la revolución, a cambios que fueran más allá de los intereses societarios predominantes. La integración desde los intereses de los pueblos no podía entonces replicar la concepción economicista: “Todo proyecto de integración debe comenzar por ser integral en sí mismo para corresponder a las necesidades reales de desarrollo y unidad de América. No es integral si solo propone cambios y acercamientos cuantitativos en determinados sectores de la economía y defiende la inmovilidad en otros, así como en la ideología y la política”.
Sin movilizar las enormes fuerzas creativas de los pueblos, sin renovar y repensar los marcos institucionales de la vida democrática, sin remover a fondo las aguas de los imaginarios sociales, sin desatar una revolución cultural en suma, no hay integración posible. Los intereses mercantiles dominantes se integran y se desintegran al compás de las torsiones impuestas por el sistema capitalista mundial, siendo los logros alcanzados perfectamente reversibles. Es un camino de abajo hacia arriba, “…en la coincidencia de los pueblos que se desenajenan de ideologías fetichizadas y de sistemas opresivos”.
En momentos en los cuales, los jalones trabajosamente erigidos en la integración regional latinoamericana parecen desmoronarse, resulta imprescindible el rescate de este pensamiento de Rodolfo Puiggrós, para imaginar y recrear las nuevas alternativas.

Germán Ibañez