Rodolfo Puiggrós
fue una de las más importantes figuras intelectuales del nacionalismo popular
revolucionario. Los avatares de la vida política argentina y las persecuciones
lo llevaron más de una vez a residir en México. Allí, en la década de 1960,
brinda una serie de conferencias en la universidad, que fueron publicadas por
la editorial Jorge Álvarez en un pequeño volumen con el título Integración
de América Latina. Ese trabajo revela una fase de la evolución
política-intelectual de Puiggrós, al tiempo que conserva una notable
actualidad. Sin pretensiones de un análisis exhaustivo de sus páginas, aquí comentaremos
solamente algunas ideas plasmadas por Puiggrós.
El horizonte
de un proceso de integración latinoamericana es valorado como positivo por
Rodolfo Puiggrós, pero aclara la necesidad de partir de la realidad concreta y
no de la aplicación de “modelos idealizados”. Aquí el principal blanco de la
crítica es el desarrollismo de la época y las diversas variantes de la teoría
de la modernización, especialmente cuando se presentan en sus formas más bastas
de recetas universalmente aplicables. Sin embargo, el desarrollismo no deja de
ser una manifestación de la ideología burguesa dominante, y allí hay que buscar
las raíces de la alienación de la inteligencia. Si los modelos apriorísticos de
la ideología burguesa no pueden constituir una sólida base partida, entonces es
la propia burguesía latinoamericana la que queda en entredicho como sujeto
de los procesos integracionistas.
El actor
eficiente no puede ser sino el pueblo, o mejor su plural: “La integración de
América Latina será resultado de tendencias profundas, de transformaciones
totales promovidas por la máxima acción democrática de los pueblos”. Es
importante resaltar que aquí “máxima acción democrática” significa protagonismo
popular, movilización, organización de masas, revolución nacional y social.
Desde momentos tempranos de su trayecto intelectual Puiggrós apunta una crítica
al Estado de matriz liberal y se pronuncia por un Estado revolucionario. Por lo
cual, los modelos congelados de una democracia liberal (coartada por otra
parte, cada vez que los pueblos amenazaban los privilegios de las clases
poseedoras) no podían ofrecer el marco institucional lo suficientemente fuerte
para sostener y consolidar en el tiempo los procesos de integración regional.
Si la
ideología dominante no podía ir más allá de un modelo idealizado, una suerte de
camino único, también era preciso evitar el espejismo de un camino único “desde
abajo”. La diversidad regional, las historias particulares de los países, las
peculiares configuraciones culturales de cada sociedad, tendrían su peso
inevitablemente. Por eso dirá: “Se llega a la integración auténtica y natural
cuando se parte de la diversidad también auténtica y natural de la vida de los
hombres y de los pueblos”. No existía el atajo de un modelo revolucionario universal.
Del mismo modo, las revoluciones populares latinoamericanas no podían
constituirse en ínsulas incomunicadas, de una especificidad irreductible. La
integración latinoamericana suponía el desafío de articular lo diverso, de
engarzar tiempos y ritmos diversos, de superar contradicciones.
Un
desafío de tal magnitud conmueve a la totalidad de la formación social, o queda
trunco. Por eso Puiggrós insistirá en la crítica al economicismo de la
ideología burguesa dominante, que hacía de la integración latinoamericana una
proyección meramente económica, prolongación de los intereses de los grupos
sociales más encumbrados. La idea de una economía dinámica y una política y una
cultura estáticas traducía el miedo a la revolución, a cambios que fueran más
allá de los intereses societarios predominantes. La integración desde los
intereses de los pueblos no podía entonces replicar la concepción economicista:
“Todo proyecto de integración debe comenzar por ser integral en sí mismo para
corresponder a las necesidades reales de desarrollo y unidad de América. No es
integral si solo propone cambios y acercamientos cuantitativos en determinados
sectores de la economía y defiende la inmovilidad en otros, así como en la
ideología y la política”.
Sin
movilizar las enormes fuerzas creativas de los pueblos, sin renovar y repensar
los marcos institucionales de la vida democrática, sin remover a fondo las
aguas de los imaginarios sociales, sin desatar una revolución cultural en suma,
no hay integración posible. Los intereses mercantiles dominantes se integran y
se desintegran al compás de las torsiones impuestas por el sistema capitalista
mundial, siendo los logros alcanzados perfectamente reversibles. Es un camino
de abajo hacia arriba, “…en la coincidencia de los pueblos que se desenajenan
de ideologías fetichizadas y de sistemas opresivos”.
En
momentos en los cuales, los jalones trabajosamente erigidos en la integración
regional latinoamericana parecen desmoronarse, resulta imprescindible el
rescate de este pensamiento de Rodolfo Puiggrós, para imaginar y recrear las
nuevas alternativas.
Germán
Ibañez
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