jueves, 24 de enero de 2019

El conflicto como vía de intervención imperialista


No se dice nada nuevo si se señala que el estímulo a la generación o agudizamiento de conflictos internos en una sociedad es una modalidad privilegiada de intervención imperial en todo el mundo. Por ello mismo, no se debe cesar nunca de remarcar esta situación, porque su esclarecimiento y denuncia forma parte de cualquier proyecto para establecer un mundo más igualitario y pacificado. La actual maniobra golpista para forzar un derrocamiento del legítimo Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, forma parte de una proyección más vasta para la región, instrumentada por Estados Unidos. La situación política de Colombia, con un gobierno derechista que no quiere avances reales en el proceso de paz que había comenzado en dicho país, es otra manifestación del mismo despliegue imperial.
Por supuesto, cada conflicto tiene sus propias raíces en los países (en el caso de Colombia, prolongadísimo además), que son determinantes. Pero no puede dejar de advertirse una serie de cuestiones que exceden la agenda local de Venezuela o Colombia. En primer lugar, que nunca terminó de cuajar el oscuro anhelo estadounidense de convertirse en una única superpotencia incontestada, como creyeron vislumbrar hace décadas con la caída del bloque soviético. Nuevos (y viejos) actores de gran peso, modifican la geopolítica y apuntan a un esquema más propiamente multipolar, especialmente Rusia y China. Y la creciente importancia de estos actores los lleva a potenciar su presencia en los diferentes escenarios, incluyendo Latinoamérica. En segundo lugar, que en la propia Sudamérica comenzó a plantearse, ayer nomás, una agenda propia de integración y unión regional, con la Venezuela bolivariana como una de las grandes protagonistas. Hugo Chávez fue la figura esencial de esa agenda autonómica. La recuperación de desarrollo económico, la distribución progresista de la riqueza, la democracia, el respeto a los derechos humanos, la defensa de la autodeterminación nacional y la construcción de Sudamérica como región de paz, fueron y son todavía los grandes valores y activos de ese ciclo nacional-popular sudamericano, que hoy se encuentra gravemente comprometido pero al que no podemos renunciar ni ser nosotros los que lo declaramos perimido.
La combinación del ascenso de fuertes jugadores en el orden global, que incluso hacen retroceder o fijan límites a Estados Unidos en otras regiones del mundo, con un proceso de autodeterminación regional latinoamericano, claramente ponía en entredicho la hegemonía del gigante del Norte. Y, al mismo tiempo, condiciona sus métodos para intervenir, pues con la diplomacia y el peso de su economía no alcanza para el logro de sus objetivos. Esto torna la situación en ciertamente muy compleja. Pues a pesar del descarado cipayismo de los actuales gobiernos de Argentina y Brasil, la voz de mando estadounidense ya no se acata con completa disciplina. Ni el peso de su economía es suficiente para doblegar a todo el continente o para cerrar caminos alternativos. Lo que es peligroso es lo que conserva: un aparato bélico y de inteligencia sin parangón. Y es lo que se pone en tensión, a través de estrategias largamente probadas de guerras de baja intensidad. Por eso, el proyecto sudamericano de construcción de una región de paz es antagonista del despliegue hegemónico estadounidense. No por pacifismo, sino por su carácter objetivamente anticolonial.
En esa perspectiva, con la avanzada golpista contra la Venezuela bolivariana, Estados Unidos espera ganar, poco o mucho. Ya sea porque logre desbarrancar la experiencia democrática que el pueblo venezolano hizo ayer con Chávez y hoy con Maduro, o porque suscite un conflicto prolongado en la región, articulado con la crónica situación colombiana.
Esos son los escenarios que hay que combatir, con el apoyo y solidaridad al gobierno de Nicolás Maduro, y recuperando el Estado argentino para el movimiento nacional y popular.

Germán Ibañez

miércoles, 16 de enero de 2019

Desarrollo nacional o capitalismo dependiente


De la mano de los gobiernos oligárquicos en Argentina y Brasil, se consuma la cancelación de los proyectos de desarrollo nacional con distribución de la riqueza en pos de un capitalismo “real” y la “inserción en el mundo”. Pero, ¿qué significa en este contexto capitalismo real? Aquello que resulta lo típico y más frecuente cuando quedan liberadas las fuerzas del mercado, vale decir, los intereses económicos más concentrados. ¿Y qué significa inserción en el mundo? El sacrificio de las potencialidades del crecimiento autodeterminado a las exigencias de las empresas trasnacionales, los acreedores externos y los Estados metropolitanos. ¿Pueden quedar nichos que escapen a esta lógica de hierro? Eventualmente sí. Pero las economías nacionales como conjunto, las clases trabajadoras, y en general los que viven de la producción local y el mercado interno, sufren.
El discurso dominante hace de esta transformación un fenómeno natural, beneficioso para la gente y, en todo caso, necesario. Por cierto, no es dable esperar de la ideología de la dominación un análisis crítico de la sociedad. Y, en la larga huella del liberalismo conservador (con prefijo “neo” o sin él), se hace de la economía una esfera autónoma, cuyo dinamismo se explica por sí mismo, y que mueve al todo social como motor primordial. Aún así, el conservadurismo oligárquico de hoy no se priva, especialmente a la hora de estigmatizar a los movimientos y líderes populares (calificados de “populistas”), de fijar la mirada en la política y cargar en la cuenta de los gobiernos nacional-populares la causa del descalabro económico.
Si prestamos un poco de atención, y sacudimos la hojarasca simplificadora que sobreabunda en el discurso dominante, podemos empero identificar un núcleo que vale la pena discutir. Este es: que el rumbo económico deplorado por el neoliberalismo (por estatista, populista y despilfarrador) no responde al despliegue espontáneo del mercado capitalista, sino a las fuerzas políticas y sociales que lo resisten o le fijan límites. Es decir, que el desarrollo no es el resultado del crecimiento “natural” de la economía, sino es un horizonte sostenido trabajosamente y a contracorriente por un bloque social y político con proyecto e ideología no liberal. De manera mezquina y tergiversadora, la ideología dominante nos da la pista así de una cuestión relevante en su oposición a los movimientos nacionales; y es que la conciencia de clase de la oligarquía no está desmentida.
Un corolario de lo anterior es que las tendencias predominantes en la expansión capitalista empujan de modo permanente a profundizar la polarización global, a ahondar las asimetrías entre las metrópolis y los países periféricos. Con lo cual no es posible un proyecto de desarrollo nacional que no atienda a la globalidad, es decir, que no tenga una estrategia activa en el orden internacional a fin de establecer un nuevo paradigma mundial más igualitario, menos asimétrico. Aquí cobra otro sentido aquello de la “inserción en el mundo”. Ya no se trata de la adecuación a la lógica imperialista, sacrificando en ese altar el presente y futuro de las clases sociales vinculadas a la producción y al mercado interno, sino de proteger el trabajo y la producción local buscando la integración y la asociación con las naciones del Sur. También de esquivar asimismo la configuración guerrerista del imperialismo actual defendiendo la proyección de América Latina como región de paz. El desarrollo nacional no es sinónimo de autarquía, sino más bien de geopolítica soberana activa.
Otro corolario es que, en el orden interno el desarrollo nacional no puede sostenerse solo en una coalición política, sino en un bloque político-social-cultural. Es aquello que la ideología dominante descalifica como “populismo”. La búsqueda tenaz de la convergencia en la diversidad es algo que no debe cesar jamás, por varios motivos. Primero: que aquello que se menta con la palabra “unidad” o expresiones semejantes, no se da de una vez y para siempre. El movimiento nacional está atravesado por las contradicciones que agitan a la sociedad toda, primordialmente aquellas ancladas en la propia estructura socioeconómica y en la divergencia de intereses de clase; aunque esto no sea siempre lo que aparece como lo más relevante en cada momento a los ojos de los actores sociales. Consideramos que el corazón de la convergencia del bloque nacional-popular está enlazado a la promoción del trabajo y la producción local, y a las necesidades más altas del desarrollo nacional en sus dimensiones científico-tecnológicas, culturales y democráticas. Pero en cada coyuntura, una problemática específica puede ganar el centro de la escena, y es necesario encontrar la síntesis. Segundo: que la lógica desquiciante del capitalismo contemporáneo “desorganiza” todo el tiempo a las estructuras productivas y fragmenta a las clases trabajadoras. Enlaza a los sectores “dinámicos” a la asociación transnacional, mientras devalúa otras ramas de actividad y condena a otras tantas a la marginalidad o la desaparición. Esto es una tendencia global, y no puede contrarrestarse solo a escala nacional. Se hace necesario el control del Estado por parte del bloque nacional-popular, pero con proyección internacional activa. Desde esa óptica, la Unasur y la Celac eran pasos en esa dirección. La orientación actual de los gobiernos de Argentina y Brasil constituye su reverso.
Nada puede hacerse al margen del proceloso mar de la política, y atendiendo que en este plano las hegemonías son siempre contingentes. Y más importante aún, sin comprensión crítica de las contradicciones del cuerpo social y de las torsiones impuestas por la escena internacional. En Argentina y Brasil, entendemos que el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner y de Lula ha sido el punto de síntesis. Y en el plano institucional, el intento de establecer un poder político democrático fuerte. La contracara de un Estado cooptado por las corporaciones como vemos hoy. Sin poder político democrático fuerte no hay desarrollo nacional, pues efectivamente el sistema se orienta “solito” en otro rumbo cuando son las corporaciones las que conducen.

Germán Ibañez