De la
mano de los gobiernos oligárquicos en Argentina y Brasil, se consuma la
cancelación de los proyectos de desarrollo nacional con distribución de la
riqueza en pos de un capitalismo “real” y la “inserción en el mundo”. Pero,
¿qué significa en este contexto capitalismo real? Aquello que resulta lo típico
y más frecuente cuando quedan liberadas las fuerzas del mercado, vale decir,
los intereses económicos más concentrados. ¿Y qué significa inserción en el
mundo? El sacrificio de las potencialidades del crecimiento autodeterminado a
las exigencias de las empresas trasnacionales, los acreedores externos y los
Estados metropolitanos. ¿Pueden quedar nichos que escapen a esta lógica de
hierro? Eventualmente sí. Pero las economías nacionales como conjunto, las
clases trabajadoras, y en general los que viven de la producción local y el
mercado interno, sufren.
El
discurso dominante hace de esta transformación un fenómeno natural, beneficioso
para la gente y, en todo caso, necesario. Por cierto, no es dable esperar de la
ideología de la dominación un análisis crítico de la sociedad. Y, en la larga
huella del liberalismo conservador (con prefijo “neo” o sin él), se hace de la economía
una esfera autónoma, cuyo dinamismo se explica por sí mismo, y que mueve al
todo social como motor primordial. Aún así, el conservadurismo oligárquico de
hoy no se priva, especialmente a la hora de estigmatizar a los movimientos y
líderes populares (calificados de “populistas”), de fijar la mirada en la
política y cargar en la cuenta de los gobiernos nacional-populares la causa del
descalabro económico.
Si
prestamos un poco de atención, y sacudimos la hojarasca simplificadora que
sobreabunda en el discurso dominante, podemos empero identificar un núcleo que
vale la pena discutir. Este es: que el rumbo económico deplorado por el
neoliberalismo (por estatista, populista y despilfarrador) no responde al
despliegue espontáneo del mercado capitalista, sino a las fuerzas políticas y
sociales que lo resisten o le fijan límites. Es decir, que el desarrollo no es
el resultado del crecimiento “natural” de la economía, sino es un horizonte
sostenido trabajosamente y a contracorriente por un bloque social y político
con proyecto e ideología no liberal. De manera mezquina y tergiversadora, la
ideología dominante nos da la pista así de una cuestión relevante en su
oposición a los movimientos nacionales; y es que la conciencia de clase de la
oligarquía no está desmentida.
Un
corolario de lo anterior es que las tendencias predominantes en la expansión
capitalista empujan de modo permanente a profundizar la polarización global, a
ahondar las asimetrías entre las metrópolis y los países periféricos. Con lo
cual no es posible un proyecto de desarrollo nacional que no atienda a la
globalidad, es decir, que no tenga una estrategia activa en el orden
internacional a fin de establecer un nuevo paradigma mundial más igualitario,
menos asimétrico. Aquí cobra otro sentido aquello de la “inserción en el mundo”.
Ya no se trata de la adecuación a la lógica imperialista, sacrificando en ese
altar el presente y futuro de las clases sociales vinculadas a la producción y
al mercado interno, sino de proteger el trabajo y la producción local buscando
la integración y la asociación con las naciones del Sur. También de esquivar
asimismo la configuración guerrerista del imperialismo actual defendiendo la proyección
de América Latina como región de paz. El desarrollo nacional no es sinónimo de
autarquía, sino más bien de geopolítica soberana activa.
Otro
corolario es que, en el orden interno el desarrollo nacional no puede
sostenerse solo en una coalición política, sino en un bloque
político-social-cultural. Es aquello que la ideología dominante descalifica
como “populismo”. La búsqueda tenaz de la convergencia en la diversidad es algo
que no debe cesar jamás, por varios motivos. Primero: que aquello que se menta
con la palabra “unidad” o expresiones semejantes, no se da de una vez y para
siempre. El movimiento nacional está atravesado por las contradicciones que
agitan a la sociedad toda, primordialmente aquellas ancladas en la propia
estructura socioeconómica y en la divergencia de intereses de clase; aunque
esto no sea siempre lo que aparece como lo más relevante en cada momento a los
ojos de los actores sociales. Consideramos que el corazón de la convergencia
del bloque nacional-popular está enlazado a la promoción del trabajo y la
producción local, y a las necesidades más altas del desarrollo nacional en sus
dimensiones científico-tecnológicas, culturales y democráticas. Pero en cada
coyuntura, una problemática específica puede ganar el centro de la escena, y es
necesario encontrar la síntesis. Segundo: que la lógica desquiciante del
capitalismo contemporáneo “desorganiza” todo el tiempo a las estructuras
productivas y fragmenta a las clases trabajadoras. Enlaza a los sectores “dinámicos”
a la asociación transnacional, mientras devalúa otras ramas de actividad y
condena a otras tantas a la marginalidad o la desaparición. Esto es una
tendencia global, y no puede contrarrestarse solo a escala nacional. Se hace
necesario el control del Estado por parte del bloque nacional-popular, pero con
proyección internacional activa. Desde esa óptica, la Unasur y la Celac eran
pasos en esa dirección. La orientación actual de los gobiernos de Argentina y
Brasil constituye su reverso.
Nada
puede hacerse al margen del proceloso mar de la política, y atendiendo que en
este plano las hegemonías son siempre contingentes. Y más importante aún, sin comprensión
crítica de las contradicciones del cuerpo social y de las torsiones impuestas
por la escena internacional. En Argentina y Brasil, entendemos que el liderazgo
de Néstor y Cristina Kirchner y de Lula ha sido el punto de síntesis. Y en el
plano institucional, el intento de establecer un poder político democrático
fuerte. La contracara de un Estado cooptado por las corporaciones como vemos
hoy. Sin poder político democrático fuerte no hay desarrollo nacional, pues
efectivamente el sistema se orienta “solito” en otro rumbo cuando son las
corporaciones las que conducen.
Germán
Ibañez
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