miércoles, 16 de enero de 2019

Desarrollo nacional o capitalismo dependiente


De la mano de los gobiernos oligárquicos en Argentina y Brasil, se consuma la cancelación de los proyectos de desarrollo nacional con distribución de la riqueza en pos de un capitalismo “real” y la “inserción en el mundo”. Pero, ¿qué significa en este contexto capitalismo real? Aquello que resulta lo típico y más frecuente cuando quedan liberadas las fuerzas del mercado, vale decir, los intereses económicos más concentrados. ¿Y qué significa inserción en el mundo? El sacrificio de las potencialidades del crecimiento autodeterminado a las exigencias de las empresas trasnacionales, los acreedores externos y los Estados metropolitanos. ¿Pueden quedar nichos que escapen a esta lógica de hierro? Eventualmente sí. Pero las economías nacionales como conjunto, las clases trabajadoras, y en general los que viven de la producción local y el mercado interno, sufren.
El discurso dominante hace de esta transformación un fenómeno natural, beneficioso para la gente y, en todo caso, necesario. Por cierto, no es dable esperar de la ideología de la dominación un análisis crítico de la sociedad. Y, en la larga huella del liberalismo conservador (con prefijo “neo” o sin él), se hace de la economía una esfera autónoma, cuyo dinamismo se explica por sí mismo, y que mueve al todo social como motor primordial. Aún así, el conservadurismo oligárquico de hoy no se priva, especialmente a la hora de estigmatizar a los movimientos y líderes populares (calificados de “populistas”), de fijar la mirada en la política y cargar en la cuenta de los gobiernos nacional-populares la causa del descalabro económico.
Si prestamos un poco de atención, y sacudimos la hojarasca simplificadora que sobreabunda en el discurso dominante, podemos empero identificar un núcleo que vale la pena discutir. Este es: que el rumbo económico deplorado por el neoliberalismo (por estatista, populista y despilfarrador) no responde al despliegue espontáneo del mercado capitalista, sino a las fuerzas políticas y sociales que lo resisten o le fijan límites. Es decir, que el desarrollo no es el resultado del crecimiento “natural” de la economía, sino es un horizonte sostenido trabajosamente y a contracorriente por un bloque social y político con proyecto e ideología no liberal. De manera mezquina y tergiversadora, la ideología dominante nos da la pista así de una cuestión relevante en su oposición a los movimientos nacionales; y es que la conciencia de clase de la oligarquía no está desmentida.
Un corolario de lo anterior es que las tendencias predominantes en la expansión capitalista empujan de modo permanente a profundizar la polarización global, a ahondar las asimetrías entre las metrópolis y los países periféricos. Con lo cual no es posible un proyecto de desarrollo nacional que no atienda a la globalidad, es decir, que no tenga una estrategia activa en el orden internacional a fin de establecer un nuevo paradigma mundial más igualitario, menos asimétrico. Aquí cobra otro sentido aquello de la “inserción en el mundo”. Ya no se trata de la adecuación a la lógica imperialista, sacrificando en ese altar el presente y futuro de las clases sociales vinculadas a la producción y al mercado interno, sino de proteger el trabajo y la producción local buscando la integración y la asociación con las naciones del Sur. También de esquivar asimismo la configuración guerrerista del imperialismo actual defendiendo la proyección de América Latina como región de paz. El desarrollo nacional no es sinónimo de autarquía, sino más bien de geopolítica soberana activa.
Otro corolario es que, en el orden interno el desarrollo nacional no puede sostenerse solo en una coalición política, sino en un bloque político-social-cultural. Es aquello que la ideología dominante descalifica como “populismo”. La búsqueda tenaz de la convergencia en la diversidad es algo que no debe cesar jamás, por varios motivos. Primero: que aquello que se menta con la palabra “unidad” o expresiones semejantes, no se da de una vez y para siempre. El movimiento nacional está atravesado por las contradicciones que agitan a la sociedad toda, primordialmente aquellas ancladas en la propia estructura socioeconómica y en la divergencia de intereses de clase; aunque esto no sea siempre lo que aparece como lo más relevante en cada momento a los ojos de los actores sociales. Consideramos que el corazón de la convergencia del bloque nacional-popular está enlazado a la promoción del trabajo y la producción local, y a las necesidades más altas del desarrollo nacional en sus dimensiones científico-tecnológicas, culturales y democráticas. Pero en cada coyuntura, una problemática específica puede ganar el centro de la escena, y es necesario encontrar la síntesis. Segundo: que la lógica desquiciante del capitalismo contemporáneo “desorganiza” todo el tiempo a las estructuras productivas y fragmenta a las clases trabajadoras. Enlaza a los sectores “dinámicos” a la asociación transnacional, mientras devalúa otras ramas de actividad y condena a otras tantas a la marginalidad o la desaparición. Esto es una tendencia global, y no puede contrarrestarse solo a escala nacional. Se hace necesario el control del Estado por parte del bloque nacional-popular, pero con proyección internacional activa. Desde esa óptica, la Unasur y la Celac eran pasos en esa dirección. La orientación actual de los gobiernos de Argentina y Brasil constituye su reverso.
Nada puede hacerse al margen del proceloso mar de la política, y atendiendo que en este plano las hegemonías son siempre contingentes. Y más importante aún, sin comprensión crítica de las contradicciones del cuerpo social y de las torsiones impuestas por la escena internacional. En Argentina y Brasil, entendemos que el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner y de Lula ha sido el punto de síntesis. Y en el plano institucional, el intento de establecer un poder político democrático fuerte. La contracara de un Estado cooptado por las corporaciones como vemos hoy. Sin poder político democrático fuerte no hay desarrollo nacional, pues efectivamente el sistema se orienta “solito” en otro rumbo cuando son las corporaciones las que conducen.

Germán Ibañez

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