El primer
peronismo supuso una convergencia de clases sociales alrededor del eje clase
obrera /burguesía nacional. Pero en la primera mitad de la década de 1950 esa
alianza comenzó a erosionarse, facilitando el golpe oligárquico de 1955. El
golpe de Estado y la política posterior tuvieron un contenido netamente
burgués, pues la elite tradicional logró arrastrar a la burguesía nacional
detrás de sí. Tal situación es lo que permitió a militantes políticos de la
época hablar de la “traición de la burguesía industrial” (Esteban Rey). Es
también la etapa de un peronismo clarísimamente obrerista, pues los
asalariados, fortalecidos en el período anterior, resistieron el embate
patronal recreando la identidad peronista con un sesgo más clasista. Aun así,
el proceso de luchas populares conocido como la Resistencia Peronista no fue
únicamente un enfrentamiento entre la clase obrera y las clases poseedoras,
pues la política oligárquica tuvo como objetivo acabar con todo el peronismo. Asimismo
la realidad del peronismo no será exactamente igual en el área metropolitana
que en las regiones interiores del país. Ni tampoco todo el peronismo será “resistente”;
esta es la etapa de la aparición de los neoperonismos y expresiones más o menos
disidentes con respecto al ideal del retorno incondicional del Líder.
El
contexto de emergencia y despliegue de la Resistencia Peronista es la dictadura
militar conocida como “Revolución Libertadora”. Después de un breve período de
tiempo, en 1955, bajo el gobierno de facto de Lonardi, en el cual la política
oficial consideró posible eliminar la influencia de Juan Perón en la Argentina
y convivir con un “peronismo” apaciguado, la oligarquía radicalizó su posición
antiperonista. Desplazado Lonardi del gobierno, con el tándem Aramburu /Rojas
se despliega inclemente la represión sobre los vencidos y sobre aquellos que
cuestionaran a la Revolución Libertadora. En la instrumentación de la política
de “desperonización” del país convergieron el entramado de intereses
tradicionales oligárquicos, con su configuración cultural señorial aún
dominante en la Argentina, y la reorientación de la burguesía industrial en pos
de la racionalización de la producción (incremento de la sobreexplotación de la
fuerza de trabajo, en realidad) que ya se avizoraba desde el Congreso de la
Productividad. Allí está el centro de gravedad hacia el que se orientaron las
Fuerzas Armadas y parte de las clases medias De allí también que el peronismo
de la segunda mitad de la década de 1950 apareciera casi como excluyentemente
obrero, aunque su composición siguiera siendo más compleja. Gran parte del
activismo de los “comandos”, de los intelectuales de la Resistencia, y de los
militares que intentaron insurreccionarse, pueden ser caracterizados como
“clase media” en los cánones socioculturales de la época.
La
ofensiva oligárquica /burguesa desde el Estado incluyó medidas de persecución
política y proscripción del peronismo como: la disolución del Partido Peronista
y la inhabilitación de sus dirigentes (también la proscripción del Partido
Socialista de la Revolución Nacional, aliado de izquierda del peronismo); el
famoso Decreto 4161, que prohibía nombrar a Perón, cantar la Marcha Peronista,
hacer propaganda a favor del peronismo, etc. Un asunto de la máxima importancia
fue la anulación por decreto, en 1956, de la Constitución Nacional reformada en
1949; luego se convocará a Convención Constituyente con el peronismo proscripto
en el año siguiente. En el plano de la política antiobrera se instrumentó la
intervención de la CGT, así como medidas para imponer la racionalización del
trabajo y el incremento de la productividad. Esto último es fundamental para
entender la dinámica del conflicto de clases, y terminará por cuajar en el
período frondicista, como señala Daniel James (Resistencia e integración)
entre otros estudiosos del movimiento obrero. Pero sin duda la cara más gravosa
de la política oligárquica es la represión abierta: encarcelamientos
arbitrarios, torturas a detenidos, ejecución de prisioneros políticos.
El
proceso de luchas sociales y oposición política (pasiva y activa) a esa
ofensiva oligárquica fue conocido como la Resistencia Peronista. Se
trató de un fenómeno multifácetico y complejo, carente de unidad u
homogeneidad, y en el que pueden advertirse diferentes vertientes, como aclara
el investigador Ernesto Salas (La Resistencia Peronista: la toma del
frigorífico Lisandro de la Torre). Por esa colusión que señalábamos más
arriba de restauración oligárquica y contrarrevolución burguesa, es claro que
la vertiente más importante en términos de su impacto en la política de aquello
años y por la cantidad de personas involucradas, es la resistencia obrera. Sin
embargo, dejaron larga huella también en el imaginario del peronismo las
prácticas de resistencia “cultural” desplegadas por cientos o miles de
activistas anónimos (pintadas callejeras, volantes artesanales, etc.). Y por
cierto, la vertiente más específicamente ideológica que se manifestó en
diversas publicaciones periódicas y en los escritos de intelectuales nacionales
como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Puiggrós y otros.
Es aquí
que debe ubicarse el extraordinario intercambio político-intelectual que
construyeron John William Cooke y Juan Perón en su Correspondencia. Ese
intercambio epistolar por supuesto no fue conocido en la época, pero no dejó de
tener incidencia práctica en la medida en que se delinearon tácticas y se plantearon
directivas de acción entre el Líder exiliado y quien entonces era su Delegado
ante el movimiento. Allí se dibujará una mirada de Cooke sobre el peronismo en
la resistencia, y como transformarlo en una opción revolucionaria de poder.
Cooke procurará
darle organicidad y dirección a una de las vertientes más notorias de la
Resistencia: la de los “comandos”. El intento resultará infructuoso al menos
por dos motivos. El primero y más importante es la propia realidad heterogénea del
movimiento de los comandos. Se trataba de pequeños grupos, a veces un puñado de
personas, que surgieron en forma relativamente espontánea siguiendo líneas de
vinculación familiar o personal, o dentro de organizaciones de base
preexistentes. Entre las personas que los integraron podía haber activistas o
dirigentes de segunda línea con actuación en los años previos, también otros
con escasos antecedentes o muy jóvenes. Es necesario tener en cuenta que muchos
dirigentes estaban encarcelados (empezando por el propio John William Cooke
hasta su legendaria fuga junto a otros referentes del peronismo). Esto acentuó
la participación de nuevas camadas de activistas, como se manifestaría también
en la resistencia sindical. A su turno, muchos de estos activistas fueron presa
de la represión dictatorial y cayeron detenidos.
Los
comandos eran organizaciones clandestinas, pero sin la estructura compleja que
alcanzarían las organizaciones revolucionarias de la década de 1970, y sin un
cuerpo de ideas que fuera más allá del nacionalismo popular del peronismo
conocido hasta entonces. En todo caso, se acentuaba en ellas el contenido
antioligárquico y obrerista del peronismo, y una serie de virtudes como la
militancia y la lealtad. Estos núcleos activistas se orientaron hacia la acción
directa, aunque muchos grupos no alcanzaron gran operatividad. Por cierto, que
las prácticas de resistencia cultural estuvieron muy presentes, contribuyendo a
mantener la convicción necesaria para seguir adelante en un marco de represión
y frente a un Estado hostil, y también a alimentar la mitología del movimiento,
que pervivió largamente a ese período. Pero es la acción directa, especialmente
el sabotaje a pequeña escala, la práctica fundamental de los comandos. Ello
incluyó la utilización de explosivos de fabricación casera, los famosos “caños”,
cuyo recuerdo también se integró a la memoria militante del peronismo. En esa
segunda mitad de la década de 1950, la actividad de los comandos no decayó,
llegando a plantearse atentados de mayor magnitud y acciones de apoyo (sabotaje
industrial) o articulación con la protesta específicamente laboral.
Pero
también se manifestaron debilidades o contradicciones en el movimiento de los
comandos, que incidieron en la aludida dificultad que halló John William Cooke
para coordinar sus esfuerzos. No existió una sólida conexión entre los grupos
de activistas dispersos por el territorio nacional; mucho menos conformaron una
organización reconocida por todos. Las comunicaciones no podían dejar de ser
precarias y esporádicas en el marco de la época, así como el acceso deficiente a
informaciones importantes o a directivas que efectivamente provinieran del
Líder. La propia actitud de desconfianza frente a los intentos centralizadores
era el corolario difícilmente evitable de una situación real.
El
segundo motivo del escaso éxito en la tarea de coordinación y dirección política
emprendida por Cooke era que su propia figura no resultaba universalmente
aceptada. Hasta el propio Perón fue objeto de algunos cuestionamientos (del
Padre Hernán Benítez por ejemplo) y era imposible controlar la lucha facciosa
en un momento de crisis del movimiento o asentar la autoridad de un dirigente
radicalizado como Cooke, pese a la bendición dispensada por el máximo Líder. Por
otra parte, no había modo alguno en que Cooke, fugado y perseguido, pudiera
moverse libremente para articular con los distintos grupos y aceitar las
conexiones. La misiva “salvadora” del General podía y era leída en distinto
modo por los diversos actores, ambigüedad que no era ajena en ocasiones a la
propia voluntad de Perón. El consejo del Líder a Cooke era “bendecir” a todos y
colocarse por encima de la disputa facciosa; algo muy difícil de cumplir, no
solo por el temperamento e ideas del Delegado, sino porque a duras penas podría
alcanzarlo el mismo Perón. El liderazgo no resultaba transferible.
La misma
realidad cambiante añadía mayores complicaciones porque imponía virajes de
trabajosa asimilación para un activismo sumamente desconfiado y con
dificultades para acceder a información precisa. Ello llevará a que, frente al
desafío de qué hacer ante el crecimiento de la figura política de Arturo
Frondizi y un eventual triunfo electoral de este último en el año 1958, se
diera la paradoja de que algunos comandos eminentes, entre ellos César Marcos
(viejo mentor de Cooke), acusara al Delegado de abandonar la intransigencia y
poco menos que “traicionar” a la revolución (Ernesto Salas, “Cuando John
William Cooke fue acusado de traicionar a la revolución”).
Aun con
estas dificultades, asoma una mirada de conjunto de Cooke sobre la Resistencia.
Es en esa etapa primigenia en la cual Cooke comienza a delinear su estrategia
insurreccional. De manera ineludible, la Correspondencia es el documento
fundamental. Al aludir al movimiento resistente en su intercambio epistolar,
Cooke y Perón coinciden en que no se trata de algo homogéneo, y se deplora la
desorganización e improvisación generalizadas. La línea del retorno incondicional
de Perón divide las aguas en la mirada de ambos, para distinguir leales de
traidores, pero el cómo lograr el objetivo sugería diferencias
importantes. Cooke plantea organizar la Resistencia en forma coherente con una línea
insurreccional de masas, en la cual los comandos serían la vanguardia. En
esa idea de vanguardia estaba claro el influjo del modelo leninista, referencia
casi omnipresente desde hacía décadas en el arco anticolonial de Asia, África y
América Latina. De hecho, el voluntarismo que esboza el Delegado, resultaba
perfectamente compatible con ese espíritu. Por eso Cooke argumenta la necesidad
de actuar y crear las condiciones de una insurrección popular, puesto que no
alcanza con el previsible deterioro de la Revolución Libertadora. Así dirá: “no
podemos, contando con tan abrumadora mayoría en el pueblo, quedarnos esperando
el hecho fortuito y desencadenante. Debemos crear el estallido, fomentarlo y
luego canalizarlo”. La conformación de
una vanguardia revolucionaria resultaba para ello absolutamente imprescindible.
En esta mirada de Cooke no se manifiesta aún una perspectiva pro socialista,
sino que no parece ir más allá de la reivindicación principista del potencial
antioligárquico de peronismo. Se trata de una apelación instrumental al modelo
de la vanguardia revolucionaria, como herramienta para suscitar un proceso
insurreccional.
Un
documento representativo de estas preocupaciones es el Plan de Acción que
Cooke adjunta a su misiva al Líder del 28 de agosto de 1957. En dicho documento
caracteriza al peronismo en forma consistente con la mirada del nacionalismo
popular de la época: “El Frente Nacional ya existe: es el peronismo, que por su
composición social y su ideología constituye una síntesis de las corrientes
progresistas argentinas”. Resulta relevante tomar nota de su ubicación del
peronismo como fuerza en la senda del progreso histórico, en tanto que sus
antagonistas representaban la restauración de etapas ya superadas. Sin embargo,
Cooke esboza allí mismo una crítica al determinismo histórico: “No confiamos en
que la Historia será nuestra partera infalible, sino que nuestro regreso será
producto de la voluntad popular aplicada a una condicionalidad histórica en que
somos una presencia imperiosa”.
Aunque no
desdeña la posibilidad de que el peronismo, orientado por una política
intransigente, ocupe y aproveche cualquier espacio de legalidad o semilegalidad
que se presente, Cooke se interesa preferentemente en el análisis de la
adecuación del aparato combatiente o revolucionario a los fines de la
perspectiva insurreccional. Claro que se trata de una insurrección concebida
como proceso de masas y no como golpe de mano afortunado de un pequeño grupo. En
aquel período, y posteriormente (cuando ya Cooke esté firmemente vinculado a la
experiencia revolucionaria cubana), el Delegado no deja de señalar que la
participación y organización creciente de las masas populares es la condición
sine qua non de la política revolucionaria. El espíritu leninista asoma en la “apreciación”
de la situación revolucionaria, y en la necesaria ponderación del grado de
conciencia insurreccional del pueblo, así como del nivel de descomposición en
las filas de los enemigos de la revolución.
Aunque es
optimista en lo referente al cumplimiento de las potencialidades
revolucionarias del peronismo, Cooke no deja de advertir la posibilidad de
superación por otras fuerzas: “El Peronismo solo puede ser desalojado por la
supresión de las causas que lo determinan como movimiento Revolucionario; ya
sea por un régimen que supere los problemas que él plantea y que ha resuelto en
su oportunidad, ya sea porque pierda su carácter de representativo de las
fuerzas populares que pugnan por reconquistar el poder perdido”.
La
primacía concedida a la perspectiva de una política insurreccional, no inhibe
en Cooke su valoración de la necesidad de combinar distintos cursos de acción
política, más moderados en apariencia, así como la necesidad de leer e
interpretar los condicionamientos impuestos por la realidad en cada momento.
Por ello, participará con Perón en la aceptación de un acuerdo con Frondizi (el
famoso “Pacto”). La nueva coyuntura que se abre con la elección que lleva a
Arturo Frondizi a la Presidencia de la República, es también la del ocaso de
Cooke como potencial dirigente del conjunto del movimiento. Resultará
trascendente empero su mirada sobre la Resistencia, y con ella, desplegada en
una escritura pasionalmente elaborada, Cooke quedará asociado a la Resistencia
y anunciará los futuros avatares del peronismo revolucionario.
Germán
Ibañez
No hay comentarios:
Publicar un comentario