miércoles, 24 de abril de 2019

El peronismo en la Resistencia: una mirada de Cooke


El primer peronismo supuso una convergencia de clases sociales alrededor del eje clase obrera /burguesía nacional. Pero en la primera mitad de la década de 1950 esa alianza comenzó a erosionarse, facilitando el golpe oligárquico de 1955. El golpe de Estado y la política posterior tuvieron un contenido netamente burgués, pues la elite tradicional logró arrastrar a la burguesía nacional detrás de sí. Tal situación es lo que permitió a militantes políticos de la época hablar de la “traición de la burguesía industrial” (Esteban Rey). Es también la etapa de un peronismo clarísimamente obrerista, pues los asalariados, fortalecidos en el período anterior, resistieron el embate patronal recreando la identidad peronista con un sesgo más clasista. Aun así, el proceso de luchas populares conocido como la Resistencia Peronista no fue únicamente un enfrentamiento entre la clase obrera y las clases poseedoras, pues la política oligárquica tuvo como objetivo acabar con todo el peronismo. Asimismo la realidad del peronismo no será exactamente igual en el área metropolitana que en las regiones interiores del país. Ni tampoco todo el peronismo será “resistente”; esta es la etapa de la aparición de los neoperonismos y expresiones más o menos disidentes con respecto al ideal del retorno incondicional del Líder.
El contexto de emergencia y despliegue de la Resistencia Peronista es la dictadura militar conocida como “Revolución Libertadora”. Después de un breve período de tiempo, en 1955, bajo el gobierno de facto de Lonardi, en el cual la política oficial consideró posible eliminar la influencia de Juan Perón en la Argentina y convivir con un “peronismo” apaciguado, la oligarquía radicalizó su posición antiperonista. Desplazado Lonardi del gobierno, con el tándem Aramburu /Rojas se despliega inclemente la represión sobre los vencidos y sobre aquellos que cuestionaran a la Revolución Libertadora. En la instrumentación de la política de “desperonización” del país convergieron el entramado de intereses tradicionales oligárquicos, con su configuración cultural señorial aún dominante en la Argentina, y la reorientación de la burguesía industrial en pos de la racionalización de la producción (incremento de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, en realidad) que ya se avizoraba desde el Congreso de la Productividad. Allí está el centro de gravedad hacia el que se orientaron las Fuerzas Armadas y parte de las clases medias De allí también que el peronismo de la segunda mitad de la década de 1950 apareciera casi como excluyentemente obrero, aunque su composición siguiera siendo más compleja. Gran parte del activismo de los “comandos”, de los intelectuales de la Resistencia, y de los militares que intentaron insurreccionarse, pueden ser caracterizados como “clase media” en los cánones socioculturales de la época.
La ofensiva oligárquica /burguesa desde el Estado incluyó medidas de persecución política y proscripción del peronismo como: la disolución del Partido Peronista y la inhabilitación de sus dirigentes (también la proscripción del Partido Socialista de la Revolución Nacional, aliado de izquierda del peronismo); el famoso Decreto 4161, que prohibía nombrar a Perón, cantar la Marcha Peronista, hacer propaganda a favor del peronismo, etc. Un asunto de la máxima importancia fue la anulación por decreto, en 1956, de la Constitución Nacional reformada en 1949; luego se convocará a Convención Constituyente con el peronismo proscripto en el año siguiente. En el plano de la política antiobrera se instrumentó la intervención de la CGT, así como medidas para imponer la racionalización del trabajo y el incremento de la productividad. Esto último es fundamental para entender la dinámica del conflicto de clases, y terminará por cuajar en el período frondicista, como señala Daniel James (Resistencia e integración) entre otros estudiosos del movimiento obrero. Pero sin duda la cara más gravosa de la política oligárquica es la represión abierta: encarcelamientos arbitrarios, torturas a detenidos, ejecución de prisioneros políticos.
El proceso de luchas sociales y oposición política (pasiva y activa) a esa ofensiva oligárquica fue conocido como la Resistencia Peronista. Se trató de un fenómeno multifácetico y complejo, carente de unidad u homogeneidad, y en el que pueden advertirse diferentes vertientes, como aclara el investigador Ernesto Salas (La Resistencia Peronista: la toma del frigorífico Lisandro de la Torre). Por esa colusión que señalábamos más arriba de restauración oligárquica y contrarrevolución burguesa, es claro que la vertiente más importante en términos de su impacto en la política de aquello años y por la cantidad de personas involucradas, es la resistencia obrera. Sin embargo, dejaron larga huella también en el imaginario del peronismo las prácticas de resistencia “cultural” desplegadas por cientos o miles de activistas anónimos (pintadas callejeras, volantes artesanales, etc.). Y por cierto, la vertiente más específicamente ideológica que se manifestó en diversas publicaciones periódicas y en los escritos de intelectuales nacionales como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Puiggrós y otros.
Es aquí que debe ubicarse el extraordinario intercambio político-intelectual que construyeron John William Cooke y Juan Perón en su Correspondencia. Ese intercambio epistolar por supuesto no fue conocido en la época, pero no dejó de tener incidencia práctica en la medida en que se delinearon tácticas y se plantearon directivas de acción entre el Líder exiliado y quien entonces era su Delegado ante el movimiento. Allí se dibujará una mirada de Cooke sobre el peronismo en la resistencia, y como transformarlo en una opción revolucionaria de poder.
Cooke procurará darle organicidad y dirección a una de las vertientes más notorias de la Resistencia: la de los “comandos”. El intento resultará infructuoso al menos por dos motivos. El primero y más importante es la propia realidad heterogénea del movimiento de los comandos. Se trataba de pequeños grupos, a veces un puñado de personas, que surgieron en forma relativamente espontánea siguiendo líneas de vinculación familiar o personal, o dentro de organizaciones de base preexistentes. Entre las personas que los integraron podía haber activistas o dirigentes de segunda línea con actuación en los años previos, también otros con escasos antecedentes o muy jóvenes. Es necesario tener en cuenta que muchos dirigentes estaban encarcelados (empezando por el propio John William Cooke hasta su legendaria fuga junto a otros referentes del peronismo). Esto acentuó la participación de nuevas camadas de activistas, como se manifestaría también en la resistencia sindical. A su turno, muchos de estos activistas fueron presa de la represión dictatorial y cayeron detenidos.
Los comandos eran organizaciones clandestinas, pero sin la estructura compleja que alcanzarían las organizaciones revolucionarias de la década de 1970, y sin un cuerpo de ideas que fuera más allá del nacionalismo popular del peronismo conocido hasta entonces. En todo caso, se acentuaba en ellas el contenido antioligárquico y obrerista del peronismo, y una serie de virtudes como la militancia y la lealtad. Estos núcleos activistas se orientaron hacia la acción directa, aunque muchos grupos no alcanzaron gran operatividad. Por cierto, que las prácticas de resistencia cultural estuvieron muy presentes, contribuyendo a mantener la convicción necesaria para seguir adelante en un marco de represión y frente a un Estado hostil, y también a alimentar la mitología del movimiento, que pervivió largamente a ese período. Pero es la acción directa, especialmente el sabotaje a pequeña escala, la práctica fundamental de los comandos. Ello incluyó la utilización de explosivos de fabricación casera, los famosos “caños”, cuyo recuerdo también se integró a la memoria militante del peronismo. En esa segunda mitad de la década de 1950, la actividad de los comandos no decayó, llegando a plantearse atentados de mayor magnitud y acciones de apoyo (sabotaje industrial) o articulación con la protesta específicamente laboral.
Pero también se manifestaron debilidades o contradicciones en el movimiento de los comandos, que incidieron en la aludida dificultad que halló John William Cooke para coordinar sus esfuerzos. No existió una sólida conexión entre los grupos de activistas dispersos por el territorio nacional; mucho menos conformaron una organización reconocida por todos. Las comunicaciones no podían dejar de ser precarias y esporádicas en el marco de la época, así como el acceso deficiente a informaciones importantes o a directivas que efectivamente provinieran del Líder. La propia actitud de desconfianza frente a los intentos centralizadores era el corolario difícilmente evitable de una situación real.
El segundo motivo del escaso éxito en la tarea de coordinación y dirección política emprendida por Cooke era que su propia figura no resultaba universalmente aceptada. Hasta el propio Perón fue objeto de algunos cuestionamientos (del Padre Hernán Benítez por ejemplo) y era imposible controlar la lucha facciosa en un momento de crisis del movimiento o asentar la autoridad de un dirigente radicalizado como Cooke, pese a la bendición dispensada por el máximo Líder. Por otra parte, no había modo alguno en que Cooke, fugado y perseguido, pudiera moverse libremente para articular con los distintos grupos y aceitar las conexiones. La misiva “salvadora” del General podía y era leída en distinto modo por los diversos actores, ambigüedad que no era ajena en ocasiones a la propia voluntad de Perón. El consejo del Líder a Cooke era “bendecir” a todos y colocarse por encima de la disputa facciosa; algo muy difícil de cumplir, no solo por el temperamento e ideas del Delegado, sino porque a duras penas podría alcanzarlo el mismo Perón. El liderazgo no resultaba transferible.
La misma realidad cambiante añadía mayores complicaciones porque imponía virajes de trabajosa asimilación para un activismo sumamente desconfiado y con dificultades para acceder a información precisa. Ello llevará a que, frente al desafío de qué hacer ante el crecimiento de la figura política de Arturo Frondizi y un eventual triunfo electoral de este último en el año 1958, se diera la paradoja de que algunos comandos eminentes, entre ellos César Marcos (viejo mentor de Cooke), acusara al Delegado de abandonar la intransigencia y poco menos que “traicionar” a la revolución (Ernesto Salas, “Cuando John William Cooke fue acusado de traicionar a la revolución”).  
Aun con estas dificultades, asoma una mirada de conjunto de Cooke sobre la Resistencia. Es en esa etapa primigenia en la cual Cooke comienza a delinear su estrategia insurreccional. De manera ineludible, la Correspondencia es el documento fundamental. Al aludir al movimiento resistente en su intercambio epistolar, Cooke y Perón coinciden en que no se trata de algo homogéneo, y se deplora la desorganización e improvisación generalizadas. La línea del retorno incondicional de Perón divide las aguas en la mirada de ambos, para distinguir leales de traidores, pero el cómo lograr el objetivo sugería diferencias importantes. Cooke plantea organizar la Resistencia en forma coherente con una línea insurreccional de masas, en la cual los comandos serían la vanguardia. En esa idea de vanguardia estaba claro el influjo del modelo leninista, referencia casi omnipresente desde hacía décadas en el arco anticolonial de Asia, África y América Latina. De hecho, el voluntarismo que esboza el Delegado, resultaba perfectamente compatible con ese espíritu. Por eso Cooke argumenta la necesidad de actuar y crear las condiciones de una insurrección popular, puesto que no alcanza con el previsible deterioro de la Revolución Libertadora. Así dirá: “no podemos, contando con tan abrumadora mayoría en el pueblo, quedarnos esperando el hecho fortuito y desencadenante. Debemos crear el estallido, fomentarlo y luego canalizarlo”.  La conformación de una vanguardia revolucionaria resultaba para ello absolutamente imprescindible. En esta mirada de Cooke no se manifiesta aún una perspectiva pro socialista, sino que no parece ir más allá de la reivindicación principista del potencial antioligárquico de peronismo. Se trata de una apelación instrumental al modelo de la vanguardia revolucionaria, como herramienta para suscitar un proceso insurreccional.
Un documento representativo de estas preocupaciones es el Plan de Acción que Cooke adjunta a su misiva al Líder del 28 de agosto de 1957. En dicho documento caracteriza al peronismo en forma consistente con la mirada del nacionalismo popular de la época: “El Frente Nacional ya existe: es el peronismo, que por su composición social y su ideología constituye una síntesis de las corrientes progresistas argentinas”. Resulta relevante tomar nota de su ubicación del peronismo como fuerza en la senda del progreso histórico, en tanto que sus antagonistas representaban la restauración de etapas ya superadas. Sin embargo, Cooke esboza allí mismo una crítica al determinismo histórico: “No confiamos en que la Historia será nuestra partera infalible, sino que nuestro regreso será producto de la voluntad popular aplicada a una condicionalidad histórica en que somos una presencia imperiosa”.
Aunque no desdeña la posibilidad de que el peronismo, orientado por una política intransigente, ocupe y aproveche cualquier espacio de legalidad o semilegalidad que se presente, Cooke se interesa preferentemente en el análisis de la adecuación del aparato combatiente o revolucionario a los fines de la perspectiva insurreccional. Claro que se trata de una insurrección concebida como proceso de masas y no como golpe de mano afortunado de un pequeño grupo. En aquel período, y posteriormente (cuando ya Cooke esté firmemente vinculado a la experiencia revolucionaria cubana), el Delegado no deja de señalar que la participación y organización creciente de las masas populares es la condición sine qua non de la política revolucionaria. El espíritu leninista asoma en la “apreciación” de la situación revolucionaria, y en la necesaria ponderación del grado de conciencia insurreccional del pueblo, así como del nivel de descomposición en las filas de los enemigos de la revolución.
Aunque es optimista en lo referente al cumplimiento de las potencialidades revolucionarias del peronismo, Cooke no deja de advertir la posibilidad de superación por otras fuerzas: “El Peronismo solo puede ser desalojado por la supresión de las causas que lo determinan como movimiento Revolucionario; ya sea por un régimen que supere los problemas que él plantea y que ha resuelto en su oportunidad, ya sea porque pierda su carácter de representativo de las fuerzas populares que pugnan por reconquistar el poder perdido”.
La primacía concedida a la perspectiva de una política insurreccional, no inhibe en Cooke su valoración de la necesidad de combinar distintos cursos de acción política, más moderados en apariencia, así como la necesidad de leer e interpretar los condicionamientos impuestos por la realidad en cada momento. Por ello, participará con Perón en la aceptación de un acuerdo con Frondizi (el famoso “Pacto”). La nueva coyuntura que se abre con la elección que lleva a Arturo Frondizi a la Presidencia de la República, es también la del ocaso de Cooke como potencial dirigente del conjunto del movimiento. Resultará trascendente empero su mirada sobre la Resistencia, y con ella, desplegada en una escritura pasionalmente elaborada, Cooke quedará asociado a la Resistencia y anunciará los futuros avatares del peronismo revolucionario.

Germán Ibañez

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