En el
marco del mundo contemporáneo sigue siendo una cuestión fundamental la
posibilidad de un desarrollo autónomo de los países y de un diseño propio de
las estrategias de inserción internacional. Es decir, de una política de autodeterminación
nacional. En las antípodas de esa discusión, se encuentra la ideología
neoliberal que expresa los intereses del capital financiero mundializado y la
vocación imperial de los Estados metropolitanos. Históricamente, una
herramienta del neoliberalismo ha sido “velar” a los actores sociales concretos
y a los intereses en juego, proponiendo la fantasmagoría de un mercado
impersonal como fuerza motriz de la mundialización. Pero siempre tuvo en claro
a los jugadores reales, llevando a cabo verdaderas guerras económicas,
culturales (y de las tradicionales también) contra los emergentes de los
procesos de desarrollo o liberación de los países periféricos. En esa puja, se han dividido históricamente
las clases poseedoras de las regiones dependientes, entre aquellas fracciones
que se enlazaron a esquemas de asociación asimétrica y subordinada (las
burguesías “compradoras”) con el capital extranjero, y los segmentos
productivos y comerciales vinculados a los mercados internos y el consumo
popular. Esa fractura no es estática, sino que cambia con los avatares de la
economía nacional e internacional, con la presión de los Estados metropolitanos
y sus estrategias de colonización. También con el mismo éxito de los procesos
de desarrollo nacional que vuelven a repartir las cartas entre los jugadores
locales y a veces generan el resultado, paradójico en apariencia, de un
empresariado beneficiado por el marco nacional-popular que buscar romper lo que
interpreta como un constreñimiento social a la maximización de sus ganancias y
vira hacia estrategias de inserción en la mundialización imperialista.
Es esto,
entre otras cosas, lo que ha dificultado históricamente sostener el compromiso
nacional popular, y aún identificar una burguesía con “vocación” nacional. Por
eso, el debate acerca de la “burguesía nacional” fue intenso en el nacionalismo
popular y la izquierda nacional del siglo XX. Y por cierto, se trata aún de una
discusión nada ociosa, aunque lógicamente no pueda ser llevada adelante
exactamente en los mismos términos de décadas atrás. De allí que resulte útil
la recuperación de parte de esas polémicas, para repensarlas en los nuevos
escenarios en los que se busca nuevamente establecer un compromiso
nacional-popular, para sacar al país del marasmo neoliberal. Nos referiremos
concretamente a la posición sostenida por Jorge Abelardo Ramos en torno a la
relación entre burguesía y movimiento nacional.
En la
tradición de la izquierda nacional de los años 1940, de la cual Ramos se
transformaría en el principal exponente, se tomaba nota de la división de las
clases dominantes argentinas entre los sectores tradicionales vinculados a la así
llamada “oligarquía” y la moderna burguesía industrial que se expresaría en el
país peronista. Los paradigmas ideológicos librecambista y proteccionista
corresponderían a esa fractura (“Bases económicas de la política burguesa
argentina, Frente Obrero N° 1). Sin embargo, se sostiene que, pese a la
divergencia de intereses entre los sectores vinculados al mercado mundial y
aquellos dependientes del consumo popular, la mentalidad burguesa
argentina estaba enfeudada en bloque al imperialismo y a los mitos del viejo
país agropecuario. Lo cual ponía serios límites a una hegemonía capitalista
nacional que impulsara el desarrollo industrial. Y, al mismo tiempo, que tal
política solo era posible sobre la base de una audaz movilización de las masas
populares, lo cual estimulaba los peores temores de la propia burguesía
nacional. Allí estaba el dilema: una clase que era empujada al movimiento
nacional por las propias contradicciones del autodesarrollo capitalista
nacional frente a la subordinación unilateral al capital imperialista que le
disputa el mercado interno, pero que retrocede ante el ascenso de los sectores
populares sin cuyo concurso es imposible una política de autodeterminación
nacional. En ese marco la burguesía industrial no podía constituirse en la clase
dirigente de la liberación nacional.
Sobre la
base de ese diagnóstico, Jorge Abelardo Ramos sustentará en sus escritos
tempranos (América Latina: un país; 1949) una interpretación en la cual
la potencialidad de la burguesía industrial argentina no estaba empero
totalmente obturada. Son los años ascensionales del peronismo, y no estaban
claras todavía las dificultades económicas que se revelarían en la primera
mitad de la década de 1950. Sus camaradas de Frente Obrero le
reprocharán de todas formas lo que entendían constituía una apología de la
burguesía nacional. En los años posteriores, especialmente desde el
derrocamiento de Perón, Ramos modificará esa lectura por otra más crítica de
los límites del empresariado industrial como clase potencialmente hegemónica
del movimiento nacional.
Lo que
seguirá siendo un eje constante en el pensamiento de Ramos de todas formas será
su interpretación del drama argentino como resultado del antagonismo insalvable
entre la vieja Argentina agropecuaria (oligárquica) y el país industrial
(burgués). En los años 1970 todavía dirá: “…la Argentina está a medio camino
entre el capitalismo avanzado tal cual se dio en Europa y Estados Unidos y una
estructura petrificada, puramente agraria, comercial y pastoril, típica de una
semicolonia disfrazada con un barniz superficial de modernidad. La vieja
oligarquía no deja avanzar hacia el capitalismo y la débil burguesía es incapaz
de eliminar a la oligarquía” (Adiós al coronel, 1982). De acuerdo a lo
anterior, interpretará que la política de la dictadura de 1976 será no
solamente antiobrera, sino también antiburguesa.
Pero ese
antagonismo no se expresaba “transparentemente” protagonizado por sendas
fracciones de las clases propietarias. Podía resultar ocioso buscar, lámpara en
mano, a la burguesía arrogante que, sin mediaciones, encabezara la lucha por la
emancipación nacional. El terreno de la disputa era el movimiento nacional.
Pasajes relevantes de la obra de Ramos a tal respecto pueden encontrarse en su
polémica con la interpretación política e histórica de Milcíades Peña. En ese
contexto dirá que las burguesías coloniales se forman al compás de las crisis
del sistema imperialista mundial, que abren brechas en él. Pero no pueden
emanciparse del todo de su gigantesco poder, y continúan reverenciando su
sistema de valores. ¿Cómo se procesan entonces sus contradicciones con el
capital imperialista? A través de los movimientos nacionales (“La cuestión
nacional y el marxismo”, en La lucha por un partido revolucionario). Por
eso no es dable esperar ver actuar a la burguesía nacional de modo
“transparente” como un actor socio-político plenamente recortado y con total
conciencia de sus intereses y fines. De allí que la retórica antiburguesa de
intelectuales como Milcíades Peña escondiera su hostilidad concreta a los
movimientos nacionales como el yrigoyenismo y el peronismo.
La suerte
del desarrollo nacional y de la liberación se desplazan por tanto al campo de
acción del movimiento nacional, no pueden escapar a su centro de gravedad. Y le
daban al antagonismo entre imperialismo y liberación nacional el carácter de contradicción
principal. En el decurso de ese formidable y secular conflicto no podía
presumirse de una vez y para siempre el rol de la burguesía industrial: no es
inmutable. Las inconsecuencias de esa clase no podían llevar a negar la
existencia del nacionalismo burgués, como reprocha Ramos a Peña, posición cuyo
corolario excéntrico era negar el aporte del peronismo al desarrollo industrial
del país.
Tampoco
podía agotarse la mirada sobre las potencialidades del autodesarrollo
capitalista nacional en el seguimiento de los grandes intereses y las grandes
empresas (nacionales y extranjeras). Había que prestar atención al inmenso y
estadísticamente sub representado universo de pequeñas y medianas empresas,
agentes de la transformación capitalista interna. Y también a la propiedad
pública y al rol del Estado. En un país periférico, el Estado es el gran núcleo
del desarrollo nacional.
Existía
entonces una compleja y contradictoria relación entre burguesía y movimiento
nacional. La primera no alcanzaba al alzarse al nivel de una clase hegemónica,
y Ramos dirá que era una “burguesía en sí” más que una “clase para sí” (Historia
de la Nación Latinoamericana, 1968). Pero el segundo no es solamente el
vehículo de realización de una inconsistente burguesía: es también el ancho cauce
en que se manifiesta la movilización popular. El antagonismo entre
autodesarrollo nacional e imperialismo es la contradicción principal al nivel
de la formación social, pero al interior del movimiento nacional se procesan
otras contradicciones entre las clases que lo integran.
Mucha
agua ha corrido bajo el puente, pero la relectura crítica y atenta de la
tradición del pensamiento nacional, en este caso de la escritura de Jorge
Abelardo Ramos, puede brindar más de una pista, en momentos en que se torna
imperioso coaligar nuevamente distintos estamentos sociales, y retomar una
senda de autodeterminación con democracia y justicia social.
Germán
Ibañez
excelente compañero
ResponderEliminarMuchas gracias
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