Por Germán Ibáñez
En enero de 1959 se produce en la ciudad de Buenos Aires, concretamente en el barrio de Mataderos, una de las más importantes huelgas obreras de aquel período, por su contenido simbólico y político: la toma del Frigorífico Municipal “Lisandro de la Torre”.
El conflicto terminó involucrando no sólo a los trabajadores del establecimiento, sino a los vecinos y la comunidad de Mataderos que se sumaron a la protesta a raíz de la represión y protagonizaron una auténtica insurrección urbana.
Gobernaba desde el año anterior el presidente Arturo Frondizi, por la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) en el marco de la proscripción política del peronismo y del poder de veto permanente de las FFAA. Aunque había obtenido gran parte de sus votos del peronismo (acuerdo con Perón mediante) muy pronto se aleja de las garantías propuestas de una política económica nacionalista y comienza la negociación con el FMI, así como el acercamiento a los EEUU.
Tales lineamientos constituían una necesidad para la estrategia económica del frondicismo, que buscaba impulsar el desarrollo industrial del país a través de la promoción de la inversión extranjera.
En su preparación de la primera visita oficial a Estados Unidos, Frondizi necesitaba demostrar la decisión de su gobierno de avanzar por tales rumbos, de la misma manera que su absoluto control de la situación política y social del país.
En ese contexto se jugará la suerte del Frigorífico Municipal “Lisandro de la Torre”. El gobierno nacional planteará la privatización del establecimiento aduciendo, entre otras razones, se balance deficitario. El comprador preferencial era la Corporación Argentina de Productores (CAP), con la cual el gobierno de Frondizi buscaba una alianza.
Por su parte, los trabajadores del frigorífico no sólo manifestaron su oposición al proyecto de privatización, sino que elaboraron alternativas que buscaron acercar al gobierno nacional.
El gremio estaba encabezado por Sebastián Borro, quien acababa de ganar las elecciones de la mano de una lista peronista.
Las prácticas sindicales impulsadas por Borro y sus compañeros eran notablemente democráticas, incluyendo el funcionamiento regular del cuerpo de delegados y la convocatoria a Asamblea para los temas de relieve. El total de trabajadores del frigorífico era de 9000 personas.
En los primeros días de enero de 1959 el presidente Frondizi envía al Congreso el proyecto de ley que incluía la privatización del “Lisandro de la Torre”. La UCRI tenía mayoría en el Parlamento, por lo cual el proyecto se aprobó rápidamente.
Los obreros se movilizan antes con consignas que aludían a la defensa del patrimonio nacional. Una de ellas, “Señores diputados, no me entreguen; quiero ser nacional”. Piden también una reunión con Frondizi, que recién obtienen cuando el proyecto ya está aprobado. No llegan a un acuerdo con el presidente y quedan expuestas dos concepciones del desarrollo nacional.
El 14 de enero se convoca a una asamblea general en el Frigorífico, y los obreros ya permanecen en el edificio en la noche del 15 de enero. Comienza la toma del establecimiento, con una cuidadosa organización y el apoyo del barrio.
El gobierno de Frondizi moviliza una enorme fuerza policial y militar para desalojar el establecimiento. Esa movilización represiva incluyó tanques de guerra Sherman; uno de ellos arrolla los portones del Frigorífico y comienza el desalojo con intensos enfrentamientos que acaban con 95 detenidos y varios heridos.
El gremialismo nacional decreta la huelga nacional en solidaridad pero los principales dirigentes son detenidos. Será en el barrio de Mataderos donde continúe el conflicto por varios días: levantamiento de barricadas, cortes de luz, quema de tranvías.
Familiares, amigos y vecinos de los trabajadores pelean infructuosamente contra la represión y el proyecto gubernamental y sólo al cabo de varios días comienza a normalizarse la situación.
El proyecto frondicista pasará, sin embargo la huelga del Lisandro de la Torre formalmente nunca será levantada y quedará como testimonio político de la resistencia obrera a la entrega del patrimonio nacional.
Publicado por Telam
15 de enero de 2012
lunes, 16 de enero de 2012
miércoles, 11 de enero de 2012
Los límites, los distraídos y la política
El gobernador Scioli se manifestó sorprendido ante los análisis que se formularon, por supuesto de naturaleza política, respecto del picadito de casados contra casados que jugó con Mauricio Macri.
Diez días bastaron para pensar que 2012 puede ser, en la Argentina, y por qué no en el planeta Tierra todo, el año de las perplejidades. Durante ese inicial y breve primer período del calendario recién estrenado, el buque insignia de la corporación mediática concentrada, es decir el diario Clarín, y varios de los hablantes dizque opositores –resulta difícil calificarlos así, a secas– no pudieron ocultar su decepción y tristeza ante la feliz noticia de que la presidenta de los argentinos no padece cáncer; el gobernador de la provincia de Buenos Aires, con todo el peso específico que esa jurisdicción tiene sobre el escenario nacional, se manifestó sorprendido ante los análisis que se formularon, por supuesto de naturaleza política, respecto del picadito de casados contra casados que jugó con Mauricio Macri, intendente capitalino y parece ser que esperanza blanca del espectro oligárquico restaurador, que en principio prefiere desplazarse por fuera, a diferencia de sus pares que se mueven por dentro (¿se entiende, no?); y como comencé incluyendo al planeta Tierra, como sinónimo de espacio global, por ahí pudieron verlo y escucharlo a mister Barack Obama, congratulándose por la disminución, en los Estados Unidos, de los índices de desocupación y trabajo precario, en medio de un maremoto crítico en todas las economías centrales, las que, al decir reciente de algunas cabezas corporativas del Reino Unido, deberían estar preparadas para la implosión del euro. ¿La alianza Atlántica entre Londres y Washington como constante?
La agencia de noticias bonaerense AgePeBa, en su habitual sección sobre medios de comunicación, desmenuzó días pasados los mecanismos discursivos de Clarín a la hora de desinformar a la sociedad sobre los episodios de diagnóstico, intervención y conclusiones que envolvieron al estado de salud de Cristina Fernández de Kirchner. El periodista Nicolás Wiñazki había sostenido el domingo último, muy suelto de cuerpo, que la presidenta “fue dada de alta ayer, tres días después de que fuera operada por un cáncer en la glándula tiroides, un diagnóstico que, ahora se sabe, era errado”.
Y sostuvo el informe de AgePeBa: “Las suspicacias quedaron a cargo de Susana Viau, quien arranca su artículo de opinión (del mismo domingo) de la siguiente forma: ‘Ninguno de los partes referidos a la salud de Cristina Fernández llevó la firma del equipo tratante. Fueron los integrantes de la unidad médica presidencial quienes, invocando la palabra del cirujano Pedro Saco y del jefe del servicio de medicina interna Daniel Grassi, se ocuparon de transmitir las alternativas de la intervención quirúrgica y el desarrollo del período post operatorio. (…). Por fin, junto con la comunicación del alta, Alfredo Scoccimarro, su vocero, informó que la paciente no tiene cáncer’.”
El lunes, Tiempo Argentino se encargó de desmentir semejante despropósito desinformativo, con toda la documentación médica del caso; y ayer, al hablar ante los micrófonos de la emisoras Del Plata y Continental, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue contundente: “Cuando se dio toda la información, y cuando felizmente no tenía (la presidenta) lo que se le había diagnosticado, se rebelan (los medios del grupo que conduce Héctor Magnetto) contra la realidad, y como la realidad no está de acuerdo a sus intereses económicos y políticos, intentan tergiversarla”.
Por otra parte, basta revisar las cuentas Twitter de muchas de las caras visibles de la oposición – no voy a aburrir al lector con la lista de nombres-, para constatar que las manifestaciones de casi todas ellas transmitían con claridad un principio que, desgraciadamente, tiene un patético antecedente en la historia de los discursos políticos de nuestro país, sólo que esta vez no se atrevieron a escribir “Viva el cáncer”, como sí lo hicieron en tiempos de Eva Perón: las pintadas callejeras podían ser anónimas, los registros digitales dejan huellas, pero no hace falta escarbar mucho entre la mugre de las conciencias de la Argentina gorila para descubrir que esos dirigentes políticos se entristecieron porque Cristina no está al borde de la muerte. Cruzaron un límite.
No todas las perplejidades de las que hablamos pertenecen a la misma dimensión moral; aunque se registraron otras, no dejan de llamar la atención.
El gobernador Scioli tiene razón cuando dice que el tiempo que lleva dentro del espacio de gobierno inaugurado en mayo de 2003 lo exime de tener que dar constantes explicaciones. Sin embargo, y sin perjuicio de que no todos los que están son ni los que son están, un político tan avezado como él no puede desconocer, digamos que la completud simbólica de sus actos; a la vida pública de la Argentina debe tenerle sin cuidado la longitud en el tiempo de las amistades personales de sus gobernantes; sí les debe interesar el carácter político de las relaciones que ellos, amigos íntimos o no, tengan entre sí.
Por ejemplo, si en vez de jugar un picadito con Macri, un gobernante de alcaidía que dice y hace todo exactamente al revés de lo que dice y hace el espacio nacional al que Scioli asegura pertenecer, este hubiese compartido un asado o un partido de truco con la ministra Nilda Garré, quien impulsa políticas públicas de seguridad democráticas y transformadoras, claramente enfrentadas a las del ministro bonaerense Ricardo Casal, las interpretaciones necesariamente políticas de la agenda deportiva del gobernador hubiesen sido de otro tenor.
En ese sentido, su vice, Gabriel Mariotto, tal vez hubiese podido conversar de política y no de fútbol cuando los periodistas lo interrogaron acerca de su opinión sobre la imagen de Scioli y Macri en cortos y con botines de goleadores. En cambio, tuvo que resaltar algo que resulta obvio, que ninguno de los dos está en condiciones de jugar en primera división; o alguien en su sano juicio puede creer que Mauricio tenga chance de ser convocado por Julio Falcioni para remplazar a Román, y que Sicoli esté a punto de recibir una llamada telefónica de Matías Almeyda para sumarse a River a su desesperado intento por salir de la segunda letra del abecedario. No, de ninguna manera, un político tan avezado como el jefe administrativo de la provincia de Buenos Aires seguro sabe muy pero muy bien que ni una ni otra posibilidad pertenece al mundo del ser; cómo no quedarse perplejo ante semejante distracción o mirar para el otro lado, simulando sorpresa por la derivaciones necesarias de las acciones propias, casi en tono de destino.
Estos primeros diez días del año transcurrieron entonces de forma tal que resulta imposible conciliar el sueño sin pensar antes, aunque sea un rato, en algunas infamias y ciertas extrañezas: entre las primeras, el orden semántico de Clarín ante la enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner y los deseos de enfermedad y muerte de los opositores twitteros; entre las segundas, la cercanía cromática entre los colores naranja y amarillo.
La agencia de noticias bonaerense AgePeBa, en su habitual sección sobre medios de comunicación, desmenuzó días pasados los mecanismos discursivos de Clarín a la hora de desinformar a la sociedad sobre los episodios de diagnóstico, intervención y conclusiones que envolvieron al estado de salud de Cristina Fernández de Kirchner. El periodista Nicolás Wiñazki había sostenido el domingo último, muy suelto de cuerpo, que la presidenta “fue dada de alta ayer, tres días después de que fuera operada por un cáncer en la glándula tiroides, un diagnóstico que, ahora se sabe, era errado”.
Y sostuvo el informe de AgePeBa: “Las suspicacias quedaron a cargo de Susana Viau, quien arranca su artículo de opinión (del mismo domingo) de la siguiente forma: ‘Ninguno de los partes referidos a la salud de Cristina Fernández llevó la firma del equipo tratante. Fueron los integrantes de la unidad médica presidencial quienes, invocando la palabra del cirujano Pedro Saco y del jefe del servicio de medicina interna Daniel Grassi, se ocuparon de transmitir las alternativas de la intervención quirúrgica y el desarrollo del período post operatorio. (…). Por fin, junto con la comunicación del alta, Alfredo Scoccimarro, su vocero, informó que la paciente no tiene cáncer’.”
El lunes, Tiempo Argentino se encargó de desmentir semejante despropósito desinformativo, con toda la documentación médica del caso; y ayer, al hablar ante los micrófonos de la emisoras Del Plata y Continental, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue contundente: “Cuando se dio toda la información, y cuando felizmente no tenía (la presidenta) lo que se le había diagnosticado, se rebelan (los medios del grupo que conduce Héctor Magnetto) contra la realidad, y como la realidad no está de acuerdo a sus intereses económicos y políticos, intentan tergiversarla”.
Por otra parte, basta revisar las cuentas Twitter de muchas de las caras visibles de la oposición – no voy a aburrir al lector con la lista de nombres-, para constatar que las manifestaciones de casi todas ellas transmitían con claridad un principio que, desgraciadamente, tiene un patético antecedente en la historia de los discursos políticos de nuestro país, sólo que esta vez no se atrevieron a escribir “Viva el cáncer”, como sí lo hicieron en tiempos de Eva Perón: las pintadas callejeras podían ser anónimas, los registros digitales dejan huellas, pero no hace falta escarbar mucho entre la mugre de las conciencias de la Argentina gorila para descubrir que esos dirigentes políticos se entristecieron porque Cristina no está al borde de la muerte. Cruzaron un límite.
No todas las perplejidades de las que hablamos pertenecen a la misma dimensión moral; aunque se registraron otras, no dejan de llamar la atención.
El gobernador Scioli tiene razón cuando dice que el tiempo que lleva dentro del espacio de gobierno inaugurado en mayo de 2003 lo exime de tener que dar constantes explicaciones. Sin embargo, y sin perjuicio de que no todos los que están son ni los que son están, un político tan avezado como él no puede desconocer, digamos que la completud simbólica de sus actos; a la vida pública de la Argentina debe tenerle sin cuidado la longitud en el tiempo de las amistades personales de sus gobernantes; sí les debe interesar el carácter político de las relaciones que ellos, amigos íntimos o no, tengan entre sí.
Por ejemplo, si en vez de jugar un picadito con Macri, un gobernante de alcaidía que dice y hace todo exactamente al revés de lo que dice y hace el espacio nacional al que Scioli asegura pertenecer, este hubiese compartido un asado o un partido de truco con la ministra Nilda Garré, quien impulsa políticas públicas de seguridad democráticas y transformadoras, claramente enfrentadas a las del ministro bonaerense Ricardo Casal, las interpretaciones necesariamente políticas de la agenda deportiva del gobernador hubiesen sido de otro tenor.
En ese sentido, su vice, Gabriel Mariotto, tal vez hubiese podido conversar de política y no de fútbol cuando los periodistas lo interrogaron acerca de su opinión sobre la imagen de Scioli y Macri en cortos y con botines de goleadores. En cambio, tuvo que resaltar algo que resulta obvio, que ninguno de los dos está en condiciones de jugar en primera división; o alguien en su sano juicio puede creer que Mauricio tenga chance de ser convocado por Julio Falcioni para remplazar a Román, y que Sicoli esté a punto de recibir una llamada telefónica de Matías Almeyda para sumarse a River a su desesperado intento por salir de la segunda letra del abecedario. No, de ninguna manera, un político tan avezado como el jefe administrativo de la provincia de Buenos Aires seguro sabe muy pero muy bien que ni una ni otra posibilidad pertenece al mundo del ser; cómo no quedarse perplejo ante semejante distracción o mirar para el otro lado, simulando sorpresa por la derivaciones necesarias de las acciones propias, casi en tono de destino.
Estos primeros diez días del año transcurrieron entonces de forma tal que resulta imposible conciliar el sueño sin pensar antes, aunque sea un rato, en algunas infamias y ciertas extrañezas: entre las primeras, el orden semántico de Clarín ante la enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner y los deseos de enfermedad y muerte de los opositores twitteros; entre las segundas, la cercanía cromática entre los colores naranja y amarillo.
Fuente: Tiempo Argentino
Publicado el 11 de Enero de 2012
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