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El gobernador Scioli se manifestó sorprendido ante los análisis que se formularon, por supuesto de naturaleza política, respecto del picadito de casados contra casados que jugó con Mauricio Macri.
Diez días bastaron para pensar que 2012 puede ser, en la Argentina, y por qué no en el planeta Tierra todo, el año de las perplejidades. Durante ese inicial y breve primer período del calendario recién estrenado, el buque insignia de la corporación mediática concentrada, es decir el diario Clarín, y varios de los hablantes dizque opositores –resulta difícil calificarlos así, a secas– no pudieron ocultar su decepción y tristeza ante la feliz noticia de que la presidenta de los argentinos no padece cáncer; el gobernador de la provincia de Buenos Aires, con todo el peso específico que esa jurisdicción tiene sobre el escenario nacional, se manifestó sorprendido ante los análisis que se formularon, por supuesto de naturaleza política, respecto del picadito de casados contra casados que jugó con Mauricio Macri, intendente capitalino y parece ser que esperanza blanca del espectro oligárquico restaurador, que en principio prefiere desplazarse por fuera, a diferencia de sus pares que se mueven por dentro (¿se entiende, no?); y como comencé incluyendo al planeta Tierra, como sinónimo de espacio global, por ahí pudieron verlo y escucharlo a mister Barack Obama, congratulándose por la disminución, en los Estados Unidos, de los índices de desocupación y trabajo precario, en medio de un maremoto crítico en todas las economías centrales, las que, al decir reciente de algunas cabezas corporativas del Reino Unido, deberían estar preparadas para la implosión del euro. ¿La alianza Atlántica entre Londres y Washington como constante?
La agencia de noticias bonaerense AgePeBa, en su habitual sección sobre medios de comunicación, desmenuzó días pasados los mecanismos discursivos de Clarín a la hora de desinformar a la sociedad sobre los episodios de diagnóstico, intervención y conclusiones que envolvieron al estado de salud de Cristina Fernández de Kirchner. El periodista Nicolás Wiñazki había sostenido el domingo último, muy suelto de cuerpo, que la presidenta “fue dada de alta ayer, tres días después de que fuera operada por un cáncer en la glándula tiroides, un diagnóstico que, ahora se sabe, era errado”.
Y sostuvo el informe de AgePeBa: “Las suspicacias quedaron a cargo de Susana Viau, quien arranca su artículo de opinión (del mismo domingo) de la siguiente forma: ‘Ninguno de los partes referidos a la salud de Cristina Fernández llevó la firma del equipo tratante. Fueron los integrantes de la unidad médica presidencial quienes, invocando la palabra del cirujano Pedro Saco y del jefe del servicio de medicina interna Daniel Grassi, se ocuparon de transmitir las alternativas de la intervención quirúrgica y el desarrollo del período post operatorio. (…). Por fin, junto con la comunicación del alta, Alfredo Scoccimarro, su vocero, informó que la paciente no tiene cáncer’.”
El lunes, Tiempo Argentino se encargó de desmentir semejante despropósito desinformativo, con toda la documentación médica del caso; y ayer, al hablar ante los micrófonos de la emisoras Del Plata y Continental, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue contundente: “Cuando se dio toda la información, y cuando felizmente no tenía (la presidenta) lo que se le había diagnosticado, se rebelan (los medios del grupo que conduce Héctor Magnetto) contra la realidad, y como la realidad no está de acuerdo a sus intereses económicos y políticos, intentan tergiversarla”.
Por otra parte, basta revisar las cuentas Twitter de muchas de las caras visibles de la oposición – no voy a aburrir al lector con la lista de nombres-, para constatar que las manifestaciones de casi todas ellas transmitían con claridad un principio que, desgraciadamente, tiene un patético antecedente en la historia de los discursos políticos de nuestro país, sólo que esta vez no se atrevieron a escribir “Viva el cáncer”, como sí lo hicieron en tiempos de Eva Perón: las pintadas callejeras podían ser anónimas, los registros digitales dejan huellas, pero no hace falta escarbar mucho entre la mugre de las conciencias de la Argentina gorila para descubrir que esos dirigentes políticos se entristecieron porque Cristina no está al borde de la muerte. Cruzaron un límite.
No todas las perplejidades de las que hablamos pertenecen a la misma dimensión moral; aunque se registraron otras, no dejan de llamar la atención.
El gobernador Scioli tiene razón cuando dice que el tiempo que lleva dentro del espacio de gobierno inaugurado en mayo de 2003 lo exime de tener que dar constantes explicaciones. Sin embargo, y sin perjuicio de que no todos los que están son ni los que son están, un político tan avezado como él no puede desconocer, digamos que la completud simbólica de sus actos; a la vida pública de la Argentina debe tenerle sin cuidado la longitud en el tiempo de las amistades personales de sus gobernantes; sí les debe interesar el carácter político de las relaciones que ellos, amigos íntimos o no, tengan entre sí.
Por ejemplo, si en vez de jugar un picadito con Macri, un gobernante de alcaidía que dice y hace todo exactamente al revés de lo que dice y hace el espacio nacional al que Scioli asegura pertenecer, este hubiese compartido un asado o un partido de truco con la ministra Nilda Garré, quien impulsa políticas públicas de seguridad democráticas y transformadoras, claramente enfrentadas a las del ministro bonaerense Ricardo Casal, las interpretaciones necesariamente políticas de la agenda deportiva del gobernador hubiesen sido de otro tenor.
En ese sentido, su vice, Gabriel Mariotto, tal vez hubiese podido conversar de política y no de fútbol cuando los periodistas lo interrogaron acerca de su opinión sobre la imagen de Scioli y Macri en cortos y con botines de goleadores. En cambio, tuvo que resaltar algo que resulta obvio, que ninguno de los dos está en condiciones de jugar en primera división; o alguien en su sano juicio puede creer que Mauricio tenga chance de ser convocado por Julio Falcioni para remplazar a Román, y que Sicoli esté a punto de recibir una llamada telefónica de Matías Almeyda para sumarse a River a su desesperado intento por salir de la segunda letra del abecedario. No, de ninguna manera, un político tan avezado como el jefe administrativo de la provincia de Buenos Aires seguro sabe muy pero muy bien que ni una ni otra posibilidad pertenece al mundo del ser; cómo no quedarse perplejo ante semejante distracción o mirar para el otro lado, simulando sorpresa por la derivaciones necesarias de las acciones propias, casi en tono de destino.
Estos primeros diez días del año transcurrieron entonces de forma tal que resulta imposible conciliar el sueño sin pensar antes, aunque sea un rato, en algunas infamias y ciertas extrañezas: entre las primeras, el orden semántico de Clarín ante la enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner y los deseos de enfermedad y muerte de los opositores twitteros; entre las segundas, la cercanía cromática entre los colores naranja y amarillo.
La agencia de noticias bonaerense AgePeBa, en su habitual sección sobre medios de comunicación, desmenuzó días pasados los mecanismos discursivos de Clarín a la hora de desinformar a la sociedad sobre los episodios de diagnóstico, intervención y conclusiones que envolvieron al estado de salud de Cristina Fernández de Kirchner. El periodista Nicolás Wiñazki había sostenido el domingo último, muy suelto de cuerpo, que la presidenta “fue dada de alta ayer, tres días después de que fuera operada por un cáncer en la glándula tiroides, un diagnóstico que, ahora se sabe, era errado”.
Y sostuvo el informe de AgePeBa: “Las suspicacias quedaron a cargo de Susana Viau, quien arranca su artículo de opinión (del mismo domingo) de la siguiente forma: ‘Ninguno de los partes referidos a la salud de Cristina Fernández llevó la firma del equipo tratante. Fueron los integrantes de la unidad médica presidencial quienes, invocando la palabra del cirujano Pedro Saco y del jefe del servicio de medicina interna Daniel Grassi, se ocuparon de transmitir las alternativas de la intervención quirúrgica y el desarrollo del período post operatorio. (…). Por fin, junto con la comunicación del alta, Alfredo Scoccimarro, su vocero, informó que la paciente no tiene cáncer’.”
El lunes, Tiempo Argentino se encargó de desmentir semejante despropósito desinformativo, con toda la documentación médica del caso; y ayer, al hablar ante los micrófonos de la emisoras Del Plata y Continental, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue contundente: “Cuando se dio toda la información, y cuando felizmente no tenía (la presidenta) lo que se le había diagnosticado, se rebelan (los medios del grupo que conduce Héctor Magnetto) contra la realidad, y como la realidad no está de acuerdo a sus intereses económicos y políticos, intentan tergiversarla”.
Por otra parte, basta revisar las cuentas Twitter de muchas de las caras visibles de la oposición – no voy a aburrir al lector con la lista de nombres-, para constatar que las manifestaciones de casi todas ellas transmitían con claridad un principio que, desgraciadamente, tiene un patético antecedente en la historia de los discursos políticos de nuestro país, sólo que esta vez no se atrevieron a escribir “Viva el cáncer”, como sí lo hicieron en tiempos de Eva Perón: las pintadas callejeras podían ser anónimas, los registros digitales dejan huellas, pero no hace falta escarbar mucho entre la mugre de las conciencias de la Argentina gorila para descubrir que esos dirigentes políticos se entristecieron porque Cristina no está al borde de la muerte. Cruzaron un límite.
No todas las perplejidades de las que hablamos pertenecen a la misma dimensión moral; aunque se registraron otras, no dejan de llamar la atención.
El gobernador Scioli tiene razón cuando dice que el tiempo que lleva dentro del espacio de gobierno inaugurado en mayo de 2003 lo exime de tener que dar constantes explicaciones. Sin embargo, y sin perjuicio de que no todos los que están son ni los que son están, un político tan avezado como él no puede desconocer, digamos que la completud simbólica de sus actos; a la vida pública de la Argentina debe tenerle sin cuidado la longitud en el tiempo de las amistades personales de sus gobernantes; sí les debe interesar el carácter político de las relaciones que ellos, amigos íntimos o no, tengan entre sí.
Por ejemplo, si en vez de jugar un picadito con Macri, un gobernante de alcaidía que dice y hace todo exactamente al revés de lo que dice y hace el espacio nacional al que Scioli asegura pertenecer, este hubiese compartido un asado o un partido de truco con la ministra Nilda Garré, quien impulsa políticas públicas de seguridad democráticas y transformadoras, claramente enfrentadas a las del ministro bonaerense Ricardo Casal, las interpretaciones necesariamente políticas de la agenda deportiva del gobernador hubiesen sido de otro tenor.
En ese sentido, su vice, Gabriel Mariotto, tal vez hubiese podido conversar de política y no de fútbol cuando los periodistas lo interrogaron acerca de su opinión sobre la imagen de Scioli y Macri en cortos y con botines de goleadores. En cambio, tuvo que resaltar algo que resulta obvio, que ninguno de los dos está en condiciones de jugar en primera división; o alguien en su sano juicio puede creer que Mauricio tenga chance de ser convocado por Julio Falcioni para remplazar a Román, y que Sicoli esté a punto de recibir una llamada telefónica de Matías Almeyda para sumarse a River a su desesperado intento por salir de la segunda letra del abecedario. No, de ninguna manera, un político tan avezado como el jefe administrativo de la provincia de Buenos Aires seguro sabe muy pero muy bien que ni una ni otra posibilidad pertenece al mundo del ser; cómo no quedarse perplejo ante semejante distracción o mirar para el otro lado, simulando sorpresa por la derivaciones necesarias de las acciones propias, casi en tono de destino.
Estos primeros diez días del año transcurrieron entonces de forma tal que resulta imposible conciliar el sueño sin pensar antes, aunque sea un rato, en algunas infamias y ciertas extrañezas: entre las primeras, el orden semántico de Clarín ante la enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner y los deseos de enfermedad y muerte de los opositores twitteros; entre las segundas, la cercanía cromática entre los colores naranja y amarillo.
Fuente: Tiempo Argentino
Publicado el 11 de Enero de 2012
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