Por
Gabriela Esquivada
El autor de Documentos de la
resistencia peronista y otros títulos que rescatan pruebas de una historia de
los movimientos populares opuesta a la oficial y mitrista, indaga en la
violencia de clase contra el peronismo como causa de la insurgencia
guerrillera.
Estudió sociología en El Salvador desde 1975 a 1979, años cruciales de
violencia política. Poco antes había trabajado como meritorio en los Tribunales
Laborales, “donde se ven más flagrantes las violaciones a los trabajadores”,
dijo a Miradas al Sur. “Me abrió un universo nuevo: yo, que venía de la
clase media, de un colegio pago jesuita, vi la injusticia”. Y consideró “que el
único que podía solucionarlo era el peronismo, por toda la obra social que
había realizado”. Había tenido un tío funcionario del presidente Juan Domingo
Perón, a quien el golpe de 1955 encarceló por dos años, que lo llevaba en su
coche y le mostraba hospitales y barrios y le decía “Esto lo hizo Perón”.
Todos esos elementos hicieron de Rodolfo Baschetti un militante y, marcado por un padre suizo-alemán que guardaba y clasificaba, comenzó a acumular las publicaciones políticas y los volantes de los tempranos ’70; a medida que los tiempos se complicaban, recogió los materiales que ardían en las manos de otras personas, disimulándolas en su bolso de fútbol tras los partidos que jugaba los fines de semana. Durante la dictadura los guardó en la baulera del departamento de una amiga, hija de un ejecutivo de multinacional, en el corazón de Recoleta. “Algún día voy a dar a conocer estos documentos, dándoles alguna forma”, se prometió, y en 1986 publicó los Documentos de la resistencia peronista, una obra reimpresa y de consulta académica. Desde entonces, muchas otras personas que habían acumulado documentos se los alcanzaron: “Ahora tengo un archivo muy grande, siempre a disposición de la gente que lo quiera consultar”.
Parte de ese material se publicó en sus libros más conocidos: Documentos, de 1970 a 1977 en cuatro volúmenes (De la guerrilla peronista al gobierno popular; De Cámpora a la ruptura; De la ruptura al golpe; Golpe militar y resistencia popular); La memoria de los de abajo, dos volúmenes sobre los militantes; La clase obrera peronista, dos volúmenes que cubren el período 1943-1983; Campana de palo, antología de poemas, relatos y canciones de 1955 a 1990; y trabajos sobre Rodolfo Walsh, John William Cooke y Ernesto Guevara, entre otros. Ahora publica La violencia oligárquica antiperonista 1951-1964 (Corregidor) como parte de su producción como intelectual orgánico: “De alguna manera lo soy, porque estoy compenetrado en la defensa del movimiento nacional y popular que es el peronismo. Pero también si hay que criticar, lo hago: el tercer Perón, el Perón de José López Rega e Isabel Martínez, que busca más apoyo en la derecha peronista, no es el primer Perón ni el revolucionario que dijo que ‘la violencia en manos del pueblo no es violencia, es justicia’”.
–Dijo que su nuevo libro llena un vacío: ¿cómo eligió el tema?
–La violencia oligárquica antiperonista entre 1951 y 1964 tuvo como consecuencia directa una espiral de violencia. Apunto a desmitificar algo que se dice como un hecho: que la violencia política argentina comenzó el 29 de mayo de 1970 con el secuestro y la posterior ejecución de Pedro Eugenio Aramburu. Esa manera de explicar la historia de los comunicadores de las grandes empresas de diarios en la Argentina y los historiadores de la historia oficial, mitrista, en la Argentina se repite y se repite y queda como una verdad absoluta. Sin embargo, el secuestro y la ejecución de Aramburu no fueron el principio sino el fin de una espiral de violencia que comenzó muchísimo antes.
–1951.
–El 28 de septiembre, cuando el presidente Perón va a la guarnición militar de Campo de Mayo a pasar revista a las tropa. Había muchos jóvenes oficiales antiperonista, todos de Caballería, en ese momento la elite oligárquica (Julio Rodolfo Alsogaray, Alejandro Agustín Lanusse, que llegó a ser presidente de facto; Tomás Armando Sánchez de Bustamante, Gustavo Martínez Zuviría, todos nombrados en el libro), que tratan de apresarlo y matarlo. Pero los suboficiales, que por su origen social y de clase eran peronistas, redujeron a los oficiales y lograron que el episodio no pasara a mayores. Pero fue un primer aviso. Eva Perón pensó entonces en la importancia de armar las milicias populares.
–¿Qué otros hitos principales destacó?
–Dos años más tarde, en 1953, Perón vuelve de Chile, donde se había entrevistado con el presidente, general Carlos Ibáñez. En ese momento había una especie de proto-Mercosur, el pacto ABC (Argentina-Brasil-Chile), para generar políticas económicas comunes. Perón había tenido éxito y se organizó un mitin en Plaza de Mayo, donde los sectores antiperonistas violentos pusieron bombas, una en la boca del subte y otras en los alrededores. Hubo cinco muertos. Las investigaciones demuestran que los autores van a ser comandos civiles unos años más adelante, y entre ellos está el radical Roque Carranza, quien fue ministro y llevan su nombre una estación de subte y una de tren. Los comandos civiles, que se generan a partir de la lucha de la jerarquía eclesiástica y el peronismo en el año 1954, son militantes armados que le pelean la calle al peronismo de manera violenta. Matan policías, roban armas y ponen bombas. Eso, que se considera subversión en la década de 1970, empezó con estos hechos que menciono con fechas y nombres de los policías. Como esa Revolución Libertadora triunfó, no se juzgaron a sí mismos y esos crímenes quedaron en el olvido. Otros hechos, más conocidos: tres meses antes del golpe, los bombardeos a Plaza de Mayo, en los que tiraron más bombas que los nazis en Guernica, con la diferencia de que ahí eran alemanes bombardeando vascos, y acá argentinos bombardeando a argentinos. Y después los fusilamientos de 1956, sobre los que escribieron Rodolfo Walsh en Operación Masacre y Salvador Ferla en Mártires y verdugos.
–¿Qué pasó con los perpetradores de esta violencia?
–Nada. Por eso el libro rescata la verdad histórica. Todo este relato de hechos que pasaron inadvertidos, que nadie comenta, tiene un hilo conductor. Por eso recupero los nombres: la gran mayoría está muerta, pero si no los juzgó la Justicia, por lo menos que quede en el papel y los juzgue la historia. Y justo cuando sale el libro, el 2 de septiembre, La Nación publica un editorial para refutar un discurso de Cristina Fernández de Kirchner donde dijo que le tiraban con balas de tinta para destituirla, y que por suerte no eran balas de verdad como en 1955: La Nación dice que Perón cayó en el 55 no por las balas de plomo sino por sus desaciertos y la desconfianza que había en la gente. No es cierto. Había sido reelecto con el 62% de los votos. Y el propio marino que comanda la escuadrilla de los bombardeos a Plaza de Mayo, Néstor Noriega, dijo que trataban de generar el terror.
–Usted habla de revanchismo oligárquico. ¿Qué observaciones le permitieron definirlo así?
–El fin supremo de esta Revolución Libertadora, que luego de los hechos de 1956 el pueblo bautizó como Revolución Fusiladora, fue revertir los cambios y regresar a la Década Infame, el período histórico inmediatamente anterior al peronismo. Hasta ese momento, los sectores humildes tenían obligaciones pero no derechos; el peronismo les da una serie de derechos que esta gente trata de conculcar. También cuento que un contraalmirante, Arturo Rial, que se topa con una comisión de sindicalistas municipales que habían pedido una audiencia con el general Eduardo Lonardi para pedir que se respetara lo que se había logrado en el peronismo en función social, les dice: “Sepan que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero muera barrendero”. ¡Qué odio de clase hay en esa frase!
–¿Hizo nuevos hallazgos sobre la resistencia popular y su papel?
–La importancia. Primero, de los volantes. En esa época, no había internet ni los medios que hoy cubren cualquier comunicación de mil maneras… Se leían los panfletos y los volantes, eran medios de lucha importantes: en un papel de 20 por 30 centímetros el militante ponía la consigna exacta, que se discutía entre los compañeros, y como el peronismo estaba proscripto los tiraba y salía corriendo, o se arriesgaba a darlo en mano sin saber quién lo recibiría. La otra forma, desproporcionada con respecto al terrorismo de Estado, fue lo que se llamó poner caños: las bombas artesanales que se hacían en los sindicatos, en los barrios, y que se ponían en forma clandestina y a la noche. Quizá el hecho épico de masas más importante de la historia argentina fue esa resistencia peronista de 17 años en la que estuvieron involucradas tres generaciones de argentinos. El general Ramón Genaro Díaz Bessone, una pluma de cuanta dictadura militar hubo, publicó un libro donde se manifiesta indignado porque hicieron estallar “aproximadamente 7.000 artefactos explosivos en la Argentina, más que todo el conflicto colonial de Francia con Argelia”.
–¿Cómo vincula la violencia oligárquica que da título a su libro, la insurgencia guerrillera y el terrorismo de Estado 1976-1983?
–Cuando en estos 18 años la fuerza mayoritaria política está proscripta; no se vota; no es posible reunirse ni expresarse; cada vez la ola de violencia es mayor; se imponen ideas oscurantistas como la Noche de los Bastones Largos… llega un momento en que la gente de la resistencia y los jóvenes concluyen que la única manera era la lucha. Había ejemplos a nivel mundial. Y se genera la violencia del Estado para tratar de impedirlo. La Matanza de Trelew es una prueba para ver cómo pueden parar esa ofensiva popular que se les viene.
Todos esos elementos hicieron de Rodolfo Baschetti un militante y, marcado por un padre suizo-alemán que guardaba y clasificaba, comenzó a acumular las publicaciones políticas y los volantes de los tempranos ’70; a medida que los tiempos se complicaban, recogió los materiales que ardían en las manos de otras personas, disimulándolas en su bolso de fútbol tras los partidos que jugaba los fines de semana. Durante la dictadura los guardó en la baulera del departamento de una amiga, hija de un ejecutivo de multinacional, en el corazón de Recoleta. “Algún día voy a dar a conocer estos documentos, dándoles alguna forma”, se prometió, y en 1986 publicó los Documentos de la resistencia peronista, una obra reimpresa y de consulta académica. Desde entonces, muchas otras personas que habían acumulado documentos se los alcanzaron: “Ahora tengo un archivo muy grande, siempre a disposición de la gente que lo quiera consultar”.
Parte de ese material se publicó en sus libros más conocidos: Documentos, de 1970 a 1977 en cuatro volúmenes (De la guerrilla peronista al gobierno popular; De Cámpora a la ruptura; De la ruptura al golpe; Golpe militar y resistencia popular); La memoria de los de abajo, dos volúmenes sobre los militantes; La clase obrera peronista, dos volúmenes que cubren el período 1943-1983; Campana de palo, antología de poemas, relatos y canciones de 1955 a 1990; y trabajos sobre Rodolfo Walsh, John William Cooke y Ernesto Guevara, entre otros. Ahora publica La violencia oligárquica antiperonista 1951-1964 (Corregidor) como parte de su producción como intelectual orgánico: “De alguna manera lo soy, porque estoy compenetrado en la defensa del movimiento nacional y popular que es el peronismo. Pero también si hay que criticar, lo hago: el tercer Perón, el Perón de José López Rega e Isabel Martínez, que busca más apoyo en la derecha peronista, no es el primer Perón ni el revolucionario que dijo que ‘la violencia en manos del pueblo no es violencia, es justicia’”.
–Dijo que su nuevo libro llena un vacío: ¿cómo eligió el tema?
–La violencia oligárquica antiperonista entre 1951 y 1964 tuvo como consecuencia directa una espiral de violencia. Apunto a desmitificar algo que se dice como un hecho: que la violencia política argentina comenzó el 29 de mayo de 1970 con el secuestro y la posterior ejecución de Pedro Eugenio Aramburu. Esa manera de explicar la historia de los comunicadores de las grandes empresas de diarios en la Argentina y los historiadores de la historia oficial, mitrista, en la Argentina se repite y se repite y queda como una verdad absoluta. Sin embargo, el secuestro y la ejecución de Aramburu no fueron el principio sino el fin de una espiral de violencia que comenzó muchísimo antes.
–1951.
–El 28 de septiembre, cuando el presidente Perón va a la guarnición militar de Campo de Mayo a pasar revista a las tropa. Había muchos jóvenes oficiales antiperonista, todos de Caballería, en ese momento la elite oligárquica (Julio Rodolfo Alsogaray, Alejandro Agustín Lanusse, que llegó a ser presidente de facto; Tomás Armando Sánchez de Bustamante, Gustavo Martínez Zuviría, todos nombrados en el libro), que tratan de apresarlo y matarlo. Pero los suboficiales, que por su origen social y de clase eran peronistas, redujeron a los oficiales y lograron que el episodio no pasara a mayores. Pero fue un primer aviso. Eva Perón pensó entonces en la importancia de armar las milicias populares.
–¿Qué otros hitos principales destacó?
–Dos años más tarde, en 1953, Perón vuelve de Chile, donde se había entrevistado con el presidente, general Carlos Ibáñez. En ese momento había una especie de proto-Mercosur, el pacto ABC (Argentina-Brasil-Chile), para generar políticas económicas comunes. Perón había tenido éxito y se organizó un mitin en Plaza de Mayo, donde los sectores antiperonistas violentos pusieron bombas, una en la boca del subte y otras en los alrededores. Hubo cinco muertos. Las investigaciones demuestran que los autores van a ser comandos civiles unos años más adelante, y entre ellos está el radical Roque Carranza, quien fue ministro y llevan su nombre una estación de subte y una de tren. Los comandos civiles, que se generan a partir de la lucha de la jerarquía eclesiástica y el peronismo en el año 1954, son militantes armados que le pelean la calle al peronismo de manera violenta. Matan policías, roban armas y ponen bombas. Eso, que se considera subversión en la década de 1970, empezó con estos hechos que menciono con fechas y nombres de los policías. Como esa Revolución Libertadora triunfó, no se juzgaron a sí mismos y esos crímenes quedaron en el olvido. Otros hechos, más conocidos: tres meses antes del golpe, los bombardeos a Plaza de Mayo, en los que tiraron más bombas que los nazis en Guernica, con la diferencia de que ahí eran alemanes bombardeando vascos, y acá argentinos bombardeando a argentinos. Y después los fusilamientos de 1956, sobre los que escribieron Rodolfo Walsh en Operación Masacre y Salvador Ferla en Mártires y verdugos.
–¿Qué pasó con los perpetradores de esta violencia?
–Nada. Por eso el libro rescata la verdad histórica. Todo este relato de hechos que pasaron inadvertidos, que nadie comenta, tiene un hilo conductor. Por eso recupero los nombres: la gran mayoría está muerta, pero si no los juzgó la Justicia, por lo menos que quede en el papel y los juzgue la historia. Y justo cuando sale el libro, el 2 de septiembre, La Nación publica un editorial para refutar un discurso de Cristina Fernández de Kirchner donde dijo que le tiraban con balas de tinta para destituirla, y que por suerte no eran balas de verdad como en 1955: La Nación dice que Perón cayó en el 55 no por las balas de plomo sino por sus desaciertos y la desconfianza que había en la gente. No es cierto. Había sido reelecto con el 62% de los votos. Y el propio marino que comanda la escuadrilla de los bombardeos a Plaza de Mayo, Néstor Noriega, dijo que trataban de generar el terror.
–Usted habla de revanchismo oligárquico. ¿Qué observaciones le permitieron definirlo así?
–El fin supremo de esta Revolución Libertadora, que luego de los hechos de 1956 el pueblo bautizó como Revolución Fusiladora, fue revertir los cambios y regresar a la Década Infame, el período histórico inmediatamente anterior al peronismo. Hasta ese momento, los sectores humildes tenían obligaciones pero no derechos; el peronismo les da una serie de derechos que esta gente trata de conculcar. También cuento que un contraalmirante, Arturo Rial, que se topa con una comisión de sindicalistas municipales que habían pedido una audiencia con el general Eduardo Lonardi para pedir que se respetara lo que se había logrado en el peronismo en función social, les dice: “Sepan que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero muera barrendero”. ¡Qué odio de clase hay en esa frase!
–¿Hizo nuevos hallazgos sobre la resistencia popular y su papel?
–La importancia. Primero, de los volantes. En esa época, no había internet ni los medios que hoy cubren cualquier comunicación de mil maneras… Se leían los panfletos y los volantes, eran medios de lucha importantes: en un papel de 20 por 30 centímetros el militante ponía la consigna exacta, que se discutía entre los compañeros, y como el peronismo estaba proscripto los tiraba y salía corriendo, o se arriesgaba a darlo en mano sin saber quién lo recibiría. La otra forma, desproporcionada con respecto al terrorismo de Estado, fue lo que se llamó poner caños: las bombas artesanales que se hacían en los sindicatos, en los barrios, y que se ponían en forma clandestina y a la noche. Quizá el hecho épico de masas más importante de la historia argentina fue esa resistencia peronista de 17 años en la que estuvieron involucradas tres generaciones de argentinos. El general Ramón Genaro Díaz Bessone, una pluma de cuanta dictadura militar hubo, publicó un libro donde se manifiesta indignado porque hicieron estallar “aproximadamente 7.000 artefactos explosivos en la Argentina, más que todo el conflicto colonial de Francia con Argelia”.
–¿Cómo vincula la violencia oligárquica que da título a su libro, la insurgencia guerrillera y el terrorismo de Estado 1976-1983?
–Cuando en estos 18 años la fuerza mayoritaria política está proscripta; no se vota; no es posible reunirse ni expresarse; cada vez la ola de violencia es mayor; se imponen ideas oscurantistas como la Noche de los Bastones Largos… llega un momento en que la gente de la resistencia y los jóvenes concluyen que la única manera era la lucha. Había ejemplos a nivel mundial. Y se genera la violencia del Estado para tratar de impedirlo. La Matanza de Trelew es una prueba para ver cómo pueden parar esa ofensiva popular que se les viene.
Fuente:
Miradas al Sur
13 de octubre
de 2013
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