miércoles, 22 de enero de 2020

Lenin, el pueblo y la autodeterminación nacional


A lo largo del siglo XX se constituyó con fuerza el paradigma de la liberación nacional como respuesta histórica de los pueblos de las periferias a los desafíos suscitados por las crisis de la dominación imperialista. La construcción de la nación a través de la movilización de las masas populares fue el eje central. Movimientos nacionales, partidos antiimperialistas, revueltas populares, corrientes de izquierda, líderes de masas, intelectuales revolucionarios, fueron expresiones de ese complejo y heterogéneo horizonte de la liberación nacional. Entre las referencias ineludibles de ese proceso se ubicó la experiencia de la Revolución Rusa de 1917 y la obra político-intelectual de Lenin. Por cierto, existieron expresiones no marxistas, y en ocasiones abiertamente anticomunistas, del paradigma de la liberación nacional. Diversos idearios nacionalistas se desarrollaron en estrecha vinculación con los movimientos concretos de cada región o país, sin vinculación en apariencia con las tesis marxistas, o a veces en contrapunto polémico con algunas de ellas. Otras veces desde los mismos movimientos nacionalistas se generaron fracciones de izquierda, como fue frecuente en Latinoamérica, especialmente después de la Revolución Cubana. El fenómeno de la Guerra Fría en la segunda mitad del siglo XX y los dispositivos contrainsurgentes instrumentados contra la rebelión de los pueblos contribuyeron a nublar las raíces comunes (la crisis del ordenamiento imperial del mundo) del proceso revolucionario ruso de los años 1905-1917 y las revoluciones de las periferias (luego llamadas tercermundistas). Asimismo, corrientes izquierdistas de todo el mundo tendieron a acentuar el ideario internacionalista y anti burgués que se asociaba a la Revolución Rusa, desestimando la centralidad que la problemática de la autodeterminación nacional y la formación de vastas coaliciones populares tuvieron de hecho en el amplio arco de la revolución anticolonial. Por todo ello, puede resultar útil reseñar brevemente algunos puntos relevantes del pensamiento de Lenin acerca de la “revolución nacional” y la constitución del sujeto “pueblo”.
Entre 1905 y 1917 Lenin desarrolla muchos puntos de un pensamiento vinculado a la revolución en los países “atrasados” y más concretamente con la cuestión de la autodeterminación nacional. Para ello debemos ubicar a Lenin como socialista de un “imperio”, la Rusia de los zares, que sin embargo es periférico respecto de los centros capitalistas de Europa. Por ello, le preocupará especialmente los condicionamientos negativos que, según entiende, suponen tanto el escaso y desigual desarrollo industrial-capitalista como la dominación autocrática zarista. También adquirirá suma relevancia a sus ojos la opresión de “minorías nacionales” por parte de la autocracia.  Reflexionará sobre estas cuestiones tanto a la luz de la propia experiencia, especialmente la Revolución de 1905, sin la cual no se entiende el desarrollo peculiar de la socialdemocracia rusa en sus diversas vertientes, como de la aparición de escritos críticos sobre el “imperialismo” (como el trabajo del británico Hobson). Pueden advertirse dos desafíos centrales en la concepción que desarrolla de la autodeterminación nacional: 1) la superación del atraso interno y 2) el anticolonialismo.

La caracterización y las tareas de la revolución en condiciones de atraso socio-económico

El atraso económico se definía por las insuficiencias del desarrollo capitalista, en perspectiva comparativa con los centros industriales. Este fenómeno era claramente percibido por los socialistas del imperio ruso a principios del siglo XX. Dejamos por ahora de lado las discusiones acerca de cómo y por qué la transformación capitalista a escala mundial generaba desarrollo en un polo y atraso en el otro. En el plano que nos interesa comentar, importa señalar que para Lenin una revolución se define por las tareas que debe encarar. Allí donde no existen las “condiciones” que Marx había postulado necesarias para la transformación socialista, la naturaleza de las tareas era democrático-burguesa. Nos referimos a cuestiones como la reforma agraria, la remoción de trabas precapitalistas a la expansión industrial, la modernización y democratización del Estado, la independencia nacional.
Lenin advierte que esta revolución es, sociológicamente, burguesa[i]. Pero su grado de profundidad y su radicalidad está en relación directa con el grado de participación autónoma del factor popular[ii]. En ese sentido es una revolución democrática y popular, como la caracterizarán los comunistas chinos décadas después[iii]. En la era del imperialismo ya no puede contarse con un protagonismo burgués absoluto. Sin embargo, la burguesía periférica existe y no podía obviarse. Los trabajadores por tanto deben participar de la revolución democrática, asegurando su carácter popular y su progresividad histórica, y no aislarse de los procesos políticos concretos con pretextos “antiburgueses”. Claro que en su movilización es menester procurar la conquista de su autonomía como clase y disputar la hegemonía a la burguesía, aliado al que hay que vigilar “como a un enemigo”[iv].
En la lectura de los años previos a la Revolución de 1917 se trataba entonces de impulsar una revolución popular con hegemonía de la clase obrera; el objetivo era establecer un nuevo régimen político, una democracia revolucionaria, bajo la cual, se advertía, continuaban imperando las condiciones de una economía capitalista. Es un rumbo que solo podía sostenerse en una articulación policlasista como base social, verificable también en la composición gubernamental compleja de una democracia revolucionaria. Allí está la noción de pueblo de Lenin, que se refiere a la articulación de clases. Es “pueblo” la clase obrera, los campesinos, los sectores medios (urbanos y rurales)[v]. Como base social de un régimen político de nuevo tipo, el pueblo altera la composición de clase del viejo Estado; la democracia popular ya no un es un simple Estado burgués, sino que debe ser juzgada como etapa en el camino de una más profunda transformación socialista.
El protagonismo popular en la revolución democrática estaba por otra parte dictada por la “incapacidad” de la burguesía periférica de llevar hasta el fin la lucha contra el “antiguo régimen”. En todo caso, la burguesía impulsaría el proceso solo hasta el punto en que alcanza su preeminencia societaria. Queda latente en este planteo la posibilidad de una “revolución interrumpida”. Por el contrario, la estrategia para alcanzar la hegemonía popular era la plena participación de las masas en la lucha nacional y democrática. La “deserción” de los socialistas de esas luchas, con cualquier pretexto anti burgués o sectario, no protegería la pureza de la clase obrera, sino que inhibiría su ascenso hegemónico. Que la revolución democrática y popular fuera sociológicamente burguesa no podía ser una excusa, pues solo la participación popular permitiría crear condiciones para ir más allá. Es decir, no existía horizonte socialista al margen de la participación popular en los amplios movimientos nacionales y democráticos.

La revolución anticolonial y los movimientos nacionales de las periferias

Lenin proyecta su mirada más allá de los límites de la patria rusa y de las formaciones nacionales, sobre la base de que el capitalismo es un sistema mundial imperialista. De acuerdo a su influyente escrito, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, con las transformaciones económicas de las últimas décadas del siglo XIX, el mundo se ha dividido en países opresores y países oprimidos, A Lenin le interesa sobre todo sopesar con claridad los cambios principalmente en las economías metropolitanas, pues de ese modo busca explicarse el creciente conservadurismo de las clases obreras europeas a comienzos del siglo XX. En todo caso, la explotación de la fuerza de trabajo de las regiones coloniales y de sus ingentes recursos y riquezas, permiten “atenuar” las contradicciones de clase internas a las formaciones sociales metropolitanas y generan la aparición de una suerte de “aristocracia obrera” que logra sortear la sobreexplotación típica de la época previa, de ascenso de la civilización industrial. La explotación colonial es, por tanto, la base material del reformismo metropolitano y de su democracia.
Para la actualización de la lucha revolucionaria no había por ello otro camino que avanzar en medio de las crisis imperialistas (que Lenin consideraba inmanentes al sistema, con su secuela de guerras y conmociones sociales). Es, claramente, la generalización del análisis que Marx había hecho sobre la lucha revolucionaria irlandesa y la perspectiva socialista en Inglaterra en la década de 1870: solo la “emancipación” de la colonia genera condiciones para la lucha revolucionaria en la metrópoli. Aunque concentrado en la perspectiva de una revolución socialista metropolitana, Lenin abre una vía de reflexión sobre el movimiento anticolonial de las periferias. Línea de pensamiento estratégica que se ahondará luego de 1917, y que en realidad será lo más influyente del leninismo entre los movimientos revolucionarios de Asia, África y América Latina en las décadas subsiguientes. La expresión “la cadena se rompe por el eslabón más débil” quedará como una sumarísima síntesis del punto de partida de su mirada sobre la revolución anti imperialista.  
De especial importancia es su escrito El derecho de las naciones a la autodeterminación (1914). Allí avanza en su caracterización de los movimientos nacionales, como vectores de la transformación capitalista y la fundación de Estados modernos. Hay dos dimensiones en el despliegue de los movimientos nacionales. Una dimensión es la económica, que coincide con el proceso de transformación capitalista nacional y remoción de las trabas remanentes de viejas relaciones sociales. En este plano el movimiento nacional es el camino al desarrollo de un capitalismo nacional. No hay otro; el capitalismo nacional no se genera “espontáneamente” en las periferias ni es el resultado del interés inmediato de las burguesías coloniales. Se asocia a vastos ciclos de movilización popular y conmoción social. La otra dimensión es cultural: el movimiento nacional se vincula también al alcance de una lengua común, que asegure la comunicación y entendimiento entre los sujetos. En cierto modo, destaca la cuestión lingüística dentro de una trama cultural mayor[vi].
Aunque estos factores eran elementos fundamentales del proceso nacionalitario, éste no podía asegurarse sino desde una voluntad política. El concepto de autodeterminación alcanza su plenitud a través de la política, de la acción consciente de fuerzas sociales y dirigencias. El apoyo decidido a la autodeterminación debe ser el eje de la causa popular, y los socialistas no pueden escindirse de él. Si la burguesía local apoya o dirige al movimiento nacional, eso no puede ser motivo para que los socialistas se nieguen a apoyarlo: “En el nacionalismo burgués de cualquier nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional”[vii].
La importancia de la cuestión nacional no hará sino crecer, y Lenin señalará reiteradamente que es la clave revolucionaria: “En Oriente, Asia y África, este movimiento pertenece al porvenir”. La liberación nacional, como la revolución democrática, se desplegaba sobre una historia caracterizada por la expansión capitalista, pero no se congelaba allí. Lenin no pensaba que la revolución anticolonial fuera a producir nuevas versiones de cristalizados regímenes burgueses a imagen y semejanza de las metrópolis. Por el contrario, se avanzaría hacia otro tipo de formas sociales. Se trataba, más que de la estabilización de las burguesías coloniales, de “abrir un camino propio” a los trabajadores.  
Ese era el contenido esencial del movimiento de liberación nacional, cuyas formas exteriores no podían ser sino tan variadas como la vida histórica de las diferentes sociedades. Lenin advierte esto, y por eso afirma que por su contenido es revolucionario, aunque las formas exteriores fueran reformistas o burguesas. Cualquier prescindencia de los socialistas con respecto al movimiento nacional por el hecho de que este se manifestara con formas exteriores burguesas, constituía un grave error. En Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, Lenin estudia estos problemas en relación al caso irlandés. Allí pasa revista a variadísimos episodios y formas de lucha que no ofrecen la imagen prístina de un enfrentamiento de una clase frente a otra. Por el contrario, las diversas formas de lucha, los encuadramientos organizativos, las distintas clases sociales participantes, se integran y forman parte de una revolución social compleja; es imposible pensar en un alineamiento puramente clasista de los sujetos, claramente delimitados entre sí. Todos los procesos nacional-populares son contradictorios y polifacéticos: “Quien espera una revolución social ‘pura’ no llegará a verla jamás”[viii].
En 1917 se introducirán nuevos elementos, pues a partir del derrumbe del zarismo y del desencadenamiento de un nuevo ciclo revolucionario popular en Rusia, Lenin se pronuncia por una caracterización socialista de la revolución (Tesis de Abril). Considerará irremisible el derrumbe del régimen burgués y factible asentar un nuevo sistema en las formas de poder popular que parecían desplegarse en los concejos obreros y campesinos. La emergencia de formas de poder popular por un lado y la desarticulación política de la burguesía rusa por el otro lo indujeron en lo inmediato a un excesivo optimismo en cuanto a la posibilidad de avanzar rápidamente al socialismo y en la extensión geográfica de la estela de la revolución al menos a Europa occidental. Por ello revisará en parte sus formulaciones anteriores, postulando que la forma específica del régimen revolucionario que amanecía en Rusia (el “poder soviético”) y la contingente estructura organizativa madurada en la lucha contra el zarismo (el “bolchevismo”, ahora denominado partido comunista) eran rápidamente generalizables. En todo caso, los revolucionarios de cada región deberían indagar acerca de sus concreciones nacionales.
La esperanza de una revolución socialista extendida a Occidente en plazo fulminante y de una también veloz construcción nacional del socialismo se revelará infundada. Lenin llegó a percibir esas dificultades, revisando una vez más sus diagnósticos y promoviendo readecuaciones importantes. Prestó nueva atención al movimiento antiimperialista que podía generarse en Asia, revalorizando la revolución anticolonial como eje fundamental de la era de masas contemporánea. No revisó su rígida confianza en el modelo bolchevique como matriz de organización revolucionaria generalizable a otras experiencias nacionales, aunque desarrolló una serie de polémicas con lo que entendía constituía una imitación infantil o una desviación “izquierdista”. Más significativa fue su propuesta de mantener y ampliar la alianza “nacional-popular”, por un plazo largo. Defendió la articulación de la economía capitalista urbana con el mundo campesino, con una realidad policlasista de trabajadores sin tierra, de medianos campesinos y aún de propietarios acomodados. Eso estuvo en la base de la Nueva Política Económica. No se trataba de “ir más despacio” en la vía del socialismo, sino de una revisión más profunda: ir en otra dirección a lo que se había hecho hasta entonces, en el clímax de la guerra civil y de las esperanzas revolucionarias. Asentar un nuevo rumbo, azaroso sin duda, en una coalición nacional-popular, y mantenerlo por un plazo prolongado.

Germán Ibañez


[i] Wolfgang Küttler: “Sobre el concepto de revolución burguesa y revolución democrático burguesa en Lenin”, en Manfred Kossok y otros: Las revoluciones burguesas; Barcelona; Editorial Crítica; 1983; pp. 225-226
[ii] Vladimir I. Lenin: “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”; Buenos Aires; Editorial Anteo; 1986
[iii] Samir Amin: La Revolución de Octubre cien años después; Madrid; El Viejo Topo; 2017; p. 17
[iv] Vladimir I. Lenin: “Dos tácticas…”; op. cit.; p. 105
[v] Ibíd.; p. 63
[vi] Vladimir I. Lenin: “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, en La política nacional y el internacionalismo proletario; Buenos Aires; Editorial Anteo; 1974; p. 9
[vii] Ibíd.; p. 30
[viii] Vladimir I. Lenin: “Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, en La política nacional…; op. cit.; p. 146

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