sábado, 3 de diciembre de 2011

Sobre la cuestión del latinoamericanismo


En estas breves líneas, intentaremos trazar un itinerario de la preocupación “latinoamericanista”; para lo cual seguiremos en gran medida las reflexiones del filósofo argentino Arturo A. Roig expuestas en La idea latinoamericana de América[1]. La primera cuestión que dicho autor tiene en cuenta es que puede reconocerse un doble origen de la expresión “Latinoamérica” o “América Latina”. Por una parte, expresa una voluntad de resistencia a las agresiones externas que el subcontinente comienza a sufrir ya en el siglo XIX, pocos años después del ciclo de la emancipación. Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y la propia España intervienen militarmente en la ex América española en varias ocasiones, buscando un mayor control de mercados y fuentes de materias primas o directamente ocupar territorios (como hizo Estados Unidos con una parte sustancial del territorio mexicano). Entre aquellos “latinoamericanos” que denunciaron con firmeza las agresiones colonialistas estuvieron el chileno Francisco Bilbao y el colombiano José María Torres Caicedo. Así apareció el uso del término Latinoamérica, vinculado al alegato anticolonial. Pero por otra parte, en el seno de una concepción colonialista de “pan latinidad”, elaborada en Francia para proyectar el influjo de dicho país sobre estas tierras, se verificó también el uso de la misma expresión. Antagónica finalidad expresan ambos usos, que revelan igualmente opuestas concepciones: voluntad anticolonial de independencia versus voluntad imperial de dominación. La primera concepción continuaba la afirmación de soberanías políticas. Ese era uno de los “legados” fundamentales de la etapa independentista, en la cual la visión predominante acerca de la nación aludía no tanto a una comunidad definida en términos culturalistas sino a la conformación de sociedades políticas, de hombres que viven bajo un mismo gobierno o una misma ley, es decir un uso de la voz nación relativamente equivalente al de Estado -nación[2]. En la segunda concepción, se instrumentaba artificiosamente una latinidad que establecería la primacía de Francia (país que a su vez también se identificará como “galo”) sobre un conjunto de países de herencia “latina”, es decir territorios ocupados alguna vez por el imperio romano, como la vieja Hispania. Esa visión fue quedando desacreditada (a fin de cuentas las potencias anglosajonas lograron la primacía sobre estas tierras), en tanto que Latinoamérica fue convirtiéndose en la expresión convencional utilizada entre nosotros para referirnos a la América no anglosajona.
Sin embargo, junto al uso convencional, persistiría también la vocación latinoamericanista mencionada en primer término, y que está íntimamente relacionada a la voluntad política de soberanía. Sus raíces se hallan justamente en el ideal bolivariano de Nuestra América[3]. Es una concepción primordialmente política, centrada en la conformación de un bloque político entre las nuevas repúblicas y no tanto la afirmación de rasgos idiosincrásicos de los latinoamericanos. El antagonista estratégico del latinoamericanismo así entendido fue el ascenso del neocolonialismo y especialmente de su formulación panamericanista. Ahora bien, el proyecto neocolonial no se manifestó únicamente como agresión externa, sino que tuvo “aliados” internos en aquellas fracciones de las clases dominantes latinoamericanas más vinculadas a los centros metropolitanos industrial –financieros. Esta situación ya fue percibida por los patriotas caribeños, especialmente José Martí, que concebían al pueblo como sujeto de la liberación, desconfiando de los sectores burgueses. Betances por su parte afirmará que la lucha liberadora procede, como una erupción volcánica, desde el mismo “centro del pueblo”[4]. Es decir, aun antes de que la teoría leninista enlazara cuestión nacional y cuestión social en clave antiimperialista, desde el Caribe hispano parlante se intuye ya la fractura social (de clase) operante en la lucha de liberación nacional.
Roig incluye dentro del proceso de conformación del latinoamericanismo a la problemática de la “independencia cultural”, tal como distintas vertientes y tradiciones intelectuales latinoamericanas fueron poniendo de relieve. La preocupación por un “americanismo literario” (presente tal vez desde el siglo XVIII) se prolongaría en el contemporáneo “latinoamericanismo literario” evidenciado en la novelística de la segunda mitad del siglo XX[5]. Al comentar estos puntos, Roig alerta sobre la existencia de tradiciones hispanistas, de orientación conservadora y tan perniciosas como el influjo imperialista expresado en el panamericanismo. Juan José Hernández Arregui también señaló este peligro, distinguiendo entre una hispanofilia políticamente conservadora (que ni siquiera ofrecía una visión completa de España, sino tan solo de sus tradiciones reaccionarias) de un hispanoamericanismo que era resultado histórico del propio devenir cultural, económico y político de estas tierras. En cuanto a la manera más comprensiva de referirse al amplio universo cultural latinoamericano, Hernández Arregui propone Iberoamérica, lo cual a su juicio permitiría sortear los equívocos del término “Latinoamérica” en su versión colonial –francesa. Aún así, admitía que resultaba inevitable aceptar como convención establecida el término Latinoamérica para referirse a estas tierras de manera genérica, y reservar entonces el más preciso de Iberoamérica para las cuestiones culturales[6].
Finalmente Roig se refiere a la tradición filosófica que, desde el americanismo filosófico del siglo XIX se continúa en la actual filosofía latinoamericana. También en este terreno la preocupación ha sido la independencia. Se refiere a un pensamiento históricamente situado, que no quiere desconocer las encrucijadas y contradicciones de nuestra historia y nuestras tradiciones políticas y culturales[7]. Es decir, que no ignora las riquezas y miserias, las contradicciones históricas. Y que no pretende congelar aquello heredado, sino que siente el imperativo de repensar y recrear el patrimonio intelectual e histórico –cultural; solo así el latinoamericanismo se transforma en pensamiento vivo y en herramienta de liberación.
Desde las tradiciones vinculadas al antiimperialismo moderno, a los movimientos de liberación nacional, y las izquierdas críticas de la matriz eurocéntrica, aparecen similares preocupaciones. Latinoamérica y el latinoamericanismo no constituyen una realidad fijada de una vez y para siempre, mucho menos definida en términos culturalistas. De lo que se trata aquí es de la estrategia revolucionaria, la dialéctica entre el escenario nacional /continental, las fuerzas motrices de la revolución y su contenido socio –histórico (definido en polémicas y debates como nacional –antiimperialista, democrático –burgués, o socialista). Las ideologías que asumen estas vertientes políticas (el nacionalismo popular y el marxismo) tienen una fuerte carga modernizante, así como los problemas a los que aluden: la reforma agraria, la industrialización, la revolución, los derechos sociales, etc. Aunque en su frontera radical también cuestiona los límites de la modernización y apunta a un “más allá”: el poder popular y sobre todo la construcción del hombre nuevo. La preocupación por lo latinoamericano incluye las culturas y las identidades, pero desde una perspectiva estratégica en la cual, considerado inviable o perimido el horizonte de una revolución socialista mundial, se establece la prioridad de la lucha antiimperialista “tercermundista” y la posibilidad de caminos nacionales al socialismo. Se plantea también, la cuestión de los sujetos, con una prevaleciente definición en términos clasistas o socioeconómicos. Aparece también el pueblo, definición de más inciertos perfiles, sobre todo en la tradición nacional –popular. Pero también aquí, el énfasis es más bien socioeconómico que culturalista: Getulio Vargas hablaba indistintamente de “pueblo” y “pueblo trabajador”; con mayor relieve aparece esto en el primer peronismo, en cuya discursividad e ideario el pueblo, el obrero, el descamisado, y el trabajador eran prácticamente sinónimos.  
La derrota de los movimientos de liberación nacional, vinculada con la ofensiva imperial de los años 1970 (dictaduras de “seguridad nacional”, contrainsugencia), y el ascenso de una nueva etapa de mundialización del capital (conocida como “globalización) puso en entredicho estas tradiciones y la misma noción de autodeterminación nacional. Será con la crisis manifiesta del modelo neoliberal a principios de este siglo que la preocupación latinoamericanista vuelve a emerger. Por cierto, no es igual a sus anteriores cristalizaciones. Por ejemplo en sus variantes modernizadoras, es muy fuerte el paradigma integracionista estrechamente vinculado a una visión economicista aunque crítica de status quo global. Y también aparecen vertientes más identitarias, especialmente en el indianismo que, en varios países latinoamericanos, toma la posta de los perimidos “indigenismos” y tiene en su conducción a elites políticas e intelectuales de origen indígena.
Este muy suscinto recorrido, nos permite filiar la preocupación latinoamericanista como una problemática estrechamente vinculada a la autodeterminación y las luchas de liberación nacional y social. Es decir, anclada en el terreno de la política, de la voluntad de constituirnos en pueblos soberanos. Con esto no pretendemos negar el influjo de tradiciones y vertientes de pensamiento vinculadas más prioritariamente a una preocupación por la identidad y los rasgos culturales de nuestras sociedades, y que desconocen u obvian la cuestión anticolonial. También la preocupación por la identidad aparece con gran fuerza en las tradiciones emancipadoras y liberacionistas (la obra de Juan José Hernández Arregui es un claro ejemplo). El latinoamericanismo se manifiesta en un campo definido por una tensión permanente entre el influjo neocolonial, los impulsos modernizadores (muchas veces acríticos frente a los paradigmas imperiales),  la defensa cerradamente identitaria, y un paradigma de la liberación que asume la contradicción como constitutiva de lo social, y por lo tanto no niega esta tensión ni busca una respuesta cristalizada y ahistórica.

Germán Ibañez


[1] Arturo A. Roig: “La idea latinoamericana de América”, en El pensamiento latinoamericano y su aventura; Buenos Aires; Ediciones El Andariego; 2008; pp. 35-53
[2] José Carlos Chiaramonte: Estado y nación en Iberoamérica; Buenos Aires; Editorial Sudamericana; 2004
[3] Arturo A. Roig: op. cit.; p. 37
[4] Citado en Ricaurte Soler: Idea y cuestión nacional latinoamericana; México; Siglo XXI; 1987
[5] Arturo A. Roig: op. cit.; pp. 47 -48
[6] Juan José Hernández Arregui: Qué es el ser nacional; Buenos Aires; Editorial Nuestra América; 1988
[7] Arturo A. Roig: op. cit.; pp. 51 -52

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