jueves, 29 de diciembre de 2011

“Ley 26.522: Hacia un nuevo paradigma en comunicación audiovisual”

Un libro insoslayable para comprender en profundidad la naturaleza y los alcances de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Analizado para AgePeBA por una de las autoras comprometidas con su texto.

Por Mariana Baranchuk | En la introducción, y antes de adentrarnos para analizar el corazón de la ley, se hace un “racconto” de lo que ha sido la batalla por su promulgación desde la recuperación del Estado de Derecho hasta el presente, incluido el comienzo de lo que la Presidenta ha dado en llamar el auge del “derecho cautelar”. Allí también se encuentra, descripto minuciosamente, el aporte que la sociedad realizó al texto definitivo de la normativa a través de las sugerencias realizadas en el debate abierto, entre la presentación del anteproyecto el 18 de marzo de 2009 en el Teatro Argentino de La Plata y su ingreso en el Congreso de la Nación el 27 de agosto del mismo año.
Luego, el libro continúa con el análisis de los pilares en los que se asienta toda la normativa: Libertad de expresión; Pluralismo y Diversidad, y Participación. Este segmento estuvo a cargo de Damián Loreti, Diego de Charras y Gustavo Bulla respectivamente.
Loreti centra su artículo en la amalgama existente entre los estándares internacionales establecidos en torno a la libertad de expresión y el texto de la Ley, y sostiene que “los cuestionamientos a la ley no surgieron por violación a la libertad de expresión presente o presunta. Surgieron por afectación a intereses monopólicos u oligopólicos…”. Por su parte, De Charras apunta a los dispositivos que la ley implementa a fin de preservar, estimular y habilitar el pluralismo y la diversidad, sosteniendo que: “Si se considera que los medios conforman un espacio privilegiado de constitución del significado de lo público, donde la disputa por el sentido conforma la percepción de la realidad social y política y desde donde se jerarquiza la agenda pública de necesidades a ser atendidas, la preocupación por la pluralidad de voces se torna un eje imprescindible”. Cerrando la sección, Bulla analiza la representación de los distintos actores en los diversos dispositivos de control, seguimiento y asesoría que la nueva Ley establece,  afirmando que “desde su concepción hasta las instancias que incluye en su articulado es, por lejos, la política pública en la actual etapa democrática con mayor intervención ciudadana que se recuerde…”.
Una nueva sección se centra en analizar “Las nuevas voces. Las voces recuperadas, resignificadas, potenciadas. Después de décadas en que la única voz audible en los medios era la de los grandes prestadores con finalidad comercial, la nueva normativa sentó las bases para una profunda transformación en marcha”. Allí, Alejandro Verano analiza el fortalecimiento de los medios públicos, mientras Eduardo Seminara realiza lo propio con los universitarios. Claudia Villamayor da cuenta de la preponderancia y el reconocimiento que la normativa otorga a los derechos a la comunicación y la cultura con identidad que sostienen nuestros pueblos originarios. Ernesto Lamas examina los aportes de los medios comunitarios a la nueva normativa y el proceso de autotransformación en ciernes: legitimidad y legalidad corriendo por el mismo carril. Cerrando el capítulo, Gustavo Granero da cuenta de la participación del sector del trabajo en la lucha por una normativa democrática y cómo la ley reconoce el lugar de los trabajadores de los medios.
Pero así como se pone la mira sobre las nuevas voces que podrán hacerse oír, también se focaliza en aquellas audiencias que el Estado considera debe proteger especialmente. Susana Vellegia y Myriam Pelazas en sus respectivos trabajos señalan que los artículos destinados a crear protecciones especiales están en sintonía con los protocolos internacionales en materia de derechos humanos.
Por último, el libro cierra con la mirada internacional: por un lado, la europea aportada por Manuel Chaparro y, por el otro, la latinoamericana a cargo de Dênis de Moraes. Mientras que Chaparro sostiene que “Europa tiene poco que decir porque hace rato que perdió su brújula”, de Moraes afirma que la legislación argentina conforma una real “fuente de inspiración de medidas antimonopólicas al alcance de los demás gobiernos progresistas latinoamericanos”.
He cumplido, de modo más descriptivo que crítico, tal vez dado el involucramiento personal con el texto del que se me pide dar cuenta. Sí creo, honestamente, que la lectura de este volumen permite comprender los ejes centrales de la Ley 26.522 y aprehender porqué es el piso que nos permite avanzar hacia “un nuevo paradigma en comunicación audiovisual”. Ahora sólo resta continuar en esa senda.
Fuente: Agepeba
http://www.agepeba.org/ 

jueves, 22 de diciembre de 2011

La derecha no necesita invitación

Está ahí, agazapada, apunta y apela a todos los recursos. Tiene a sus escribientes orgánicos, como el editorialista del Grupo Clarín, Eduardo van der Kooy, e intentará utilizar a quienes se confundieron pese a que nunca debieron haberlo hecho; ese es el caso, quiero creer que involuntario, confuso, para decirlo una vez más, del jefe de la CGT, Hugo Moyano. La expulsión de la policía del Senado provincial, una decisión histórica.
Por Víctor Ego Ducrot (*) | El líder camionero (Moyano) tuvo palabras de desprecio –“chicos bien”, dijo en forma irónica– para la juventud militante que se reincorporó a la política a partir del modelo creíble que instaló Néstor Kirchner en 2003; a la vez que el operador de Héctor Magnetto (van der Kooy), quien supo ser un joven destacado, pero por el dictador Jorge Rafael Videla, en su columna del domingo último escribió “el copamiento K de puestos clave en la Legislatura”, para referirse a la configuración política que allí quedó registrada, tras las elecciones del 23 de octubre, un acto de soberanía popular por si hacía falta aclararlo. Y la palabra “copamiento” no es casual, es la misma que con una frecuencia espeluznante utilizaban aquellos que lo premiaron.
Porque ocultan o porque enuncian, las palabras pueden convertirse en arma peligrosa, construyen sentido y hasta desatan furias contenidas; y no será la primera vez que, desde formulaciones de derecha, más allá de las intenciones de quienes las pronuncian, ellas, las palabras, son usadas para estigmatizar a la juventud: “El delito de ser joven”, recuerdo que denunciaban algunas pintadas callejeras durante la dictadura militar, la que se ensañó en forma especial, con asesinatos, torturas y desapariciones forzadas, contra trabajadores y muchachada casi por partes iguales. Los editorialistas de turno saben de qué se trata y usan ese lenguaje en forma deliberada, al fin de cuentas lo aprendieron y aprehendieron tan bien que por ello fueron galardonados. Moyano, en cambio, simplemente debería tener más cuidado.
Es esperable, y deseable, que negociadores de la Rosada y de la CGT, en ambas partes los hay y de los buenos, se sienten a dialogar para que los sindicatos organizados no dejen de estar en el lugar que tienen que estar, como uno de los sujetos centrales del proyecto de transformaciones que encabeza la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a partir de un eje político y cultural claro y preciso, el peronismo en sus distintos matices e instancias, siendo que a ninguna de ellas se la puede calificar de “cáscara vacía”, a menos que se admita la miopía intelectual como acto de virtud; la misma que entre las huestes gremiales levanta erupciones cuando por fuera del movimiento obrero se dice que liderazgos como los de Moyano sólo son consecuencias de la falta de democracia sindical. Dos apreciaciones erróneas que en nada aportan a la sociedad de los argentinos.
Lo afirmado en cuanto a la necesidad de negociar con madurez no impide que algunos puntos y diferencias deban ser enunciados; las palabras claras son principio para toda negociación.
Así se equivoca Facundo Moyano de la Juventud Sindical, cuando en su Twitter el domingo pasado dice que el sindicato que conduce el “Momo” Venegas no es responsable del trabajo informal que aún castiga a los trabajadores rurales; Venegas y sus socios de la patronal sojera y la oligarquía reformada son los principales hacedores de esa y otras tantas tropelías contra los obreros.
Así aciertan el vicegobernador de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, y las nuevas generaciones incorporadas a la política bonaerense activa, entre ella los militantes y dirigentes de La Cámpora, cuando frenan, el lunes de la semana pasada y en forma contundente, la escalada de ciertas bandas policiales ostensiblemente protegidas desde “la seguridad” provincial, que a título “de prueba” se atrevieron a golpear a mansalva a un grupo de jóvenes que querían estar presentes en el acto de asunción de autoridades. La reacción de Mariotto fue la justa y ajustada a Derecho: condena e investigación de los hechos y expulsión de una policía poco confiable de las dependencias del Senado; una decisión histórica a la que antes de ayer se sumó la Cámara de Diputados.
Vuelvo a traer a cuento algo que escribí la semana pasada, sobre lo meritorio que resulta tanto debate sobre nuestra Historia. Pero ya que estamos, dice la expresión popular, por qué no aprendemos (y aprehendemos) algo de ella. Entonces, las organizaciones sindicales y sus dirigentes que se reconozcan parte del modelo que encarna en la conducción de Cristina, podrán discutir y plantar reivindicaciones justas para la clase obrera ante el poder político; actitud necesaria, por otra parte, para profundizar al propio modelo, sin tener que incurrir por ello en el despropósito de cuestionarle poder y representatividad a quien legítimamente cuenta con esos atributos, y no porque lo digamos quienes concientemente acompañamos a la presidenta, sino porque así lo proclamaron las urnas de octubre.
El peronismo triunfante entre el ’46 y el golpe de Estado del ’55, e incluso el de marzo del ’73, pese a las convulsiones de aquella etapa, y todas las experiencias transformadoras en sentido popular y democrático que se intentaron durante el siglo XX y en lo que va del presente, deberían ser ejemplos suficientes para entender de una vez por todas aquello en lo que sus líderes tanto insistieron: no es cuestión entonces desempolvar el peronómetro, como lo hizo Moyano en Huracán y en forma más cuidadosa Julio Piumato el lunes a la noche por TV, al justificar el paro que a esas horas anunciaban los judiciales, sino reparar en que el principio de unidad es estrategia para la causa de las grandes mayorías; desde la unidad los proyectos transformadores se consolidan y avanzan, sin ella las oligarquías recuperan posiciones y, lo que es peor, provocan retrocesos de las cuales siempre resulta difícil recuperarse.
Para finalizar, permítanme volver a los hechos en la Legislatura, el día de la asunción de Daniel Scioli para su segundo mandato, y a los posteriores, con el acuartelamiento de la Guardia de Infantería bonaerense; una operación idéntica a las sistematizadas por las academias de inteligencia, sobre todos las estadounidenses, que vienen trabajando sobre el tema con fina atención, impulsando espíritus supuestamente sindicales entre los institutos armados; todo un capítulo en los manuales para la guerra de baja intensidad.
Esas operaciones siempre requieren, al menos, dos vectores: un estado de descomposición facciosa en el cuerpo armado que desobedece o se revela, y una cuota de apoyo político e institucional, en lo posible oculta pero sensible. Aquel lunes, en La Plata, elementos de la Policía Bonaerense –otra vez la Bonaerense– quisieron mostrar sus garras, advertir. Por suerte, la respuesta fue contundente: que queden fuera del recinto donde se expresan los representantes del pueblo, y que los órganos competentes de la propia policía y la justicia investiguen; hasta las últimas consecuencias.
(*) Columna publicada hoy por Tiempo Argentino.
Fuente: Agepeba
http://www.agepeba.org/

martes, 20 de diciembre de 2011

Mariotto "con fuerza de ley" en la provincia

Mariotto “con fuerza de ley” en la provincia
La Corriente Justicia Social organiza un encuentro de participación popular en políticas públicas en La Plata, donde se realizará un acto de “bienvenida” al vicegobernador Gabriel Mariotto. “Queremos sumarnos propositivamente a esta construcción colectiva” aseguró la dirigente Martha Arriola quien conduce esta agrupación.
Martha Arriola, actual funcionaria del ministerio de Seguridad de Nación y ex subsecretaria de Participación Comunitaria de la provincia bajo la conducción del doctor León Arslanian, en declaraciones a AgePeBa, explicó que, “desde nuestra historia, la Corriente Justicia Social quiere hacer un aporte militante al imperativo de la hora que nos señaló la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: ´organizar para profundizar´, organización popular, participación popular en las políticas públicas”. Y agregó: “ahora, con el compañero Mariotto en la vice gobernación de la Provincia, se profundiza este camino”.
La Corriente Nacional Justicia Social convoca a un “encuentro militante de participación popular en políticas públicas” el día jueves 22 de diciembre en el Club Reconquista de la ciudad de La Plata.
Está previsto que la jornada arranque a las 15.00 con la apertura de un panel de debate y trabajo en grupos, cuyos ejes centrales son: participación comunitaria en seguridad, comunicación popular, economía social y microcrédito. Según informaron desde la Corriente, los tres ejes se basan en experiencias de gestión concretas y en los marcos legales que posibilitaron su desarrollo: los Foros de participación comunitaria en Seguridad impulsados en la provincia durante la gestión de Arslanian en el marco de la Ley 12.154; la reciente ley de Servicios Audiovisuales; y el Banco Popular de la Buena Fe, experiencia que nació en La Plata al impulsó militante de agrupaciones de base para proyectarse luego a todo el país como Programa Nacional de Microcrédito.
“Queremos convocar con amplitud a todos los sectores que crean que la participación popular organizada es uno de los aportes significativos para la construcción de una Argentina ´más justa, equitativa y solidaria´”, señaló Arriola a esta agencia. Y concluyó: “queremos sumarnos propositivamente a esta construcción colectiva: la participación popular ´con fuerza de ley´ en la provincia”.
La puesta en común de las conclusiones de los grupos está prevista para las 19:30, en el marco de un acto de “bienvenida al compañero vice gobernador Gabriel Mariotto”, según informa un comunicado difundido por la Corriente.
El encuentro promete para las 20.30 un cierre de “fiesta popular”, con Ignacio Copani como invitado.
Fuente: Agepeba

martes, 13 de diciembre de 2011

Artículo Mario Rapoport

Domingo, 11 de diciembre de 2011
logo cash

Todo es....

Por Mario Rapoport*
/fotos/cash/20111211/notas_c/cs03fo02.jpg
Mario Rapoport: “La historia política y la historia económica y social están profundamente entrelazadas”.
En un libro de lectura indispensable para nuestros intelectuales, incluidos los historiadores, Gustav Flaubert recorre irónicamente, a través de dos personajes inolvidables, Bouvard e Pécuchet, dos ignorantes que reciben una herencia y pretenden transformarse en sabios, los límites de la historia. “Un profesor al que van a ver para que les brinde sus conocimientos les confiesa que estaba desconcertado en cuanto a historia. –cambia todos los días, ¡se ataca a Belisario, a Guillermo Tell y hasta al Cid, convertido, merced a los últimos descubrimientos, en un simple bandido–. Es de desear que no se hagan más descubrimientos y el mismo Instituto debería establecer una especie de canon que prescribiera lo que hay que creer... La mayor parte de los historiadores trabajaron para servir a una causa especial, una religión, un nación, un partido, un sistema o para reprender a los reyes, aconsejar al pueblo u ofrecer ejemplos morales. Los otros, los que sólo pretenden narrar, no valen más, pues no puede decirse todo, siempre hay que elegir. Pero en la selección de documentos no podrá dejar de actuar un cierto criterio y como este varía según las condiciones del escritor, la historia nunca será fijada.”
La historia, sin embargo, puede servir para ilustrar sobre nuestro pasado y poner mejor los pies sobre el presente, siempre que se tengan en cuenta algunos de sus principios epistemológicos. Y voy a hacer referencia aquí más explícitamente a la historia económica y social, porque los hombres que la protagonizan o protagonizaron están inmersos en ella, en el contexto en que viven o vivieron. Al igual que aquellos que la pretenden estudiar.
“El historiador es prisionero de su tiempo” dijo René Girault, uno de los principales historiadores europeos. Las preguntas que nos hacemos tienen que ver con nuestra propia vida personal, con la problemática de la sociedad en la que estamos inmersos. No es casual que en nuestras interrogaciones de hoy día miremos al pasado para preguntarnos sobre la naturaleza de las crisis económicas o sobre las distintas formas de dominación imperial o de dependencia económica, procurando extraer de ese pasado algunas lecciones, o al menos señales, para poder guiarnos mejor en los laberintos del presente. Las tendencias historiográficas no son neutras, responden a las ideologías y a las presiones de la época. La exaltación de la globalización, el pretendido triunfo del neoliberalismo, llevó a muchos a soñar que éramos de nuevo una especie de colonia informal próspera del mundo civilizado, como alguna vez lo habíamos sido, y a creer que nuestro destino manifiesto era el de ser un foco cultural y material europeo (ahora americanizado) en medio de la barbarie de nuestro continente.
Esto se reflejó en numerosos libros y artículos donde se glorificaba la época del modelo agroexportador y del conservadurismo preindustrial y prepopulista. En ese marco se inscribieron las llamadas teorías “de la decadencia nacional” y del “realismo periférico”, no por casualidad basadas en el análisis histórico. Así quisieron convencernos de que la Argentina se hundió cuando pretendió transformarse en una sociedad industrializada, cuando sectores medios y bajos lograron acceder a derechos políticos y sociales que antes se les habían negado (a través del populismo yrigoyenista o peronista) o cuando algunos gobiernos trataron de tener posiciones más autónomas y dignas en el escenario internacional.
Todo lo que suponía la defensa de intereses nacionales era atacado, bajo el supuesto de que ese había sido el pecado por el cual nos habían presuntamente excluido del mundo. La historia nos enseñaba, según estos corifeos, que tratar de imitar el camino de los poderosos era inútil y peligroso pero, sobre todo, no era funcional a las elites de poder internas, de cultura económica rentística y nada afectas a convertirse en empresarios innovadores ni a repartir los frutos del crecimiento.
Ahora, que hace pocos años vivimos la peor crisis de nuestra historia, nos damos cuenta de que no sólo nos habían vendido un presente falso sino también un pasado falso. La Argentina pudo haber tenido en algún momento un Producto Bruto Interno mayor que el de algunos países europeos, o pudo haberse parecido a Canadá o Australia, pero si esos países progresaron o crecieron mucho más que el nuestro fue porque hicieron lo que nosotros no hicimos: transformarse plenamente en sociedades modernas e industrializadas, con un más justo reparto de los ingresos, al menos hasta la actual crisis mundial.
En cambio, se creyó volver a la gloria de un supuesto pasado de país rico, que amparado en un sistema internacional favorable a los intereses agroexportadores exhibió un aceptable crecimiento pero a costa de crisis económicas y notorias desigualdades sociales. Así, nos terminaron por convertir en un país pobre para la mayoría de los ciudadanos, en un inédito “granero del mundo” que no pudo alimentar a todos sus habitantes y que pasó de ser un “niño mimado” de los organismos internacionales a un marginado de la comunidad mundial. Esto como resultado, en parte, del peligroso uso de la historia para explicar o justificar las políticas presentes.
Desde vertientes diferentes y en distinto grado, historiadores y analistas en el mundo y en la Argentina empezaron a plantearse hacia las décadas de 1930 y 1940, y no es casual porque coincide con la caída del imperio británico, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, formas diferentes de encarar la historia. Manifestaban, sobre todo, que la historia política y la historia económica y social estaban profundamente entrelazadas; que la sociedad tiene diversos niveles de análisis estructurales y supraestructurales (en los que interactúan el Estado y las clases sociales); que los factores internos y externos en un capitalismo globalizado se hallan cada vez más vinculados y aparecen nuevos actores no estatales con los que hay que negociar, como los organismos financieros internacionales; y que los tiempos históricos también juegan para explicar nuestra sociedad actual. Por ejemplo, que la coyuntura se explica no sólo por las circunstancias del momento sino por factores que vienen de lejos, de mediana o larga duración, como señala Braudel. Por último, que no pueden separarse los fenómenos políticos, económicos y sociales ni ignorarse los contextos históricos. Tampoco soslayar el rol decisivo de las personalidades o del azar.
Es posible y necesario, por la vastedad de los temas y conocimientos que se abordan, privilegiar algún aspecto: una biografía, un período determinado, una temática institucional, hasta una novela histórica, pero siempre articulando el conjunto de aspectos estructurales y coyunturales y teniendo en cuenta críticamente las principales corrientes de ideas que los explican.
Un ejemplo propio, el del endeudamiento externo, nos viene al caso. Qué duda cabe de que estamos hablando aquí de un aspecto fundamental de nuestra historia económica; que al mismo tiempo revela una manera dramática de vincularse con el mundo, o sea que forma parte de la historia de nuestras relaciones internacionales. Pero también tuvo que ver con decisiones de nuestros gobernantes y corresponde a la historia política, mientras que sus efectos negativos sobre nuestra sociedad lo hacen objeto de estudio de nuestra historia social. No se discute tampoco el rol que tuvo el Estado, en sus distintas instancias, ni la presión de intereses económicos y políticos de turno internos y externos. Hubo así responsables y corresponsables de ese endeudamiento.
Existieron, por otro lado, coyunturas decisivas. La primera de ellas estuvo vinculada al Golpe de Estado militar de marzo de 1976, que se planteó arrasar con las estructuras productivas y políticas existentes y construir otro tipo de país con predominio de los sectores financieros, mientras se violaban groseramente todos los derechos humanos y las libertades públicas. Y personajes nefastos que implementaron esas políticas y arrastraban sus propias historias de vida y de los sectores sociales a los que pertenecían. La “perversa deuda externa”, como se la llegó a llamar, surgió del interés de economistas neoliberales que creían en la “magia” de las finanzas para engrosar sus fortunas personales, dañando el funcionamiento del aparato productivo y comprometiendo a generaciones presentes y futuras.
Una segunda coyuntura fue la conjunción de la hiperinflación del ’89, el predominio ideológico del Consenso de Washington y la caída del Muro de Berlín. Aquí, otro gobierno, vestido con un ropaje populista del que se desembarazó rápidamente mostrando seductores contornos neoliberales, aprovechó a fondo la incertidumbre de nuestra sociedad para completar el trabajo de los militares. El endeudamiento tuvo el agravante ahora de que fue acompañado de una trasnochada convertibilidad, una irresponsable venta de nuestros activos públicos y una política exterior vergonzosa, basada en presuntas “relaciones carnales” que se revelaron inocuas a la hora en que la Argentina entró en la vorágine de la crisis.
Sin embargo, no todo se explica por las coyunturas. El largo plazo también juega. Por algo se intentó volver a revalorizar el modelo agroexportador que se había basado también, en gran medida, en el endeudamiento externo. Si hasta hubo presidentes que, hacia fines del siglo XIX, frente a las primeras crisis financieras de magnitud, juraban que millones de argentinos “economizarían hasta sobre su hambre y su sed” para responder a los compromisos externos de la deuda pública; si por algo desde más lejos aún nos resuenan los ecos del inútil empréstito Baring de 1824, que terminó de pagarse casi un siglo más tarde. ¿Cuánto del despilfarro y de la corrupción que vivimos recientemente estaba inscripto así en esas etapas de nuestra vida pública?
Un filósofo, Edgard Morin, señala: “A fenómenos simples les corresponde una teoría simple; pero no se debe aplicar una teoría simple a fenómenos complicados, ambiguos, inciertos, porque haríamos una simplificación... hay que tener en cuenta que lo simple excluye a lo complicado, a lo incierto, a lo ambiguo, a lo contradictorio”. Esto vale para el análisis histórico.
En todo caso, es necesario poder realizar múltiples lecturas de ese complejo pasado, que no tiene dueño. Todos quieren construir una historia oficial y utilizan para ello el poder del conocimiento, que es un poder como los otros; como el poder político o el económico. Lo que importa es que el saber histórico no es neutro, ni para los que lo escriben ni para los que lo leen. La política se cimenta en él. La historia de cada nación fue construida con ese fin
* Economista e historiador.
Fuente: Página /12, Suplemento Cash
11 de diciembre de 2011

sábado, 10 de diciembre de 2011

La necesidad de revisar la Historia

Publicado el 9 de Diciembre de 2011

Dejo en claro que apoyamos la preocupación del gobierno por recuperar la conciencia nacional, por superar la interpretación liberal-conservadora de la Historia Oficial y la saludamos como una nueva expresión de la política que se viene realizando en distintos ámbitos.
  La creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, incorporado a la Secretaría de Cultura de la Nación, continúa promoviendo polémicas que provocan gran confusión, no sólo en el lector común sino incluso en la militancia del campo popular. Justamente en estos momentos de profundos cambios, cuando necesitamos mayor claridad y transparencia, nos encontramos con declaraciones contradictorias, posiciones vagas, calificativos insólitos, etcétera. Y esto debe aclararse porque, en el fondo, no estamos discutiendo cuestiones historiográficas sino políticas ya que, como sabemos, “la historia es la política pasada y la política es la historia presente”. Como las confusiones no ayudan sino dañan, voy a intentar resumir los aspectos más importantes que estimo deben aclararse.
Tanto personalmente como en mi carácter de integrante de la Corriente Política Enrique Santos Discépolo considero que la “Historia Social” no impugna a la vieja Historia Oficial –cuyos “héroes” predominan aún en los institutos de enseñanza, los carteles de las calles, las estatuas, los cuadros de los colegios, los nombres de las plazas, etcétera–, sino, como reconoce Halperín Donghi: “Trata de ilustrar y enriquecer pero no poner en crisis, con sus aportes, a la línea tradicional”, pues “el país debe enriquecer pero también reivindicar la tradición política-ideológica legada por el siglo XIX”, es decir, el liberalismo conservador sustentado por el mitrismo. Asimismo, después de largos años de rendir culto al supuesto “rigor científico”, el mismo profesor ha confesado últimamente que no hay historia neutra, al referirse a su obra: “Lo que no hice, y eso evidentemente es muy objetable, pero es inevitable, es justificar la selección. Mi selección está hecha con mi criterio, es decir, lo que me parece importante. Ahora tengo una especie de adversario, el historiador nacionalista Norberto Galasso, que explica que para hacer historia hay una etapa en que se junta todo y otra en la que, desde una perspectiva militante, se explica la versión que a uno le gusta. Es una manera un poco tosca de decir lo que todos hacemos.” Y agrega: “Cuando hago una reconstrucción histórica de alguna manera, lo que es un poco desleal, es que eso lo tengo adentro, pero no lo muestro” (La Nación, suplemento Enfoques, 13/9/2008). Después de explicarle que no soy nacionalista sino que adhiero a la Izquierda Nacional, le contesté que celebraba su confesión porque, hasta ahora, “ellos, los historiadores profesionales”, eran “científicos” y nosotros, “curanderos”, y de allí en adelante, resulta que inevitablemente todos somos “curanderos”, es decir tendenciosos. (También le agregué que su referencia a mi estilo “tosco”, se entiende porque en la militancia sólo se puede ser “tosco”, y si Agustín, mejor). Pero, La Nación rindiendo culto a “su” libertad de prensa, no publicó mi respuesta.  
Dejo, pues, en claro que apoyamos la preocupación del gobierno por recuperar la conciencia nacional, por superar la interpretación liberal-conservadora de la Historia Oficial y la saludamos como una nueva expresión de la política que se viene realizando en distintos ámbitos, como el científico tecnológico, la unión latinoamericana, etcétera.
Esta aclaración resulta necesaria pues amigos y compañeros me han preguntado últimamente cuál es la razón por la cual no nos incorporamos al Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, atacado por los llamados “historiadores profesionales”, académicos y grandes grupos mediáticos. La causa reside en que desde el Centro Cultural Discépolo venimos trabajando desde hace muchos años en defensa de “La Otra Historia” (sobre la cual publicamos 30 cuadernillos allá por 1997 y diez DVD, últimamente, en coproducción con el INCAA) y hemos venido sosteniendo charlas-debate, polémicas y ciclos (como en el ND Ateneo, con 600 concurrentes) y que últimamente ha llevado a nuestro grupo a hacer capacitación en la Cancillería por invitación de ese excelente historiador que es Carlos Piñeiro Iñiguez, en agrupaciones militantes del campo nacional, en organizaciones sindicales, congresos docentes, etcétera. Asimismo, hemos publicado cuatro tomos titulados Los Malditos, a partir del 2005, gracias al apoyo de Hebe Bonafini, en su editorial de Madres de Plaza de Mayo (y probablemente pronto lancemos un quinto tomo) donde recuperamos aproximadamente 500 argentinos silenciados por la clase dominante. El mismo grupo lleva ya tres años dando seminarios de Historia Argentina en el ámbito universitario y ha publicado, por encargo del director de Escuelas de la provincia de Buenos Aires, profesor Mario Oporto, El Cronista del Bicentenario, que va por el número 6, destinado a las escuelas bonaerenses. De toda esta labor surgió, desde hace ya mucho tiempo, el proyecto de constituirnos en Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela, en una línea de interpretación histórica que calificamos de federal-provinciana, latinoamericana o socialista nacional. Este Centro de Estudios se fue demorando pero últimamente avanzamos en su concreción y se lanzará el próximo viernes 16 de diciembre, en Rivarola 154, a las 19:30 horas.
Resulta obvio que después de trabajar en equipo durante más de una década, carecía de sentido disolvernos para incorporarnos al nuevo Instituto, en el cual se advierte un espectro de posiciones muy amplio. Con él no tenemos problemas en trabajar conjuntamente –aun cuando algunos de sus miembros colaboren en La Nación y Clarín, lo cual no resulta de nuestro agrado, pero en la tolerancia propia de la vida democrática no impediría acciones en común siempre y cuando quede en claro que el propósito no es conciliar con la historia mitrista ni con la Historia Social, sino polemizar profundamente, oxigenando el ámbito de nuestra enseñanza, con las ventanas abiertas para que ingresen los vientos populares, pues tanto la historia como la política no sólo se hacen con documentos y declaraciones sino con la vida misma a través de la militancia (Nosotros salimos tres o cuatro veces por semana, durante los últimos años, a dar charlas en el Conurbano, donde estimamos hay más receptividad para nuestras ideas que, sin ánimo de molestar a nadie, en una universidad privada de ciencias o en las academias. Sólo de ese modo, llegando al pueblo, la historia cumple la función, como la poesía, de “ser un arma cargada de futuro”).
Por esta razón, preferimos continuar trabajando con el mismo criterio con que lo venimos haciendo, lanzando tozudamente libros y debates, desde el Felipe Varela, que funcionará como una colateral de la Corriente Política Enrique Discépolo, cuyo apoyo al gobierno nacional –desde una perspectiva independiente– es público a través de nuestro mensuario Señales Populares y de todas las intervenciones radiales y televisivas a las que concurrimos.
De modo tal, resumiendo, que los campos están claramente delimitados. El mitrismo y sus descendientes, la Historia Social, los autodenominados “historiadores profesionales”, entre los cuales hay algunos valiosos, pero que en general no se caracterizan por importantes investigaciones, están en la vereda de enfrente a la nuestra. El nuevo Instituto Dorrego, en la medida que integra la Secretaría de Cultura de un gobierno nacional y popular como el que preside Cristina Fernández de Kirchner se colocará, a través de sus publicaciones y actos, en la misma vereda nuestra, aunque en muchas cuestiones tendremos interpretaciones no coincidentes (por ejemplo: Moreno-Saavedra; Rosas–el Chacho y Felipe Varela, etcétera).
Si no fuera porque algunos todavía son temerosos de recurrir a ciertas figuras peligrosas diríamos que lo deseable y esperable es que ambos institutos “golpeemos juntos, pero marchando separados” para poner fin a las fábulas que todavía hoy confunden a los estudiantes, ya sea las provenientes del nacionalismo clerical, del pretendido neutralismo científico o de la “izquierda abstracta”. Ello ayudaría seguramente a la profundización del modelo en los próximos años.
Fuente: Tiempo Argentino
9 de diciembre de 2011

martes, 6 de diciembre de 2011

Nuestra América de hoy: hacia un escenario posneoliberal


La constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) es uno de los mejores índices de que vivimos una hora histórica, y contribuye a darle carnadura a aquello a lo que aludía el presidente ecuatoriano Rafael Correa cuando afirmaba que se está frente a un cambio de época. El camino que nos espera como latinoamericanos será azaroso, pero también lo ha sido el que nos trajo hasta aquí. Por eso, el objeto de estas breves líneas es reseñar algunas cuestiones de estos últimos años que, consideramos, son fundamentales para comprender las potencialidades de la actual construcción regional-latinoamericana.
No siempre es fácil fechar el “puntapié inicial” de un proceso socio-histórico. En este caso creemos que, aunque la crisis política del neoliberalismo en Sudamérica con el comienzo del nuevo siglo es el punto de inflexión del “cambio de época”, no podrían entenderse las tendencias a conformar un escenario pos-neoliberal sin referirse a las luchas sociales políticas de los años inmediatamente anteriores. La crisis por sí misma no genera horizontes de liberación, incluso puede abrir paso a lo contrario: una consolidación del status quo conservador o incluso una regresión societaria. Son las luchas populares, el debate ideológico, la emergencia de nuevos actores sociales y dirigencias lo que puede asegurar una salida “por izquierda”. Aquí mencionaremos solamente dos vertientes de esas luchas populares en el momento del auge neoliberal, para pasar luego a una sintética caracterización de algunos gobiernos nacional-populares de la región, y finalmente esbozar los rasgos de la construcción de un escenario pos-neoliberal latinoamericano.  

La lucha popular anti-neoliberal

En primer término debemos referirnos a la emergencia indígena[1], la larga oleada de ascenso de pueblos originarios y organizaciones político-sociales indígenas de las últimas décadas. Ya no se trata del viejo indigenismo, patrocinado por elites intelectuales y políticas mestizas o criollas, tampoco de la política integracionista de algunos Estados (como el mexicano pos-1910) sino de auténticos movimientos indígenas, con sus dirigencias e intelectuales propios, estableciendo a veces alianzas con otros grupos y clases populares de los respectivos países. El 5º Centenario de la Conquista de América (así caracterizada, y no como “descubrimiento) es un hito importante en ese proceso de ascenso del activismo político de los pueblos originarios. Algunos países donde se ha desarrollado con fuerza este movimiento (heterogéneo, por cierto): México, Guatemala, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile). El impacto global del alzamiento zapatista en el estado mexicano de Chiapas (1994) no solamente visibilizó esa emergencia indígena, sino que también incidió en el debate político-ideológico contemporáneo: sobre las estrategias para transformar la realidad, la construcción del poder popular, la dialéctica entre movimiento social y movimiento político, los límites de las democracias modernas y los Estados nacionales, entre otras cuestiones. Aunque la “agenda” del neozapatismo no puede reducirse a las problemáticas específicas de los indígenas del sur mexicano, es fundamentalmente un movimiento indígena.
Las rebeliones y movilizaciones de los pueblos originarios del Ecuador, aglutinados en la CONAIE, es otro de los procesos relevantes de Nuestra América. De suma importancia incluso porque muestra las tensiones y contradicciones del momento político de un país que no se reduce tampoco a la emergencia indígena. El propio gobierno de Rafael Correo, cuyas palabras mencionábamos más arriba, no podría entenderse sin esa movilización, pero al mismo tiempo otros imaginarios y proyecciones están en juego (modernizantes, antiimperialistas) con no pocas fricciones entre en nuevo indianismo y la gestión gubernamental. La Revolución Ciudadana que lidera Correa incluye a los pueblos originarios del Ecuador, pero no es específicamente un paradigma indianista, y la puja por la orientación general del proceso se ha hecho manifiesta.
Sin duda, el caso más importante es el de Bolivia, puesto que allí los indígenas han logrado la dirección del movimiento político con el gobierno de Evo Morales y el avance en la construcción de un Estado plurinacional. De la movilización antineoliberal (“guerras” del agua y del gas) al ascenso electoral del Movimiento al Socialismo se producen no pocas inflexione y variaciones, que no desmienten empero la hegemonía indígena en el curso político boliviano actual. Y aún así, se manifiestan no pocas contradicciones[2]: entre el imaginario indianista más radical y una política nacional que responde también a la tradición nacional-popular, modernizante e izquierdista; entre una pluralidad de pueblos con visiones no exactamente iguales que no podrían reducirse al núcleo aymara cercano a Evo; entre una base social cuyos contingentes más activos son una serie de movimientos sociales, y la tendencia a la centralización (e incluso el personalismo) en la gestión de Evo. Todas estas cuestiones se tornan además dominantes en la escena política boliviana, puesto que el bloque oligárquico-burgués está momentáneamente neutralizado[3].
En segundo término, al reseñar las movilizaciones populares antineoliberales también habrá que referirse a lo que se engloba genéricamente bajo la denominación nuevos movimientos sociales[4]. Más allá de una primera aproximación superficial de tipo cronológico en la cual se recortan los “nuevos” movimientos” en contraposición a los “viejos” (especialmente los movimientos sindicales), lo cierto es que la imposición del neoliberalismo es un verdadero parteaguas en la historia de la movilización popular latinoamericana. Porque al fragmentar estructuralmente a las clases subalternas (a través de precarización laboral, el crecimiento del desempleo, la pobreza y la marginalidad) debilitó objetivamente a los anteriores encuadramientos sociales: sindicatos de asalariados urbanos, movimientos campesinos. El marco general se completaba con la deserción de no pocas dirigencias políticas e intelectuales de raíz popular, el anquilosamiento o desintegración de corrientes políticas nacional-populares o izquierdizantes, y tal vez lo peor: la literal cooptación de partidos populares que (como las socialdemocracias europeas) adoptaron la agenda neoliberal al acceder al gobierno.
En ese marco, los “nuevos” movimientos sociales nacen en gran medida del marasmo neoliberal, para hacer frente al empobrecimiento, el desempleo, la precarización y la crisis económica, con una gran desconexión de las alternativas políticas en juego. Esa desconexión se produce por el declive de las viejas fuerzas antiimperialistas y el desencanto generalizado; y también por el profundo grado de instrumentación de los Estados latinoamericanos a manos de las elites económicas, que los blindaron a través de un neo-republicanismo conservador, frente a las demandas comunitarias y la participación popular. Sin embargo, esos nuevos movimientos sociales no podrían ser reducidos a una mera respuesta defensiva frente a la debacle de los anteriores paradigmas. Si eso fue dominante en los primeros años, lo cierto es que comienzan a procesar nuevos debates ideológicos y políticos, de cara a la construcción de “alternativas”. Debates y construcciones como las que se pusieron en juego en los sucesivos encuentros del Foro Social Mundial. Así se discutió el poder político y sus relaciones con la mundialización del capital; las nuevas estrategias contrahegemónicas: construir poder popular, contrapoder, o no poder; la extensión de la problemática de los Derechos Humanos; los derechos de las minorías sexuales y la cuestión de género; mecanismos de democracia participativa; economía social y comunitaria; etc. Si en un primer momento los poderes económicos, políticos y comunicacionales coaligados bajo la hegemonía neoliberal observaron con desdén (no exento de hostilidad) esas discusiones de “alternativas”, lo cierto es que la crisis del “modelo” cambió radicalmente el contexto político, pulverizando el “consenso” neoliberal en muchos países de la región, abriendo camino a esas alternativas.

Los nuevos gobiernos nacional-populares

De la alternativa a la superación hay un complejo camino. Es el camino de la construcción de un escenario posneoliberal en Latinoamérica, que tiene como protagonistas a un importante y heterogéneo contingente de movimientos sociales (lo que mencionábamos más arriba) pero también, y especialmente, a un puñado de gobiernos definidos por los analistas de diverso modo: progresistas, de centroizquierda, de izquierda, antineoliberales, populistas, nacional-populares. Nos referimos anteriormente al proceso boliviano con el gobierno de Evo Morales. Desde el propio oficialismo del MAS han surgido distintas caracterizaciones de su proyecto societario, a veces sucesivas, a veces coexistentes en el tiempo: revolución democrático-cultural, capitalismo andino amazónico, socialismo comunitario, son algunas de ellas. Esto no obedece a ninguna incoherencia ni tampoco a un enfrentamiento faccioso inmanejable al interior de la coalición gubernamental. Es expresión de las contradicciones en el bloque popular a las que aludía García Linera, que no necesariamente deben conducir a la competencia facciosa. Y también de los cambiantes desafíos que supone pasar de lo “social” a lo “político”, o más concretamente en el caso boliviano: la dirección político-cultural de un bloque popular en la construcción de un Estado plurinacional. La profundidad de la descolonización cultural y étnica de Bolivia (objetivo manifiesto del gobierno) a su vez debe armonizarse con la dinámica de la modernización industrialista que impone la búsqueda simultánea del desarrollo económico y la redistribución progresiva del ingreso. En ese camino, el gobierno de Evo choca no solo con los viejos intereses oligárquico-burgueses, sino también con fuerzas sociales descolonizadoras con distinta visión, y a veces intereses sectoriales o corporativos de su propia coalición social.
Otra vertiente de los gobiernos nacional-populares latinoamericanos, firme impulsor de la unidad regional y ahora anfitrión en la constitución de la CELAC, es el bolivarismo del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. El horizonte actual del proceso bolivariano es de la construcción de un Socialismo del Siglo XXI. Tal proyecto societario de liberación no se improvisó rápidamente, ni está exento, también él, de contradicciones. La propuesta nacionalista y democratizante del primer gobierno de Chávez se topó muy pronto con serios obstáculos, como la decidida hostilidad de los EEUU. Pero también problemas internos a la formación social venezolana: la ausencia de una capa empresaria sólida que fuese aliada del proyecto bolivariano (una suerte de “burguesía nacional”), y un aparato administrativo del Estado incapaz de responder a las incrementadas demandas sociales que surgen del proceso[5]. La refundación política bajo el paradigma de la democracia participativa fue exitosa en abrir paso a los contingentes populares que son la base real del gobierno de Chávez, pero por cierto no se tradujeron mecánicamente en poder popular al tiempo que sí estimularon el encono de las clases dominantes venezolanas. Las dificultades nacidas de la desigual modernización nacionalizante en la economía, la hostilidad golpista del bloque político-económico desplazado, los límites y dispersión de la base social “participativa”, la radicalización del antiimperialismo chavista, la tensión (con rasgos diferentes al proceso boliviano) entre el paradigma de la democracia participativa y el proceso de centralización política del gobierno nacional-popular (especialmente en el poder ejecutivo comandado por Chávez), juegan hoy en la propuesta azarosa del Socialismo del Siglo XXI.
La emergencia del kirchnerismo en la Argentina delinea otra cristalización de lo nacional-popular. Por una parte sigue la huella del peronismo “clásico”, actualizando sus banderas históricas de la autodeterminación nacional y la justicia social, en un escenario marcado por el derrumbe de modelo neoliberal. Se imponía en primer término la recuperación y democratización del Estado, el crecimiento económico y un mayor margen de autonomía frente a los organismos financieros internacionales (incorregibles demiurgos de la catástrofe socioeconómica). De allí nacía la consigna moderada en apariencia de “un país en serio”. Sin embargo, las cuestiones puestas en juego fueron incomparablemente más complejas. La recuperación del peronismo histórico no se “salteaba” el período de “los ‘70”, ni obviaba la pesada herencia de la impunidad dictatorial en la transición a la democracia. La búsqueda de una mayor autodeterminación nacional se conjugaba necesariamente con la profundización de la integración económica latinoamericana y de la conformación del bloque político latinoamericano que hoy celebramos. El crecimiento económico no podía disociarse de la redistribución del ingreso y la recuperación de derechos por parte de los asalariados, contradiciendo una lógica puramente desarrollista. La democratización no alcanza solamente al Estado, en la ilusión de una alternancia de partidos políticos que no cuestionan el orden societario impuesto por el poder económico. Esa democratización se impulsa hacia uno de los nudos estratégicos de las construcciones hegemónicas contemporáneas: la comunicación audiovisual. Son estos rasgos los que fueron conformando al kirchnerismo como movimiento nacional.
La crisis política del neoliberalismo en América Latina abre la grieta por la cual se precipitan estos procesos nacional-populares, cada uno con sus matices. Pero ni ellos pueden entenderse sin la acumulación de luchas populares y debates ideológicos previos, ni la salida hacia un escenario “pos-neoliberal” es pensable sin esos gobiernos y otros similares (Brasil de modo eminente, pero también como ya mencionamos Ecuador, y debe sumarse Cuba, Nicaragua, Uruguay, Paraguay, y ahora posiblemente Perú). 

Algunos elementos para la consolidación de un escenario posneoliberal latinoamericano

El brasileño Emir Sader propone que en el camino de la configuración de un horizonte emancipatorio para América Latina, la consolidación de un escenario posneoliberal es insustituible[6]. La liberación nacional y social no se identifica mecánicamente con ese “posneoliberalismo”, pero sí lo supone como parte de un tránsito complejo y contradictorio, en un marco en el cual las continuidades con el ciclo anterior aún son fuertes. Sin que pretendamos enumerar el conjunto de problemas implicados en la construcción de un tal escenario posneoliberal latinoamericano (que conoce además importantes variantes de país en país), podemos mencionar aquí algunas cuestiones.
·         El rechazo al ALCA, los TLCs, y las diversas formas de la dominación económica estadounidense. El imperialismo estadounidense es el principal obstáculo hoy a los procesos de liberación latinoamericanos.
·         Horizonte de integración /unidad de la región. Los procesos integracionistas que conocemos (como el MERCOSUR) y hallan su justificación en la matriz neodesarrollista deben complementarse con el renaciente paradigma de la unidad, que apunta a la conformación de un bloque político-económico-cultural. Es el camino de la UNASUR y ahora la CELAC.
·         Desarrollo de formas de democracia participativa. Los objetivos socioeconómicos y aún aquellos “técnicos” en apariencia difícilmente podrán consolidarse en una matriz puramente desarrollista, en la cual una elite conduce la modernización.
·         Recuperación gradual del control del excedente económico (que nos será radicalmente disputado por el capital financiero trasnacional en el marco de la actual crisis global). Esto implica el control de los recursos estratégicos y de las fuentes de financiamiento (Banco del Sur).
·         Política social y redistribución progresiva de la riqueza. Constituye uno de los “centros de gravedad” de la solidez de los bloques nacional-populares que pueden sustentar esta transformación. También es el valor societario que organiza la vida social en perspectiva de liberación: la solidaridad y la justicia.
·         Democratización de la comunicación audiovisual. Es uno de los ejes de la construcción hegemónica contemporánea y de la consolidación de horizontes civilizatorios.
·         Alianza gobiernos /movimientos populares. En la medida en que la tensión representación /participación es parte de nuestro horizonte de época (contradicción inmanente por otra parte a los regímenes representativos-republicanos) y otro de los ejes constitutivos de los actuales bloques nacional-populares. No resulta productivo ver esta cuestión disociada de un planteo atento a las contradicciones en el seno del pueblo.
·         Pensamiento estratégico para la liberación nacional y social. Cuestionamiento radical a las formas ideológicas de la dominación del capital trasnacional, pero también crítica del pensamiento “débil” o posmoderno. Capaz de integrar las tensiones entre lo identitario y la modernización; entre lo global y lo nacional; entre la unidad y la diversidad.


Germán Ibañez


[1] Tomamos la expresión del título de interesante libro del chileno José Bengoa: La emergencia indígena en América Latina; Santiago; Fondo de Cultura Económica; 2007
[2] Incluso el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, propone asumirlas y considerarlas como contradicciones en el seno del pueblo, en una recuperación crítica de los planteos maoístas sobre la cuestión. Ver el artículo “Las contradicciones de la sociedad boliviana”, en Le Monde diplomatique, edición Cono sur, Nº 147, septiembre de 2011
[3] Álvaro García Linera, entrevista en el diario La Prensa (Bolivia), 24/01/2010
[4] La bibliografía es extensa; aquí mencionamos como abordajes muy interesantes Maristella Svampa: “Movimientos sociales y nuevo escenario regional”, en Cambio de época; Buenos Aires; Siglo XXI editores /CLACSO; 2008, y el de José Seoane, Emilio Taddei y Clara Algranati: “El concepto ‘movimiento social’ a la luz de los debates y la experiencia latinoamericana recientes”, en Controversias y Concurrencias Latinoamericanas Nº 4, año 3, agosto 2011
[5] Edgardo Lander: “Izquierda y populismo: alternativas al neoliberalismo en Venezuela”, en César A. Rodríguez Garavito, Patrick S. Barrett y Daniel Chávez:  La nueva izquierda en América Latina; Bogotá; Grupo Editorial Norma; 2005; p. 129
[6] Emir Sader: El nuevo topo; Buenos Aires; Siglo XXI editores /CLACSO; 2009; especialmente el cap. 5: “El futuro de América Latina”

sábado, 3 de diciembre de 2011

Sobre la cuestión del latinoamericanismo


En estas breves líneas, intentaremos trazar un itinerario de la preocupación “latinoamericanista”; para lo cual seguiremos en gran medida las reflexiones del filósofo argentino Arturo A. Roig expuestas en La idea latinoamericana de América[1]. La primera cuestión que dicho autor tiene en cuenta es que puede reconocerse un doble origen de la expresión “Latinoamérica” o “América Latina”. Por una parte, expresa una voluntad de resistencia a las agresiones externas que el subcontinente comienza a sufrir ya en el siglo XIX, pocos años después del ciclo de la emancipación. Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y la propia España intervienen militarmente en la ex América española en varias ocasiones, buscando un mayor control de mercados y fuentes de materias primas o directamente ocupar territorios (como hizo Estados Unidos con una parte sustancial del territorio mexicano). Entre aquellos “latinoamericanos” que denunciaron con firmeza las agresiones colonialistas estuvieron el chileno Francisco Bilbao y el colombiano José María Torres Caicedo. Así apareció el uso del término Latinoamérica, vinculado al alegato anticolonial. Pero por otra parte, en el seno de una concepción colonialista de “pan latinidad”, elaborada en Francia para proyectar el influjo de dicho país sobre estas tierras, se verificó también el uso de la misma expresión. Antagónica finalidad expresan ambos usos, que revelan igualmente opuestas concepciones: voluntad anticolonial de independencia versus voluntad imperial de dominación. La primera concepción continuaba la afirmación de soberanías políticas. Ese era uno de los “legados” fundamentales de la etapa independentista, en la cual la visión predominante acerca de la nación aludía no tanto a una comunidad definida en términos culturalistas sino a la conformación de sociedades políticas, de hombres que viven bajo un mismo gobierno o una misma ley, es decir un uso de la voz nación relativamente equivalente al de Estado -nación[2]. En la segunda concepción, se instrumentaba artificiosamente una latinidad que establecería la primacía de Francia (país que a su vez también se identificará como “galo”) sobre un conjunto de países de herencia “latina”, es decir territorios ocupados alguna vez por el imperio romano, como la vieja Hispania. Esa visión fue quedando desacreditada (a fin de cuentas las potencias anglosajonas lograron la primacía sobre estas tierras), en tanto que Latinoamérica fue convirtiéndose en la expresión convencional utilizada entre nosotros para referirnos a la América no anglosajona.
Sin embargo, junto al uso convencional, persistiría también la vocación latinoamericanista mencionada en primer término, y que está íntimamente relacionada a la voluntad política de soberanía. Sus raíces se hallan justamente en el ideal bolivariano de Nuestra América[3]. Es una concepción primordialmente política, centrada en la conformación de un bloque político entre las nuevas repúblicas y no tanto la afirmación de rasgos idiosincrásicos de los latinoamericanos. El antagonista estratégico del latinoamericanismo así entendido fue el ascenso del neocolonialismo y especialmente de su formulación panamericanista. Ahora bien, el proyecto neocolonial no se manifestó únicamente como agresión externa, sino que tuvo “aliados” internos en aquellas fracciones de las clases dominantes latinoamericanas más vinculadas a los centros metropolitanos industrial –financieros. Esta situación ya fue percibida por los patriotas caribeños, especialmente José Martí, que concebían al pueblo como sujeto de la liberación, desconfiando de los sectores burgueses. Betances por su parte afirmará que la lucha liberadora procede, como una erupción volcánica, desde el mismo “centro del pueblo”[4]. Es decir, aun antes de que la teoría leninista enlazara cuestión nacional y cuestión social en clave antiimperialista, desde el Caribe hispano parlante se intuye ya la fractura social (de clase) operante en la lucha de liberación nacional.
Roig incluye dentro del proceso de conformación del latinoamericanismo a la problemática de la “independencia cultural”, tal como distintas vertientes y tradiciones intelectuales latinoamericanas fueron poniendo de relieve. La preocupación por un “americanismo literario” (presente tal vez desde el siglo XVIII) se prolongaría en el contemporáneo “latinoamericanismo literario” evidenciado en la novelística de la segunda mitad del siglo XX[5]. Al comentar estos puntos, Roig alerta sobre la existencia de tradiciones hispanistas, de orientación conservadora y tan perniciosas como el influjo imperialista expresado en el panamericanismo. Juan José Hernández Arregui también señaló este peligro, distinguiendo entre una hispanofilia políticamente conservadora (que ni siquiera ofrecía una visión completa de España, sino tan solo de sus tradiciones reaccionarias) de un hispanoamericanismo que era resultado histórico del propio devenir cultural, económico y político de estas tierras. En cuanto a la manera más comprensiva de referirse al amplio universo cultural latinoamericano, Hernández Arregui propone Iberoamérica, lo cual a su juicio permitiría sortear los equívocos del término “Latinoamérica” en su versión colonial –francesa. Aún así, admitía que resultaba inevitable aceptar como convención establecida el término Latinoamérica para referirse a estas tierras de manera genérica, y reservar entonces el más preciso de Iberoamérica para las cuestiones culturales[6].
Finalmente Roig se refiere a la tradición filosófica que, desde el americanismo filosófico del siglo XIX se continúa en la actual filosofía latinoamericana. También en este terreno la preocupación ha sido la independencia. Se refiere a un pensamiento históricamente situado, que no quiere desconocer las encrucijadas y contradicciones de nuestra historia y nuestras tradiciones políticas y culturales[7]. Es decir, que no ignora las riquezas y miserias, las contradicciones históricas. Y que no pretende congelar aquello heredado, sino que siente el imperativo de repensar y recrear el patrimonio intelectual e histórico –cultural; solo así el latinoamericanismo se transforma en pensamiento vivo y en herramienta de liberación.
Desde las tradiciones vinculadas al antiimperialismo moderno, a los movimientos de liberación nacional, y las izquierdas críticas de la matriz eurocéntrica, aparecen similares preocupaciones. Latinoamérica y el latinoamericanismo no constituyen una realidad fijada de una vez y para siempre, mucho menos definida en términos culturalistas. De lo que se trata aquí es de la estrategia revolucionaria, la dialéctica entre el escenario nacional /continental, las fuerzas motrices de la revolución y su contenido socio –histórico (definido en polémicas y debates como nacional –antiimperialista, democrático –burgués, o socialista). Las ideologías que asumen estas vertientes políticas (el nacionalismo popular y el marxismo) tienen una fuerte carga modernizante, así como los problemas a los que aluden: la reforma agraria, la industrialización, la revolución, los derechos sociales, etc. Aunque en su frontera radical también cuestiona los límites de la modernización y apunta a un “más allá”: el poder popular y sobre todo la construcción del hombre nuevo. La preocupación por lo latinoamericano incluye las culturas y las identidades, pero desde una perspectiva estratégica en la cual, considerado inviable o perimido el horizonte de una revolución socialista mundial, se establece la prioridad de la lucha antiimperialista “tercermundista” y la posibilidad de caminos nacionales al socialismo. Se plantea también, la cuestión de los sujetos, con una prevaleciente definición en términos clasistas o socioeconómicos. Aparece también el pueblo, definición de más inciertos perfiles, sobre todo en la tradición nacional –popular. Pero también aquí, el énfasis es más bien socioeconómico que culturalista: Getulio Vargas hablaba indistintamente de “pueblo” y “pueblo trabajador”; con mayor relieve aparece esto en el primer peronismo, en cuya discursividad e ideario el pueblo, el obrero, el descamisado, y el trabajador eran prácticamente sinónimos.  
La derrota de los movimientos de liberación nacional, vinculada con la ofensiva imperial de los años 1970 (dictaduras de “seguridad nacional”, contrainsugencia), y el ascenso de una nueva etapa de mundialización del capital (conocida como “globalización) puso en entredicho estas tradiciones y la misma noción de autodeterminación nacional. Será con la crisis manifiesta del modelo neoliberal a principios de este siglo que la preocupación latinoamericanista vuelve a emerger. Por cierto, no es igual a sus anteriores cristalizaciones. Por ejemplo en sus variantes modernizadoras, es muy fuerte el paradigma integracionista estrechamente vinculado a una visión economicista aunque crítica de status quo global. Y también aparecen vertientes más identitarias, especialmente en el indianismo que, en varios países latinoamericanos, toma la posta de los perimidos “indigenismos” y tiene en su conducción a elites políticas e intelectuales de origen indígena.
Este muy suscinto recorrido, nos permite filiar la preocupación latinoamericanista como una problemática estrechamente vinculada a la autodeterminación y las luchas de liberación nacional y social. Es decir, anclada en el terreno de la política, de la voluntad de constituirnos en pueblos soberanos. Con esto no pretendemos negar el influjo de tradiciones y vertientes de pensamiento vinculadas más prioritariamente a una preocupación por la identidad y los rasgos culturales de nuestras sociedades, y que desconocen u obvian la cuestión anticolonial. También la preocupación por la identidad aparece con gran fuerza en las tradiciones emancipadoras y liberacionistas (la obra de Juan José Hernández Arregui es un claro ejemplo). El latinoamericanismo se manifiesta en un campo definido por una tensión permanente entre el influjo neocolonial, los impulsos modernizadores (muchas veces acríticos frente a los paradigmas imperiales),  la defensa cerradamente identitaria, y un paradigma de la liberación que asume la contradicción como constitutiva de lo social, y por lo tanto no niega esta tensión ni busca una respuesta cristalizada y ahistórica.

Germán Ibañez


[1] Arturo A. Roig: “La idea latinoamericana de América”, en El pensamiento latinoamericano y su aventura; Buenos Aires; Ediciones El Andariego; 2008; pp. 35-53
[2] José Carlos Chiaramonte: Estado y nación en Iberoamérica; Buenos Aires; Editorial Sudamericana; 2004
[3] Arturo A. Roig: op. cit.; p. 37
[4] Citado en Ricaurte Soler: Idea y cuestión nacional latinoamericana; México; Siglo XXI; 1987
[5] Arturo A. Roig: op. cit.; pp. 47 -48
[6] Juan José Hernández Arregui: Qué es el ser nacional; Buenos Aires; Editorial Nuestra América; 1988
[7] Arturo A. Roig: op. cit.; pp. 51 -52

Cristina y su lectura estratégica en la CELAC

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner afirmó que la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) es “una posibilidad histórica” para la región, y reclamó mecanismos concretos que permitan avanzar en la integración política, económica y comercial.
“Estamos ante una posibilidad histórica de convertirnos en protagonistas del Siglo XXI”, dijo Cristina y reclamó que “para eso necesitamos instrumentos concretos, políticas y alianzas muy fuertes no sólo en el campo de lo económico sino en lo político”.
La jefa del Estado lo expresó al hablar en la cumbre de presidentes y jefes de gobierno que dejó hoy conformada formalmente la CELAC como nuevo mecanismo de resolución de conflictos y consulta permanente para el subcontinente.
En un mensaje pronunciado frente a presidentes de los 33 países que integran en flamante organismo hemisférico, la Presidenta pidió “encontrar esos mecanismos concretos”, para que este tipo de cumbres “no sean solo reuniones para hacer catarsis”, sostuvo.
La mandataria recordó que en el proceso de integración regional la cumbre de Caracas se destaca “porque por primera vez reunimos a países que nunca antes habíamos logrado”.
“Hemos empezado con el Mercosur, luego seguimos con la UNASUR y ahora la CELAC, es como ir agrandando el círculo” de la integración y “debemos seguir ampliándolo”, advirtió.
Cristina enfatizó que los “los mecanismos de integración van a ser una de las salvaguardas de la región”, la que, destacó “tiene casi 600 millones de usuarios y consumidores, lo que la convierte en un mercado muy apetecible”.
A modo de ejemplo, recalcó que “la Unión Europea es un buen espejo para mirar lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, tomar lo bueno y no repetir lo malo”.
En ese sentido reclamó que “debemos ser lo suficientemente inteligentes para que no se repita la vieja historia de los procesos truncos” en América Latina.
Mencionó como ejemplo del pasado el caso del Paraguay en la época de Francisco Solano López, en pleno siglo XIX, como “el primer país industrializado de América Latina con hornos de fundición y ferrocarriles”, derrocado por la Guerra de la Triple Alianza, ante lo cual señaló que “debemos aprender de la historia para no repetiré viejos errores”.
“Estamos ante una gran oportunidad, sería bueno no desaprovecharla, explicó.
Al repasar los problemas de la región, recogió parte del discurso del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, quien se refirió al narcotráfico, Cristina se preguntó por qué “nunca encontramos donde se lavan esas ingentes cantidades de dinero” provenientes de la droga.
“América Latina se queda con los muertos, y con el dinero y las drogas se quedan otros”, dijo la Presidenta, y de inmediato agregó que “no es justo lo que le sucede a Colombia y México”, los dos países más castigados por el narcotráfico.
Cristina se refirió luego a los mecanismos de integración, y dijo que “tenemos mecanismos que nos han dado mucho resultado, como por ejemplo en la UNASUR donde hemos podido conjurar movimientos contra las instituciones”.
La mandataria argentina fue la quinta oradora del debate inaugural con el que quedó confirmada desde hoy la CELAC, en una lista que fue abierta por la brasileña Dilma Rousseff, quien calificó al nuevo organizó como “la mayor hazaña de la región”.
A su turno el colombiano Santos se refirió a la problemática del narcotráfico que castiga a su país, y el ecuatoriano Rafael Correa se refirió a la situación institucional de su país y a su relación con los medios hegemónicos de comunicación.
La CELAC se apresta a difundir mañana su primer documento político, que se denominará “Plan de acción de Caracas”, así como su reglamento interno, cuya aprobación se encontraba esta noche en etapa avanzada por parte de los cancilleres.
La deliberación avanzó hasta una hora avanzada, por lo cual los mandatarios -a propuesta del anfitrión Hugo Chávez-, cancelaron la cena que tenían prevista para luego de la deliberación, y tomaron un refrigerio en el propio recinto de deliberaciones mientras se sucedían los oradores.
Para mañana por la mañana estaba prevista además la denominada “Foto de Familia” con todos los mandatarios presentes, así como la difusión de una serie de documentos en los que se ha alcanzado coincidencias entre todos los países.
Fuente: Agepeba
http://www.agepeba.org/

viernes, 2 de diciembre de 2011

Noberto Galasso

Buenos Aires, 30 de noviembre de 2011


ACLARACION


Dado que se ha producido un cruce de opiniones entre el compañero Facundo Moyano y el periodista Hernán Brienza, donde este último señala que no acepté incorporarme al Instituto Dorrego y que va a publicar mi carta para demostrar que utilizo “los mismos argumentos que Sarlo y Lanata”, que los he acusado de “fachos retardatarios” y que me hago “la víctima discriminada”, le solicito la publicación de las 2 únicas cartas que envié a ese Instituto (previas a la aparición del decreto) y que permiten dejar todo aclarado.

Cabe solamente agregar que tiempo atrás, Pacho O’Donnell me hizo llegar la información de que se había constituído dicho Instituto, así como los integrantes y los puestos que ocuparían junto a un proyecto de decreto y una diplomatura designada “La Otra Historia Argentina”, a darse en la Universidad de las Ciencias Empresariales, por la módica suma de $ 2.500 por un ciclo de 12 clases, y me ofrecía participara como miembro honorario del Instituto.

A ello contesté:

Buenos Aires, 9 de septiembre de 2011

Al  Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano "Manuel Dorrego”



He recibido una comunicación del Instituto,  por el cual  se me propone como  “Miembro de Honor”. Sin embargo, como en estos momentos estamos constituyendo un Instituto de Estudios históricos, políticos, económicos y sociales, con un grupo de compañeros, que seguramente mantendrá posiciones distintas a las que sustenta éste, debo agradecer a ustedes la gentileza pero declinar dicho ofrecimiento para evitar confusiones e incompatibilidades en momentos en que la Argentina necesita la mayor claridad posible y no avanzar en equívocos.

Atentamente, 
Norberto Galasso
Luego intervino Víctor Ramos y le contesté:

4 de octubre de 2011

Al Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”

Respuesta al envío de Víctor Ramos

He recibido un correo electrónico en el cual Víctor Ramos lamenta mi rechazo para integrarme como Miembro de Honor en ese Instituto y manifiesta que ello provoca “confusión” y que mis argumentos  son “enigmáticos”.

Para aclarar la decisión tomada, reseño lo siguiente:

-Desde 1997, en el Centro Discépolo, hemos venido formulando la crítica a la Historia Oficial y asimismo hemos tomado distancia del revisionismo nacionalista de derecha desde nuestra línea de los Cuadernos de Indoamérica publicados por “Frente Obrero” y de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, de Jorge A. Ramos.

-Así publicamos 30 cuadernillos bajo el rótulo “Cuadernos para la Otra Historia”. En base a ellos dimos conferencias, armamos talleres y el 2005 los convertimos en 10 DVD que ha difundido últimamente el periódico “Miradas al Sur”. Alrededor de esta tarea se fueron nucleando jóvenes que hoy integran el grupo que redacta –desde 2010- “El Cronista del Bicentenario”.

-Asimismo, desde el 2005 publicamos en la editorial de Madres de Plaza de Mayo, 4 tomos de Los Malditos, personajes silenciados o tergiversados por la Historia Oficial.

-De la misma manera, hemos dado cursos en Cancillería, Sindicatos y Agrupaciones populares especialmente en el conurbano.

De todas estas experiencias surge mi compromiso personal, militante, con el grupo de compañeros que ha llevado adelante esta tarea. Carecería, pues, de sentido, sumarme a otro grupo donde es fácil advertir que no coincidimos en interpretaciones sobre asuntos importantes, como por ejemplo, la Revolución de Mayo, la caracterización de Rosas, Urquiza, Mitre y Sarmiento hasta diferencias políticas respecto al Golpe del 30 o al menemismo que derivan de la influencia liberal-conservadora que pesa sobre algunos integrantes de ese Instituto así como la influencia nacionalista clerical que pesa sobre otros.

Trabajemos, pues, cada uno por nuestro lado. Por esta razón, señalé en mi declinación al nombramiento, que deberíamos evitar equívocos  para dar la polémica a la Historia Social con posibilidades de éxito. Para esa polémica es necesario, a nuestro juicio, tener en claro que hay enorme distancia entre saavedrismo y morenismo, entre rosismo y “chachismo-varelismo”, entre uriburismo e irigoyeinismo, entre menemismo y peronismo histórico, entre nacionalismo e izquierda nacional.

Saludo a ustedes atentamente,
 Norberto Galasso


De este modo le evito al Instituto la preocupación por publicar estas cartas, las cuales demuestran que no afirmé lo que sostiene Brienza, sino una posición clara y consecuente con las ideas que vengo sosteniendo desde hace largos años.

Escribo estas líneas porque “es lindo informarse”, como sostiene Brienza.

Norberto Galasso






--
Secretaría de Prensa
Corriente Política Enrique Santos Discépolo