Frente a las cámaras de la TV, ella, quien se para y dice, es un cuerpo que se expone a sí mismo. La presidenta demostró que el poder omnímodo de la corporación mediática es un mito. Pone en tensión política un abordaje teórico que viene desarrollándose desde la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.-
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Quiero escribir sobre el boleo de zurda que Cristina le pegó a cierto fetiche que pretende dormir tranquilo entre las sábanas bordadas de la teoría comunicacional, ese que habla del supuesto poder omnímodo de los medios. Se paró frente al blanco, apuntó y la embocó: la posibilidad de influencia del dispositivo mediático hegemónico es inversamente proporcional a la irrupción de actores políticos y sociales, tangibles, de carne y hueso, y con capacidades concretas de organización y movilización.
La presidenta no lo dijo así, textualmente, pero da lo mismo. El jueves último, Cristina Fernández de Kirchner sostuvo: “Demostramos (se refería a la experiencia política desde 2003 a la fecha) que se puede gobernar con la voz del pueblo sin necesitar el apoyo de las corporaciones mediáticas (…). La voz del pueblo es la más potente.”
Se trató del discurso de una jefa de Estado, de una líder política, no de una académica, y mucho menos del campo de la Comunicación (ya la propia “academia” se encargará de discurrir acerca de la ontología de la voz del pueblo; nunca se sabrá bien para qué sirven esas elucubraciones), aunque con agudeza habría que observar su propio rol de potente comunicadora, no la mejor, sino casi la única con la que cuenta el proyecto de profundas transformaciones que ella misma encabeza: a sus definiciones políticas sobre el rol que cumplen la corporación mediática hegemónica –”cadena nacional de la desinformación y el ocultamiento”– le contrapuso, y ella mismo se encargó de explicarlo, el uso de la cadena nacional en serio de radio y televisión, para informar lo que los grandes medios dominantes invisibilizan.
Los de lengua y pluma rápidas para los lugares comunes dirán que Cristina no hace otra cosa que apelar al aparato comunicacional, que lo suyo no es otra cosa que un poco más de lo mismo que tanto critica, y vaya a saber cuántas otras zonceras más. Lo que no ven (u ocultan) es que frente a las cámaras de la TV y a los micrófonos de la radio, quien se para y dice es un cuerpo que se expone a sí mismo en forma cotidiana, desde su responsabilidad institucional pero emitiendo juicios comprometidos, con un estar a favor o en contra, y hasta con modos y gestos de la propia cotidianeidad. “Soy así, soy esto, júzguenme”, dice Cristina cada vez que comunica; situándose muy lejos de las campañas vacías, sin cuerpos, pintarrajeadas, eso sí, de amarillo o naranja, según de qué lado de la General Paz uno se pare.
Cuando los cuerpos tangibles aparecen, cuando movilizan e intervienen desde (y en) la realidad tangible, la capacidad de influencia de los dispositivos mediáticos hegemónicos encuentra entonces la horma de su zapato, diríamos; no puede, más allá de las cientos de tapas y primeras planas en contra, de los miles de minutos de tele y radio al servicio de la desinformación, no puede impedir que la concreción irreversible del principio de lo inversamente proporcional.
No fue la que acabamos de comentar la primera intervención teórico-comunicacional de la presidenta. A principio de agosto, cuando fustigó a la llamada publicidad no convencional y deschavó cómo el todo terreno del Grupo Clarín, Marcelo Bonelli, obtenía ingresos familiares vía Repsol, lo que explica la furibunda campaña que lanzó contra la recuperación de YPF, Cristina reflexionaba sobre los mecanismos encubridores de las prácticas periodísticas. “Bajo una pretendida pátina de independencia –señaló–, están sirviendo a intereses inconfensables.” “La relación entre medios, política y poder en el centro de la agenda pública. Una mirada desde el modelo teórico metodológico Intencionalidad Editorial”, escribió días después Ernesto Espeche, doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y director de Radio Nacional Mendoza. La nota fue publicada por las agencias AgePeBa (www.agepeba.org) y APAS (www.apasdigital.org), ambas de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (FPyCS) de la propia UNLP.
Con Espeche venimos conversando hace mucho tiempo y en forma cotidiana acerca de estas preocupaciones teóricas –fue el primero en sumarse a los trabajos de desarrollo del modelo teórico y metodológico Intencionalidad Editorial que conduje en la FPyCS, propuesta que utilizó como marco en su propia tesis doctoral–, así que seguro no se va a enojar si retomo algunos de sus dichos en aquel artículo acerca de la irrupción de Cristina, convalidando desde la práctica política lo que afirmamos desde la producción periodística, pero sobre todo desde la reflexión acerca de nuestro propio hacer.
La publicidad no convencional, según los términos vertidos por Cristina a principios de agosto, es el modo que tienen algunos periodistas para oficiar de lobbistas de determinados intereses, a partir del tratamiento de la información. Esa práctica es cuestionable en la medida en que no se explicita la relación entre las posiciones periodísticas plasmadas en algunos medios y los recursos económicos que sostienen esa direccionalidad editorial. Por ello, la presidenta propuso que “debería haber una ley en la República Argentina que obligara, así como obligan a los funcionarios públicos”, a declarar el origen de los ingresos económicos del poder mediático. Y agregó: “necesitamos una ley de ética pública para este poder de una buena vez por todas”.
No se trata de condicionar las opiniones, por el contrario, se trata de “manifestar si reciben dinero de alguna empresa o si tienen alguna inclinación política”. En ese marco, la jefa de Estado citó el caso de Estados Unidos, donde “los diarios pueden definirse a favor de tal o cual candidato, pero deben hacerlo explícitamente y recuerdo que en la campaña presidencial, en la última, el Washington Post y el New York Times habían decidido públicamente en sus editoriales que apoyaban a Barack Obama”. Y advirtió que “esto no está mal, es parte de la democracia, es parte del funcionamiento democrático, del sistema de medios de comunicación. Lo que está mal es, bajo una pretendida pátina de independencia, estar sirviendo a intereses inconfensables.”
En esta última apreciación está el núcleo duro del ocultamiento deliberado en el que incurre el periodismo hegemónico, tema que trabajamos con especial dedicación desde el modelo teórico y metodológico que hace ya unos años bautizamos Intencionalidad Editorial y cuya primera aproximación está volcada en el libro Sigilo y nocturnidad de las prácticas periodísticas hegemónicas, publicado en 2009 por el Centro Cultural de la Cooperación.
Allí afirmamos que los medios y el periodismo son herramientas estratégicas para la conquista, la conservación o la deconstrucción de poder, operaciones que requieren de un alto nivel de eficacia en términos de producción e imposición de sentidos dominantes; y que por lo tanto apelan al ocultamiento de sus verdaderas visiones de la realidad. Pero el problema es –siempre el problema– que una comunicación democrática requiere del corrimiento de velos, necesita que los medios y las prácticas periodísticas se sinceren ante sus usuarios. Más o menos lo mismo que planteó Cristina.
Fuente: Agencia Periodística de Buenos Aires
www.agepeba.org
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