La corrida cambiaria desatada tras el triunfo
popular de la fórmula Alberto Fernández /Cristina Fernández de Kirchner pone
sobre aviso acerca de las maniobras desestabilizadoras que aún nos esperan. El
máximo responsable es el gobierno oligárquico de Mauricio Macri. Pero detrás de
él se manifiesta un complejo conglomerado de intereses rentistas “nacionales” y
del capital financiero internacional. Son los beneficiarios del saqueo a la
economía argentina de los últimos tres años y medio, causantes de la caída del
empleo y del ingreso de los trabajadores, del industricidio y del demencial
endeudamiento externo. Se resistirán a perder sus privilegios, buscando, de mínima,
concretar los últimos despojos a la riqueza nacional, pero eventualmente
también obtener lo máximo posible del gobierno de Macri al que no dudarán en abandonar
a su suerte, y especialmente condicionar a un próximo gobierno nacional-popular.
Una de las claves del triunfo del Frente de
Todos, es su decisión de interpelar y representar al bloque de intereses del
país productivo, de las pequeñas y medianas empresas, de los trabajadores y
aquellos que dependen de un ingreso fijo, de los actores profesionales,
intelectuales y académicos que se identifican con el desarrollo nacional, científico
y cultural. La solidez de tal convergencia social es lo que fortalece una
coalición político-electoral, dándole posibilidades de transformarse en opción
de gobierno. Sobre todo, constituyendo la raíz social, económica y cultural del
despliegue del proyecto nacional, sin la cual los acuerdos políticos no pueden
ser sino circunstanciales.
De modo que se enfrentan, en un terreno que
excede lo electoral, bloques de clases con articulaciones internacionales y
proyecciones de alianzas divergentes y aún opuestas. El bloque “globalizante”
conserva todavía sólidas posiciones (para empezar, está en el gobierno hasta
diciembre), especialmente a la hora de desestabilizar las principales variables
económicas. Pero también para incidir en la agenda política del día a día,
construir sentidos, y escarbar en los más oscuros valores y creencias del
imaginario social. El bloque de los “productores
nacionales” por su parte remonta una cuesta de deterioro económico y desencuentros
políticos. Su fortaleza material se asienta en las reales condiciones para un autodesarrollo
nacional, que se verifican cada vez que la orientación estatal acompaña esos
intereses (Perón, Néstor, Cristina). Pero la economía “no lo es todo”. La
riqueza y la vivacidad de las tradiciones políticas populares, las estrategias
de resistencia y supervivencia “creativa” de los agredidos por el saqueo
oligárquico, y el cúmulo de valores solidarios, igualitaristas y democráticos
que son la mejor parte de nuestra tradición nacional, constituyen el activo más
importante del despliegue del proyecto nacional. Tan importante es, que puede
advertirse en la comunicación monopólico el modo en que constantemente tal
tradición es devaluada o tergiversada. Y finalmente, hay que referirse la
calidad de los liderazgos políticos. Sin liderazgo, sin acertar en política, no
se termina de consolidad nunca un proyecto nacional, no termina de erigirse un poder político democrático fuerte. Cristina
Fernández de Kirchner es altísima manifestación de tradición de liderazgos
populares. La tenemos nosotros.
Si se mira la historia nacional, se verá que
esta configuración del conflicto político, económico y cultural, no es
completamente inédita. Avances y retrocesos, “revolución y contrarrevolución”,
se han manifestado una y otra vez en nuestra historia. Hace muchos años, Jorge
Abelardo Ramos le dio el título de Revolución
y contrarrevolución en la Argentina a uno de sus trabajos emblemáticos.
Mucha agua ha corrido bajo el puente, los contextos son diversos. También es
relevante la necesidad de incorporar nuevas referencias intelectuales. Pero lo
medular de ese movimiento entre el avance popular y la petrificación
oligárquica tan bien captado en ese libro, sigue allí. Que sea Revolución.
Germán Ibañez
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