En fecha reciente, el vicepresidente del Estado
boliviano, Álvaro García Linera, presentó un volumen con escritos inéditos de
Marx reunidos bajo el título de Colonialismo.
El propio García Linera aclaró que, en rigor de verdad, son anotaciones y
comentarios de Marx; no se trata de artículos u otros escritos terminados que
hubieran quedado sin publicar. Es decir, se trata de un material de interés
para los investigadores, y los lectores con curiosidad por conocer un poco más
la trastienda del pensamiento de Marx. Lo que sí queda claro es que futuras
investigaciones sobre las opiniones de Marx acerca del colonialismo y la
llamada “cuestión nacional” podrán sacar provecho del importante cúmulo de
escritos suyos que han permanecido inéditos o que tuvieron limitadísima
circulación. Con los textos ya publicados y de amplio acceso, se han producido,
a lo largo de las décadas, numerosos abordajes, tanto en quienes se acercaron a
la obra de Marx con un interés primordialmente intelectual, como por parte de
los movimientos políticos inspirados en el ideal socialista. También por
referentes de los movimientos de liberación nacional en Asia, África y América
Latina.
En las aproximaciones a Marx directamente
relacionadas a la política, han incidido los avatares de procesos históricos
concretos, especialmente la Revolución Rusa de 1917, que permitió la
irradiación posterior del pensamiento de Lenin acerca de la cuestión nacional.
Otros enfoques, como el llamado “austro-marxismo” de Otto Bauer, tuvieron una
mucha más limitada circulación. Evidentemente, el éxito de un proceso
revolucionario es lo que ha condicionado el prestigio de las elaboraciones
ideológicas vinculadas a esas historias concretas. No se trata, de todas
formas, de una fatalidad insalvable. Piénsese por ejemplo en la operación
político-intelectual del comunismo italiano de la inmediata segunda posguerra,
que permitió dar a conocer el pensamiento de Antonio Gramsci.
Otra cuestión que ha impactado en los estudios sobre
la cuestión colonial en Marx es el desigual acceso a sus escritos a lo largo del
tiempo. García Linera reseñó, en su presentación, este problema en lo referido
a Latinoamérica en el siglo XX, y la azarosa circulación de ediciones de Marx
en castellano. Con el tiempo se fue engrosando la magnitud del material impreso
que circulaba a disposición de los lectores, pero, en lo referido al problema
del colonialismo y la cuestión nacional, quedaron en pie dos dificultades
también mencionadas por García Linera. La primera es que clarísimamente la
cuestión del colonialismo no constituyó la preocupación más presente en la obra
de Marx, y se hace necesario rastrear las alusiones al tema en diferentes
pasajes de los escritos más conocidos, en artículos, en la correspondencia, en
referencias incidentales, etc. Cierto es, de todas formas, que las
investigaciones acerca de la obra cumbre de Marx, El Capital, fueron poniendo de relieve la importancia que su autor
le asignaba a la explotación colonial en el ascenso de la civilización
capitalista.
La otra dificultad es que, evidentemente, a lo
largo de la evolución intelectual de Marx, fue cambiando su conocimiento y
opiniones sobre el colonialismo y problemas conexos a él. La sacralización del
pensamiento de Marx en el siglo XX y el aleatorio acceso a sus escritos
condujeron a más de un equívoco. Muy especialmente a “congelar” la mirada de
Marx sobre esos problemas en las opiniones laudatorias que él formuló sobre la
rapiña estadounidense al territorio mexicano, o sus artículos de la década de
1850 acerca de la colonización británica en la India. En esos artículos
justifica la expansión capitalista como una fatalidad necesaria que, al
impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas, crea las condiciones para un
ulterior paso a formas sociales más elevadas. La conquista británica tendría
así una función destructora de la vieja sociedad india, con todas las
calamidades asociadas a esa destrucción, pero también regeneradora en cuanto
impulsaba la transformación capitalista. Sin embargo, no puede decirse que la
mirada de Marx haya quedado fijada en esos artículos. Con el tiempo se
conocieron sus preocupaciones de los últimos años, acerca de la posibilidad de
una transición directa de la comunidad campesina al socialismo en Rusia, sin la
necesidad de pasar por el sacrificio social inherente a la transformación
capitalista. La reflexión sobre una “periferia” (como era la Rusia del siglo
XIX) del área medular del sistema capitalista mundial, y sobre la posibilidad
de diferentes vías de evolución social, tiene una evidente relación con la
cuestión del colonialismo. Manifiestamente, sobre estos asuntos, resultarán de
gran importancia aquellos tramos poco conocidos de la obra de Marx, y la
publicación del ingente cuerpo de su escritura inédita. Puesto que su
pensamiento estaba en evolución sobre estos tópicos, puede presumirse que se
hallarán indicios de ello en lo que permanece no publicado. También parece
evidente la necesidad de un relevamiento de los escritos de Engels, dada la
estrecha comunión intelectual de ambos pensadores.
Esta referencia a Engels es oportuna para
reseñar brevemente una preocupación compartida por Marx: la cuestión de
Irlanda. En el análisis de la lucha nacionalista irlandesa puede advertirse,
hacia la década de 1870, una maduración de la mirada sobre el colonialismo,
contrastante en cierta forma con las opiniones que Marx vertiera en artículos
periodísticos de la década de 1850. La importancia de esas referencias a
Irlanda, presentes en la Correspondencia de Marx o reproducidas en volúmenes
que compilan escritos que aluden al colonialismo (como los publicados por la
Editorial Progreso), han sido destacadas, justificadamente, por diversos
analistas. Una buena aproximación puede encontrarse en las páginas que le
dedica al tema Jorge Enea Spilimbergo en su libro La cuestión nacional en Marx.
Alrededor de 1870, Marx y Engels corrigen y
reelaboran sus opiniones sobre la cuestión irlandesa en informes y cartas. El
movimiento nacional irlandés era, para cualquier observador europeo atento de
aquellos años, un asunto candente. Es importante tener en cuenta que, para
Marx, el grado de progresividad histórica que representan las luchas nacionales concretas son la clave
de su legitimidad. Es decir, que no hay una valoración universal ni una
reivindicación de todos ellos. No estamos aún frente a la legitimación
principista de la autodeterminación de
las naciones que encontraremos, décadas después, en Lenin. Así, si ciertas
luchas merecían su especial atención como era el caso irlandés o el de Polonia,
no sucedía lo mismo con otras. Funcionaba para Marx y Engels el “principio del
umbral” que Eric Hobsbawm reseñaría al estudiar el movimiento de las
nacionalidades decimonónico (Naciones y
nacionalismo desde 1780). Evidentemente, la cuestión nacional y colonial
asumía relevancia a los ojos de Marx y Engels en relación a la expansión capitalista
y no a la afirmación culturalista o identitaria.
Pero lo
interesante de su análisis de la experiencia irlandesa está en la vinculación
entre la lucha anticolonialista y las perspectivas emancipatorias en los
centros capitalistas. Por eso dijimos que estas reflexiones parecen la
contracara de los artículos sobre la colonización británica en la India. Si en
esps artículos el despliegue inclemente de la expansión capitalista de los
centros sobre las periferias habilita el progreso histórico, en las referencias
posteriores a la cuestión irlandesa es la revolución nacional y anticolonial la
que incide en el desbloqueo del cambio social en las metrópolis. Está aquí en
germen la perspectiva luego desarrollada por Lenin del eslabón débil del
sistema.
En un informe de 1870, Marx señala que Irlanda
es el baluarte del “landlordismo” inglés, piedra angular de la dominación
capitalista británica, y que allí hay que buscar la explicación del quietismo
social en Inglaterra. Por el contrario, la lucha es potencialmente más revolucionaria en Irlanda por la concentración
de la propiedad de la tierra y por la existencia de una cuestión nacional. Es decir, por la sujeción a Inglaterra, cada vez
más cuestionada por importantes contingentes de la población irlandesa. En
tanto que la estabilidad en Inglaterra está dada por la explotación sobre la
economía irlandesa y por la propia división de la clase obrera residente en la
isla británica. Con la inmigración de trabajadores irlandeses, la burguesía
británica se provee de mano de obra barata y además divide a la clase obrera en
dos facciones “nacionales” hostiles. El obrero inglés por un lado, que ve en el
inmigrante irlandés a un competidor desleal que baja su salario. El trabajador
irlandés por el otro, que percibe en el proletario inglés a un cómplice de la
opresión nacional sobre su país de origen. Al mismo tiempo, la agitación
independentista irlandesa es utilizada por los británicos como pretexto para
mantener un gran ejército permanente.
Ahora bien, la dominación sobre la periferia es
también la inhibición de las fuerzas transformadoras en la propia metrópoli:
“El pueblo que subyuga a otro pueblo forja sus propias cadenas”. Parece resonar
el alegato del Inca Yupanqui en las Cortes convocadas en España en 1812: “un
pueblo que oprime a otro no merece ser libre”. A su turno, José Martí formulará
expresiones parecidas. Pero Marx se refiere más específicamente a la división
en la clase obrera en la metrópoli, y la necesidad de subsanar esa cuestión.
Por eso, a su juicio, el programa de la Asociación Internacional debía asumir
la causa de la libertad de Irlanda: golpear el reaseguro de la burguesía
británica como condición imprescindible para la liberación de la clase obrera
inglesa.
Insistirá de diversos modos en esa idea. En
carta a Sigfrido Meyer y a Augusto Vogt en abril de 1870 afirmará que la caída
de la dominación inglesa en Irlanda creará las condiciones simultáneas para la
revolución campesina irlandesa y la lucha obrera en Inglaterra. Esto pone de
relieve al problema agrario y la
lucha campesina como forma primordial de la cuestión social en Irlanda. Queda
ahí latente una vía de reflexión sobre las luchas campesinas, a las que tanto
Marx como Engels prestaron atención en otros escritos (en su momento habían
criticado a los fenianos irlandeses por las formas “conspirativas” de lucha y
no recurrir a la lucha de masas). Irlanda es la periferia rural y al mismo
tiempo, provee de mano de obra barata a la industria metropolitana. Inglaterra
era, a ojos de Marx, el centro indudable del capitalismo, y por lo tanto donde
podían verificarse las tendencias transformadoras más profundas. Pero para
acelerar la revolución en ella, no había otra alternativa que la revolución en
la periferia. En este caso: la independencia de Irlanda. De acuerdo con ese
diagnóstico, la revolución irlandesa era relevante en términos estratégicos,
más allá de simpatías o solidaridades: “La tarea especial del Concejo Central
de Londres [de la Internacional] es despertar en la clase obrera inglesa la
conciencia de que la emancipación nacional de Irlanda no es para ella una
cuestión abstracta de justicia o filantropía sino la primera condición de su
propia emancipación social”.
Esos pasajes sobre la revolución irlandesa son
claros indicios de los matices y dimensiones que en el pensamiento de Marx
asumía la cuestión del colonialismo. Y de una búsqueda que no había cesado. Hay
que correlacionarlos con escritos más tempranos, con su análisis de la
acumulación primitiva del capital y la expoliación colonial, con sus
indagaciones acerca de diversas vías de evolución de las sociedades. Aquello de
su escritura que aún permanece inédito en castellano, o es de difícil acceso,
puede contribuir a echar luz sobre estos temas.
Germán Ibañez
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