En un excelente artículo publicado en Página /12 del día 23 de noviembre de
2019, Mario Rapoport señala las inconsistencias del diagnóstico neoliberal
acerca de la “decadencia” argentina y lo arbitrario de cargar las tintas
exclusivamente sobre el peronismo o el “populismo”. Particularmente interesante
es su afirmación de que “lo que Argentina no tuvo es una clase dirigente
identificada con el desarrollo industrial”. Preocupaciones similares han
animado importantes discusiones tanto en la ensayística política como en la
historiografía económica hasta la actualidad. Retomando de modo libre y sin
pretensiones de exhaustividad algunas de esas discusiones, pueden hacerse las
siguientes observaciones.
Una pregunta posible es si con la expresión
“clase dirigente” hay que referirse al estamento de las dirigencias políticas
de los variados partidos, o a una clase social, en este caso la burguesía
industrial. Esta última posibilidad nos parece más fecunda. En este tema se ha
dado el cruce, a lo largo de décadas, del pensamiento nacional, de la crítica
de izquierdas y también de lo mejor de la historiografía académica. No parece
en duda la presencia en nuestro país de empresarios industriales de variado
porte, vinculados al mercado interno. A lo largo del tiempo, como es lógico, se
han revelado cambios en la importancia relativa de su aporte a la producción
total, así como en sus relaciones con las otras fracciones de las clases
propietarias argentinas, con el capital extranjero y con el Estado. Menos
evidente ha sido si tal fracción del empresariado constituyó algo así como una burguesía nacional, portadora de un
proyecto diferente al de los sectores más poderosos de los industriales o a la
llamada “oligarquía”. Esto ha sido una preocupación presente por ejemplo en el
libro El medio pelo de Jauretche. Otra
pregunta es hasta dónde los planteos a lo largo del tiempo de entidades como la
Unión Industrial Argentina (UIA) han superado la defensa de intereses corporativos
para convertirse en eje articulador de un proyecto nacional. Al mismo tiempo,
también puede formularse el interrogante de si la raíz de este fenómeno es
nacional o debe comprenderse en escala latinoamericana o incluso al nivel del
sistema capitalista mundial. En este plano, la pregunta planteada apunta a las
vicisitudes de las relaciones entre transformación capitalista y
descolonización.
Aquí, creemos, está uno de los nudos del
problema: el colonialismo. La transformación capitalista de la Argentina,
librada a las “espontáneas fuerzas del mercado” ha generado variadas formas de
dependencia. Y en efecto, desde temprano sus agentes locales han asumido la
bandera del libre comercio y la asociación subordinada con el capital
extranjero. Recordemos la frase de Bartolomé Mitre: “Señores, cuál es la fuerza
que impulsa nuestro progreso: es el capital inglés”. La frase aludida no quería
ser mera descripción sino la justificación de un rumbo determinado desde la
política. Por cierto, al decir “rumbo determinado desde la política” corremos
el riesgo de formular un delicado eufemismo. El período gubernamental de
Bartolomé Mitre es el de una brutal guerra civil, con su manifestación más
gravosa: el aniquilamiento del Paraguay independiente. La peculiar vía de
transformación capitalista dependiente en la cuenca del Plata no se impuso por obra
y gracia de impersonales fuerzas de mercado, sino a través de la violencia
armada, la lucha política y la disputa hegemónica.
En este punto, se hace presente la dinámica del
enfrentamiento entre clases y bloques de clases sociales, y las implicancias,
potencialmente catastróficas, de la ausencia o debilidad de una “burguesía
nacional” o de una clase dirigente con conciencia industrial. Las aspiraciones
a un desarrollo industrial autónomo no han podido sino suscitarse en
contrapunto polémico con la tradición oligárquica que tuvo en Mitre uno de sus
intelectuales orgánicos. Otra forma de decirlo es que el autodesarrollo
nacional ha tenido a lo largo de la historia un variable componente anti
oligárquico y anti colonialista, y que fue asumido exponentes intelectuales y
movimientos políticos que representaron “algo más” que los intereses de una
burguesía industrial. En ese ir más allá se constituyeron los
movimientos nacionales como el peronismo, integrando demandas populares en un
proyecto de desarrollo (capitalista) nacional.
El movimiento nacional ha sustituido, en los
hechos, a “una clase dirigente identificada con el desarrollo industrial”, pero
de un modo que implicó una importante torsión a la lógica de la transformación capitalista
dependiente comandada por la oligarquía. Dicha torsión no es solo económica,
sino también político-cultural, imponiendo mediante la movilización popular una
modernización real que impugnó la configuración cultural señorial que pervivía
(pervive aun) en aleación con la transformación capitalista dependiente. En
este punto, el problema de si un grupo o una clase es realmente dirigente se torna fundamental. Es la
cuestión gramsciana de la hegemonía. El
proyecto oligárquico se impuso originalmente mediante la violencia armada, pero
eso no significa que no haya construido una hegemonía. Aunque al hablar de hegemonía se priorice comúnmente
factores de índole ideológico-cultural, es cierto que su base no puede sino
asentarse en lo económico. La renta agraria diferencial primero y el
agronegocio enlazado al capital financiero después son sólidos pilares de la
construcción hegemónica oligárquica. Frente a ellos, una concepción corporativa
o economicista de la industria no tiene nada que hacer; de allí que la UIA no
haya sido nunca contestaría (ni siquiera competidora) frente a la oligarquía.
La masa crítica que aportó el movimiento nacional para la disputa hegemónica
estuvo en la movilización /organización popular, enlazando la expansión
industrial con la soberanía y con la distribución de la riqueza. Autodeterminación
nacional, participación popular y justicia social son elementos clave de un proyecto industrial, sin los cuales más
temprano o más tarde rendiría armas frente al “capitalismo normal” comandado
por la oligarquía. Por lo cual afirmamos que no hay clase dirigente con conciencia industrial al margen del
movimiento nacional.
Germán Ibañez