jueves, 28 de noviembre de 2019

Conciencia industrial, hegemonía y movimiento nacional


En un excelente artículo publicado en Página /12 del día 23 de noviembre de 2019, Mario Rapoport señala las inconsistencias del diagnóstico neoliberal acerca de la “decadencia” argentina y lo arbitrario de cargar las tintas exclusivamente sobre el peronismo o el “populismo”. Particularmente interesante es su afirmación de que “lo que Argentina no tuvo es una clase dirigente identificada con el desarrollo industrial”. Preocupaciones similares han animado importantes discusiones tanto en la ensayística política como en la historiografía económica hasta la actualidad. Retomando de modo libre y sin pretensiones de exhaustividad algunas de esas discusiones, pueden hacerse las siguientes observaciones.
Una pregunta posible es si con la expresión “clase dirigente” hay que referirse al estamento de las dirigencias políticas de los variados partidos, o a una clase social, en este caso la burguesía industrial. Esta última posibilidad nos parece más fecunda. En este tema se ha dado el cruce, a lo largo de décadas, del pensamiento nacional, de la crítica de izquierdas y también de lo mejor de la historiografía académica. No parece en duda la presencia en nuestro país de empresarios industriales de variado porte, vinculados al mercado interno. A lo largo del tiempo, como es lógico, se han revelado cambios en la importancia relativa de su aporte a la producción total, así como en sus relaciones con las otras fracciones de las clases propietarias argentinas, con el capital extranjero y con el Estado. Menos evidente ha sido si tal fracción del empresariado constituyó algo así como una burguesía nacional, portadora de un proyecto diferente al de los sectores más poderosos de los industriales o a la llamada “oligarquía”. Esto ha sido una preocupación presente por ejemplo en el libro El medio pelo de Jauretche. Otra pregunta es hasta dónde los planteos a lo largo del tiempo de entidades como la Unión Industrial Argentina (UIA) han superado la defensa de intereses corporativos para convertirse en eje articulador de un proyecto nacional. Al mismo tiempo, también puede formularse el interrogante de si la raíz de este fenómeno es nacional o debe comprenderse en escala latinoamericana o incluso al nivel del sistema capitalista mundial. En este plano, la pregunta planteada apunta a las vicisitudes de las relaciones entre transformación capitalista y descolonización.
Aquí, creemos, está uno de los nudos del problema: el colonialismo. La transformación capitalista de la Argentina, librada a las “espontáneas fuerzas del mercado” ha generado variadas formas de dependencia. Y en efecto, desde temprano sus agentes locales han asumido la bandera del libre comercio y la asociación subordinada con el capital extranjero. Recordemos la frase de Bartolomé Mitre: “Señores, cuál es la fuerza que impulsa nuestro progreso: es el capital inglés”. La frase aludida no quería ser mera descripción sino la justificación de un rumbo determinado desde la política. Por cierto, al decir “rumbo determinado desde la política” corremos el riesgo de formular un delicado eufemismo. El período gubernamental de Bartolomé Mitre es el de una brutal guerra civil, con su manifestación más gravosa: el aniquilamiento del Paraguay independiente. La peculiar vía de transformación capitalista dependiente en la cuenca del Plata no se impuso por obra y gracia de impersonales fuerzas de mercado, sino a través de la violencia armada, la lucha política y la disputa hegemónica.
En este punto, se hace presente la dinámica del enfrentamiento entre clases y bloques de clases sociales, y las implicancias, potencialmente catastróficas, de la ausencia o debilidad de una “burguesía nacional” o de una clase dirigente con conciencia industrial. Las aspiraciones a un desarrollo industrial autónomo no han podido sino suscitarse en contrapunto polémico con la tradición oligárquica que tuvo en Mitre uno de sus intelectuales orgánicos. Otra forma de decirlo es que el autodesarrollo nacional ha tenido a lo largo de la historia un variable componente anti oligárquico y anti colonialista, y que fue asumido exponentes intelectuales y movimientos políticos que representaron “algo más” que los intereses de una burguesía industrial.  En ese ir más allá se constituyeron los movimientos nacionales como el peronismo, integrando demandas populares en un proyecto de desarrollo (capitalista) nacional.
El movimiento nacional ha sustituido, en los hechos, a “una clase dirigente identificada con el desarrollo industrial”, pero de un modo que implicó una importante torsión a la lógica de la transformación capitalista dependiente comandada por la oligarquía. Dicha torsión no es solo económica, sino también político-cultural, imponiendo mediante la movilización popular una modernización real que impugnó la configuración cultural señorial que pervivía (pervive aun) en aleación con la transformación capitalista dependiente. En este punto, el problema de si un grupo o una clase es realmente dirigente se torna fundamental. Es la cuestión gramsciana de la hegemonía. El proyecto oligárquico se impuso originalmente mediante la violencia armada, pero eso no significa que no haya construido una hegemonía.  Aunque al hablar de hegemonía se priorice comúnmente factores de índole ideológico-cultural, es cierto que su base no puede sino asentarse en lo económico. La renta agraria diferencial primero y el agronegocio enlazado al capital financiero después son sólidos pilares de la construcción hegemónica oligárquica. Frente a ellos, una concepción corporativa o economicista de la industria no tiene nada que hacer; de allí que la UIA no haya sido nunca contestaría (ni siquiera competidora) frente a la oligarquía. La masa crítica que aportó el movimiento nacional para la disputa hegemónica estuvo en la movilización /organización popular, enlazando la expansión industrial con la soberanía y con la distribución de la riqueza. Autodeterminación nacional, participación popular y justicia social son elementos clave de un proyecto industrial, sin los cuales más temprano o más tarde rendiría armas frente al “capitalismo normal” comandado por la oligarquía. Por lo cual afirmamos que no hay clase dirigente con conciencia industrial al margen del movimiento nacional.

Germán Ibañez

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