En la intensa vida política de John William
Cooke, pueden advertirse etapas relacionadas con los contextos en los que
actuó, pero también un hilo conductor que vincula la construcción de la Nación
con la revolución. Por esto último, puede parecer arbitrario disociar la
construcción de un proyecto nacional de una política revolucionaria. En efecto,
toda revolución supone una construcción, aunque frecuentemente precedida de una
fase de desintegración del viejo orden (de su régimen político, de sus
estructuras de privilegio, de sus configuraciones culturales cristalizadas). La
división entre una política para la construcción nacional y una política para
la revolución es, por tanto, meramente analítica, para señalar énfasis
diferenciados en dos momentos de la trayectoria de Cooke: la etapa del primer
peronismo, y la etapa que se abre con la “resistencia”.
Cuando hablamos de revolución también se imponen algunas aclaraciones. Tempranamente,
ya en su rol de diputado peronista a partir de 1946, John William Cooke empieza
a concebir la política desplegada por el movimiento nacional como una
revolución. En su concepción, se trataba de una revolución nacional, por la autodeterminación. Puede advertirse la
defensa de esta concepción tanto en varias de sus intervenciones
parlamentarias, como luego en artículos aparecidos en la publicación que
dirigirá en los años ’50: De Frente.
La caracterización de la revolución como nacional no significaba que se
circunscribiera solo a la Argentina; John William Cooke consideraba que la
política peronista podía convertirse en un ejemplo para Latinoamérica. Hablaba
por lo tanto, de una revolución desde Argentina para la región. Clarísimamente
la revolución nacional tenía un componente social, evidenciado en la primacía
que el peronismo concedía al principio de la justicia social. Será el contenido social de la revolución una de
las cuestiones primordiales que Cooke profundizará en una nueva etapa de su
trayecto político e intelectual, a partir del derrocamiento de Perón y el
inicio de la “resistencia”, y también del influjo poderoso de la Revolución
Cubana de 1959. Cooke comenzará a postular entonces la necesidad de una revolución social que vaya más allá del
capitalismo. Ahora piensa esa revolución desde Argentina y desde Cuba, para
todo el continente. El elemento común que une estas dos etapas es la convicción
de Cooke de que la unión latinoamericana es siempre una tarea de la política. No desdeñaba las consideraciones
económicas (que siempre estudió) ni tampoco la importancia de los factores
histórico-culturales, como los que sopesó Juan José Hernández Arregui en Qué es el ser nacional; pero John
William Cooke claramente vinculaba la unión a una voluntad política revolucionaria, con organización popular y
liderazgo.
Ahora, deteniéndonos un poco más en la etapa
del primer peronismo (1945-55), podemos identificar ciertos factores resaltados
en la política para la construcción nacional que esboza Cooke. Como diputado,
participa de una trama institucional que es la de un Estado representativo,
cuestión que no cambia con la reforma constitucional de 1949. Estado,
democracia y liderazgo son factores dinámicos que Cooke pondera por entonces
para pensar el despliegue del proyecto de construcción nacional con justicia
social. La valoración de la democracia y el pluralismo, así como de los debates
internos al movimiento nacional, son resaltados explícitamente por Cooke En el
Parlamento, Cooke había hecho gala de su criterio independiente, aun siendo uno
de los principales oradores del peronismo, y en todo caso, la fundamentación
económica, historiográfica y cultural de muchas de sus alocuciones es notable.
El Estado de régimen democrático es entonces el mejor escenario que concibe
para el desarrollo del proyecto nacional. Pero también piensa en la sociedad
civil, en la “opinión”. La publicación que dirigirá luego de dejar la Cámara de
Diputados, De Frente, es claramente
oficialista pero conservando una perspectiva independiente y reflejando también
la visión de la oposición. La dimensión de la comunicación es central para
Cooke, con un diseño moderno para su publicación y en todo caso una mirada
diferente a la del también oficialista diario Democracia, más vertical con la orientación política gubernamental.
El otro factor esencial es el liderazgo. Cooke no solo adhiere a Perón, sino
que advierte que sin un claro liderazgo no hay grandes posibilidades de
consolidar un rumbo nacional-popular. No confunde por eso mismo, los rasgos
exteriores del personalismo, con la dimensión sociohistórica del liderazgo. En
cambio, sí se preocupa por polemizar con aquellos sectores que comienza a
visualizar como una burocracia adosada al personalismo, y por lo tanto pobre
intérprete de la dimensión profunda del liderazgo gubernamental.
John William Cooke demuestra en ese período una
formación ideológica heterodoxa, pero que se vertebra alrededor de un eje
central: el peronismo como nacionalismo popular. En ese sentido, se mueve
dentro de las coordenadas generales del movimiento nacional de entonces, con
una solvencia intelectual notable y un compromiso con el debate interno y el
pluralismo superior al promedio.
En general, la etapa de la biografía política e
intelectual de John William Cooke más visitada es la que se inicia en 1955.
Está marcada, de alguna manera, por el tránsito de la “resistencia peronista” a
una nueva concepción de la revolución. Una política para la revolución.
Elaborada en la militancia, en la lucha política, en la escritura constante, en
la actividad abierta como en la cárcel o en la clandestinidad. Y con el influjo
del proceso revolucionario cubano, al que Cooke adherirá sin retaceos y lo
marcará profundamente. Algunas claves fundamentales en su concepción política
de esta etapa: protagonismo de las masas populares, organización
revolucionaria, liderazgo. Desplazado violentamente del Estado, el dinamismo
del movimiento nacional para Cooke pasa a estar en la movilización de las masas
populares. Concibe progresivamente la idea de un frente de clases
revolucionario, con la centralidad de la clase obrera pero aglutinando a otros
sectores, Y, cada vez más, descree de la posibilidad de replicar la
convergencia de los años 1940 con la burguesía. Aun cuando pondera en todo
momento la creatividad de las masas y el potencial que anida en la miríada de
acciones colectivas, progresivamente insiste cada vez más en la necesidad de
una organización política revolucionaria. No hay política insurreccional,
piensa, sin una vanguardia política de nuevo tipo. Esta idea va madurando, y se
advierte en los primeros tramos de su correspondencia con Perón, aun antes de
residir en Cuba y conocer de primera mano esa experiencia revolucionaria. Como
muchos revolucionarios latinoamericanos de entonces, Cooke no puede escapar a
la fascinación que genera la Isla revolucionaria. Traba allí relación con el
Che, además, y es imposible no pensar en la fuerte impresión que le causa dicho
líder revolucionario. Pero, como ya dijimos, su elaboración sobre la política
insurreccional, el protagonismo de las masas y la necesidad de la organización
revolucionaria, comienza antes de su estancia en Cuba, y está siempre apoyada
en minuciosas referencias a la realidad política argentina. Muy especialmente,
un nuevo giro de tuerca de su mirada hacia el interior del movimiento nacional,
de sus potencialidades y sobre todo sus contradicciones internas.
En el centro de esas preocupaciones está, una
vez más, la cuestión del liderazgo. La figura de Perón es la referencia
ineludible para Cooke. No lo considera un elemento accesorio sino medular en la
ecuación revolucionaria. John William Cooke nunca dejará de reconocer en Perón
el otro gran factor de la lucha revolucionaria y una articulación
imprescindible. Pero al mismo tiempo considera necesario discutir con él. La interpelación política e ideológica que le
dirige es entre pares. Cooke entiende
que la participación en la lucha, la solidez de la fundamentación de una
posición política, la profundización en el debate ideológico, habilita
plenamente a la crítica y la discusión, incluso con el Líder.
En su labor revolucionaria, la escritura es la herramienta fundamental.
Otra vez la dimensión de la comunicación, de un modo diferente a la etapa de la
revista De Frente. Primordialmente
hay que tener en cuenta su frondosa Correspondencia
con Perón, que se conoció después. Y la gran cantidad de artículos y escritos
militantes fundamentales como Peronismo y
revolución (publicado originalmente como El peronismo y el golpe de Estado. Informe a las bases). La
inquietud recurrente de su prosa carente de eufemismos es la necesidad de
profundizar: en el estudio de la realidad, en la difusión de la información, en
la precisión conceptual, en el diagnóstico político, en el qué hacer. Ya no hay
concesiones casi a otras cosmovisiones, pues considera que a un proceso
revolucionario corresponde una ideología revolucionaria, y que el liberalismo
ha caducado en su progresividad histórica. En todo caso, la compulsa de
diferentes visiones, la polémica ideológica, alumbrará las respuestas necesarias.
La libertad de pensamiento es ahora entendida como compromiso con la dura
disputa de tradiciones de pensamiento, sin falsas ceremonias que para él ya
solo representan la pervivencia de la cultura oligárquica.
Su elaboración ideológica de esta etapa, puede
merecer una vez más la caracterización de heterodoxa. Pero ya sin compromisos
con el liberalismo. Y sobre todo, avanzando en una redefinición fundamental del
nacionalismo popular de los años ’40 y ‘50 en dirección a lo que comenzó a
denominarse en esa época nacionalismo
popular revolucionario. La clave fundamental: la adscripción a un marxismo
tamizado por la experiencia cubana. Una síntesis original, un tanto diferente a
la propuesta por Juan José Hernández Arregui, de socialismo y peronismo.
Derrotero parecido al que va arribando también Rodolfo Puiggrós, cuando
distingue entre teoría revolucionaria como concepción crítica de la realidad, e
ideología como elaboración histórica de una experiencia popular. Está claro que
la articulación azarosa de estos planos está fincada en la construcción de la
organización política revolucionaria. La relación entre una tal organización y
el liderazgo de Perón es una cuestión que Cooke no alcanzó a resolver,
falleciendo a una edad temprana en 1968.
En el contexto actual de nuestro país, con el
auspicioso retorno del movimiento nacional al gobierno, resulta tentador evocar
al Cooke de la política como construcción nacional, con su énfasis en el rol
dirigente del Estado, su pluralismo, su apuesta por una comunicación crítica y
abierta. Y entendemos que tal recuperación de Cooke no es nada arbitraria. Pero
a la luz del completo cuadro regional, con el derrocamiento del gobierno popular
de Evo en Bolivia, la represión de la movilización popular en Chile, el cerco
sobre Venezuela, el parate al proceso de paz en Colombia con la práctica del
asesinato político como sello inconfundible de los señores de la guerra
colombianos, no podríamos descartar sin más al Cooke de la política para la
revolución. Especialmente su énfasis en la profundización política e
ideológica. Las oligarquías y el imperialismo están demostrando que no dudarán
en la acción directa, instrumentando a las fuerzas de seguridad y, eventualmente,
a las fuerzas armadas. Cuidar la construcción democrática y nacional en paz,
exigirá organización popular y claridad total.
Germán Ibañez
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