La acción destituyente que despliega en estos
días la derecha boliviana con el fin de acabar con el ciclo nacional-popular, es
portadora de una enorme carga simbólica que hunde sus raíces en el pasado
colonial. Por cierto, también se perciben las herramientas “modernas”
proporcionadas por las usinas imperialistas para la galvanización de acciones
destituyentes en contra de gobiernos populares y la conmoción y manipulación de
la opinión pública, combinando la acción directa, con apelaciones a la
democracia y la unidad nacional. Lo nuevo y lo viejo. No debe sorprender,
oligarquía e imperialismo nunca han desdeñado colaborar. La acción directa
violenta va de la mano con apelaciones al “consenso”, mientras se proyecta la
fuente de todos los males en un antagonista (el movimiento popular) con el cual
no hay dialogo posible.
No esperemos en esta ocasión, encontrar un alto
grado de coherencia y sofisticación en la derecha boliviana, están tratando de
aprovechar lo que entienden es una oportunidad. Pero sobre todo no pueden
evitar que, por debajo de los discursos amañados, aflore el contenido simbólico
(racista y oligárquico) de las prácticas que instrumentan. Ese es el verdadero
mensaje, el que apela al imaginario de raíz colonial, a un sentido común
sedimentado a lo largo de ciclos. Puede convenirse que, la mayor parte del
tiempo, las poblaciones experimentan y recrean un orden social que se explica
en el marco de ese sentido común conservador. Solo en momentos de aguda confrontación
política e ideológica se “rasga” esa malla imaginaria y otros valores e ideas,
contestatarios frente a las dominaciones y desigualdades, cubren la escena
posibilitando una nueva hegemonía popular.
Pero esa posibilidad solo se torna realidad si la ecuación se completa con
ideología, organización popular y liderazgo. El Vicepresidente de Bolivia,
Álvaro García Linera, ha llamado la atención en más de una oportunidad acerca
del fenómeno de la recaptura del sentido común por parte de los viejos valores
conservadores, una vez que cesa el momento más álgido de la movilización
popular, incluso cuando se han alcanzado y consolidado reivindicaciones
sociales largamente reclamadas. Por eso, García Linera señala que una correcta
gestión económica por parte de los gobiernos populares es imprescindible pero
insuficiente: si no se trabaja en pos de nuevos valores solidarios,
participativos y democráticos, las viejas ideas “vuelven” por sus fueros.
Las viejas ideas, la vieja cultura, se asienta
sobre siglos de explotación de indios y pobres. Esos sentidos están engarzados
a relaciones sociales de subordinación que solo en tiempos recientes han comenzado
a ser conmovidos. Forman la trama imaginaria de la sociedad, y se expresan en
prácticas simbólicas que buscan, todo el tiempo, reforzar o reconstituir las
desigualdades sociales legadas por el viejo colonialismo. En el paroxismo
violento e irracional, tanto como en el frío y afectado desdén, aflora la misma
expresión: “indio de mierda”. La diferencia está, apenas, en el tono de voz.
Nada es más difícil que desarmar esa trama. La
disputa ideológica con más alto nivel de complejidad y sistematicidad es solo un
plano del antagonismo. En ese plano se enfrentan, haciendo una sumarísima
caracterización, una ideología nacionalista popular de izquierda con el
neoliberalismo. Pero evidentemente, la querella no se reduce a eso. A fin de cuentas,
para sus enemigos, Evo Morales no es un “Presidente nacionalista e izquierdista
de mierda” sino un “indio de mierda”. Y por cierto, no solo es lo que se dice. Lo
más elocuente es lo que se hace. Las acciones violentas de la derecha
boliviana, como la que sufrió la alcaldesa de Vinto, Patricia Arce, no nos
informan solo acerca de la brutalidad humana en general, sino que tienen
sentidos precisos. Como decía el peruano Alberto Flores Galindo, hay una dimensión cualitativa de la violencia.
La raíz de la violencia de las derechas no es azarosa, está anudada a la
configuración cultural racista colonial. La humillación y la vejación son
funcionales a un proyecto de “vuelta atrás”, de recaptura de los sentidos
dominantes en la sociedad, de encadenamiento de los sectores sociales que
avanzaron en el proceso de descolonización. Hay que “enseñarles” cuál es su
verdadero lugar en el orden “natural”. El orden jerárquico estamental, con el
indio siempre abajo, era la clave bóveda de la sociedad colonial. La teatralidad
de la acción disciplinadora es también netamente colonial, remite a una era
barroca que ya se preocupaba por la conformidad de las multitudes. No basta el
mudo acatamiento, cada uno debe conocer “cuál es su lugar”. Los referentes de la derecha boliviana no
quieren la democracia que pregonan, quieren poner a cada uno en su lugar, mediante
el escarmiento disciplinador si es necesario. Sus hechos hablan más que sus
palabras.
Germán Ibañez
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