Hace
poco lamentamos el fallecimiento del intelectual brasilero Theotonio Dos
Santos, una de las grandes figuras de la Teoría de la Dependencia y agudo
analista de las contradicciones del capitalismo latinoamericano. Otra gran
figura del pensamiento económico crítico fue su compatriota Ruy Mauro Marini.
Uno de los problemas que Marini señaló con claridad es la relación entre el
funcionamiento del capitalismo en las periferias y la sobreexplotación de las
masas. Allí se encuentra el secreto de un funcionamiento que no puede compensar
empero, ni siquiera malamente, la enorme brecha de productividad con las
economías metropolitanas.
El
capitalismo acentúa en las periferias sus peores rasgos, resultando un
crecimiento depredador. Una de sus características es el aprovechamiento
irracional de la dotación de recursos de los países, las llamadas “ventajas
comparativas”, que son más propiamente las ventajas estáticas derivadas de condiciones
naturales. La clave es el acceso monopólico a esos recursos, por parte de los
actores económicos más concentrados, ya sean fracciones de las oligarquías
locales o empresas extranjeras. Eso implica un “candado” para el resto de la
población, e incluso muchas veces para el poder fiscalizador del Estado en esas
actividades. La explotación depredadora y la monopolización aseguran altas
ganancias, y allí está una de las causas de la tendencia a la primarización de
nuestras economías. Aunque se trate del aprovechamiento de una dotación de
recursos naturales, está lógica no tiene nada de “natural”. Es el resultado de
decisiones políticas y del predominio de ciertos intereses económicos por sobre
otros. Toda una configuración cultural y política señorial, acompaña “solidariamente”
a esta matriz capitalista dependiente. Y esto es así porque en su largo ascenso,
el capitalismo incorporó y asimiló elementos de otras formaciones societarias.
La
sobreexplotación de la fuerza de trabajo, en el afán de “bajar costos laborales”
y capturar por esa vía una porción creciente del excedente socialmente
producido, es enemiga de una lucha concreta por incrementar la productividad; y
por tanto, antagónica con un proyecto de desarrollo. Puede haber crecimiento
económico incluso, en el sentido de un incremento mensurable en ciertas
variables económicas. Pero nunca desarrollo, en la medida en que la
sobreexplotación laboral, la caída del salario real, el incremento de la
desocupación, pueden “bajar” el costo laboral, pero son un pobre sucedáneo del
incremento de la productividad. Ésta última depende de la inversión productiva,
de la ciencia aplicada, de la audacia del proyecto científico-tecnológico de un
país. Justamente, todo lo que está liquidando el gobierno oligárquico de
Cambiemos. El control de la alta tecnología es una de las llaves económicas
contemporáneas; algo que el “primer mundo” quiere reservarse celosamente. Por
lo tanto, es un poder que, en la medida en que sea monopolizado por el Norte,
se transforma en una de las manifestaciones fundamentales del carácter
imperialista del sistema capitalista mundial. Desmonopolizarlo, a través del
desarrollo económico y científico-tecnológico de los pueblos y naciones del
Sur, es antiimperialismo.
La
cancelación del ideal de desarrollo, puede estar acompañado de una obnubilación
por el crecimiento, visible o “invisible” según la curiosa expresión del
marketing oligárquico. Pero siempre será un crecimiento socialmente injusto,
sin potencialidad de desarrollo nacional, precario, vulnerable. Y reversible
ante la primera sacudida de la economía global.
Germán Ibañez
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