viernes, 2 de marzo de 2018

El crecimiento endeble del capitalismo dependiente


Hace poco lamentamos el fallecimiento del intelectual brasilero Theotonio Dos Santos, una de las grandes figuras de la Teoría de la Dependencia y agudo analista de las contradicciones del capitalismo latinoamericano. Otra gran figura del pensamiento económico crítico fue su compatriota Ruy Mauro Marini. Uno de los problemas que Marini señaló con claridad es la relación entre el funcionamiento del capitalismo en las periferias y la sobreexplotación de las masas. Allí se encuentra el secreto de un funcionamiento que no puede compensar empero, ni siquiera malamente, la enorme brecha de productividad con las economías metropolitanas.

El capitalismo acentúa en las periferias sus peores rasgos, resultando un crecimiento depredador. Una de sus características es el aprovechamiento irracional de la dotación de recursos de los países, las llamadas “ventajas comparativas”, que son más propiamente las ventajas estáticas derivadas de condiciones naturales. La clave es el acceso monopólico a esos recursos, por parte de los actores económicos más concentrados, ya sean fracciones de las oligarquías locales o empresas extranjeras. Eso implica un “candado” para el resto de la población, e incluso muchas veces para el poder fiscalizador del Estado en esas actividades. La explotación depredadora y la monopolización aseguran altas ganancias, y allí está una de las causas de la tendencia a la primarización de nuestras economías. Aunque se trate del aprovechamiento de una dotación de recursos naturales, está lógica no tiene nada de “natural”. Es el resultado de decisiones políticas y del predominio de ciertos intereses económicos por sobre otros. Toda una configuración cultural y política señorial, acompaña “solidariamente” a esta matriz capitalista dependiente. Y esto es así porque en su largo ascenso, el capitalismo incorporó y asimiló elementos de otras formaciones societarias.

La sobreexplotación de la fuerza de trabajo, en el afán de “bajar costos laborales” y capturar por esa vía una porción creciente del excedente socialmente producido, es enemiga de una lucha concreta por incrementar la productividad; y por tanto, antagónica con un proyecto de desarrollo. Puede haber crecimiento económico incluso, en el sentido de un incremento mensurable en ciertas variables económicas. Pero nunca desarrollo, en la medida en que la sobreexplotación laboral, la caída del salario real, el incremento de la desocupación, pueden “bajar” el costo laboral, pero son un pobre sucedáneo del incremento de la productividad. Ésta última depende de la inversión productiva, de la ciencia aplicada, de la audacia del proyecto científico-tecnológico de un país. Justamente, todo lo que está liquidando el gobierno oligárquico de Cambiemos. El control de la alta tecnología es una de las llaves económicas contemporáneas; algo que el “primer mundo” quiere reservarse celosamente. Por lo tanto, es un poder que, en la medida en que sea monopolizado por el Norte, se transforma en una de las manifestaciones fundamentales del carácter imperialista del sistema capitalista mundial. Desmonopolizarlo, a través del desarrollo económico y científico-tecnológico de los pueblos y naciones del Sur, es antiimperialismo.

La cancelación del ideal de desarrollo, puede estar acompañado de una obnubilación por el crecimiento, visible o “invisible” según la curiosa expresión del marketing oligárquico. Pero siempre será un crecimiento socialmente injusto, sin potencialidad de desarrollo nacional, precario, vulnerable. Y reversible ante la primera sacudida de la economía global.

 

Germán Ibañez

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