martes, 28 de agosto de 2012

Saintout: “Después del ‘¿Qué te pasa Clarín?’ ha habido cambios muy profundos”



La decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP  manifestó su orgullo por integrar Observatorio del Sector Audiovisual de la República Argentina. El proyecto será desarrollado de manera conjunta con el INCAA y las universidades nacionales de Lanús, Quilmes y Florencio Varela.


Un grupo de intelectuales que apoyan la Ley de Comunicación Audiovisual realizaron hoy el lanzamiento del Observatorio del Sector Audiovisual de la República Argentina, con el objetivo de fortalecer el proceso de democratización de los medios de comunicación, y promover la inclusión social a través de la promoción de la conquista de nuevos derechos audiovisuales.
El acto se realizó en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, y contó con la presencia de políticos, cineastas, actores y personalidades relacionadas con el ámbito de la comunicación.
En nombre de la Universidad Nacional de La Plata, la decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Florencia Saintout, manifestó su orgullo por integrar ese equipo de trabajo y remarcó que “en la Argentina después del ‘¿Qué te pasa Clarín?’ ha habido cambios muy profundos”.
“Frente a las pantallas siniestras comenzaron a aparecer nuevas pantallas, nuevos modos, nuevas formas de comunicación; pasando de un público cautivo, tomado como mercado, a un público que entiende la comunicación como un derecho”, agregó.
Por su parte, Ana Jaramillo, de la Universidad Nacional de Lanús, dijo que “cuando se está planteando la creación del observatorio, se está hablando de democracia” y que “contribuye a lo que está haciendo este gobierno en ampliar derechos”.
Gustavo Lugones, de la Universidad Nacional de Quilmes, manifestó su “gratitud” por poder integrar este espacio”, al igual que su colega de la Universidad Arturo Jauretche, Ernesto Villanueva, quien consideró como “un hecho histórico” que su centro de estudios participe de este encuentro.
En representación del INCAA, su titular, Liliana Mazure, señaló que “el Observatorio surge producto de una realidad que nos trae una necesidad” y que “a través de los nuevos paradigmas de comunicación, el país entero está tomando conciencia de cómo quiere verse; en una transformación sin precedentes”.
La presentación se realizó al cumplirse tres años del día que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner enviara el proyecto de Ley de Comunicación Audiovisual al Poder Legislativo.
El Observatorio apunta a promover ámbitos de debate y reflexión para concebir los nuevos escenarios que permitan mejorar la calidad de la televisión, incrementar la producción independiente de contenidos, modificar la estructura de los sujetos sociales en control de las licencias de servicios de comunicación audiovisual y la mejora permanente de las condiciones de trabajo.

Fuente: Agencia Periodística de Buenos Aires
www.agepeba.org

martes, 21 de agosto de 2012

Los ismos del Kircherismo

¿Peronismo? ¿Progresismo? ¿Nacionalismo? ¿Izquierdismo? Una aproximación situacional al debate sobre una cultura política cargada de complejidades.
 

 
 
Banderas de todos colores son tomadas e interpeladas por el proceso actual argentino
Por Ernesto Espeche |
20|08|2012
Éramos cuatro los comensales. La cena tuvo lugar en uno de los pocos comederos populares de Brasilia, el único que encontramos abierto a las 11 de la noche. Ese día se formalizó el ingreso de Venezuela al Mercosur y nosotros, todos periodistas argentinos, buscábamos algo de distracción gastronómica luego de una intensa jornada de trabajo.

Pedimos al mozo que nos sirviera lo que había: la cocina estaba cerrada y casi no teníamos margen de elección. Finalmente llegaría una aceptable combinación de carne vacuna con ensalada.

Entre chistes de ocasión y vagos comentarios sobre la singularidad urbana que nos cobijaba, compartimos las primeras impresiones periodísticas que nos quedaron del día. En eso, una frase fuera de contexto cambió el tono del diálogo: “Cristina debiera hacer más peronismo y menos progresismo”. Quien lanzó el dardo sabía que su filo tocaría -de modo inevitable- las fibras de un debate laberíntico.

Se produjo un silencio apenas llenado por el sonido difuso de un televisor colgado en lo alto de la pared trasera. “Yo apoyo al gobierno, ojo, soy nacionalista, pero no me gusta tanta retórica progre, eso no es peronismo”, agregó el mismo colega para dejar en claro su punto de vista. En rigor, los cuatro confesamos nuestra simpatía por la gestión de la Presidenta. El dilema estaba, entonces, en los matices que salieron a la superficie: cómo dar cuenta de la tradición política que envuelve al proyecto iniciado en 2003.

Los cuatro recogimos el guante y nos hicimos cargo del problema que se servía sobre la mesa junto a la comida. “Hace falta menos medidas del tipo `matrimonio igualitario` y más planes sociales que lleguen al pobrerío”, ejemplificó el promotor del cruce. ¿Acaso, el derecho consagrado de un travesti a tener un documento que refleje su identidad de género no impacta sobre sus condiciones materiales de vida?, me pregunté en silencio.

Ante la atónita mirada de los empleados y los dueños del boliche -o quizás se trataba de los mismos- nos subimos a una acalorada discusión con una batería de gesticulaciones que subrayaron cada una de nuestras intervenciones.

Esa noche volvimos al hotel cerca de las tres de la madrugada con la vaga promesa de continuar la charla en algún bar de Buenos Aires. Intercambiamos contactos y nos despedimos. Al otro día, cada cual retornó por su lado, según el itinerario previsto.

¿El kirchnerismo es peronismo, es un remozado modelo de progresismo “clasemediero”, es una reedición del viejo nacionalismo plebeyo o es una vertiente de la izquierda? La pregunta quedó flotando como una bruma absurda sobre las anchas avenidas de la ciudad capital de un país que jamás se embarcaría en deliberaciones políticas de ese tipo. Allí, como en la mayor parte del planeta, las cosas suelen ser más simples, más claras.

Esa noche me costó entregarme el sueño; le di vueltas al asunto y me detuve en un punto que, al menos, me daba ciertas certezas. Los términos que se mencionaron en la discusión funcionaron, en algún momento de la historia, como ordenadores para el pensamiento político argentino. Se presentan en pares dicotómicos o en juegos de opuestos para representar las miradas irreconciliables que signaron el derrotero nacional.

Así, un proyecto -como todos- sostenido desde la doble dimensión del relato simbólico y la práctica concreta se reconoce como peronista o gorila-oligarca, progresista o conservador, de izquierda o de derecha, nacionalista o cipayo.

Cada uno de esos cuatro binomios es una totalidad en sí misma. Resulta, por ello, insostenible pensar en un antagonismo peronismo-progresismo o, por caso, en una contradicción definitiva entre progresismo-izquierda.

Las comparaciones cruzadas son una suerte de extirpación de un concepto de la relación conflictiva que le da sentido. Fuera de ella, los términos quedan sujetos a una laxitud polisémica, a una peligrosa deshistorización.

En cambio, un proceso político puede -y debe- someterse a cada una de las tensiones antagónicas, pues ninguna dicotomía resuelve en sí misma las múltiples facetas que intervienen en su constitución.

El Kircherismo, entonces, interpela y se nutre de las mejores tradiciones nacionales, populares y democráticas. Es peronismo porque recupera y actualiza el sentido de justicia social, soberanía política e independencia económica; porque ostenta esa capacidad única de interpretar el sentir popular y actuar en consecuencia.

También es progresismo, porque asume como propias las ideas de transformación virtuosa y reinventa el valor de la democracia hacia una dimensión que trasciende la mera formalidad.

Es izquierda porque se asume "no neutral" en la lucha por los intereses de las grandes mayorías populares y enfrenta, desde ese lugar, a las corporaciones del poder fáctico.

Es nacionalismo, porque confronta los intentos predatorios de las potencias mundiales y construye los caminos para concretar el sueño de la Patria Grande.


Finalmente, la identidad del proyecto que gobierna el país desde 2003 define a un `otro` que contiene, a la vez, al gorila, a la derecha, a los conservadores y los cipayos.

Por lo anterior, es peronismo, pero no sólo peronismo. Es progresismo, pero no sólo eso. Es izquierda, aunque no puede reducirse a esa definición. Es nacionalismo, pero no cualquier nacionalismo. Es, más bien, la única experiencia de la historia que logró la armoniosa combinación de todos esos elementos.

Es entendible, como lo planteó el colega, que al gobierno nacional se le pida más peronismo, o más izquierda, o más progresismo. Pero esas demandas no obedecen a supuestas desviaciones o extravíos en las definiciones estratégicas más elementales. En todo caso, son respuestas ante una gran virtud de generar expectativas en un arco tan diverso en sus tradiciones como unívoco en su condición de derrotados por el proyecto civilizatorio victorioso a fines del XIX.
Fuente: APAS

martes, 7 de agosto de 2012

El ideal de la unión latinoamericana en la etapa pos-independentista


Culminado, hacia mediados de la década de 1820, el proceso revolucionario hispanoamericano, el ideal bolivariano de la unión de Nuestra América no desaparece, pero va perdiendo centralidad al compás de la consolidación de bloques regionales de clases propietarias (que serían llamados polémicamente “oligarquías”) estrechamente articulados a los centros industrialistas del Norte, especialmente Gran Bretaña. Una serie de procesos socio históricos, a través de ciclos de guerra civil, condicionaron negativamente la posibilidad de retomar la máxima ambición de Bolívar. Se va fragmentando el viejo espacio administrativo colonial, en medio de la trabajosa configuración de las emergentes unidades político-territoriales (Repúblicas). Se despliega un proceso de transformación capitalista, pero con fuertes compromisos con los intereses señoriales supervivientes de la Colonia, y como decíamos, vinculado a las necesidades de las grandes metrópolis. Es decir, que la transformación capitalista fue, simultáneamente, el progresivo establecimiento de un patrón neocolonial de subordinación y asimetría en las relaciones entre las nuevas repúblicas hispanoamericanas y  los países “civilizados”. Por otra parte, al interior de las territorialidades sobre las que se erigían las sociedades políticas latinoamericanas (verdaderas “Patrias del Criollo”) las minorías propietarias, en duras pujas entre sí y contra las fuerzas contestatarias de origen popular, fueron cristalizando relaciones de poder, explotación, y estigmatización étnica con las masas morenas, descendientes de pueblos originarios y de los esclavos africanos. Es lo que autores como Pablo González Casanova han llamado colonialismo interno. Las luchas internas (por la organización del Estado, el tipo de régimen político y los alcances de la democratización, por el grado de “apertura” comercial o de protección del trabajo y la producción local) fueron diversas de país en país aunque también tuvieron rasgos comunes. En algunos casos se trató del enfrentamiento conservadores versus liberales (que a veces dio paso a curiosas “síntesis” de liberalismos conservadores), en tanto en nuestra Argentina fue el llamado antagonismo entre centralistas (unitarios) y federales.
Lo que desapareció, en este escenario de las décadas pos-revolucionarias, fue la proyección milita de unión hispanoamericana que encarnaron de los ejércitos Libertadores sanmartiniano-bolivarianos. Sin embargo, otra vía, también ensayada por los Libertadores, de acuerdos y congresos entre las repúblicas, reapareció en ciertas coyunturas, marcadas sobre todo por un recrudecimiento de la presión neocolonial y agresiones directas de potencias extranjeras. Así se dieron una serie de Congresos Hispanoamericanos desde mediados del siglo XIX.  El segundo de esos encuentros, si tomamos a la convocatoria “anfictiónica” bolivariana de Panamá como el primero, se produce entre 1847 y 1848. Representantes de Perú, Bolivia, Chile, Nueva Granada (Colombia) y Ecuador firmaron un Tratado de Confederación, que luego no fue ratificado por los respectivos gobiernos. En las discusiones se afirmó las repúblicas no eran sino “parte de una misma nación”. En los años 1856-57 se realizó un nuevo cónclave, con la preocupación inmediata de aventuras piráticas pero de apoyo “oficioso” estadounidense como la invasión de William Walker a Nicaragua. Lo convoca el gobierno de Venezuela y llega a proponerse la resurrección de la Gran Colombia bajo un régimen federal. El cuarto y último encuentro en el siglo XIX es del año 1864, en Lima. Se han producido nuevas agresiones colonialistas como el intento de apoderarse de los reservorios de guano en el litoral pacífico de Perú, por parte de España. Pero ya se perfila, en algunos gobiernos, un total extrañamiento con respecto a la causa latinoamericanista. La Argentina se excusa de participar, aduciendo la ausencia de una comunidad de intereses entre nuestro país y las hermanas repúblicas, y reafirmando el horizonte civilizador y europeísta de la elite porteña.
En esa década de 1860 surge empero un movimiento de opinión a favor de la unión de nuestros países; fue justamente el movimiento de la Unión Americana. Integrado por círculos intelectuales urbanos de clase media, desarrolla una función propagandística que, como con los Congresos mencionados, tiene por fin inmediato la denuncia del expansionismo de los países de Norte, incluyendo los Estados Unidos. De allí se pone en entredicho el ideal civilizador que encubría el neocolonialismo “Civilizar el nuevo mundo. Magnifica empresa, misión cristiana, caridad imperial; para civilizar es necesario colonizar, y para colonizar, conquistar”. Una reflexión en la misma línea de la del chileno Francisco Bilbao, que convocaba a defender la “civilización americana” contra la “barbarie europea”, invirtiendo los términos de la antinomia sarmientina. Estos avances son fundamentales, pues constituyen claros ensayos de una crítica al colonialismo cultural, dimensión inseparable de las formas de dependencia económica que se estaban estructurando. De hecho, el movimiento de la Unión Americana dirige a convocatoria a pueblos y gobiernos, en una apelación a crear un movimiento de opinión en el seno de una sociedad civil que no podía tener un desarrollo sino aún embrionario en aquel período histórico latinoamericano. Dirá en su convocatoria el centro chileno “Inaugurándose una sociedad idéntica en las demás repúblicas, se realizará muy pronto de hecho en los pueblos lo que más tarde y en ocasión dada se realizará de derecho por los gobiernos”. La Unión Americana tendrá un foco de irradiación muy importante en Chile (en Santiago, Copiapó, Quillota y La Serena), país en el cual el caudillo argentino Felipe Varela tomará conocimiento de sus postulados y los inscribirá en su bandera de rebelión contra el despotismo civilizador del gobierno de Bartolomé Mitre (no casualmente, el gobierno que había rechazado participar en el Congreso peruano de 1864). En Bolivia, Argentina, Perú y México habrá círculos intelectuales de preocupaciones semejantes.
En aquellos años, los movimientos populares encauzarán mayormente sus luchas en el marco de las nuevas territorialidades y fronteras interestatales que se van consolidando. Aún así, el ideal latinoamericanista se verifica en algunos de ellos. En 1861 se produce un movimiento liberal-federal en Nueva Granada. En él aparece manifiesto el último intento de federar a las repúblicas de la ex Gran Colombia, y se reconoce una misma línea con los federales venezolanos. En la Argentina, la figura aludida de Felipe Varela adhiere a los principios de la Unión Americana, y dirige sus operaciones cruzando repetidamente las fronteras argentinas con Chile y Bolivia. No se trataba solo de una táctica para evitar caer en el cerco de las tropas de línea mitrista, sino de los apoyos que recibía en aquellos lugares y del marco de una guerra civil a gran escala en la cuenca del Plata, que involucró a los países de Argentina, Uruguaya, Brasil y Paraguay: la Guerra de la Triple Alianza. La derrota del caudillo catamarqueño y el genocidio del Paraguay constituirán partes de un mismo proceso, verdadera antítesis del ideal latinoamericanista que resumía la continuidad del programa bolivariano.
Cuando ese programa de la unión de Nuestra América parecía entrar en un prolongado eclipse en el continente comenzará a prepararse su “renacimiento” en el área del Caribe, con figuras como las de Eugenio María de Hostos y sobre todo José Martí. Con el genial cubano se presenta ya una moderna configuración de pensamiento y praxis antiimperialista, que marcará la nueva etapa del despliegue de los movimientos nacionales y populares latinoamericanos que advendrán con el nuevo siglo.

Germán Ibañez

Entre el qué hacer y los cambios



ENTREVISTA A ISABEL RAUBER

Experta. Rauber es figura en los congresos sobre América Latina./Tapa: Revoluciones desde abajo. Isabel Rauber. Editorial Peña Lillo/Continente. /Brasil. El movimiento sin tierra, emergente mientras reinaba el globalizado final de las ideologías./ Bolivia. Evo Morales, Milagro Salas y una mujer que luchó toda su vida por una cultural plurinacional como bandera identitaria. (TELAM)
 “Existe una alternativa al capital”, dice la autora de Revoluciones desde abajo. Pero no se trata de una cuestión de fe sino, como muestra en esta charla, una manera de rastrear las reacciones de los pueblos ante la realidad.
Acaba de publicar un libro que se llama Revoluciones desde abajo y, bajo el subtítulo “gobiernos populares y cambio social en Latinoamérica”, hace foco en los desafíos culturales de la región. Mientras prepara su nueva ponencia en un nuevo congreso europeo que, como los de todo el mundo, la tiene como presencia inevitable a la hora de hablar de América latina, Isabel Rauber se hace un tiempo para un cortado en el bar de la esquina del Congreso. Y con el cortado, la charla.
–¿Qué cambios culturales deben hacerse para llevar adelante la pelea con el postcapitalismo?
–Yo siempre hablo desde el pie de América latina, que es donde vivo y desde donde dialogo con los movimientos sociales. Desde allí busco el porqué de la gran derrota de los ’70 y los ’80 en la región y la desaparición del sistema socialista mundial como el fin de las alternativas. En ese tiempo del eterno capitalismo, emergen en el continente nuevos movimientos sociales fuertes: Chiapas, que es el que más llama la atención por su cuestión mediática; el Movimiento Sin Tierra, de Brasil; el movimiento indígena de Bolivia, que era muy fuerte aunque desconocido por cierta prensa de izquierda.
–Movimientos con distintos puntos de vista: la creación de otro poder o la toma del poder…
–Es que la toma del poder no tiene nada que ver con los movimientos sociales porque, precisamente, ahí viene el origen de un cambio cultural en el que apenas estamos en los gérmenes. Es un proceso que deberá llevar varias generaciones. No plantearse la toma del poder como el eje del quehacer implica el debate.
–¿Por qué?
–Porque si no, quedamos entrampados en la lógica del capital. “Capital”, no capitalismo. István Mészáros dice que el capital es un proceso que antecedió al capitalismo y que lo puede trascender porque tiene elementos de funcionamientos que son claves. O sea, miremos al mercado y no a la forma capitalismo. Si se mantiene la lógica jerárquica, discriminatoria, subordinatoria y excluyente, estamos manteniendo vivas las cadenas de la lógica del capital. Por eso, ubica a las experiencias socialistas del siglo XX dentro de la lógica del capital. Es una forma que tiene una racionalidad profunda: todas las experiencias mantuvieron la lógica del capital pensando que bastaba quitar al dueño, al capitalista, y apropiarse de las estructuras del Estado para mantener las cadenas subordinatorias. Lo que se pone en cuestión en esa reflexión es que nosotros no queremos seguir marginados. En la Argentina, esto se vio claramente con los piqueteros, la emergencia de sujetos que luchan esencialmente por la vida y que en proceso de maduración comienzan a plantearse caminos alternativos y diversos. Pero cuando uno busca las lógicas siempre se queda en los más desarrollados y plantean que tiene que haber una recomposición raizal para transformar toda esta lógica. Aquí se marca un gran aporte de nuevos actores sociales que generalmente no se tiene en cuenta: están construyendo una epistemología diferente. No solamente hicieron el presente con sus luchas y reticencias sino que, contenidos en ellas, están abriendo cauces a una nueva cultura, a una nueva concepción del mundo.
–¿Son comunes esos cauces a pesar de ser distintos los movimientos, hubo un aprendizaje al respecto?
–Mucho antes de Chiapas, empecé el estudio con movimientos de pobladores barriales y llegan a esa madurez. Ahora, nosotros tenemos un problema y yo veo que sí hay un aprendizaje que fue clave. No importa si luego, por alguna causa, el sujeto no lo logra mantener. Porque es lo normal ya que son lógicas minoritarias, incomprendidas por la cultura predominante en los sectores de izquierda que paradójicamente son o han sido los primeros en atacar a los movimientos sociales porque no se subordinaban a los partidos políticos o cuestionaban sus paradigmas. Hablar de paradigmas hoy, después de que lo hicieron los gobiernos de Venezuela, Argentina, Bolivia o Brasil, parece algo fácil, pero al decirlo antes te decían que estabas loca. Es lo mismo que hablar ahora del poder desde abajo después de que Chávez dijera que ese poder revolucionario se construía popularmente, en las bases. Lo sé por experiencia propia. Te cercenaban al mejor estilo de McCarthy y te excluían del pensamiento. Todavía hoy ocurre eso en algunas partes, porque se malinterpretó el reconocimiento del tema de los movimientos sociales como actores sociales con capacidad de acciones políticas, como un rechazo a los partidos políticos. Y no tiene nada qué ver. Lo que sí está puesto en cuestión es que la forma partido tradicional, léase marxista–leninista o partido de vanguardia con cualquier identidad que tenga, que se arroga para sí mismo la representación de todo el mundo, sin consensuar, sin formar pensamiento colectivo ni nutrirse del saber colectivo, no tiene posibilidad de futuro.
–¿A qué atribuye ese fracaso, a que fueron derrotados o a que no supieron empezar la pelea?
–La derrota y la victoria en ninguno de los casos da la razón. América latina quedó un poco a la intemperie en la época de la derrota del socialismo. Los partidos se replegaron a la autocrítica. Yo sé que a los compañeros de esos partidos les duele cuando lo digo, pero deberían decirlo ellos: se la pasaban todo el tiempo criticándose mientras la gente estaba muriéndose de hambre. Mientras ellos estaban buscando la salida, la gente se dio cuenta sola que la salida estaba por la vida. Y fue esa lucha por la vida la que llevó a un cuerpo de movimientos sociales a poder ir procesando y madurando su modo de ver el mundo. La consolidación de los movimientos sociales como sujetos sociales y políticos cuesta mucho cuando se hace en soledad. La clase obrera tampoco puede resolver el problema. No nos engañemos. No estamos viviendo el capitalismo de los ’70, esto cambió. La organización de la producción modificó la organización del trabajo e influyó claramente en la conciencia de los trabajadores. En primer lugar, fomenta el individualismo en la clase. Aparte, en América latina eso es insostenible porque hay un mundo, para ponerle una lógica zapatista de los varios mundos, que coexiste en esa realidad. Aquí hay un mundo preexistente a la llegada de la cultura europea que es la de los pueblos originarios. Entonces, cómo pensar en un sujeto que no contempla a los pueblos originarios. El marxista peruano José Carlos Mariátegui peleó por todos nosotros pero no fue escuchado. Tenemos que repensar el sujeto de hoy porque los pueblos originarios se desarrollaron. No están como a principios del siglo XX.
–La cosa es que los textos de Mariátegui estaban prohibido hasta por los mismos partidos marxistas de Latinoamérica...
–Es que todos eran obedientes a los dictados del PC de la Unión Soviética. Se tenía esa lógica de pensamiento verticalista y único de izquierda que es necesario abrir y debatir y que seguirá latente en tanto y en cuanto no se quiera reconocer. Yo creo profundamente que la verdad es revolucionaria. ¿Qué vemos?: La pluralidad del sujeto, la amplitud. Claro, el problema es que no es un diálogo sencillo. Hay que ponernos de acuerdo: más allá de que caben en este mundo todos los mundos, las contradicciones son parte del camino. Vamos a tener que polemizar bastante durante cincuenta años y aguantarnos lo que unos pueden interpretar como desplantes pero que es llamado derecho. La cuestión es que seamos capaces de dialogar entre todos. No queremos superar al capitalismo para dar vuelta la moneda sino concebir una civilización diferente, construir una humanidad diferente, donde sea posible una dimensión de interculturalidad, el reconocimiento a la existencia de los otros. Mi lógica es ésta, pero hay otras lógicas que existen y no me puedo imponer a ellas. Por eso, estudio el proceso boliviano, porque está lleno de contradicciones como la de los propios autores indígenas, que es lo normal, porque son pueblos con identidades diversas.
–¿Se corre el riego de, bajo el paraguas del indigenismo, agrupar mundos que no tengan nada que ver entre sí?
–Los indígenas son diversos. Cuando hay una lectura desde afuera se piensa en categorías como “indios” o “negros” que no existe. En África hay historias diferentes; aquí se impuso en concepto de cultura de la colonia: “Son todos iguales y casi no personas”. Es un prejuicio que late para el diálogo, sobre todo, para entender. Bolivia, para mí, es el gran laboratorio de las revoluciones y las transformaciones de América latina hoy. No tanto por la composición indígena sino por lo que a partir de esa realidad produce. ¿Y qué produce esa inclusión como actores plenos en el debate del quehacer en el estado nacional? La creación de un estado plurinacional. Y América latina es plurinacional toda. Estamos aprendiendo todos. Esto de Bolivia es algo que el Che había visto aunque no desde la perspectiva pluricultural.
–Una discusión que no pertenecía a su época…
–Es cierto, la discusión no estaba instalada y no se la podemos achacar como déficit a los ’70. Esos años tuvieron los errores que tuvieron pero también sus grandes virtudes. Entre ellas, las de de toda esa generación que decidió con la juventud, como la generación de ahora, con los elementos que tenían, hacerle frente a su realidad. Una profunda dignidad, entrega y el atrevimiento de poner el cuerpo a las palabras. En eso tenemos al Che en primer lugar. Y sigue estando vigente. El Che se resignifica con estas miradas nuevas pero rescatando el mensaje y su figura. Bolivia en eso es profundamente guevarista. Ellos piensan una cosa y la ejecutan. Con mucho más acierto que errores. Lo plurinacional es el camino de salida la nueva civilización. Son unos híper adelantados, y por eso también tiene tantas dificultades. Van haciendo sobre la marcha. Marx decía, hacía y pensaba que desde la realidad se discutía. Discutía sobre la propuesta, no sobre la persona ni la filosofía en abstracto. Aquí, Perón decía que la única verdad es la realidad. Entonces, discutamos la realidad que, al ser tan amplia, lleva el dinamismo a la teoría. Estamos urgidos de tomar conciencia de que hay también nuevas epistemologías, construidas por los autores sociales que, lamentablemente, en el ámbito de la izquierda, piensa sobre sí mismo. Eso nos lleva al pantano de cambiar las viejas palabras pero no las prácticas. Es más importante cambiar las prácticas, que ya las palabras irán saliendo. Y en eso tienen ventaja los movimientos sociales a quienes respeto profundamente. Tiran la piedra lejos, llegan a ella y después se dan cuenta que algo se le quedó atrás y tienen que retroceder. Lucharon por lo horizontal y después les cuesta porque no hay de dónde aprender. La imitación es la base de la educación. Imitás lo que hay en tu tiempo, y lo que hay es verticalismo, rosca. Y eso, en un porcentaje menor, tiene reproducción en los movimientos. Lamentablemente, desde alguna izquierda se usa este elemento como chicana sobre los movimientos. En vez de darse cuenta que no es una cosa de causa y efecto. Pero que ellos tienen que ver con que se reproduzca esa lógica al negarse al diálogo. Necesitamos que la izquierda, si quiere hacerlo, haga el Concilio Vaticano II. Que vean que los pueblos están afuera de los partidos. No hay lenguaje, no hay código entre lo viejo y lo nuevo. Un elemento muy fuerte, de preeminencia de la vieja cultura aparece cuando se impone la mal llamada vía electoral. ¿Para qué? ¿Para las elecciones? Absolutamente ridículo. No se toma el poder por las elecciones. Se puede emprender un proceso de cambios muy largo. Hay que tener la paciencia y ver lo que podemos ir haciendo. Cómo utilizar las herramientas de los gobiernos para fortalecer la construcción del sujeto, de la conciencia que es la base de la organización, en cambiar el sistema productivo. Todo eso está en debate en Bolivia. La lucha contra la pobreza comienza en el sentido que se articula de raíz con la lucha de la alfabetización. Y no solamente alfabetizar en español sino también en aymara y quechua como elementos fundamentales en las instituciones públicas. Hay una triple alfabetización comprendida. Pero también están las ayudas del Estado para la incorporación de los sectores que antes eran marginados; implica la apertura de redes económicas para que se integren a una lógica de circulación, distribución de productos y exista un reciclaje. Hay que hacer de cada persona un actor económico además de un actor social. Economía es sociedad. Si tenés una economía excluyente tenés excluidos.
–¿Esto ocurre en toda la región?
–Es una región que tiene las mismas herejías. Claro que una presidenta mujer ya no es una herejía, pero lo fue. En Paraguay, había un obispo, lamentablemente sacado por un golpe. Brasil tuvo un obrero. ¿Quién puede decir algo hoy de ese operario sindical? Pero le costó mucho superar ese estigma para el paradigma dominante de que un obrero es bruto. Lo mismo ocurre con un militar como Chávez. Antes de su arribo al poder era impensable un milico socialista, ganador por elecciones populares. Evo, un indígena, presidente de Bolivia. Pepe Mujica, once años y medio preso por militante revolucionario, presidente del Uruguay. En el Frente Amplio supieron tener la paciencia y hacer de su plataforma programática parte del sentido común de la ciudadanía. Por eso Uruguay es tan lindo en ese sentido. Aprendamos todo de eso. Tenemos que ir despacito para consolidar los pasitos que demos. Es hora de que la izquierda se dé cuenta de eso. Algo está pasando acá. El foro de San Pablo debería borrarse y apuntar los partidos a la construcción de un frente político–social en América latina. Terminar con la fractura de los actores, reconocerlos, puede ocasionar crisis en los procesos. Cuando los partidos coinciden por las hendijas de la historia y suben creen que pueden prescindir de los actores sociales. Y, cuando están en crisis vuelven a apelar a los actores sociales. Por eso, me golpeó un poquito la última resolución del último Foro de San Pablo. Lo vi muy de autobombo. Porque los procesos de América latina, los que rompen los esquemas, son procesos que se abrieron con la lucha de los movimientos sociales, que en cierta medida son protagonistas y responsables del presente. Este parto fue múltiple y tuvo varias parteras. Por eso, “sí” a la izquierda en el sentido amplio y “no” a la izquierda en el sentido estrictamente partidario.

Fuente: Miradas al Sur
Año 5. Edición número 218. Domingo 5 de agosto de 2012

miércoles, 1 de agosto de 2012

Venezuela en el Mercosur

Por Atilio A. Boron

Ayer se ratificó en Brasilia el ingreso de Venezuela al Mercosur. De este modo el bloque comercial sudamericano se refuerza tanto cuantitativa como cualitativamente. Lo primero, porque agrega a un nuevo socio con un Producto Bruto estimado –por el World Economic Outlook del FMI en paridad de poder adquisitivo– en 397.000 millones de dólares. Es decir, se agrega una economía de un tamaño ligeramente superior a la de Suecia. El Mercosur agrandado cuenta ahora con un Producto Interno Bruto de 3635 millones de dólares, lo que lo convierte en la quinta economía del mundo, sólo superado por Estados Unidos, China, India y Japón, y claramente por encima de la locomotora europea, Alemania. Cualitativamente hablando, la incorporación de Venezuela significa integrar a un país que, según el último anuario de la OPEP, dispone de las mayores reservas certificadas de petróleo del mundo, habiendo desplazado de ese sitial a quien lo ocupara por varias décadas: Arabia Saudita. Además, desde el punto de vista de la complementación económica de sus partes, el Mercosur luce como una espacio económico mucho más armónico y equilibrado que la Unión Europea, cuya fragilidad energética constituye su insanable talón de Aquiles. Comienza, por lo tanto, una nueva y decisiva etapa, donde a un conjunto de países sudamericanos grandes productores de alimentos y, en los casos de Argentina y Brasil, poseedores de una importante base industrial y significativas riquezas mineras, se le agrega la mayor potencia petrolera del planeta. En un contexto de crisis mundial como el actual, y ante las políticas proteccionistas que cada vez con más fuerza adoptan los gobiernos del centro capitalista, la integración de los países del Mercosur es la única salvaguarda que les permitirá resistir los embates de la crisis mundial del capitalismo o al menos amortiguar su impacto.
No hace falta demasiado esfuerzo para comprobar las proyecciones que puede llegar a tener este Mercosur “recargado”. Si los gobiernos de la región diseñan mecanismos flexibles y eficaces para sacar partido de esta enorme potencialidad económica y si, al mismo tiempo, se resuelven las asignaturas pendientes de los acuerdos que originaran al Mercosur –la Declaración de Foz de Iguazú firmada por Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985 y, años después, el Tratado de Asunción, fechado en 1991– y que reflejaran la hegemonía ideológica del neoliberalismo en aquellos años, el futuro económico de nuestros países sería mucho más promisorio. Un componente fundamental de esta nueva etapa debe ser, sin duda, el fortalecimiento de los “otros mercosures”: el social, el laboral, el educativo, para no mencionar sino aquellos que han suscitado, precisamente por su ausencia, los mayores y más sostenidos reclamos. Esto les otorgará a los movimientos sociales y las fuerzas políticas populares una oportunidad inmejorable para hacer oír sus demandas y presionar efectivamente a los gobiernos para que adopten sin más dilaciones las políticas necesarias para que el Mercosur deje de ser un acuerdo pensado para ampliar los mercados y reducir los costos operativos de las grandes empresas y se convierta en un proyecto de integración al servicio de los pueblos.
Pero la significación fundamental del ingreso de Venezuela radica en otra parte. El aislamiento de ese país y su conversión en un estado paria era el objetivo estratégico número uno de Estados Unidos luego de la derrota del ALCA en Mar del Plata. El Senado paraguayo se había prestado a ese juego, a cambio de una jugosa recompensa para sus tribunos, pero el golpe de Estado perpetrado entre gallos y medianoche contra Fernando Lugo desbarató, para estupefacción de Washington, los planes del imperio. La Casa Blanca no tomó nota de que las épocas en que sus deseos eran órdenes habían sido definitivamente superadas y jamás pensó que los gobernantes de Argentina, Brasil y Uruguay iban a tener la osadía de aprovechar la suspensión de Paraguay ocasionada por la violación de la cláusula democrática del Mercosur para poner fin a una absurda espera de seis años. Desde el punto de vista geopolítico, la inclusión de Venezuela en el Mercosur es, y conviene reparar en esto, la mayor derrota sufrida por la diplomacia estadounidense desde el descalabro del ALCA. Tal como lo recordara hace pocos días Samuel Pinheiro Guimaraes, quien hasta hace un mes se desempeñara como alto representante del Mercosur, de aquí en más será mucho más difícil y costoso orquestar un golpe de Estado contra un Chávez protegido institucionalmente por la normativa mercosurina. Mucho más complicado para un país como Estados Unidos, insaciable consumidor de petróleo, tratar de apropiarse de la riqueza hidrocarburífera venezolana. Mucho más atractivo para los demás países sudamericanos integrarse cuanto antes a un rico espacio económico que se extiende sin discontinuidades desde Tierra del Fuego hasta el Mar Caribe. Y, por último, mucho más difícil rearmar el esquema de “libre comercio” desechado con la derrota del ALCA. En suma, hay fundados motivos para el regocijo: ayer los sueños integracionistas de Bolívar, Artigas y San Martín han dado un gran paso hacia adelante.
* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales.

Fuente: Página /12, edición del 1° de agosto de 2012

domingo, 22 de julio de 2012

Mariotto propone debates, militancia y organización territorial en toda la Provincia




El vicegobernador bonaerense manifestó la necesidad de debatir con los vecinos para seguir construyendo consenso en torno al proyecto que encabeza Cristina. Actos, unidades básicas tradicionales y el despliegue de Casas Compañeras.

Gabriel Mariotto llamó ayer a “debatir política con los vecinos”. Lo hizo durante la inauguración de la unidad básica peronista “Los mártires de Pasco”, en lomas de Zamora. Estuvieron con él, el diputado Andrés Larroque, de La Cámpora, y Héctor “El Gallego” Fernández, titular de la agrupación Peronismo Militante.
La semana pasada, el vicegobernador había estado en el Centro Cultural Padre Mugica, tambén en Lomas de Zamora, con el juez de la Suprema Corte de Justicia, Eugenio Raúl Zaffaroni.
Mariotto aprovechó ese encuentro para presentar al magistrado y al viceministro de Justicia de la Nación, Julián Álvarez, las conclusiones del debate sobre el proyecto de Ley de Policía Judicial realizado por las ocho secciones electorales de la provincia de Buenos Aires.
“Estamos trabajando desde el 10 de diciembre en la Cámara de Diputados y Senadores con mucha vocación por temas que el gobernador (Daniel Scioli) planteó en la apertura de sesiones, como policía comunal y policial, y aprovechamos la visita del doctor Raúl Zaffaroni y del compañero Julián Álvarez para presentar los aportes que hemos recibido en los ocho foros que hicimos en los distintos departamentos electorales”, indicó el presidente del Senado bonaerense y líder de la Agrupación Padre Mugica.
“Recibimos la mirada de cientos de ciudadanos  muchos de ellos trabajadores de la justicia, otros ciudadanos comunes, muchos ex presos y otros víctimas de delito. Ese trabajo realizado condensa todos los aportes y se lo entregamos para su consideración porque también necesitamos la mirada de estos profesionales de gran capacidad y de gran prestigio para que todas los legisladores tengan la posibilidad de advertir esas miradas a la hora de votar”, añadió Mariotto.
Habían participado del encuentro el secretario Legislativo de la Cámara de Senadores, Luis Calderaro; los senadores del bloque del Fpv Santiago Carreras, Gustavo Oliva, Marina Moretti, Emilio López Muntaner, Patricia Segovia y Patricio García; la directora del Instituto Jauretche, Monica Litza; y el coordinador General del Programa Fútbol Para Todos, Pablo Paladino.
De sus palabras en esos y en otros actos con los que recorre la Provincia, y conforme señalan quienes colaboran con él en la organización territorial desde la cual pretende impulsar el crecimiento de los consensos y los apoyos a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, puede desprenderse que la idea del  vicegobernador pasa por la ampliación del debate para la participación militante.
En ese sentido, Mariotto decidió reimpulsar en el nuevo escenario, una iniciativa lanzada en enero del 2011 –Casas Compañeras- , como parte de los que fue la campaña que concluyó el octubre pasado, con la victoria electoral de Cristina, con el 54 por ciento de los votos.
Por aquél entonces, el actual vicegobernador propinía llevar al terreno de la militancia más amplia la experiencia de apoyos sociales que se generaron en ocasión del trabajo por la nueva Ley de Medios, finalmente sancionada, habiendo estado él al frente de aquellas jornadas, primero como último interventor del COMFER y luego como primer titular del AFSCA.
“Después del primer impulso tras la recuperación de la democracia, donde hubo una gran participación de la ciudadanía, los años que siguieron llenaron de apatía a la política nacional. Los ciudadanos no pelearon por comprometerse, se vaciaron las unidades básicas, se vaciaron los centros cívicos, los comités radicales, las bibliotecas porque la política transitaba por un carril y la expectativa de los ciudadanos por otra. La política se vio sometida a querer coquetear con los intereses. Todo estalló en el 2001. Ese sometimiento de la política a los intereses de los poderosos terminó en un gran estallido social, cultural, político, por aquellos años, que todos recordamos comos los peores momentos de la Patria”, decía Mariotto al lanzar Casas Compañeras, una iniciativa que propone a militantes y simpatizantes del proyecto encabezado por Cristina, abrir sus propias casas, sus hogares, como centros de participación y discusión política.
“Una de las formas que tenemos de militar y asumir el compromiso con la presidenta es formar nuestras Casas Compañeras. Contarle al vecino con el cartel en la puerta de Cristina 2011, con el cartel en la puerta de ‘Casa Compañera’, que esta familia, estos compañeros asumen el compromiso de defender el proyecto nacional. Entonces, seguramente se interpelará al vecino, al amigo del hijo, porque mostrar el orgullo de ser un compañero que abre su casa al debate, a la reflexión, a la militancia, es realmente una forma de militar”, señalaba entonces Mariotto.
En pocos meses y hasta las elecciones de octubre pasado se abrieron cientos de Casas Compañeras en toda la Provincia, especialmente en el Conurbano.
Hace semanas que Mariotto convocó a militantes y allegados para reimpulsar el la iniciativa, con una consigan central: “discusión reflexión y militancia para ayudar a Cristina a que el proyecto nacional, popular y democrático sea cada vez más abarcador y sume más y más adhesiones en toda la Provincia”, según palabras del propio titular del Senado bonaerense.

Fuente: Agencia Periodística de Buenos Aires
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martes, 17 de julio de 2012

La liberación nacional en la tradición nacional-popular de Argentina



La cuestión de la liberación nacional es una de las “herencias” del paradigma trunco de la emancipación. El ciclo de la revolución y guerra de Independencia hispanoamericana (1808-1824) abrió paso a la formación de nuevas comunidades políticas independientes (naciones) que trabajosamente erigieron sus construcciones estatales en las décadas siguientes. Sin embargo, pronto se revelaron las contradicciones de estas nuevas comunidades políticas. En primer término, el establecimiento de relaciones neocoloniales con los ascendentes polos industrialistas metropolitanos, especialmente Gran Bretaña. Es necesario señalar que el neocolonialismo distó de ser una cuestión de exclusiva dependencia económica, sino que se expresó en un patrón de imitación cultural que halló su núcleo duro en la fórmula sarmientina de civilización o barbarie. En segundo término, los propios límites de la transformación capitalista interna: el predominio de clases mercantiles que establecieron un compromiso histórico con los grupos señoriales, manteniendo formas de trabajo forzado o no libre, así como la apropiación latifundista de las tierras. En tercer lugar (y estrechamente relacionado con lo anterior) la continuidad de la marginalidad político-cultural y de la explotación mediante el trabajo no libre de los descendientes de los pueblos originarios, a punto tal de constituir el fenómeno conocido como colonialismo interno.
Los Estados oligárquicos latinoamericanos quedan establecidos en las décadas finales del siglo XIX, al tiempo que con el ascenso del capitalismo monopólico se consolidaban las relaciones de dependencia (nuestras economías se especializaban en la producción agropecuaria o minera y se insertaban en la “división internacional del trabajo” como periferias exportadoras de materias primas e importadoras de manufacturas). Será en esa etapa (1880-1930) en que comenzará a manifestarse el paradigma de la liberación nacional, integrando las cuestiones de la independencia económica frente al imperialismo y de la participación de las masas populares en la democratización de los regímenes políticos[1]. Justamente, en el área del Caribe, en el cruce histórico del viejo colonialismo español superviviente en Cuba y Puerto Rico, con el ascendente imperialismo estadounidense, aparecerá una primera cristalización del paradigma moderno de la liberación nacional, con el pensamiento y la praxis del cubano José Martí[2]. En su prédica, la lucha por la soberanía política de Cuba está indisociablemente unida al planteo estratégico de la unidad de América Latina y el Caribe frente al imperialismo del Norte. La recuperación del ideal bolivariano, en tanto herencia histórico-política activa en el proceso de liberación nacional se conjuga con la necesidad de la modernización económica y la reivindicación de las masas populares.
El tránsito del paradigma de la emancipación decimonónico al más complejo de la liberación nacional se verifica en la medida en que toma cuerpo una más sólida reivindicación antiimperialista (cuestionándose de diversos modos al neocolonialismo económico y cultural) y se busca avanzar en la descolonización “congelada”: la modernización interna y el ascenso sociopolítico de las clases subalternas. En el plano ideológico está acompañado por la aparición de corrientes nacionalistas populares, así como la influencia del antiimperialismo de cuño leninista que se difunde luego de la Revolución Rusa de 1917.
En la Argentina del siglo XX, el paradigma de la liberación nacional se enlaza fuertemente con la llamada tradición nacional-popular. Con esta última expresión nos estamos refiriendo a las vertientes político-ideológicas vinculadas a los movimientos nacionales como el radicalismo yrigoyenista y el peronismo. Por cierto, también en la tradición de las izquierdas aparece la cuestión de la liberación nacional, de gran importancia en la obra de Lenin. Sin embargo, estas tradiciones fueron competitivas entre sí y no llegaron a síntesis hasta la segunda mitad del siglo XX, con el desarrollo del nacionalismo popular revolucionario y de una izquierda identificada con el propio movimiento nacional. En los años tempranos, la figura de un socialista (de orientación reformista) como Manuel Ugarte, que sostenía la necesidad de un socialismo nacional latinoamericano y apoyaba el nacionalismo económico, podía prefigurar esa síntesis pero constituyó por entonces una postura minoritaria.
Será sobre todo en el seno del radicalismo yrigoyenista de los años ’20 en donde comienzan a vislumbrarse los primeros atisbos del nacionalismo popular (siendo el radicalismo un movimiento político de matriz liberal), con figuras como la de Manuel Ortiz Pereyra. En la prédica de Ortiz Pereyra resulta fundamental la liberación económica de la Argentina. En la línea del democratismo yrigoyeniano, el pueblo es señalado por Ortiz Pereyra como el sujeto de la redención económica y cultural de una República dominada por la elite oligárquica (el “Régimen” denostado por Yrigoyen). Pero si la tarea de la democratización de la República había sido la de Yrigoyen, Ortiz Pereyra iba a señalar que se imponía ahora la de la liberación económica de un país cuyos resortes estratégicos estaban enfeudados al capital británico: llamará a esa lucha la “tercera emancipación” (consumada la independencia de España y la democratización del Estado, primera y segunda emancipación respectivamente). La liberación económica no podrá alcanzarse si no se encara, al mismo tiempo, la lucha contra el colonialismo cultural; Ortiz Pereyra lo caracteriza como la cultura del “calco” y la “copia”, la aceptación de todo pensamiento europeísta como superior y la correlativa infravaloración de lo propio. Frente a esto, se destacaba la importancia fundamental de los artistas e intelectuales en la lucha por la liberación nacional: el verdadero artista cumple una alta función social y no un mero entretenimiento, desviación común, señalaba Ortiz Pereyra, entre los intelectuales coloniales. La lucha anticolonial exige un rol comprometido del intelectual; la indiferencia deviene en una falta grave, o peor aún, una complicidad con la dependencia: llamará a los intelectuales oligárquicos los “descuidistas del pensamiento”, es decir aquellos que distraen al “incauto” mientras el carterista se queda con la billetera[3].
Con la debacle del yrigoyenismo (golpe de Estado mediante, en septiembre de 1930) se producirá un salto cualitativo en esta vertiente del nacionalismo popular, acentuándose la veta antiimperialista. Se trata de la fundación de la agrupación FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), formada por militantes yrigoyenistas. La continuidad formal es clara, en la medida en que el propio Ortiz Pereyra es uno de los fundadores de la agrupación; pero son sin duda Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche las figuras principales. Con Scalabrini Ortiz (de relación más distante con el yrigoyenismo “clásico” y de laxo vínculo con FORJA) la dedicación a la problemática de la liberación económica se torna preocupación dominante. En la mirada scalabriniana es en el estudio de la economía que anidan las claves de la dinámica de lo social. Influido por el marxismo (aunque sin suscribir el corolario político del antiimperialismo leninista) Scalabrini Ortiz desmenuza las relaciones de dependencia de la economía argentina con respecto a la británica y cómo ese colonialismo condicionó negativamente las posibilidades de una política nacional autónoma[4]. Los esquemas intelectuales predominantes habían obscurecido la dependencia económica con abstracciones y una cultura de la imitación; el imperativo era por lo tanto “volver a la realidad”, es decir, sustentar la política antiimperialista en el estudio concreto.  
Con Arturo Jauretche empieza a delinearse una concepción de la revolución nacional antiimperialista; la modernización y la nacionalización económica, la democratización y la justicia social, son los pilares fundamentales. A la cuestión específica del industrialismo se va arribando progresivamente, pues el forjismo (heredero del radicalismo) no llegó a precisar un planteo acerca de la industrialización del país, concentrándose más bien en la nacionalización de los recursos y servicios. Jauretche avanzará en la problemática de la industria a partir de su vinculación a la experiencia del primer peronismo (fue presidente del Banco Provincia) siendo partidario de un crecimiento gradual: de las industrias livianas a la pesada. A su vez, Jauretche resultará uno de los críticos más formidables del colonialismo cultural, señalando la necesidad de fundar la política nacional en una perspectiva crítica del eurocentrismo de las elites: ver el mundo desde aquí. De lo que se trata es de sustentar una mirada geográfica y culturalmente situada, en sintonía con las necesidades de la autodeterminación de la nación y del ascenso sociopolítico de los sectores populares. Profundizando y complejizando la herencia yrigoyenista, Jauretche se plantea a la democracia como soberanía popular y no como funcionamiento formal de las “instituciones”. De esta manera liberación económica, “ver el mundo desde aquí”, justicia social y soberanía popular son las claves jauretchianas de la revolución nacional-popular.[5]
En los años 1940-50 comienza también a madurar una vertiente de izquierda en la tradición nacional-popular, deslindada polémicamente de las izquierdas preexistentes (tanto socialistas como comunistas)[6]. Dos corrientes principales se distinguen. Una proviene de un trotskismo que levanta la bandera de una revolución nacional latinoamericana, que unifique los Estados del continente bajo la hegemonía proletaria recuperando el ideal bolivariano. La publicación Frente Obrero y luego la figura de Jorge Abelardo Ramos son representativas de esta corriente que alumbrará en la década siguiente a la así llamada izquierda nacional. Manifestarán una clara preocupación por sustentar un revisionismo histórico latinoamericanista, que buscará poner de relieve la comunidad cultural latinoamericana y su tradición de luchas populares emancipatorias como factores activos en el proceso de liberación y la base de una nacionalidad común que espera su coronamiento estadual. El Trotsky de la etapa final en México será una referencia dominante[7]. La otra corriente proviene del comunismo, también con una gran preocupación por la historia. Rodolfo Puiggrós y Eduardo Astesano aparecen como sus figuras eminentes. Formarán parte del grupo de comunistas expulsados del partido, por su postura disidente en torno al peronismo en ascenso (procurarán interpretarlo desde el punto de vista del antiimperialismo y no desde el antifascismo, como era la visión oficial del Partido). Con ese punto de partida, sentarán la tesis de la revolución nacional emancipadora que avanza hacia una economía mixta y establece la antesala de la revolución social. Proviniendo del tronco comunista, el pensamiento de Lenin será una referencia inexcusable, y también integrarán en los años ’50 los planteos de Mao[8].
En sus filiaciones y referencias (Lenin, Trotsky, Mao) no representaban una ruptura radical con la izquierda preexistente; el marxismo nacional deslinda su campo realmente con la emergencia del peronismo. Será el posicionamiento con respecto al movimiento nacional y su vinculación con respecto al objetivo estratégico de la liberación nacional (el peronismo es visto como una revolución nacional y popular) la marca distintiva del marxismo nacional y el inicio de un camino político-ideológico alternativo al de las izquierdas internacionalistas. El crecimiento, a partir de la década de 1960, de un importante (aunque heterogéneo) movimiento de izquierda peronista complejizará este panorama y establecerá un campo común, atravesado por no pocas polémicas y desencuentros por cierto, que oscilará entre una izquierda nacional independiente del peronismo hasta un nacionalismo popular revolucionario claramente identificado con él. Juan José Hernández Arregui y John William Cooke serán los exponentes más acabados de la tradición intelectual del peronismo de izquierda, que buscó la síntesis entre liberación nacional, socialismo y peronismo. Rodolfo Puiggrós irá acercándose a estas posiciones, en tanto Jorge Abelardo Ramos sustentará la postura socialista nacional independiente del peronismo.
Ahora bien, con la influencia de la Revolución Cubana de 1959 adquirirá más complejidad la problemática de la liberación nacional en la tradición nacional-popular. Por una parte, permitirá sopesar de un modo distinto las contradicciones y limitaciones que facilitaron el derrocamiento de Perón en 1955; por otra parte, mostrará la viabilidad de un tránsito al socialismo en Latinoamérica, sacando los debates del terreno teórico. La tesis preeexistente de la liberación nacional en marcha ininterrumpida hacia el socialismo parecerá ser confirmada por el derrotero del proceso cubano entre los años 1959-62, al mismo tiempo que el fuerte énfasis latinoamericanista y martiano de dicha revolución también estimulará la certeza de la posibilidad (y aún inminencia) de una unificación revolucionaria del continente. Nuevas discusiones se abrirán, en el “ala izquierda” de la tradición nacional-popular, acerca del camino revolucionario hacia la liberación nacional (en la medida en que muy pocos sostenían la viabilidad de una vía reformista): un camino insurreccional, al estilo “clásico” de los levantamientos obreros, o diversas modalidades de lucha armada, incluyendo la guerra de guerrillas, serían las opciones más discutidas. Ya estaba en circulación la perspectiva de caminos nacionales al socialismo (que se alejarán del modelo extrapolado de la Revolución Rusa de 1917) y eso habilitaba la discusión sobre las formas de lucha para acceder al poder tanto como los lineamientos de la construcción del socialismo (por ejemplo, la combinación de formas públicas y privadas como en los planteos chinos de la nueva democracia que integrará Puiggrós a sus formulaciones, en El proletariado en la revolución nacional).
En las décadas de 1960-70 el paradigma de la liberación nacional estará enriquecido también con el desarrollo de muy diversas tendencias radicales: el cristianismo revolucionario y la teología de la liberación, la teoría de la dependencia, la filosofía de la liberación. La tradición nacional-popular, especialmente sus vertientes de izquierda, estableció intercambios con estas nuevas manifestaciones de un campo intelectual radicalizado, aunque no se llegara necesariamente a síntesis sólidas. Será el ataque desde la derecha, armada por la Doctrina de la Seguridad Nacional y la contrainsurgencia, lo que provocará una profunda crisis y desarticulación, tanto de la tradición nacional-popular como de las izquierdas radicales. Bajo una presunta defensa de los valores de la nacionalidad, amenazada por la “subversión”, la derecha contrainsurgente supeditará la nación y la democracia a la idea de un “Occidente cristiano” liderado por los EEUU. La ofensiva derechista, concebida como “guerra contra el comunismo”, al exterminar una parte sustancial del activismo radicalizado y desarticular todas las formas de organización popular, socavará la base sobre la cual la tradición nacional-popular y los planteos de liberación nacional habían crecido en influencia y densidad. Al mismo tiempo, la agenda neoliberal que se implementará, en versión “extrema”, asociada al Terrorismo de Estado, modificará de manera drástica las correlaciones de fuerzas sociales y políticas, fortaleciendo a un bloque burgués crecientemente trasnacionalizado y articulado en torno a la primacía del capital financiero. Esto erosionará las posibilidades de una política de liberación nacional en medio del auge de un proceso de rearticulación de la dependencia en pleno ascenso de la mundialización capitalista conocida luego como “globalización”. El retorno a la democracia en 1983 no rehabilitará la problemática de la liberación nacional, en tanto la agenda neoliberal impuesta por la dictadura pervivía. Será solo con la crisis política del neoliberalismo, en los albores del nuevo siglo, cuando se “descongela” una problemática demorada durante treinta años.

Germán Ibañez


[1] Samir Amin plantea a la “ideología de la liberación nacional” como una respuesta histórica de las periferias al desafío impuesto por la polarización imperialista: la necesidad de superar el atraso concibiendo la industrialización como la gran herramienta de modernización. A su turno, ese horizonte resultará erosionado por el proceso de trasnacionalización d e la economía en las últimas décadas del siglo XX. Ver El capitalismo en la era de la globalización; Barcelona; Paidós; 1999; p. 15
[2] Para esta cuestión ver Ricaurte Soler: Idea y cuestión nacional latinoamericanas; México; Siglo XXI Editores; 1987; pp.  217-261  
[3] Norberto Galasso: Testimonios del precursor de Forja: Manuel Ortiz Pereyra; La Plata; Edulp; 2006
[4] Ver especialmente Raúl Scalabrini Ortiz: Política británica en el Río de la Plata; Buenos Aires; Editorial Plus Ultra; 1965
[5] Ver especialmente Arturo Jauretche: Forja y la década infame; Buenos Aires; Peña Lillo editor; 1989
[6] Por cierto, la referencia a la liberación nacional está presente ya en la izquierda que no se vincula a la tradición nacional-popular, desde antes; al menos desde la difusión de los planteos leninistas. En los años ’30 hubo incluso una polémica, en el seno del trotskismo argentino, sobre la caracterización de la revolución argentina: una postura defendía la tesis de una revolución socialista y proletaria (Antonio Gallo) en tanto la otra afirmaba la primacía de la “liberación nacional” (Liborio Justo). Ver Norberto Galasso: Aportes críticos a la historia de la izquierda argentina, tomo 1; Buenos Aires; Ediciones Nuevos Tiempos; 2007
[7] Norberto Galasso: La izquierda nacional y el FIP; Buenos Aires; CEAL; 1983
[8] Samuel Amaral: “Peronismo y marxismo en los años fríos: Rodolfo Puiggrós y el Movimiento Obrero Comunista 1947 -1955”, en Investigaciones y ensayos; Nº 50; 2000; pp. 167 -190