viernes, 26 de agosto de 2011

Integración y unidad en Latinoamérica

Integración y unidad en Latinoamérica

Frecuentemente, cuando en los debates o la bibliografía especializada se alude a la cuestión de la integración, está implícito un paradigma que hace de la economía la fuerza motriz fundamental del acercamiento entre los países. Al menos era así hasta hace algunos años atrás. Repasemos. En el período de auge del desarrollismo y el cepalismo, la idea de la integración económica de los países latinoamericanos cobra cierta fuerza. Subyacía a esas posiciones una visión modernizadora, en la cual la industrialización y la complementación eran vistas como elementos sustanciales en la superación del “subdesarrollo”. Aunque la inversión de capital extranjero y la reproducción de esquemas metropolitanos eran claves fundamentales de esa visión modernizadora, puede también advertirse un énfasis industrialista y un cierto rol activo del Estado. En el vendaval neoliberal que azotó a nuestras tierras desde la década de 1970 estas últimas cuestiones se atenúan hasta casi desaparecer, estableciéndose la “idolatría del mercado” (léase los actores económicos más concentrados y trasnacionalizados) y condenando al arcón de los recuerdos las nociones de soberanía estatal e independencia económica. Aún así no desapareció del todo la preocupación por la integración económica, pero fue reducida a una proyección guiada por los intereses de los actores económicos más poderosos y dinámicos. En pleno auge neoliberal, se establecieron los acuerdos que dieron origen al MERCOSUR, a partir del Tratado de Asunción (1991) entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, luego modificados parcialmente con el protocolo de Ouro Preto (1994). No se evidenciaba todavía una clara visión estratégica de la integración económica de Sudamérica como clave de la recuperación de capacidad de autodeterminación nacional. Sin embargo, con esa paradoja, se dio el puntapié inicial del acercamiento entre Argentina y Brasil, proceso fundamental del actual proceso de conformación de un bloque político –económico –cultural sudamericano.
¿Qué pasó? El principio del siglo XXI evidenció las grietas que se abrían en el modelo neoliberal. El crecimiento exponencial del endeudamiento externo, la destrucción de tejidos productivos y sociales, la precarización laboral y el aumento de la pobreza y la miseria de los pueblos condujo a una grave crisis política de gobiernos identificados con el neoliberalismo. De la mano del protagonismo de movimientos sociales, insurrecciones populares y nuevos emergentes políticos, se configuró un nuevo escenario en la región. Una serie de gobiernos sudamericanos cuestionaron, con mayor o menor grado de profundidad, ese paradigma neoliberal, y trazaron una perspectiva diferente de la integración, concebida ahora como proceso que conduce no solo a mayores niveles de actividad económica sino a recobrar autonomía política. Más aún, recuperaron una proyección de unión, cuyas raíces se remontan a la etapa de las independencias. En este proyecto, que es el que guía la construcción de UNASUR, ya no es la economía sino la política la que está en el puesto de comando. 
Estamos ahora frente a una perspectiva en la cual la recuperación de los proyectos de Patria Grande de los Libertadores (especialmente visible en el ALBA, pero con gran poder de irradiación al resto de los países), y del ABC del primer peronismo habilitan a pensar en una integración superadora del economicismo. O tal vez sería mejor decir unión. Desde luego, es azaroso el camino de un camino de tal envergadura y se presentan, a poco andar, importantes desafíos. Sin pretensiones de ser exhaustivos mencionaremos algunos de esos desafíos. Existen grandes asimetrías económicas y sociales en la región, tanto entre países como dentro de cada uno de ellos. Esto dificulta una integración más rápida y sobre todo tiende a marginar a las regiones o sectores más atrasados frente a los más dinámicos. El puro “mercado” no resolverá estas asimetrías, con las que conviviremos largo tiempo, y una vez más la política y la perspectiva estratégica de Patria Grande deben estar en el puesto de comando. El proyecto del Banco del Sur, para atender los problemas de financiamiento de la región, es una interesante iniciativa a la que habrá que potenciar. Otra cuestión fundamental es la divergencia de miradas y proyectos políticos que evidencia nuestra realidad latinoamericana. Pervive en una serie de gobiernos el modelo neoliberal; Perú y Colombia son los más importantes ejemplos, especialmente la última, que es el más importante aliado de los EEUU en Sudamérica. Por su parte, Argentina y Brasil constituyen el eje vertebral del proceso de integración económica y, con los gobiernos de Kirchner y Lula se dinamizó el MERCOSUR, y se puso de relieve esa perspectiva política dirigida a ampliar el margen de autodeterminación nacional a la que aludíamos más arriba. Y finalmente, los países del ALBA destacan la necesidad de un intercambio igualitario, de un entronque cultural más profundo e incluso habilitan discusiones en torno al socialismo. La UNASUR ha tenido un debut auspicioso a la hora de buscar la convergencia de visiones y dotar a la voluntad política de construir un bloque político –económico –cultural de un instrumento potente y flexible. La desaparición física de Néstor Kirchner, su primer secretario general y claro exponente de la línea de autodeterminación, abre un nuevo desafío, que es el de asegurar esa orientación. Habrá que hacer política, de la grande, de aquella que está al servicio de los pueblos y de la construcción de naciones soberanas.

Germán Ibañez

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