viernes, 26 de agosto de 2011

El fortalecimiento del pensamiento nacional

El fortalecimiento del pensamiento nacional

En la segunda mitad de la década de 1960, la tradición intelectual conocida como pensamiento nacional alcanzó su apogeo. Fueron los años en los cuales la obra de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos, John William Cooke, y varios otros contribuía a la formación de miles de militantes. El paradigma de la liberación nacional estaba en alza, con procesos populares como la Revolución Cubana de 1959, que impactaban fuertemente en toda América Latina. Será justamente ese paradigma el que entrará en un cono de sombra en la década siguiente, con la ofensiva neocolonial que en nuestro país se cobraría miles de víctimas, desarticulando ese entramado militante en la última dictadura militar.
El primer ariete ideológico contra el pensamiento nacional (que había cuestionado exitosamente al liberalismo tradicional y el republicanismo conservador) será la Doctrina de la Seguridad Nacional y la contrainsurgencia. Por supuesto, esta ideología no podía imponerse a través de la polémica y el debate, sino que fue la clave de bóveda y justificación del exterminio dictatorial. Lo nacional desaparecía en tanto la primacía estaba situada en la lucha entre el Occidente cristiano y la barbarie colectivista. El agente “local” de la tal barbarie colectivista, que para la Doctrina de la Seguridad Nacional solo podía tener su origen en las ambiciones soviéticas, era la subversión, ambigua categoría en la que entraba desde la insurgencia revolucionaria hasta variadísimas modalidades de militancia barrial, estudiantil, sindical e intelectual. El pensamiento nacional se sustentaba en la lucha por la autodeterminación nacional, la democracia como soberanía popular y la justicia social. Todas estas cuestiones eran negadas radicalmente por la Doctrina de la Seguridad Nacional, que supeditaba la nación al “Occidente cristiano”, congelaba la soberanía popular en nombre de las jerarquías sociales y el “orden” tradicional, y visualizaba en la justicia social una consigna demagógica que abría paso al comunismo.
Sobre la base del exterminio dictatorial, que altera dramáticamente las correlaciones de fuerzas sociales y políticas en la Argentina, podrá imponerse la ideología y el proyecto neoliberal. En las décadas siguientes, de la mano del nuevo impulso del proceso de mundialización capitalista, (y con la desintegración del bloque soviético), se llegará a verdaderos extremos de fanatismo de mercado. Se prolongará entonces, en los años 1980-1990 en nuestro país una crisis del pensamiento nacional que tiene su raíz en la derrota del movimiento de liberación nacional en la década del ’70, y en el proceso de transformaciones estructurales vinculado a la agenda neoliberal y la transnacionalización imperialista llamada eufemísticamente “globalización”. Hasta la propia pertinencia de cuestiones como Estado, nación y autodeterminación serán negadas por la ideología de la globalización calificadas como enojosos arcaísmos que traban el libre desarrollo de las fuerzas del mercado. En el discurso mistificador del neoliberalismo será el “mercado”, como fuerza impersonal, el verdadero motor de la Historia (disciplinando a los díscolos Estados tanto como a los trabajadores y sus organizaciones sindicales); el mundo aparecerá como armónicamente interdependiente e integrado; la revolución tecnológica imprimirá cambios “neutros” y movilizada por su propia dinámica autónoma; el crecimiento económico disminuiría automáticamente las desigualdades sociales; y, en última instancia, pobres habrá siempre. Estos son, en apretada síntesis, los “principios” que logrará imponer en gran medida el neoliberalismo en su etapa de auge.
En ese contexto adverso (por la desintegración de las propias bases sociales internas y por la hegemonía planetaria de la ideología de la globalización) comenzará empero a reconfigurarse el pensamiento nacional. Un factor importante  es que la tradición del pensamiento nacional guarda en su memoria histórica toda una herencia de resistencia a los silenciamientos y el marginamiento. Una resistencia incluso estetizada en la prosa de “malditos” que lucharon largos años contra la corriente, como es el caso de Manuel Ugarte y Raúl Scalabrini Ortiz. Estos intelectuales tomaron nota del silenciamiento a que los condenaba la superestructura dominante, y lo asumieron como uno de los obstáculos a vencer con esfuerzo y patriotismo. La tradición del pensamiento nacional argentino, fraguada en esa escuela de la permanente prédica en condiciones de hegemonía oligárquica, tiene en sus reservas la capacidad de sobrevivir en núcleos mínimos para expandirse luego en las coyunturas favorables de ascenso del movimiento nacional. La poderosa obra de historiadores como Norberto Galasso constituirá en ese marco un puente imprescindible de recuperación y renovación del pensamiento nacional.
Aún así, es necesario tener en cuenta que el pensamiento nacional no se replegó, como podría suponerse en una mirada superficial, en la crítica ideológica, sino que en los años ’90 buscó trabajosamente la vinculación y el entronque con las organizaciones de los trabajadores, los colectivos militantes de extracción popular, y los emergentes movimientos sociales. Contribuyó a potenciarlos formando a centenares de militantes y nutriéndose asimismo de esas nuevas experiencias de las luchas populares contra el neoliberalismo. En ese cruce se renovó, y aún cuando no siempre fue posible en aquellos años realizar balances acabados, si los hubo de carácter provisorio en miles de charlas-debate, seminarios, encuentros militantes, reuniones informales, plenarios de agrupaciones, etc. A veces se subestima el nivel de discusión militante que se desarrollo en la década de 1990, en el mismo proceso de resistencia al neoliberalismo porque la experiencia de las derrotas históricas pesaba indudablemente en las conciencias militantes induciendo a cierto pesimismo. También en ámbitos universitarios y académicos (aunque muy minoritarios) persistió la presencia del pensamiento nacional, retomando críticamente la lectura de Jauretche, Scalabrini, Cooke, Puiggrós, Hernández Arregui y otros, enlazándola con diversas vertientes del pensamiento crítico latinoamericano contemporáneo y nuevas perspectivas de los estudios sociales. Por estos caminos, el pensamiento nacional continuó su “larga marcha”, y formó parte del movimiento de protesta política y social que fue creciendo con la debacle del modelo neoliberal. Se trató de una protesta nutrida por muy diversas corrientes ideológicas, políticas y sociales que no pueden reducirse al campo de influencia del pensamiento nacional, pero la presencia de éste último no fue menor, en los análisis de las salidas posibles y en la praxis de miles de militantes.
A partir de 2003, la convocatoria kirchnerista desde la memoria, la justicia y la reparación, estimuló nuevos desarrollos del pensamiento nacional, ahora en un marco en el cual un proyecto político buscaba desde el Estado superar el marasmo dejado por la crisis del neoliberalismo, retomando las mejores tradiciones de lo nacional-popular. Por supuesto, no fue un “entronque” de total inmediatez, sino que podemos decir que fue tornándose más denso y rico con el despliegue de la propuesta de Néstor Kirchner y la reconfiguración del movimiento nacional alrededor de su liderazgo. La búsqueda que iniciaba una parte de la sociedad en pos de explicaciones para la crisis del país, que apenas comenzaba a quedar atrás fue visible en cuestiones como el interés creciente por la historia argentina. Interés por el pasado de los argentinos y la lucha por la recuperación de la memoria expropiada por el genocidio y la impunidad abrieron paso a una más compleja concepción de la conciencia nacional, que no podía escindirse ahora de la justicia y la reparación. Desde allí también el pensamiento nacional ganó posiciones, retroalimentándose con ese interés social y con los nuevos debates que habilitaba el proyecto nacional del kirchnerismo. Por su parte, en su recuperación del peronismo desde las banderas históricas y los nuevos desafíos, el propio kirchnerismo abrió puertas al descongelamiento ideológico en el propio seno del movimiento peronista, que pudo reconstruir vasos comunicantes con el pensamiento nacional que habían sido segados por el menemismo y la hegemonía neoliberal.
La ofensiva destituyente contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, comandada por los monopolios de la comunicación audiovisual, las patronales agropecuarias y la derecha neoliberal, detonada con el conflicto alrededor de la resolución 125 en el año 2008, se convirtió en un nuevo jalón en la reconfiguración del movimiento nacional. El resultado de la disputa pudo plasmarse como derrota para el gobierno nacional y popular en su inmediatez, pero no cristalizó en retroceso histórico sino todo lo contrario. La fortaleza del ejecutivo nacional y el redespliegue profundo con medidas como la recuperación de los aportes previsionales, la estatización de Aerolíneas Argentinas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la Asignación universal por Hijo (por mencionar solo algunas de las medidas más trascendentes) dotó al kirchnerismo de rasgos aún más visibles y sólidos de movimiento nacional. Especialmente todo el proceso de debate y participación social que acompañó a lo largo del país la discusión sobre el texto del Anteproyecto (y luego Proyecto) de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual marcó un punto de inflexión decisivo en la “batalla de ideas”. En todas estas cuestiones está presente la materia viva del nuevo impulso del pensamiento nacional en la etapa más reciente. La formación del colectivo intelectual Carta Abierta permitió por ejemplo profundizar el debate y encuentro de distintas tradiciones del pensamiento, con un alto nivel de pluralismo. El estímulo que supusieron todas estas conquistas para el fortalecimiento de la militancia juvenil también permitió al pensamiento nacional un mayor anclaje y la interpelación de nuevos actores.
No podríamos cerrar este sucinto ensayo de explicación sin aludir también a la profundidad que va alcanzando el proceso de integración y unidad de Nuestra América, especialmente Sudamérica. El crecimiento y la densidad que van adquiriendo las relaciones en el seno del MERCOSUR son de la máxima importancia; pero sin duda la construcción en marcha de la UNASUR es lo que permite vislumbrar una nueva cristalización del viejo sueño de la Patria Grande. Es ésta otra clave distintiva del pensamiento nacional: la unidad de América Latina fue levantada como bandera política antiimperialista en la perspectiva estratégica de una revolución nacional latinoamericana, y en sus fundamentos histórico-culturales, rastreando los alcances hispanoamericanos de las campañas sanmartinianas y bolivarianas, el eclipse y desintegración de ese primer ensayo de una política de Patria Grande, y los sucesivos avatares de una idea que aunque pareció desaparecer en varios momentos, no dejó de resurgir con fuerza de la mano de los grandes intelectuales latinoamericanistas y de los procesos populares y revolucionarios. Estos son los desafíos de la hora, y por allí circulan las preocupaciones del pensamiento nacional y popular.

Germán Ibañez

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