martes, 29 de noviembre de 2011

Progresismo, populismo y movimiento nacional


En el debate político argentino actual, aparecen con frecuencia las cuestiones del progresismo, del populismo, y de lo nacional-popular o del movimiento nacional. Por cierto, no siempre se trata de abordajes críticos, y a veces se manifiesta un deliberado afán de confundir aún más los tantos. Es el caso de las alusiones al “populismo” por parte de los operadores de los monopolios de la comunicación y de los intelectuales conservadores o de derecha. Y con frecuencia, con el término “progresismo” (en apariencia más simpático) no se corre mejor suerte. El movimiento nacional o lo nacional-popular es reivindicado mayormente por el kirchnerismo, el peronismo y la izquierda nacional, o incluso por  sectores que se identifican como progresistas (vinculados mayormente al kirchnerismo). Y por otra parte existe un progresismo no kirchnerista, o incluso antikirchnerista, que abjura de lo nacional-popular. En las breves reflexiones que siguen, no pretendemos un examen exhaustivo de estas cuestiones, pero sí un aporte que pueda servir al enriquecimiento del debate.

Un progresismo disociado de la centroizquierda

En alguna oportunidad encaramos la cuestión del progresismo (artículo “Las raíces del progresismo”, Señales populares, octubre 2010) indagando en los equívocos que encierra esta denominación para la política argentina. Muchas veces el progresismo es asociado a la centroizquierda, vinculación no caprichosa en otras latitudes y momentos históricos (por ejemplo, la etapa del Estado de Bienestar y la socialdemocracia europea de la segunda posguerra) pero más azarosa en la Argentina, y que en todo caso necesita ser problematizada. Con la expresión centroizquierda se alude los proyectos políticos reformistas de una izquierda en apariencia no radical. Es decir, aquellos proyectos que históricamente han buscado objetivos de democratización de los Estados y regímenes políticos y de una más justa distribución de las riquezas, sin necesariamente plantearse la cuestión del poder o una refundación del Estado, ni alterar dramáticamente las relaciones sociales fundamentales (de clase). De todas maneras, al impulsar esos cambios inevitablemente las centroizquierdas chocan en mayor o menor medida con los poderes económicos predominantes y con lógicas estatales patrimonialistas o instrumentadas por el mismo poder económico. Aquí aparece la dimensión concreta de la radicalidad o profundidad de esas centroizquierdas, pues el desafío concreto de la democratización, la expansión de derechos sociales y la redistribución progresiva de la riqueza, se verifica no “en el aire” sino en la modificación real de correlaciones de fuerzas sociopolíticas, en la voluntad política de una dirigencia, siempre en el marco de condiciones estructurales nacionales y globales relativamente ajenas a la voluntad de los actores en pugna.
En la medida en que un programa “progresista” se identifique concretamente con reformas progresivas en dirección a una mayor democratización y justicia, puede hablarse de asociación entre centroizquierda, reformismo y progresismo. El problema se suscita cuando se disocia centroizquierda de progresismo; es el caso del viraje de las socialdemocracias occidentales hacia el neoliberalismo en las décadas de 1980-90 y del desmantelamiento del Estado de Bienestar. Es también el caso de la crisis y reconversión conservadora de corrientes antiimperialistas, movimientos de liberación nacional y partidos izquierdistas de toda aquella vasta geografía conocida antaño como “Tercer Mundo”, o países dependientes (la periferia del capitalismo) en los mismos años.
Ahora bien, en nuestro país este proceso ha tenido sus rasgos peculiares. Aquello que conocemos como “progresismo” tiene su lejana raíz en la ideología de la civilización y el progreso. La civilización se concebía como el proceso de “europeización” de América, con el menor compromiso posible con las realidades sociales, políticas y étnicas preexistentes. En su formulación extrema: de aculturación y justificación del etnocidio. La figura de Bernardino Rivadavia será construida por la historiografía de Mitre como “precursor” de este proyecto histórico; pero la clave de bóveda la aportará Sarmiento con el dilema “civilización o barbarie”. Este proyecto socio-histórico se traducía concretamente como el despliegue de una transformación capitalista dependiente, que quería tener sus motores en la inversión e inmigración europeas, en la expansión de la frontera agropecuaria y en la incorporación acrítica de la experiencia cultural de las metrópolis. Su cristalización en la construcción del Estado argentino (c. 1862-1880) se dio de la mano de prolongados ciclos de luchas civiles armadas. Una vez que esa construcción estatal comienza a sedimentar, el poder de irradiación de la ideología de la civilización y el progreso, ahora con el auxilio del positivismo, crece de manera sustancial. La conformación del sistema educativo, de la propia presencia del Estado a través de una serie de organismos, y de una superestructura cultural sofisticada (el proyecto de la generación del ’80) permite la primera construcción hegemónica sólida de lo que ya se constituye como bloque de clases dominante a nivel nacional. Es decir, la así llamada “oligarquía” se convierte en bloque dirigente de una sociedad que atraviesa un proceso de expansión capitalista dependiente y de modernización cultural muy a tono con esa dependencia de las grandes metrópolis industriales.
La hegemonía del bloque oligárquico es tal porque “penetra” también en aquellos sectores sociales y fracciones políticas contestatarios frente al status quo de la República liberal. Tanto el radicalismo como el socialismo serán tributarios en muchos aspectos de la cosmovisión dominante. Sin embargo, el primero, en su vertiente yrigoyenista, cuestionará desde un idealismo ético a esa ideología del progreso desentendida de la cuestión democrática, y se pensará como un movimiento de reivindicación nacional, en cuyo seno comenzará a madurar hacia los años 1920 una corriente de nacionalismo popular (la obra de Manuel Ortiz Pereyra, quien será uno de los fundadores de FORJA en la década siguiente). En tanto no se asumiera la crítica profunda de la cosmovisión oligárquica, el “progresismo” tendía a cristalizar como un desdoblamiento por izquierda de esa construcción hegemónica, más que como una postura que apuntara a un horizonte contrahegemónico. Las conquistas y avances del radicalismo estuvieron estrechamente relacionadas al desafío lanzado al republicanismo liberal desde una concepción con su eje central en la soberanía popular (como se la entendía en aquella época). En tanto que sus límites y contradicciones se anudan en gran medida al tributo que el radicalismo rendía a la ideología de la civilización y el progreso en otras cuestiones fundamentales; por ejemplo el mito del crecimiento agropecuario indefinido.
En todo aquello que el yrigoyenismo se alejó de la cosmovisión oligárquica no fue reputado precisamente de “progresista” sino estigmatizado como plebeyo, demagógico, caudillista (personalista) y expresión de las “chusmas”. Es decir: democrático en las condiciones históricas de un régimen liberal republicano patrimonialista, instrumentado hasta entonces excluyentemente por una minoría de notables. Las “desprolijidades” del yrigoyenismo herían la sensibilidad no solo de la derecha liberal oligárquica, sino también del “progresismo” de aquellos años, que coincidió con los conservadores en el ataque a la política y la figura del Yrigoyen (casi una encarnación del “antiprogreso” como caudillo redivivo). El progresismo argentino nace así disociado de los movimientos nacionales, y esta fractura se reproducirá ampliada con la emergencia del peronismo.
En cuanto desafió el fenómeno histórico del neocolonialismo, planteando la democratización del régimen político, la autodeterminación nacional y la justicia social, el peronismo como movimiento nacional jugó el rol objetivo de una centroizquierda en la Argentina de los años 1940-50, sin ser calificado de “progresista” sino todo lo contrario[1]. Nacido en gran medida de la nueva realidad social que suscitaba la expansión de la actividad industrial a partir de la crisis de 1929-30, el nuevo movimiento político se asociaba estrechamente a la movilización de los asalariados y adquiría en su política y en su discursividad rasgos claramente obreristas. La incapacidad del progresismo liberal y socialista para entroncar con esas masas plebeyas del movimiento nacional marcó una vez más su fractura con el rol posible de una centroizquierda, y lo empujó insensiblemente a la convergencia con la derecha liberal conservadora e incluso con el golpismo militar.

El problema del populismo

La caracterización como “populista” de experiencias políticas como el peronismo (y ahora el kirchnerismo) tuvo y tiene en ocasiones pretensiones sociológicas e historiográficas, pero también muestra en muchas otras ocasiones una clara intencionalidad denigratoria y estigmatizante. Conviene entonces encarar esta cuestión, aunque sea de forma suscinta.  En su origen, la categoría populismo fue puesta en juego desde una matriz estructural-funcionalista, desde la teoría de la modernización, e incluso desde alguna lectura del marxismo. Se la relacionó mayormente con procesos sociopolíticos latinoamericanos fechados a partir de la década de 1930. Un ejemplo es aquella interpretación del populismo que lo ve como expresión de cambios en la estrategia de acumulación del capital pos-crisis de 1929 y de la emergencia del proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Como señala Nicolás Casullo[2], esas interpretaciones eran, en mayor o menor medida (y sin excluir derivas hacia posturas conservadoras) parte de una genealogía crítica del populismo, señalando limitaciones y contradicciones o reclamando mayor radicalidad. Pero con el triunfo del paradigma neoliberal y la crisis de las izquierdas (moderadas y radicales), la utilización del término “populismo” gravitó decisivamente hacia la derecha conservadora, asumiendo el progresismo y la “izquierda” esa utilización. Especialmente desde los medios monopólicos de comunicación, se vulgariza el término populismo asociándolo excluyentemente a la demagogia, el autoritarismo y el “estatismo” irresponsable (cuestiones que de todas formas no estaban ausentes en muchas de las críticas académicas al populismo, como la de Gino Germani). En las operaciones mediáticas más vulgares, se elimina directamente cualquier referencia a la orientación general de la política de un liderazgo o gobierno determinado, de su horizonte ideológico y de sus bases sociales de sustentación, mezclando en deliberado desorden figuras como las de Carlos Menem y Hugo Chávez. La construcción de sentido de estas interpretaciones tiende a establecer que el populismo es una cuestión de estilo (que por algún ignoto motivo resulta privativa de los latinoamericanos), en tanto se desdibuja completamente la crisis política del neoliberalismo y la emergencia de procesos políticos pos-neoliberales, de los cuales es expresión una figura como la del mandatario venezolano Hugo Chávez.
Sin embargo, así como registramos estos usos superficiales o maliciosos de la noción de populismo, en la tradición del pensamiento crítico contemporáneo se verifican interpretaciones divergentes, que pueden enlazarse con esa genealogía de la que hablaba Casullo, aunque tengan sus peculiaridades y propuestas novedosas. Es el caso de Ernesto Laclau, cuya obra impacta directamente, horadándolos, sobre los consensos conservadores acerca del populismo. En una conferencia reciente, publicada con el título Populismo, democracia y comunicación[3], Laclau resume algunos de sus puntos de vista. En primer término, registra en Latinoamérica la disociación de la tradición liberal-republicana movilizada por las elites organizadoras del Estado en el siglo XIX, de la tradición nacional-popular que en el siglo XX encarnaron las masas y sus emergentes políticos en la pugna por democratizar esos regímenes republicanos. Los regímenes liberal-republicanos exhibieron enormes carencias a la hora de integrar y dar respuesta a las demandas de los sectores populares. En cuanto una serie de demandas insatisfechas por los canales institucionales reconocidos comienzan a enlazarse entre sí, estableciendo una cierta solidaridad, se forma una cadena de equivalencias. Es el momento “pre-populista”, cuando lo popular comienza a erigirse frente a lo institucional. La cristalización populista es ya el momento de la articulación política, cuando esas demandas giran alrededor de un punto de aglutinación representativo, y cuando un cierto discurso de poder establece también la relación entre las demandas a nivel de base. Si la generalización de las demandas y el establecimiento de la cadena de equivalencias puede graficarse a través de un eje horizontal, la articulación que inscribe políticamente esas demandas en canales eficaces es de tipo vertical. El tránsito entre la explosión de la protesta horizontal en el año 2001 en la Argentina, y la emergencia del liderazgo kirchnerista a partir de 2003, que apoyó desde canales verticales institucionales las demandas populares es para Laclau una clara expresión de la articulación populista. De tal manera, en la propuesta de Laclau, el populismo se desprende de toda connotación peyorativa, y por el contrario, se verificaría en las más recientes experiencias un principio de sutura entre lo institucional-republicano y lo nacional-popular. Ahora bien, estas interpretaciones que emancipan al concepto populismo de la carga negativa y peyorativa que acarreó tradicionalmente, no inhiben la necesidad de seguir problematizando la cuestión, e incluso de enfocarla desde otros marcos conceptuales. Especialmente nos interesa la caracterización de movimiento nacional.

El movimiento nacional y la tradición nacional-popular

Cuando nos referimos al movimiento nacional, estamos hablando no de una particular forma de movilización y organización política (por ejemplo aquello que en la tradición del peronismo distingue a la estructura partidaria de la dimensión “movimientista”) ni tampoco lo circunscribimos a los procesos sociopolíticos que han sido calificados de populistas. Caracterizamos como movimiento nacional a aquellos procesos políticos que impulsan un mayor margen de autodeterminación de las sociedades en las cuales se verifican, y que para hacerlo, movilizan a un conjunto variable de sectores y clases sociales con distintas consignas y demandas sectoriales y democráticas. Es decir, la cuestión de la autodeterminación nacional es el eje fundamental, pero resulta imposible que ésta se manifieste eficazmente sino está vinculada, de una u otra manera, al ascenso sociopolítico de los sectores populares. En términos más clásicos, históricamente se ha presentado en Latinoamérica una compleja relación (que es menester analizar en concreto en cada coyuntura) entre la cuestión nacional y la cuestión social. Ahora bien, esta caracterización sumaria también es susceptible de mayor problematización, y sobre todo historización.
Seguimos al peruano Alberto Flores Galindo cuando afirma que en la revolución andina de 1780, liderada por Túpac Amaru II, están presentes ciertos rasgos de movimiento nacional: “Túpac Amaru II pensaba conformar un nuevo ‘cuerpo político’, en el que convivieran armónicamente criollos, mestizos, negros e indios rompiendo con la distinción de castas y generando solidaridades internas entre todos aquellos que no fueran españoles. El programa tenía evidentes rasgos de lo que podríamos llamar un movimiento nacional” [4]. El “cuerpo político” no es sino la conformación de una comunidad política (nación) asentada en la modernización interna y la descolonización, lo que cuestionaba radicalmente el orden tradicional, estamental y absolutista del imperio español. El colonialismo español no implicaba solamente la sujeción de los territorios americanos a la Corona ibérica, ni el drenaje de riquezas hacia la metrópoli, sino también la conformación de sociedades donde la explotación de clase y la opresión política se conjugaban con un orden estamental, de distinciones cristalizadas en torno a la “pureza de sangre”. El desafío tupamarista de concretar en el Perú una unidad política de nuevo tipo, con el Inca a la cabeza, se conjugaba con la búsqueda de cambios radicales en la estructura económica colonial, como la supresión de la mita y la eliminación de las grandes haciendas. Y trazaba un amplio arco de alianzas que involucraban no solo a los campesinos indios, sino a sus dirigencias (curacas), a los esclavos, a los criollos y mestizos e incluso se apelaba a la Iglesia. Es decir, estamos frente a un programa político indudablemente moderno (aunque también expresión de imaginarios sociales y de una cultura popular de raíz prehispánica, lo que lo convierte en una de las más formidables operaciones transculturadoras hispanoamericanas) que se proponía construir una nación, rompiendo el vínculo con la Corona y estableciendo nuevas relaciones sociales.
La frustración del proceso revolucionario andino tendió a nublar su importancia, pues resultaba de la máxima peligrosidad para los intereses coloniales y señoriales hispanoamericanos. Pero también quedó escindido en cierta medida del movimiento independentista que varias décadas después tendrá en las elites criollas a su principal beneficiario. Elites que congelaron la descolonización hispanoamericana allí donde se amenazaba el compromiso histórico entre los intereses señoriales y las fracciones comerciales proto-burguesas que ya estaban vinculadas con los nuevos centros capitalistas como Inglaterra. Tal proceso se concretó en abierta lucha no solo contra los movimientos populares como el artiguismo, sino con las propias fracciones radicales del bloque revolucionario encarnadas en las figuras de los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar, cuyas más audaces proyecciones políticas fueron mediatizadas por los liberales conservadores. Las guerras de independencia fueron primero y ante todo guerras civiles. El detonante fue la revolución política democrática que agitó primero a la metrópoli ibérica en 1808 y luego eclosionó en el movimiento de las Juntas populares en Hispanoamérica a partir sobre todo de 1810. El proceso revolucionario hispanoamericano no fue inicialmente independentista, sino autonomista y democrático, en tanto reclamaba el autogobierno de las “ciudades” americanas sustentándose la demanda en el principio de la soberanía de los pueblos. Sin embargo, constituyó el puntapié del ciclo nacional en la medida en que el reclamo autonomista-democrático y la propia realidad de la guerra civil contra los absolutistas (que se identificaban no solo con la dominación tradicional de la Monarquía sino también con los privilegios incondicionados de la metrópoli sobre las tierras americanas) inició la deriva hacia la guerra independentista abriendo paso a diversos proyectos para constituir en estas tierras nuevas comunidades políticas, es decir: naciones.
En el choque entre esos distintos proyectos de puso de relieve la divergencia de visiones acerca de hasta donde llegaban los fundamentos democráticos de los regímenes políticos que emergían de la crisis del imperio español, y también las modalidades y el horizonte general de la transformación capitalista hispanoamericana. ¿Se orientaría a consolidar los vínculos asimétricos de las elites comerciales con los centros industrialistas del Norte o implicaría una modernización interna que liberase a los productores directos y protegiese el trabajo local? La fuerza motriz del segundo camino solo podía asegurarla la movilización de las masas populares: el fin de la tributación, la abolición de la esclavitud y los trabajos forzados, el reparto agrario. Es decir, una modernización interna conjugada con avances en la descolonización social. En tanto los intereses societarios de las burguesías comerciales y las clases señoriales que podían articularse a las necesidades de los centros industriales como Gran Bretaña exigían el congelamiento de la revolución, allí donde amenazase los privilegios y la disciplina social que eran también requisito indispensable para la expansión de un capitalismo dependiente[5].
Se jugaron entonces tensiones históricamente determinadas entre la cuestión nacional y la cuestión social en lo que constituyó un movimiento nacional hispanoamericano, en tanto no solo se puso en juego la formación de la nación, sino también la confederación de las nuevas comunidades políticas en un horizonte de Patria Grande. El proyecto bolivariano del Congreso Anfictiónico fue la más grandiosa proyección de tal horizonte, y su frustración el mejor índice de las dificultades para concretarlo en aquellas coordenadas históricas, así como de la fuerza (bases internas y externas) de los proyectos societarios que apuntalaban el camino del capitalismo dependiente. Importa entonces, a los fines de estas reflexiones, consignar que los movimientos nacionales son con mucho anteriores en América Latina a la emergencia de los denominados “populismos” del siglo XX. Y además, que la genealogía del movimiento nacional y de la tradición nacional-popular es compleja y diversa, pues no podríamos escindir al proceso revolucionario andino de esa genealogía nacional-popular. Con lo cual deberemos admitir que uno de los más complejos proyectos de constitución de una comunidad política moderna aparece en íntima conexión con la herencia de las revueltas campesinas e indígenas, antecediendo en décadas a las guerras de independencia.
La desintegración del régimen colonial en América Latina abrirá paso a la revolución y a la constitución de comunidades políticas independientes; pero al disociarse la transformación capitalista de la descolonización, las nuevas repúblicas cargaran con gravosas consecuencias: la constitución de regímenes políticos patrimonialistas y autoritarios (Estados oligárquicos); la asimetría en las relaciones económicas, políticas y culturales con los centros capitalistas metropolitanos (neocolonialismo); la marginalidad político-cultural así como la pervivencia de formas de explotación del trabajo no libre de los descendientes de pueblos originarios (colonialismo interno). Los movimientos nacionales se reconstituirán como respuesta de los pueblos a las tareas inconclusas legadas por la etapa de la emancipación (se hablará en algunos países de la necesidad de una segunda independencia), así como frente a los nuevos desafíos históricos. Las tradiciones nacional-populares (utilizamos el plural) se recrearán construyendo genealogías, rescatando memorias e historias soterradas, y actualizando el ideario liberador. Será en el área del Caribe, con el movimiento independentista cubano y el pensamiento y la praxis de José Martí, donde se producirá la eclosión del ciclo de movimientos nacionales contemporáneos, en el cruce histórico de los resabios de la vieja dominación colonial española y el ascendente imperialismo estadounidense[6]. El período histórico comprendido entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX marcará el tránsito hacia el paradigma de la liberación nacional, que surge como respuesta tendencialmente antiimperialista a las nuevas condiciones de la dependencia y puja por democratizar los Estados, instrumentando nuevas ideologías democráticas. Las manifestaciones externas de los nuevos movimientos nacionales serán muy diversas, así como su grado de radicalidad. Desde el independentismo cubano con el profundo antiimperialismo martiano hasta la agrarismo insurgente de la Revolución mexicana de 1910, pasando por los reformismos urbanos de Argentina y Uruguay (yrigoyenismo y batllismo respectivamente). La tradición nacional-popular abrevará en el rescate indigenista (que no es, todavía, el indianismo contemporáneo), en el liberalismo democrático, en el antiimperialismo, en el socialismo reformista y en el marxismo, combinando a veces varias de estas vertientes como en la obra formidable del peruano José Carlos Mariátegui.
En nuestro país, la tradición nacional-popular está indisociablemente vinculada a la emergencia de los movimientos nacionales del siglo XX. Ya aludimos a la figura de Manuel Ortiz Pereyra y al forjismo. Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz serán las figuras paradigmáticas, que elaborarán a su vez una perspectiva crítica del despliegue de los movimientos nacionales, a caballo de la crisis del radicalismo y de la emergencia del peronismo primero, y luego en la explicación de la caída de Juan Perón en 1955. Pero también en nuestro país las genealogías de la tradición nacional-popular son diversas. Así debemos consignar la vertiente de un socialismo latinoamericanista que supo encarnar Manuel Ugarte, con su prédica pos de la unidad latinoamericana. Y por cierto, las corrientes provenientes de un marxismo que se deslindaba polémicamente de las izquierdas tradicionales e iba al encuentro de lo nacional-popular en clave antiimperialista. Rodolfo Puiggrós desde una matriz comunista y Jorge Abelardo Ramos desde el trotskismo fueron figuras paradigmáticas, entre varios otros, de un marxismo nacional. Con ellos, la búsqueda ideológica de una correlación entre cuestión nacional y cuestión social se hará más densa y sofisticada, aunque sin duda su planteo político perentorio vendrá de la mano de una izquierda peronista hacia los años 1960-70, auténtico desdoblamiento interno del movimiento nacional de ese momento. John William Cooke y Juan José Hernández Arregui encarnarán la vertiente intelectual de un peronismo de izquierda que fue, de todas formas, sumamente heterogéneo: corrientes sindicales combativas, militancia territorial, agrupaciones estudiantiles, organizaciones guerrilleras. Es en esos años cuando se establece el relato historicista de lo nacional-popular, y el libro La formación de la conciencia nacional de Hernández Arregui es una de las obras emblemáticas en las cuales se traza una genealogía de lo nacional-popular.
Podemos decir que, contemporáneamente al desarrollo de los planteos sociológicos acerca del populismo, se despliegan las claves interpretativas de la propia tradición nacional-popular. De diversa manera, ambas visiones serán víctimas de la imposición del neoliberalismo y el pensamiento único. La demonización del Estado y de los movimientos populares, responsabilizados por el diagnóstico conservador de ser los causantes de los desmadres autoritario-populistas y de configurar un “obstáculo” al crecimiento económico será obra de la dictadura militar de 1976, que se prolongará en el período de la restauración democrática, en la medida en que el neoliberalismo continuará siendo la ideología dominante. La hegemonía liberal “correrá a la derecha” los planteos acerca del populismo, como señalaba el artículo citado de Casullo. Y también socavará durante largo tiempo las bases de la tradición nacional-popular, en la medida en que el proceso de trasnacionalización del capital conocido como “globalización” pondrá en entredicho las posibilidades de la autodeterminación nacional de los países. Si tanto el populismo como el movimiento nacional del siglo XX nacían en el marco del proceso de industrialización por sustitución de importaciones, parecía lógica su desaparición con el agotamiento del modelo industrialista y la hegemonía del capital financiero trasnacional. Parecía quedar entonces la lectura conservadora del populismo por un lado, y la nostalgia nacional-popular por el otro. Fue más cierto lo primero que lo segundo, sin desmedro de trabajos renovadores como el de Ernesto Laclau. Lo nacional-popular pudo pervivir asociado a la crítica del neoliberalismo, a las prácticas resistentes de los trabajadores y diversos colectivos sociales en los años 1980-90, y en la reelaboración de sus propias genealogías que debían integrar ahora el balance de las derrotas de los movimientos de liberación nacional así como de las nuevas perspectivas emancipatorias que asomaban trabajosamente.
La crisis política del neoliberalismo y el ascenso de gobiernos de izquierda y de centroizquierda en varios países latinoamericanos con el nuevo siglo, abrió paso a un nuevo ciclo de movimientos nacionales que incluye por cierto a nuestra Argentina. No es concebible este nuevo ciclo sin lo acumulado por los movimientos de resistencia social y política al neoliberalismo de los años precedentes. Los resultados contradictorios del modelo en retirada (extraordinaria concentración del poder económico-político en la cúspide de la pirámide social, así como extendidísima fragmentación de los sectores populares, lo que erosionó las bases del “consenso” neoliberal al detonarse la crisis económica) abrieron la grieta por la cual se lanzaron al ruedo las nuevas fuerzas político-sociales. En el caso argentino el kirchnerismo asumió renovándola la tradición nacional-popular del peronismo a través de la centralidad de los conceptos de nación, pueblo y Estado, a los cuales se sumaba democracia y memoria. El desafío de la autodeterminación nacional, compartido a escala regional (con los matices y las diferencias del caso) es comprendido en clave de integración económica regional y de unión entre los Estados sudamericanos. También en la necesidad de una progresiva emancipación de los organismos financieros internacionales y del grado y modalidades agresivas de influencia de los EEUU en la región. Desde el antiimperialismo bolivariano de la Venezuela de Chávez a la más discreta diplomacia del Brasil, las diferencias no son pocas, pero establecen un horizonte de convergencias. En nuestro país, ese camino estuvo jalonado por la cancelación de la deuda con el FMI y con el “enterramiento” del ALCA.
Ahora bien, la potencialidad política del kirchnerismo como movimiento nacional se expandió en la medida en que las nuevas modalidades de la lucha por la autodeterminación nacional fueron enlazadas sólidamente (y hasta teatralmente para sus detractores) a la inclusión social, la democratización, y la memoria. Sin esas fuerzas motrices, que le dan el “gran impulso”, no lograría la fuerza política suficiente. La convocatoria kirchnerista a la memoria, la reparación y la justicia asumió una lucha de décadas (para perplejidad de algunos “progresistas” que tal hubiesen deseado que los Derechos Humanos permanecieran en la marginalidad) y enlazó el dinamismo de un esfuerzo llevado adelante por una parte de la “sociedad civil” a la solidez de una política de Estado. En este punto tal vez puede corroborarse con provecho el esquema interpretativo del artículo que citamos de Laclau, en torno a la articulación populista de la demanda social horizontal con la voluntad política vertical. Sin duda otra cuestión similar en cuanto entronque de lo horizontal elaborado por colectivos sociales y lo vertical asegurado por una voluntad política y una determinada gestión gubernamental es la democratización de la comunicación audiovisual. De las elaboraciones de la Coalición por una Radiodifusión Democrática a la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audivisual hubo un intenso camino[7] que alcanzó niveles de democracia participativa cuando se discutió el entonces Anteproyecto de Ley en decenas de foros participativos realizados en las Universidades.
Estas cuestiones difícilmente pudieran aparecer sin que se removiesen también las aguas de la tradición nacional-popular. Sin que las genealogías se renovasen y (¿por qué no) compitiesen y entrasen en polémica. A esa búsqueda de la historia popular, de las gestas emancipatorias y de liberación, de las vertientes ideológicas olvidadas o “malditas”, de las nuevas lecturas (no exentas de sus ambigüedades, y las hubo también en el pasado), como se manifestó en las jornadas del Bicentenario de la Revolución de Mayo, la derecha conservadora y los monopolios de la comunicación responden con la versión simplista y maliciosa de un “relato kirchnerista”, nuevo catecismo de los males argentinos. Esta es una de las operaciones que tienden a demonizar el actual proceso político argentino como “populismo”. Y en ese marco, no solo se esbozan posiciones explícitamente neoliberales o conservadoras, sino también aquellas de un progresismo escindido de lo nacional-popular y del rol objetivo de una centroizquierda. Vuelven aquí a encontrarse (y desencontrarse) esas cuestiones del progresismo, el populismo y el movimiento nacional que motivaran estas reflexiones. ¿Podrán leerse estos nuevos tiempos, este cambio de época, desde las claves de una teoría del populismo liberada de los prejuicios liberales y de la carga peyorativa y negativa? Sería apresurado negarlo, y en todo caso exigiría un abordaje crítico más extenso y sobre obras más fundamentales, como el libro La razón populista de Laclau, que el que en este artículo someramente esbozamos[8]. Pero nos inclinamos por las claves interpretativas que encierra el concepto de movimiento nacional y la riqueza histórica de la tradición nacional-popular.


Germán Ibañez


[1] John William Cooke dirá que en aquellas circunstancias históricas faltaba una “izquierda nacional”, y el peronismo ocupó ese lugar sin definirse como tal.
[2] Nicolás Casullo: “Populismo, el regreso del fantasma”, en Peronismo. Militancia y crítica (1973-2008); Buenos Aires; Colihue; 2008; p. 276
[3] Ernesto Laclau: “Populismo, democracia y comunicación”, en Nuestra Cultura, publicación de la Secretaría de Cultura de la Nación; julio /agosto de 2011, año 3, nro. 12; pp. 4-5
[4] Alberto Flores Galindo: “La revolución tupamarista”, en Buscando un Inca. Identidad y Utopía en los Andes; Lima; Editorial Horizonte; 1994; p. 398
[5] Florestan Fernandez: “Reflexiones sobre las revoluciones interrumpidas”, en Dominación y desigualdad: el dilema social latinoamericano; Buenos Aires; CLACSO /Prometeo Libros; 2008; p. 126 
[6] Ver Ricaurte Soler: Idea y cuestión nacional latinoamericanas; México; Siglo XXI editores; 1987; pp. 233-265
[7] Ver Néstor Busso y Diego Jaimes (comp.): La cocina de la ley. El proceso de incidencia en la elaboración de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en la Argentina; Buenos Aires; FARCO; 2011
[8] De todas formas, hay no pocos avances en tal dirección; véase por ejemplo la reseña crítica de Guillermo Almeyra: “Un concepto ‘cajón de sastre’. A propósito de La razón populista de Ernesto Laclau”, en Crítica y Emancipación. Revista latinoamericana de ciencias sociales; Año I, N° 2, primer semestre 2009

lunes, 28 de noviembre de 2011

Un diálogo sobre cultura, política y comunicación

Gabriel Mariotto estuvo el domingo a la noche en el programa 6,7,8 de la Televisión Pública. Oposición irracional, subsidios, frivolidad mediática, discriminaciones y grandes desafíos en comunicación y cultura. Recordó a Scalabrini Ortíz y a Germán Rozenmacher.
El vicegobernador electo de la Provincia, Gabriel Mariotto, aprovechó el formato del programa 6,7,8, de la TV Pública – dialogar con sus panelistas acerca de los diversos informes temáticos puestos en pantalla con anterioridad-para recorrer algunos de los tópicos centrales del rico debate cultural que se vive en el país.
Cuando se trataron las recientes manifestaciones críticas y socarronas del periodista Jorge Lanata sobre la actual  conducción de Aerolíneas Argentinas, Mariotto celebró que la misma esté en manos de jóvenes profesionales y militantes políticos, porque, dijo, “ellos no están contaminados con la viejas prácticas del neoliberalismo”; y, con humor, aseguró que “el Lanata jóven que fundó el diario Página 12 hubiese estado entusiasmado con las grandes transformaciones democráticas que esta viviendo el país”.
En ese sentido, hizo alusión a como ciertas personas cambian con el tiempo, porque “prefieren vivir cómodas con el sistema”, cuando recordó que la columnista del diario La Nación, Beatriz Sarlo, “alguna vez tuvo ideas socialistas”, pero ahora sigue existiendo la duda “si es ella la que le da libreto al Grupo Clarín, o es al revés”. Sus comentarios se refirieron a las recientes declaraciones de Sarlo, en la que se burló de la nueva política de subsidios del gobierno nacional, calificándola de “parque de diversiones”.
“Las opiniones de la señora Sarlo son irrelevantes, ella forma parte de quienes se oponen a todo”, dijo Mariotto.
Al intervenir acerca de los dichos del empresario de espectáculos y socio del Grupo Clarín, Adrián Suar, la semana pasada en un programa del canal TN, donde defendió a Héctor Magnetto y calificó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de persona “polkiana” (en alusión a su empresa Polka), Mariotto sostuvo que “Suar sabia que en ese programa del Grupo Clarín el no seria repreguntado y que su palabras podrían parecer verdades irrefutables, por eso defendió a Magnetto, y fue ofensivo con la presidenta, que no es una actriz sino una estadista, una jefa de Estado con sensibilidad”. “Suar defendió a su patrón o socio mayoritario, eso es todo”, disparó el vicegobernador electo de la provincia de Buenos Aires y actual titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA).
Asimismo, dio cuenta de las estrechas relaciones económicas y comerciales entre el Grupo Clarín y las decisiones de gobierno del intendente de la Capital Federal, Mauricio Macri; y recomendó a sus asesores pedir que TN retire sus imágenes imitando a Fred Mercury, porque, dijo en forma humorística, “no le hacen ningún favor a él ni a Mercury”.
Mariotto hizo especial referencia a Raúl Scalabrini Ortiz como clave para entender la cultura nacional, y, al manifestarse acerca de la necesidad de que la sociedad luche para erradicar “la discriminación contra los hermanos latinoamericanos”, recordó al fallecido escritor Germán Rozenmacher, quien en vida “fuera discriminado por judío y peronista”.
Fuente: Agepeba
http://www.agepeba.org/

domingo, 27 de noviembre de 2011

Un cambio de paradigma

ANTICIPO DEL LIBRO DE LA AFSCA Y LA UNIVERSIDAD DE LOMAS DE ZAMORA SOBRE LA LEY DE MEDIOS
El texto, que reúne a importantes especialistas en comunicación y prologa Gabriel Mariotto, se editó con la finalidad de explicar los alcances de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Por Washington Uranga

Con la participación de un importante número de especialistas en comunicación y con prólogo de Gabriel Mariotto, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), en colaboración con la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, editó un libro con la finalidad de explicar los alcances de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, dos años después de su aprobación, algunos de cuyos fragmentos anticipa Página/12 en forma exclusiva. El texto, que está próximo a ponerse en circulación en las librerías del país, se titula Ley 26.522. Hacia un nuevo paradigma en comunicación audiovisual y fue coordinado por Mariana Baranchuk y Javier Rodríguez Usé.
En el prólogo de la obra el presidente del Afsca, Gabriel Mariotto, sostiene que la ley de SCA “es, por sobre todas las cosas, un cambio de paradigma en la comunicación, que va de la censura a la libertad y desde la información como mercancía hasta la información como derecho humano”. Y agrega, que a partir del nuevo ordenamiento legal, “donde antes había restricciones afianzando la exclusión y los privilegios, la nueva ley reconoció derechos, fundando inclusión, donde había voces únicas, oligopólicas, poderes fácticos escondidos entre bambalinas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual incorporó los conceptos de pluralidad, diversidad y participación”.
Democratización en la comunicación
Para Mariana Baranchuk, licenciada en Ciencias de la Comunicación y asesora del Afsca, “la Ley 26.522 significó un paso sustancial en el camino hacia la democratización de las comunicación en la Argentina”, porque “con ella se garantiza la entrada de nuevos y diversos prestadores; se pone un tope a la concentración impidiendo prácticas monopólicas; se estimula la producción propia y la de terceros a partir de la implementación de cuotas de pantalla promoviendo así la producción de contenidos regionales; se asegura el acceso al disfrute de los bienes simbólicos propios de la cultura popular; se resguardan las fuentes de trabajo; se estimula la creación de nuevos puestos laborales para los trabajadores de la comunicación y la cultura; se protegen explícitamente los derechos de niños, niñas y adolescentes; se reconoce el derecho a la comunicación con identidad de los pueblos originarios y se fortalecen los medios públicos sacándolos del espacio subsidiario al que las reglas del mercado habían relegado”.
Javier Rodríguez Usé, licenciado en Letras de la UBA y asesor de la Afsca, escribe sobre la importancia del proceso participativo y de debate, señalado como una de las columnas vertebrales sobre las que se apoya la ley. “Los Foros Participativos de Consulta Pública permitieron recorrer el país recolectando múltiples aportes, funcionando como una eficaz herramienta de resonancia social”, asegura.
Damián Loreti, abogado y doctor en Comunicación, ex director de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA y uno de los principales artífices del andamiaje legal de la norma, aporta un capítulo destinado a “indicar las principales fuentes de principios de libertad de expresión que marcan los estándares de interpretación de la ley” con el propósito de “dirimir si dicho texto es respetuoso de los principios emergentes de las autoridades doctrinarias o legales del sistema de derechos humanos”. En su trabajo Loreti hace un muy fundamentado análisis de muchas de las objeciones que se hacen a la norma, para concluir que “los cuestionamientos a la ley no surgieron por violación a la libertad de expresión presente o presunta”, sino por “afectación a intereses monopólicos u oligopólicos”. Y agrega Loreti que “se ha dicho que afectan intereses. Es cierto. Una ley de la democracia no es inocua. Pero ello no importa que del texto de la LSCA no se respeten los estándares de libertad de expresión propuestos por los diversos cuerpos legales o doctrinarios del sistema regional o internacional de los derechos humanos”.
Pluralidad vs. concentración
Para Diego de Charras, investigador y docente de Ciencias de la Comunicación de la UBA, la ley contribuye en forma decisiva a ponerle límites a la concentración, “si se considera que los medios conforman un espacio privilegiado de constitución del significado de lo público, donde la disputa por el sentido conforma la percepción de la realidad social y política y desde donde se jerarquiza la agenda pública de necesidades a ser atendidas, la preocupación por la pluralidad de voces se torna un eje imprescindible”. Afirma De Charras que “la ley refleja lo más actual de la legislación comparada internacional, superando en muchos aspectos aun a las legislaciones más avanzadas. ¿Ello implica que no es mejorable? De ninguna manera, pero es importante señalar que debe ser pensada como una norma que reglará, o debería hacerlo, el sistema de medios argentinos por varias décadas y, en este punto, cualquier referencia a la coyuntura política argentina resulta vana”.
Gustavo Bulla, docente de la UBA y la UNLZ y funcionario de la Afsca, rescata que se trata de una ley “construida de abajo hacia arriba”, por los “21 puntos para radiodifusión democrática” que fueron el punto de partida “a través del cual casi tres centenares de organizaciones sociales y de medios comunitarios, sindicales, de derechos humanos, de la economía social e instituciones académicas –entre otras– supieron deponer diferencias secundarias y concentrarse en la síntesis de los acuerdos estratégicos respecto de cómo debería ser a futuro un sistema de radio y televisión que incluya a todos y todas”. Agrega que “no se trató necesariamente de un ejercicio de imaginación política”, sino que más bien “la tarea se centró en la sedimentación y articulación de las mejores experiencias acumuladas por el movimiento popular desde el retorno de la democracia”.
Desde América latina
El brasileño Denis de Moraes, doctor en Comunicación y Cultura por la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigador del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de su país, aporta una mirada y una valoración desde América latina al analizar la Ley 26.522. Sostiene que “el actual proceso de transformaciones políticas, socioeconómicas y culturales en América latina tiene, en la LSCA de la Argentina, uno de sus marcos más significativos”. Al fundamentarlo agrega que “por primera vez en la historia de la región, un país formula, aprueba y hace cumplir una legislación que protege y valoriza la diversidad informativa y cultural, a través de un marco regulatorio democráticamente discutido e instituido”. Y agrega que “lo que parecía ser un ideal distante, casi impracticable, se convirtió en una certeza que comenzó a esparcirse por el continente. Se trata de un proceso que hace converger las voluntades transformadoras de los estados con la de amplios segmentos de la sociedad civil”. Y sostiene también que “la nueva ley trajo el convencimiento de que es viable el conocido dicho ‘otra comunicación es posible’, descentralizada y plural, conquistada en forma equilibrada y participativa”.
A lo largo de sus 250 páginas, el libro reúne aportes de otros destacados especialistas en el tema de la comunicación. Alejandro Verano, director de RTA y ex decano de la Facultad de Periodismo de la UNLP, escribe sobre el resurgimiento de la comunicación audiovisual pública; Eduardo Seminara, sobre el lugar de los medios universitarios; Claudia Villamayor, acerca de la visibilización de los pueblos originarios; Ernesto Lamas, sobre los medios comunitarios y su merecido reconocimiento y Gustavo Granero, sobre el aporte de los gremios de la comunicación y la cultura. En otro apartado, Susana Veleggia reflexiona sobre el lugar que la ley le da a la promoción de los derechos de los niños, niñas y adolescentes y los jóvenes y Myriam Pelazas subraya que han sido tomadas en cuenta las voces de las mujeres, de las personas que poseen discapacidad y de los sectores sociales de bajos recursos. Manuel Chaparro, doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, aporta una mirada europea sobre medios y ciudadanía.
Fuente: Página 12
27 de noviembre de 2011

sábado, 26 de noviembre de 2011

“Vamos a trabajar para profundizar en la provincia el proyecto nacional”

Encuentro de debate político en esteban echeverría

El vicegobernador electo, Gabriel Mariotto, encabezó el acto de cierre de un plenario con la presencia de ministros, secretarios de Estado y dirigentes sociales y sindicales. La avanzada de un nuevo espacio en territorio bonaerense.
  En un caluroso día peronista, nació ayer el mariottismo en la provincia de Buenos Aires. El vicegobernador electo, Gabriel Mariotto, reunió a organizaciones kirchneristas, ministros, secretarios de gobierno y hasta los posibles tres futuros presidentes de Uruguay, Chile y Paraguay en el predio recreativo de la UOCRA. “Sólo con la decisión de un gobierno no alcanza; cuando hay que cambiar estructuras tradicionales se necesita la gran participación de la sociedad”, afirmó.
Desde el escenario hablaron tres posibles futuros presidentes de América del Sur, invitados al acto por Oscar Laborde, embajador representante para la Integración y la Participación Social: la senadora de Uruguay Lucia Topolansky, esposa del presidente José “Pepe” Mujica; el titular del Partido Progresista de Chile, Marco Antonio Enriquez-Ominami; y el candidato a presidente de Paraguay, el senador del Partido Liberal, Blas Llano. También estuvieron el secretario de Medios Juan Manuel Abal Medina y Hebe de Bonafini, quien agradeció a “Gabriel por animarse, porque para ser vicegobernador hay que luchar muchas horas y él es un compañera que lo puede hacer”. A su turno habló el jefe de Gabinete y hombre de la provincia de Buenos Aires, Aníbal Fernández, quien consideró a Mariotto como un “cuadro político emergente de este nuevo tiempo político”, que comenzó en 2003 para “cambiar la realidad de la Patria”.
También tomó la palabra el “dueño de casa”, el titular de la UOCRA, Gerardo Martínez, a quien Mariotto había llamado para pedirle el predio de Esteban Echeverría para hacer la actividad cuando el sindicalista estaba de viaje con Cristina Fernández. Martínez llamó a construir “diálogo social que no se logra confrontando y generando reacciones en los medios de prensa”.
Mariotto replicó la idea que le dio el primer triunfo en su carrera política al retomar la dinámica que lo ayudó a lograr la sanción de la Ley de Medios. Durante todo un día, militantes de distintas organizaciones kirchneristas debatieron en comisiones sobre salud –de la que participó el ministro Juan Manzur–, de educación –con la intervención del ministro Alberto Sileoni–, de seguridad, ciencia y tecnología, medio ambiente, desarrollo sustentable, juventud, políticas sanitarias, transporte, producción, trabajo y economía solidaria, con el aporte del director de la Anses, Diego Bossio, género y Derechos Humanos. “Sobre la base que se ha construido, intentaremos ver cómo profundizamos el trabajo de la provincia en el marco del proyecto nacional, con una perspectiva latinoamericana, reproduciendo el formato del trabajo de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual”, explicó Mariotto.
Fue un encuentro en el que se discutieron ejes de las futuras políticas en la provincia de Buenos Aires y del que no participó ningún representante del gobierno provincial. Sí estuvo presente el diputado Martín Sabbatella, ex candidato a gobernador bonaerense, quien se abrazó con Mariotto luego del acto. “Competimos en las elecciones pero nos une el proyecto nacional”, definió el futuro vicegobernador.
Además de las figuras nacionales e internacionales, del acto también participaron el referente nacional de La Cámpora, Andrés Larroque; y los legisladores provinciales electos José Ottavis y Santiago Carreras, como representantes del naciente kirchnerismo bonaerense. Asimismo, desde este espacio se pretenden tejer alianzas con algunos intendentes cercanos, como Darío Díaz Pérez de Lanús, Mariano West de Moreno, Francisco “Barba” Gutiérrez de Quilmes, Mario Secco de Ensenada y Gustavo Arrieta de Cañuelas.
Unos 3000 militantes de La Cámpora, el Frente Transversal, Kolina, Peronismo Militante, la Corriente Nacional Martín Fierro, el Movimiento de Unidad Popular, el Partido Intransigente y el Partido Comunista Congreso Extraordinario participaron de las 13 comisiones de debate y desplegaron sus banderas en el acto de cierre. Después de los discursos y entre bombos y trompetas, el futuro vicegobernador escuchó por primera vez un cantito militante dedicado para él: “Atención, atención, Mariotto te saludan los soldados de Perón.”
Fuente: Tiempo Argentino, 26 de noviembre de 2011

viernes, 25 de noviembre de 2011

Mariotto y la participación ciudadana

Mariotto: “La participación ciudadana es el único camino para construir en política”
Gabriel Mariotto encabeza el “Encuentro por las Políticas Públicas de la Provincia” en Estaban de Echeverría junto a más de dos mil militantes y funcionarios. En el encuentro se consensuará “un decálogo de acción política” para Buenos Aires.
Minutos antes de dar comienzo a la jornada, el vicegobernador bonaerense electo y titular de la Autoridad Federal de Comunicación Audiovisual, Gabriel Mariotto, aseguró que “la reflexión y la participación de la ciudadanía genera una conducta que favorece mucho la acción de gobierno”.
El vicegobernador electo estimó que son “más de 2 mil” las personas que participan de la jornada de debate que se desarrolla en el predio de UOCRA en la localidad bonaerense de Esteban Echevarría.
Durante toda la jornada se trabajará en comisiones que trabajarán sobre distintos ejes temáticos, entre los que se encuentran seguridad, ciencia y tecnología, medio ambiente y desarrollo sustentable; políticas sanitarias; juventud; educación, género y promoción de la Igualdad; deporte; entre otras.
Mariotto explicó que, “la idea es que de la discusión y el debate en las distintas áreas temáticas surja una decálogo de acción política para que la provincia de Buenos Aires tenga una referencia sobre el camino a tomar”.
Entre los que participan de las comisiones se encuentran los ministros de Educación, Alberto Sileoni; y de Salud, Juan Manzur; el director de ANSES, Diego Bossio; el secretario de Deporte de la Nación, Claudio Morresi; el diputado nacional Edgardo Depetri; y el presidente del directorio de la Agencia Nacional de Noticias Télam, Martín García.
En este marco, Bossio destacó la iniciativa como un foro para “exponer el desarrollo de distintas políticas públicas impulsadas desde el gobierno nacional y como espacio para escuchar las inquietudes ciudadanas”.
“Estos encuentros ayudan a transformar las cosas porque fomentan el juicio crítico que surge primordialmente del debate”, afirmó Bossio antes de llegar al predio de la UOCRA.
Por su parte, Depetri afirmó que el debate “sirve para profundizar el rumbo iniciado en 2003″.
El dirigente del Frente Transversal destacó que el principal objetivo es “caminar hacia el pleno empleo en la Argentina”.
Fuente: Agepeba

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ciencia política y medios de comunicación

 
Miércoles, 16 de noviembre de 2011

Arturo Trinelli enumera algunos de los aportes específicos que puede hacer la ciencia política al debate sobre los medios y el papel del periodismo.

Por Arturo Trinelli*
La ciencia política puede hacer aportes novedosos al debate sobre los medios de comunicación. En primer lugar, porque es una disciplina que se ocupa del estudio del poder, la forma en que se genera y retiene y los actores políticos, económicos y sociales que se lo disputan. En el campo de la comunicación se dirime una cuota importante de poder simbólico que está en juego permanentemente, más allá de los objetivos instrumentales de las empresas periodísticas y los intereses específicos que cada una persiga.
En segundo lugar, la ciencia política se preocupa por la metamorfosis de la representación política. Y aquí también los medios desempeñan un papel fundamental. Si se analiza la evolución histórica de esa representación, se observará que, hasta mediados de los años sesenta –donde los medios empiezan a penetrar masivamente en los hogares–, la misma se estructuraba en torno de valores identitarios del partido o el dirigente que era su principal exponente. En la actualidad, la representación política se encuentra totalmente influenciada por los medios de comunicación, siendo los expertos en medios tan importantes para consagrar a un candidato como los militantes y activistas políticos. Y aunque la política y los medios guardan una relación de complementariedad en la génesis de la voluntad política, existe entre ellos tensiones de espacio, tiempo y contenido del discurso inherente a las diferentes lógicas con las que uno y otro operan. El tiempo en los medios es veloz y caro, el espacio para la profundización de ideas o desarrollo de temas suele ser limitado, y la calidad del discurso mediático tiende a despolitizar los mensajes.
Así, los medios, en especial la televisión, imponen un tipo de enunciación que banaliza la política, con periodistas autoconvencidos de su rol de fiscalizadores y tratando de presentar las debilidades de los políticos, exponiendo sus contradicciones y en muchos casos forzando estigmatizaciones. En tiempos de una política adecuada a los horarios y a las necesidades temáticas y productivas de los medios, la visibilidad termina siendo más importante que la gestión. Por eso, un funcionario puede aparecer en un canal de TV vestido con indumentaria de rescatista como reflejo de compromiso e involucramiento con una tragedia que, en verdad, parecería más una muestra de sobreactuación para deslindar responsabilidades.
Los medios de comunicación vienen participando activamente en el debate público desde hace mucho tiempo, y no es actual la oposición entre grandes medios y medios alternativos. Durante la Argentina finisecular, por ejemplo, los contrastes entre la prensa dominante de la época y la prensa obrera, rebelde y contestataria fueron muy manifiestos. Pero a medida que los escenarios políticos y sociales se fueron complejizando, el periodismo se consolidó como el actor de simplificación imprescindible para que grandes masas de personas comprendiesen qué ocurría en la sociedad, al tiempo que la noticia se transformó en mercancía para sostener el desarrollo de una industria cultural. Con el impulso de nuevas tecnologías y la incorporación de prácticas económicas extramediáticas, la información empezó a ser un insumo cada vez más importante para que la actividad periodística comenzara a alejarse del lugar tradicional como simple mediadora entre el poder político y la opinión pública, sobre la cual, precisamente, muchas empresas periodísticas actuales justifican su actividad.
Sin dudas, este proceso ha adquirido mayor visibilidad en los últimos años. Luego de la crisis del 2001 parecía que los medios no estaban alcanzados por la debacle económica, social y cultural que envolvía al conjunto de los actores sociales y políticos. Hasta entonces, las empresas mediáticas habían conseguido ocultar las nuevas relaciones de propiedad y alianzas corporativas que habían generado para dar disputa por la dirección del poder.
Pero la pretensión de los grandes medios de salir indemnes del juicio público terminó con el kirchnerismo. Tal como sostiene Philip Kitzberger en un reciente libro compilado por los politólogos Andrés Malamud y Miguel De Luca (La política en tiempos de los Kirchner, Eudeba, 2011), además de estar en juego el negocio de la información propiamente dicha, en la actualidad también se está resolviendo cómo se estructurará la comunicación política en el futuro. El gran desafío entonces para las ciencias sociales en general y la ciencia política en particular es discutir el papel de los medios como agentes de socialización y la capacidad del Estado para manifestar capacidad regulatoria con imperativos democráticos.
* Politólogo (UBA), investigador del CLICeT e integrante del Grupo Politólogos en los medios, http://jornadaspoliticaymedios.blogspot.com/
Fuente: Página /12, 16 de noviembre de 2011

lunes, 14 de noviembre de 2011

Cristina y la comunicación democrática y popular

 Publicado en "Señales Populares" N° 29, noviembre de 2011

El triunfo arrasador de Cristina en su reelección como Presidenta de la Nación obedece a muchas causas. Aquí nos interesa poner de relieve que ese resultado electoral es expresión de un claro liderazgo democrático-popular, que logró sortear los peligros de la avanzada destituyente de 2008 y revertir la demonización de su figura impulsada fundamentalmente por los monopolios de la comunicación. Justamente es en el terreno de la comunicación donde se libró una de las más importantes batallas y terminó de consolidarse el carácter del kirchnerismo como movimiento nacional. Cada época plantea desafíos que, aunque tengan raíces históricas, se presentan en configuraciones originales. Así, la secular tarea de la autodeterminación nacional se presentó en este tiempo histórico de la mano de la independencia frente a los organismos financieros internacionales y del avance del proceso de integración /unión de Nuestra América, especialmente a través de la construcción de UNASUR. Y la gran tarea de la hegemonía nacional-popular se presentó de la mano de la democratización de la comunicación audiovisual.
El formidable ejercicio de democracia participativa que supuso la discusión del anteproyecto de la actual Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (recogiendo en la propuesta original las elaboraciones de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, discutiendo el anteproyecto en foros participativos realizados en las Universidades nacionales, incorporando los aportes de esos foros al proyecto llevado al Congreso, y logrando la aprobación parlamentaria de la Ley luego de importantes debates en el recinto) significó un salto cualitativo en el liderazgo de Cristina. Porque pudo estimular y abrir el juego exitosamente a ese ejercicio de democracia participativa. Porque superó una de las deudas más gravosas de la dictadura militar. Porque enfrentó a los monopolios de la comunicación; aquellos que han condicionado a los gobiernos y han sido un actor central en la imposición del neoliberalismo. Porque dotó a la ciudadanía de una importante herramienta legal en una cuestión estratégica para el funcionamiento real de las democracias contemporáneas. Porque puso de relieve a la comunicación como derecho de los pueblos y las personas, reactualizando la crítica jauretcheana a una libertad de empresa que se camufla de libertad de prensa.  
El despliegue concreto de la democratización de la comunicación audiovisual viene jalonado de iniciativas poderosas del gobierno encabezado por Cristina Fernández de Kirchner. Mencionemos que cada Universidad nacional tiene a partir de ahora reservada una señal de televisión abierta. O el lanzamiento del Programa de Extensión Educativa “Radios Escolares-CAJ”, que funcionará en todos los colegios del país, iniciativa que involucra al Ministerio de Educación de la Nación y a la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual. Todo esto es política pública que democratiza, que traduce aquello de las “muchas voces” y “que florezcan mil flores”. El liderazgo de Cristina se refrenda en estas iniciativas, que interpelan a muchos actores, apelando a la capacitación, a la cooperación, y por cierto, a la discusión política.
Todo esto se hace por cierto enfrentando la agresión y el ataque permanente de los monopolios de la comunicación, que atentan contra cualquier avance en el proceso de democratización real de nuestras sociedades. Así esos monopolios invisibilizan las mejores iniciativas gubernamentales, demonizan a los dirigentes y funcionarios que no ceden a las presiones corporativas, desvían el eje de la discusión hacia falsos problemas o interpretaciones maliciosas. La “batalla” (no hay otra forma de llamarla) contra esas operaciones mediáticas, encaradas con firmeza por nuestra Presidenta, es otra clave de su liderazgo y predicamento popular. Su valentía e inteligencia ha conmovido miles de conciencias, que aportaron al sólido resultado electoral que celebramos. Todo el proceso de esclarecimiento en torno a las concretas implicancias de la comunicación como derecho de los pueblos y las personas ha sido una suerte de magistral clase de educación política. Para tener una muestra del calibre de las operaciones mediáticas y de la manipulación de la información por parte de los grupos monopólicos basta con leer los informes que ha venido preparando la Red de Observatorios Universitarios de Medios, o también los aportes de popular programa televisivo “6,7,8”.  
De esto se trata también la recuperación de lo público: de democratizar la palabra, de tornar crítica nuestra relación con la información, de capacitarse y organizarse para el desarrollo de plataformas de comunicación públicas y comunitarias. Esa convocatoria del gobierno de Cristina es oída por nuestro pueblo, y no es ajena al “Cristinazo” del 23 de octubre.

Germán Ibañez

sábado, 12 de noviembre de 2011

Poniéndole contenidos a la ley

Sábado, 12 de noviembre de 2011
Empezó ayer el Primer Encuentro Nacional de Comunicación Audiovisual

Funcionarios y representantes de los distintos sectores de la comunicación debatieron sobre las posibilidades que abre la televisión digital y la exigencia de la ley de cubrir el 70 por ciento de la grilla con producción nacional.

Por Ailín Bullentini
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Gabriel Mariotto, Liliana Mazure, Julio De Vido, Juan Manuel Abal Medina y Gustavo Pulti.
Desdes Mar del Plata
En el marco del Primer Encuentro Nacional de Comunicación Audiovisual, el ministro de Planificación, Julio De Vido, destacó que “uno de los mayores logros fue la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Hoy nuestro país es referencia a nivel mundial”. “Se han logrado avances a pesar de las chicanas jurídicas y políticas del monopolio”, señaló. Acompañado por el secretario de Medios, Juan Manuel Abal Medina, y el titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), Gabriel Mariotto, el ministro anunció que “para julio del año próximo el 90 por ciento de los hogares tendrán cobertura de Televisión Digital Abierta” (ver recuadro).
La multiplicación de señales de televisión abierta a partir de la digitalización de la señal (TDA) es un cambio fuerte que llegó con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Pero no el único. A partir del 1º de enero de 2012, cada canal de televisión abierta deberá cubrir el 60 por ciento de su grilla con contenido audiovisual nacional. Esa disponibilidad pone en jaque, de hecho, a los productores de contenidos. ¿Existe la capacidad para hacer frente a tal desafío? ¿Existen productores, realizadores, actores y pensadores que puedan crear toda esa cantidad de productos? Para responder ambas preguntas, pero también para debatir sobre las nuevas realidades que implican ambas aperturas a ese grupo de comunicadores en el marco de la construcción de la cultura nacional, comenzó ayer el Primer Encuentro Nacional de Comunicación Audiovisual. “Vemos en este tipo de eventos la posibilidad de poner en práctica de la manera más rápida posible la ley de medios”, introdujo De Vido, quien aseguró que “la creación del Banco Audiovisual de Contenidos, el programa Argentina Conectada y la TDA representan un avance significativo en la consolidación del modelo económico de acumulación con inclusión social”. La directora del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), Liliana Mazure, también participó del encuentro.
“Más que un encuentro, esto es un reencuentro. Ya nos conocemos. Muchos de los que están presentes hoy (por ayer) trabajamos juntos hace un largo tiempo conformando y formando parte del campo audiovisual del país”, arrancó Mazure, luego de las palabras de bienvenida que ofreció el intendente de Mar del Plata, Gustavo Pulti, como anfitrión de las jornadas.
Además de punto de encuentro, el evento intentará “fomentar el intercambio de experiencias” entre los diferentes actores relacionados con el sector y el debate en torno de “qué contenidos audiovisuales son indispensables en la construcción de una nueva ciudadanía audiovisual”. En ese sentido, el encuentro que “sólo fue posible debido a la existencia de la ley de medios” tiene que ver con “un florecer de pluralidad, de nuevos pensamientos, de nuevas voces y nuevos proyectos que hablan de la riqueza de producción que está viviendo el país”, expresó Abal Medina.
“La posibilidad de vivir en pleno ejercicio de la libertad de expresión es una realidad en la Argentina de hoy. La patria está en condiciones de garantizar derechos que fueron vedados a los ciudadanos desde siempre”, arengó el flamante vicegobernador bonaerense, que consideró luego que “las nuevas señales de televisión abierta digital son una ventana que exige la producción de nuevos contenidos, un desafío completo a la pluralidad de voces”. Algo similar planteó el secretario de Medios de la Nación: “Cada vez seremos más los que hablemos, los que formaremos parte de una esfera pública. Para que nadie más se sienta el único dueño de la verdad, porque los dueños somos todos los argentinos”.
Entre ayer y hoy, más de una treintena de productores independientes de diferentes partes del país, responsables de canales privados de aire más importantes, referentes de sindicatos y trabajadores del Incaa relacionados, de una forma u otra, con la producción de contenido audiovisual, integrarán mesas de debate que harán hincapié y reflexionarán con el público que se acerque a participar acerca de diferentes puntos de inflexión relacionados con ese desafío planteado por Mariotto.
La directora del Canal Encuentro, Verónica Fiorito, en el marco de su participación en el debate sobre “El rol de la gestión estatal en el proceso de transformación de la comunicación” por caso, posó su atención en el desafío de la coproducción como “unión de dos universos hasta ahora alejados en cuanto a la realización audiovisual: productores y organismos del Estado que se juntan para construir un relato”. En una primera etapa de un acuerdo que ya arrancó su segunda vuelta, el instituto y la cartera de Planificación Federal inyectaron más de 100 millones de pesos en el universo productor de contenidos audiovisuales de todo el país a través de nueve concursos que incluyen la creación de ficción y documentales para televisión. En la segunda etapa, los recursos se duplicaron. Algunos productos surgidos de esos concursos coparon hace poco más de un mes el horario prime time de algunos de los canales privados de televisión abierta más importantes de la Capital Federal. Los referentes de esas empresas charlarán sobre esa decisión y otras en una mesa esta tarde.
Según informó su titular, Afsca abrirá en diciembre los pliegos para 220 licencias de TDA (ver aparte), “110 para el sector privado y 110 para el sector sin fines de lucro”, y agregó que se crearon también “nuevos concursos para televisoras de bajo alcance”. Ese universo está conformado en su mayoría por colectivos comunitarios que desde hace más de tres meses reclaman al organismo federal por condiciones de licitación que los incluyan, entre las que figuran la reducción del precio de los pliegos, que superan los 100 mil pesos. “No nos enteramos de nada. Esta semana no se publicó ninguna información en ese sentido en la página web de Afcsa, que es la única manera que tenemos nosotros de enterarnos de estas cosas”, aseguró a este diario Natalia Vinelli, referente de Barricada TV, una de las agrupaciones. Ellos no participaron del encuentro nacional que finalizará esta tarde junto con la clausura del Festival Internacional de Cine.
Fuente: Página /12
12 de noviembre de 2011

jueves, 10 de noviembre de 2011

El último delegado de Perón

 Por Germán Ibañez.

El 9 de noviembre de 1971 el general Perón designó a Héctor J. Cámpora como su delegado político, en reemplazo de Jorge Paladino quien, según expresiones de aquellos días, habría sido demasiado complaciente con el presidente de facto Alejandro Lanusse y de esa manera obraría como un representante de la dictadura ante Perón y no a la inversa.

Cámpora será el último delegado de Perón, una saga iniciada por John W. Cooke, y tendrá la responsabilidad de pilotear asuntos tan riesgosos como el retorno a la Argentina del viejo Líder, la campaña electoral del año 1973, y, sobre todo, la candidatura del FREJULI con la consigna "Cámpora al gobierno, Perón al poder".

Se asistía al desmoronamiento de la dictadura militar iniciada en 1966 por el general retirado Juan Carlos Onganía. Un poderoso movimiento de protesta social y política, de contenido antidictatorial, venía jaqueando al régimen desde las jornadas del Cordobazo de mayo de 1969. Al mismo tiempo, se afianzaba la presencia de las organizaciones guerrilleras que, en el contexto de la dictadura de Lanusse, crecían en capacidad operativa y apoyo social.

En ese marco, el gobierno militar había lanzado la propuesta del Gran Acuerdo Nacional con el fin de asegurar una transición "ordenada" a la democracia, con el concurso de los principales partidos políticos (incluyendo al peronismo), y la exclusión de las fracciones radicalizadas del movimiento popular y la insurgencia, a los cuales los militares se proponían seguir combatiendo.

Para lograr el éxito de esta política, el acuerdo con Perón era imprescindible. El viejo Líder se desmarcará de la propuesta lanusista, apoyando a la lucha antidictatorial, dialogando con la oposición civil, y recuperando peso en el propio peronismo.

En este marco hay que comprender la designación de Héctor Cámpora, claramente leal a Perón. De importante trayectoria en el movimiento, Cámpora había presidido la Cámara de Diputados durante los años del primer peronismo, fue uno de los protagonistas de la legendaria fuga a Chile en 1956, junto a Cooke y Patricio Kelly.

Ahora capitalizaba su figura de leal, jugando un importante rol en
la articulación del heterogéneo peronismo de principios de la
década del `70, y asumiendo las directivas del general, orientadas
a ganar de mano al lanusismo en la reapertura del calendario
electoral y asegurar el propio retorno del Líder a la Argentina.

Se encaró una fuerte agenda política, que incluyó el espacio político conocido como la "Hora del Pueblo", y finalmente el armado de la coalición electoral Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI).

Con la proscripción que Lanusse logra imponer a la candidatura de Juan Perón, se comienza a delinear una arriesgada apuesta política: la candidatura de Cámpora a la presidencia, acompañado por un extrapartidario, Vicente Solano Lima.

Todo el prestigio de Perón, y su capacidad política, así como los esfuerzos del propio Cámpora llevaron a la consagración de dicha fórmula, venciendo no pocas resistencias internas. Ese será el camino que llevará al delegado ungido el 9 de noviembre de 1971 a convertirse en el presidente electo en marzo de 1973.

Será recordado afectuosamente por los jóvenes militantes de entonces como "el Tío".
Publicado por Telam
9 de noviembre de 2011