Seremos sometidos en forma creciente a más y más profundas acciones encubiertas de comunicación social, con un objetivo central: la búsqueda desesperada de dificultades y “realidades” sobre las cuales cabalgar para limar el fuerte consenso social que las urnas de octubre le dieron a la presidenta,
Por Víctor Ego Ducrot (*) / La frase del título no es mía, pertenece a uno de los más activos empleados “modelo” de la palabra al servicio del Grupo Clarín. La escribió Julio Blanck el pasado día 9, en el contexto de una diatriba contra el gobierno nacional, en particular contra el vicepresidente Amado Boudou; y tanto ella, la frase en cuestión, como el último párrafo del artículo en la que quedó estampada constituyen suficientes ejemplos de la dialéctica discursiva de los medios dominantes, los cuales no ahorran ni en confesiones.
Al definir así la práctica política, esos medios se ubican en el centro del escenario “despiadado” y lo alimentan; y cuando el “todo terreno” de Magnetto de marras cierra el texto que comentamos (“A Boudou lo están dejando solo y nadie derrama una lágrima por él”) con la frase “el mal momento de Boudou puede ser transitorio y en algún tiempo quizás zafe de la investigación judicial y recupere su espacio”, admite que la colección de títulos en primera plana, informaciones recortadas y “sesudos análisis” sobre las supuestas vinculaciones non sanctas del vice con la empresa Ciccone no es otra cosa que una operación: no importa lo que finalmente corresponda a la realidad, lo relevante es la “realidad” que se construye desde un dispositivo comunicacional que es más perverso que despiadado; la “realidad” que le sirve a sus demiurgos, en este caso a la corporación mediática, que continúa como cabeza visible de toda estrategia antigubernamental.
“En otra época darían miedo, ahora dan pena”, dijo el lunes último la presidenta Cristina Fernández de Kirchner respecto del “tufillo antisemita” y nazi a lo Menguele que percibió en dos artículos recientemente publicados por Clarín y La Nación con la intención de denostar e insultar a La Cámpora y al secretario de Política Económica, Axel Kicillof, con una semántica propia de la bandas parapoliciales, de las patotas y de los grupos de tareas de la dictadura.
Comparto la sensación que tuvo la presidenta y que la llevó a decir lo que dijo. Sin embargo quizá también sea útil señalar que esos derrapes o incontinencias textuales, en las que incurren con tanta frecuencia Clarín y La Nación y otros medios que pertenecen por intereses o aspiraciones a la misma corporación hegemónica, no son consecuencia del exabrupto ni mucho menos de cierto tipo de exaltación patológica. Lamentablemente, expresan el posicionamiento político e ideológico de sus autores y mandantes empresarios; y no digo esto porque acaso algunos de los empleados “modelo” más representativos de uno y otro diario –Eduardo Van Der Kooy y Joaquín Morales Solá son claros ejemplos– hayan estado íntimamente ligados a los dictadores, el primero como joven destacado por Videla y el segundo en el medio de “giras periodísticas” organizadas por ciertos jefes militares que resultaron probados criminales de lesa humanidad.
Esa matriz reaccionaria de los medios dominantes y de sus sirvientes textuales es profunda y aunque parezca trasnochada y sus portadores hayan cumplido con una cuidadosa gimnasia de años para encubrirla o disimularla, sigue latente, se transmite a los más jóvenes mediante mecanismos de reproducción a veces explícitos y otras automáticos, y explica la predisposición ideológica y psicológica con que cuentan para ser militantes contra un gobierno como el actual, que hace memoria e impulsa justicia pero que por sobre todas las cosas intenta enormes esfuerzos destinados a revertir la base material, el sustento económico del país fascista, neoliberal o gorila, elijan ustedes la categoría.
A título de supuesto descargo para los portadores periodísticos de semejante lacra cultural debería recordarse que no están solos; huevos de serpiente anidan en ámbitos de la actividad privada y pública. Convivimos con empresarios que añoran los tiempos de la impunidad o de su versión “democrática”, conocida como neoliberalismo, y aún cuesta, y mucho, sacudir la mata sobre la cual habitan algunos políticos, funcionarios y agentes de los organismos de seguridad y de la justicia.
Por ejemplo, hizo falta mucha templanza institucional por parte del Senado de la provincia de Buenos Aires para que esté próximo a ser anunciado quiénes conformarán la comisión de juicio político del fiscal jefe de Morón, Federico Guillermo Nieva Woodgate, protegido por la procuradora general bonaerense, María del Carmen Falbo, pese a que el acusador del Oeste no sólo fue designado por la dictadura sino que pesan sobre él importantes denuncias acerca de su complicidad con crímenes de lesa humanidad. Una similar energía política en la Cámara Alta de la Legislatura provincial se necesitó para la creación de una comisión investigadora del denominado “caso Candela”, considerado según innumerables denuncias como un hecho testigo de complicidades entre el narcotráfico, la política y “la Bonaerense”; por supuesto que Nieva Woodgate actuó en el centro mismo de las investigaciones respecto del asesinato de la niña Candela Rodríguez, aún en las tinieblas.
Esa “política impiadosa” que tanto abonan, riegan y ejercen los medios dominantes no se practica en forma espontánea y casual; no es cuestión de ingenuos ni mucho menos de improvisados. Sus ejecutores trabajan sobre diseños preconcebidos y apelan a diversos instrumentos, casi siempre en términos de precisión relojera. Veamos por caso lo que sucede sobre el tablero político de la Ciudad de Buenos Aires, que, vale la pena recordarlo, es la Capital Federal.
Más allá de la impericia y hasta de cierto gesto bobalicón de su intendente, el ingeniero Mauricio Macri, este actúa y se mueve dentro del esquema impiadoso de los monopolios comunicacionales, los cuales han dispuesto sobre él un verdadero blindaje mediático desde el cual “la esperanza blanca”, como lo llaman en silencio, ya lanzado en campaña para 2015, pueda crear escenarios permanentes de crisis y malos humores ciudadanos, buscando que los mismos se direccionen no hacia su gestión sino hacia el gobierno nacional.
Esa “operación Macri”, por denominarla de alguna manera, reconoce un contexto más amplio. Los habitantes de este país y usuarios cautivos de la corporación mediática hasta que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual pueda aplicarse en su totalidad, serán sometidos en forma creciente y en las próximas semanas a más y más profundas acciones encubiertas de comunicación social, con un objetivo central: la búsqueda desesperada de dificultades y “realidades” sobre las cuales cabalgar para limar el fuerte consenso social que las urnas de octubre le dieron a la presidenta, condicionar sus pasos, descalificar su prácticas tendientes a cumplir con el principio enunciado de un gobierno que no quiere gobernar para las corporaciones sino para los 40 millones de argentinos, entorpecer su política de conformación de cuadros técnicos y políticos jóvenes que puedan darle continuidad al proyecto que encabeza.
En pocas palabras más, para llevar el país al pasado; y con ese propósito no ahorrarán municiones.
(*) Texto publicado por el diario Tiempo Argentino.
Fuente: Agecia Periodística de Buenos Aires
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