Marta Riskin sostiene que, apoyadas en la llamada convergencia tecnológica, las corporaciones expresan tolerancia por la diversidad cultural y la democracia distributiva, pero desalientan el diseño de productos y limitan la distribución de contenidos.
Por Marta Riskin *
Pocos años atrás, la publicación de una foto requería el largo viaje del negativo hasta el destino final de su procesamiento gráfico. Hoy, el periodista toma la foto y su propia cámara la envía por Internet inalámbrica, nodos de fibra y la metafórica red de La Nube hasta cualquier rotativa digital, en las antípodas y a la velocidad de la luz.
En el mundo digital, casi todo puede transformarse en datos y transportarse a través de la gigantesca urdimbre de fibras submarinas que entreteje al planeta; una infraestructura instalada por los mismos grupos que, en los ’90, concentraron los recursos y las comunicaciones mundiales.
Por aquel entonces, la expansión del capitalismo neoliberal imponía la interconexión de múltiples tecnologías para que navegaran las redes económicas, comerciales y financieras. También las sociales y académicas. Los preparativos tecnológicos e ideológicos no estuvieron desvinculados de la privatización de las empresas de telecomunicaciones ni de la desregulación del mercado.
Mientras asistíamos a la reiteración pavloviana de consignas acerca de la congénita corrupción e ineficiencia local (supuestamente inexistente en los países centrales) y abiertos al discurso que proponía la universalidad del conocimiento y la información, se decretaba la ausencia del Estado y los monopolios internacionales se hacían de la infraestructura de las redes y los mercados de Latinoamérica.
Hemos olvidado que las categorías de “Sociedad de la información” y “Sociedad del conocimiento” fueron oportunamente propagadas desde los grandes centros de difusión de cultura mundial a nuestras universidades, profesionales y empresarios; y vendidas por los mismos oligopolios multinacionales que definieron las normas, implantaron las herramientas y sometieron contenidos y productos de las redes convergentes de comunicación al, aparente, libre arbitrio del mercado internacional.
La convergencia fue el soporte conceptual de las herramientas de concentración del poder.
Al presente, sobre la ideología de la “convergencia tecnológica”, las corporaciones mantienen el control de la cadena de producción. Tanto de la generación y distribución de contenidos como acerca de las definiciones técnicas de las terminales –televisor, computadora, celular, tablet, Ipod– del usuario.
Continúan expresando tolerancia por la diversidad cultural y la democracia distributiva, pero desalientan el diseño de productos y limitan la distribución de contenidos orientados a las necesidades nacionales.
La claridad conceptual permitió al Estado argentino estimular la distribución de la tecnología hasta convertirla en solidarias y convergentes políticas públicas. El cambio de rumbo comenzó por el último eslabón de la cadena, ya que los medios de comunicación son los accesos más populares en la sociedad de la convergencia; pero el Poliedro Tecnológico Argentino, cuya semilla debemos, entre otros, a Jorge Sabato, continúa su crecimiento.
El Poliedro Tecnológico Argentino cuenta con el marco jurídico de la ley de medios audiovisuales y está constituido por la Televisión Digital Abierta, que permite acceso gratuito de contenido audiovisual y digital, Argentina Conectada como columna vertebral de la red de fibra nacional, la red de terminales educativas de Conectar Igualdad, el Bacua como reservorio de contenidos y, además, permanece abierto para que se sumen nuevos recursos, iniciativas y aplicaciones.
Sin embargo, como en un cuadro de Caravaggio, los avances del nuevo paradigma iluminan oscuridades. Así, mientras renace el prestigio social del conocimiento, incluido el científico-tecnológico, la práctica cotidiana sorprende a profesionales, jóvenes o viejos, que privilegian comodidades e intereses personales a su propia independencia creativa. O el dominio sobre los recursos soberanos y el diseño de ingeniería que requieren la incorporación y el aporte de trabajadores, empresarios y empleados, privados y estatales, con vocación mayoritariamente productiva; descubre a algunos, intimidados por décadas de desesperanza y sillas rotas.
Frente a quienes dedican ingentes esfuerzos al beneficio de las mayorías, otros subrayan exclusivamente las carencias históricas y los innegables, e incluso dramáticos, cambios pendientes, sin aportar solución alguna.
La cultura de la especulación aún compite con la cultura de la producción. Habitamos un presente con deudas del pasado, pero conciencia de memoria.
Si como decía el premio Nobel Ilya Prigogine, “el futuro es la dirección en la cual aumenta la entropía”, el desafío de la convergencia solidaria habrá de enunciarse en primera persona, desde el singular al plural.
* Antropóloga UNR.
Fuente: Página/12
Edición de 7 de marzo de 2012
En el mundo digital, casi todo puede transformarse en datos y transportarse a través de la gigantesca urdimbre de fibras submarinas que entreteje al planeta; una infraestructura instalada por los mismos grupos que, en los ’90, concentraron los recursos y las comunicaciones mundiales.
Por aquel entonces, la expansión del capitalismo neoliberal imponía la interconexión de múltiples tecnologías para que navegaran las redes económicas, comerciales y financieras. También las sociales y académicas. Los preparativos tecnológicos e ideológicos no estuvieron desvinculados de la privatización de las empresas de telecomunicaciones ni de la desregulación del mercado.
Mientras asistíamos a la reiteración pavloviana de consignas acerca de la congénita corrupción e ineficiencia local (supuestamente inexistente en los países centrales) y abiertos al discurso que proponía la universalidad del conocimiento y la información, se decretaba la ausencia del Estado y los monopolios internacionales se hacían de la infraestructura de las redes y los mercados de Latinoamérica.
Hemos olvidado que las categorías de “Sociedad de la información” y “Sociedad del conocimiento” fueron oportunamente propagadas desde los grandes centros de difusión de cultura mundial a nuestras universidades, profesionales y empresarios; y vendidas por los mismos oligopolios multinacionales que definieron las normas, implantaron las herramientas y sometieron contenidos y productos de las redes convergentes de comunicación al, aparente, libre arbitrio del mercado internacional.
La convergencia fue el soporte conceptual de las herramientas de concentración del poder.
Al presente, sobre la ideología de la “convergencia tecnológica”, las corporaciones mantienen el control de la cadena de producción. Tanto de la generación y distribución de contenidos como acerca de las definiciones técnicas de las terminales –televisor, computadora, celular, tablet, Ipod– del usuario.
Continúan expresando tolerancia por la diversidad cultural y la democracia distributiva, pero desalientan el diseño de productos y limitan la distribución de contenidos orientados a las necesidades nacionales.
La claridad conceptual permitió al Estado argentino estimular la distribución de la tecnología hasta convertirla en solidarias y convergentes políticas públicas. El cambio de rumbo comenzó por el último eslabón de la cadena, ya que los medios de comunicación son los accesos más populares en la sociedad de la convergencia; pero el Poliedro Tecnológico Argentino, cuya semilla debemos, entre otros, a Jorge Sabato, continúa su crecimiento.
El Poliedro Tecnológico Argentino cuenta con el marco jurídico de la ley de medios audiovisuales y está constituido por la Televisión Digital Abierta, que permite acceso gratuito de contenido audiovisual y digital, Argentina Conectada como columna vertebral de la red de fibra nacional, la red de terminales educativas de Conectar Igualdad, el Bacua como reservorio de contenidos y, además, permanece abierto para que se sumen nuevos recursos, iniciativas y aplicaciones.
Sin embargo, como en un cuadro de Caravaggio, los avances del nuevo paradigma iluminan oscuridades. Así, mientras renace el prestigio social del conocimiento, incluido el científico-tecnológico, la práctica cotidiana sorprende a profesionales, jóvenes o viejos, que privilegian comodidades e intereses personales a su propia independencia creativa. O el dominio sobre los recursos soberanos y el diseño de ingeniería que requieren la incorporación y el aporte de trabajadores, empresarios y empleados, privados y estatales, con vocación mayoritariamente productiva; descubre a algunos, intimidados por décadas de desesperanza y sillas rotas.
Frente a quienes dedican ingentes esfuerzos al beneficio de las mayorías, otros subrayan exclusivamente las carencias históricas y los innegables, e incluso dramáticos, cambios pendientes, sin aportar solución alguna.
La cultura de la especulación aún compite con la cultura de la producción. Habitamos un presente con deudas del pasado, pero conciencia de memoria.
Si como decía el premio Nobel Ilya Prigogine, “el futuro es la dirección en la cual aumenta la entropía”, el desafío de la convergencia solidaria habrá de enunciarse en primera persona, desde el singular al plural.
* Antropóloga UNR.
Fuente: Página/12
Edición de 7 de marzo de 2012
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