La disputa por el sentido no se da solo en
torno a la veracidad y calidad de la información, la versatilidad a la hora de
argumentar, y la sistematicidad de las ideologías. Todo ello es muy importante,
pero opera sobre el trasfondo de una historia cultural cuyo arraigo puede ser
muy profundo. Esa historia cultural va conformando un imaginario social, que
nunca es unívoco y expresa hondas contradicciones. En ese plano de la vida
colectiva se consolidan o se erosionan convicciones, y se estimulan
sensibilidades diversas. La dimensión de los sentimientos es muy fuerte, y se
anuda a los valores que incorporamos y recreamos en la vida en común. Lo que se
medita y pondera, de manera sistemática o no, va junto a lo que se siente “en
las entrañas”, aquello que nos apasiona o nos deja fríos. Razón y prejuicio
conviven, muchas veces sin beneficio de inventario.
Este plano puede conocerse y estudiarse, lo
cual resulta muy necesario en la lucha política y social que hoy se vive en la
Argentina. En el choque de argumentaciones, el “triunfo de la Razón” parece
estar ausente y no se arriba a síntesis. En parte ello es así porque se
desconoce o subestima la dimensión de los valores y convicciones. Nos seduce o
persuade aquello que a priori parece coincidir con los valores que se sustenta.
Aquí no nos referimos a esos discursos superficiales que a veces de manera
ingenua y otras veces de modo malicioso, apelan a los “altos valores” que
supuestamente nos comprometen a todos. Hablamos de aquello que nos coloca en un
lado de la trinchera. Estamos con la igualdad o no. Nos moviliza la
reivindicación colectiva o nos convence la superioridad de unos y la inferioridad
de otros. En la vida política eventualmente hay que generar consensos,
articular diferencias, convocar a moros y a cristianos. Pero en la lucha ideológica
no vale la pena engañarse: la fractura es muy profunda y el antagonismo es
estimulado cotidianamente por la ideología de la dominación.
Allí se encuentra una raíz del éxito de las
argumentaciones banales que se reproducen día a día a través de los monopolios
de la comunicación audiovisual y del discurso oligárquico. Van derecho al lecho
profundo de prejuicios y rechazo visceral al otro que conforma una cara del
imaginario colectivo. Eso se percibe también cuando, en el intercambio con compatriotas
que sostienen al gobierno de Cambiemos, retroceden ante argumentaciones que dan
cuenta de la magnitud del desastre económico y social. Pero no entregan el
núcleo íntimo de su convicción.
No es una fatalidad insalvable, pero sí un
plano muy raizal de la disputa política actual. El sustrato del proyecto
nacional-popular, la solvencia de las argumentaciones, la densidad de la
propuesta ideológica, se sostienen también en convicciones, que habitan
asimismo el imaginario colectivo en árida disputa con los prejuicios y los
valores de la dominación. La soberanía y la igualdad no son de los menos
importantes. Son valores irrenunciables, y si faltan o se debilitan, también
pasa lo mismo con las construcciones políticas o ideológicas que quieran
erigirse para contraponerlas a la hegemonía oligárquica. No se trata de un
sectarismo ideológico, sino del basamento de una política. La apertura a las
diferencias y la conducción de un conjunto no idéntico de intereses no nace del
eclecticismo ni del escepticismo. Comprender las razones del otro e
interpelarlo no suponen neutralidad ni equidistancia en la secular disputa
entre igualdad y desigualdad, entre soberanía o dependencia. Para desarmar la
trama de la dominación no alcanza con responder las mentiras que se vierten a
repetición. Hay que ir a la raíz profunda de los sentimientos y las
convicciones que nos unen o nos separan.
Germán Ibañez
Muy bueno Germán coincido en todo con tu nota. Permitime que te la robe para publicar. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias
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