viernes, 1 de febrero de 2019

Economía y cultura


Es tan grande la debacle producida por la política económica del gobierno oligárquico argentino, que cabe la pregunta de por qué no redunda tal situación en un descrédito completo del actual elenco gubernamental. Por cierto, que prácticamente cualquier sondeo de opinión hoy día pone de relieve la preocupación y escepticismo de una parte sustancial de la ciudadanía argentina frente al panorama económico. Y que merced a ello, ha crecido el rechazo a la figura presidencial y aún la decepción de votantes de Cambiemos. Pero ello no implica un derrumbe inminente del gobierno oligárquico, y el año electoral en curso reserva aún variadas incógnitas.
¿Será que importan también otras cosas? Evidentemente. Volviendo al mecanismo de los sondeos de opinión, estos pueden mostrar una suerte de ranking simplificado, pero no necesariamente amañado, de temas que “preocupan”. Y así suele aparecer la inseguridad, la corrupción, la salud, etc., en orden variable. Son herramientas para establecer un diagnóstico sociológico, para operar políticamente, para manipular, depende el uso de los actores que los instrumentan y la calidad técnica de la encuesta, así como el contexto político inmediato. En todo caso, insistimos: hoy día la preocupación económica crece, pese a las previsibles maniobras del gobierno por tergiversar el diagnóstico sobre la marcha del país, y adjudicar el deterioro económico a variados factores, con especial predilección por la figura de la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Aunque es de suma importancia el combate cotidiano entre la información veraz y la manipulación política, nos interesa ahora ir a otro plano, de más largo aliento, en el terreno de las configuraciones culturales que sobreviven largo tiempo. A fin de cuentas, la querella cotidiana no opera en el vacío, sino en una historia cultural concreta. De lo contrario, el factor económico actuaría con la inmediatez de un dispositivo explosivo.
La ponderación de un estado de situación se hace con arreglo a una escala de valores, pues la economía no es solo suma y resta, sino construcción de sentido. Y la escala de valores es la que impone la oligarquía. Sí, la expresión es “imponer”. Que otra cosa que imposición es la historia de persecuciones, violencias y descrédito que han sufrido los hombres y mujeres de los movimientos populares argentinos a lo largo de la historia. Y es imposición porque su sentido profundo, más allá de las formas, es asegurar el establecimiento de un determinado orden societario.
El éxito o el fracaso económico se “miden” en relación a un orden social, a una jerarquía clasista. En las etapas de ascenso del movimiento nacional-popular, en los años ’40 del siglo XX, o a partir de los primeros años del siglo XXI, el reparto de los ingresos resultantes de la expansión económica alcanzó a la mayoría de la comunidad nacional. Aun así, numerosos sectores, objetivamente beneficiados, se sintieron “agraviados” y colaboraron en la cancelación de dichas experiencias políticas. ¿Por qué?
Numerosos observadores, comenzando por el viejo Jauretche, señalaron que lo que “dolía” a esos sectores no era el hostigamiento económico (no verificado) por parte de los gobiernos populares, sino el “acortamiento” de las brechas sociales. Es que el orden social importa. Pero no se trata de un orden cualesquiera, sino uno jalonado de asimetrías, de desigualdades, de violencias, de privaciones para unos y privilegios para otros. El ascenso de “los de abajo” altera ese orden. No necesariamente afecta los ingresos o los monopolios alcanzados por “los de arriba”, pero sí produce una crisis de deferencia. El que está abajo, debe permanecer abajo, y cualquier “escalera” (laboral, educativa o política) es peligrosa y se busca desmontarla.
Se trata de una configuración cultural muy antigua, pues su raíz no se remonta a la oposición oligárquica a los movimientos populares del siglo XX y XXI, sino que hay que buscarla en la sociedad colonial. Es entonces cuando se estableció un patrón señorial que determina quién manda y quién obedece y que asocia la estabilidad del orden al congelamiento de las jerarquías entre las clases y grupos sociales. La burguesía argentina gusta de presumir de modernidad, pero parece añorar el tiempo de conquistadores, encomenderos y virreyes.
Las movilizaciones populares, y los proyectos políticos asentados en ellas, han fincado a su vez la estabilidad y ponderación del orden social en la justicia redistributiva y en la ampliación de la esfera democrática de la vida colectiva. Es decir, en ese caso el “orden” no está atado a las jerarquías inconmovibles, sino vinculado dinámicamente a la justicia y a la igualdad.
Es por ello, que la importancia del factor económico no se sopesa en un gabinete aséptico repleto de estadísticas, sino en el trajinado escenario de las diputas culturales y políticas de la Argentina. Con arreglo a una escala de valores que legitima la desigualdad y abjura de los intentos de superarla vía política es que cobran verisimilitud argumentaciones como las que venimos padeciendo desde hace tres años, desde las usinas gubernamentales. La mayoría no resiste el menor análisis, pero su fortaleza no está en sus virtudes expresivas intrínsecas, sino en su anudamiento con una historia de degradación cultural. La querella igualdad versus desigualdad es antigua y, en los momentos críticos, vale más que cualquier encuesta.
Germán Ibañez

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