Es tan grande la debacle
producida por la política económica del gobierno oligárquico argentino, que
cabe la pregunta de por qué no redunda tal situación en un descrédito completo
del actual elenco gubernamental. Por cierto, que prácticamente cualquier sondeo
de opinión hoy día pone de relieve la preocupación y escepticismo de una parte
sustancial de la ciudadanía argentina frente al panorama económico. Y que
merced a ello, ha crecido el rechazo a la figura presidencial y aún la decepción
de votantes de Cambiemos. Pero ello no implica un derrumbe inminente del
gobierno oligárquico, y el año electoral en curso reserva aún variadas
incógnitas.
¿Será que importan también
otras cosas? Evidentemente. Volviendo al mecanismo de los sondeos de opinión,
estos pueden mostrar una suerte de ranking simplificado, pero no necesariamente
amañado, de temas que “preocupan”. Y así suele aparecer la inseguridad, la
corrupción, la salud, etc., en orden variable. Son herramientas para establecer
un diagnóstico sociológico, para operar políticamente, para manipular, depende
el uso de los actores que los instrumentan y la calidad técnica de la encuesta,
así como el contexto político inmediato. En todo caso, insistimos: hoy día la
preocupación económica crece, pese a las previsibles maniobras del gobierno por
tergiversar el diagnóstico sobre la marcha del país, y adjudicar el deterioro
económico a variados factores, con especial predilección por la figura de la ex
Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Aunque es de suma importancia
el combate cotidiano entre la información veraz y la manipulación política, nos
interesa ahora ir a otro plano, de más largo aliento, en el terreno de las
configuraciones culturales que sobreviven largo tiempo. A fin de cuentas, la
querella cotidiana no opera en el vacío, sino en una historia cultural
concreta. De lo contrario, el factor económico actuaría con la inmediatez de un
dispositivo explosivo.
La ponderación de un estado de
situación se hace con arreglo a una escala de valores, pues la economía no es
solo suma y resta, sino construcción de sentido. Y la escala de valores es la
que impone la oligarquía. Sí, la expresión es “imponer”. Que otra cosa que
imposición es la historia de persecuciones, violencias y descrédito que han
sufrido los hombres y mujeres de los movimientos populares argentinos a lo
largo de la historia. Y es imposición porque su sentido profundo, más allá de
las formas, es asegurar el establecimiento de un determinado orden societario.
El éxito o el fracaso
económico se “miden” en relación a un orden social, a una jerarquía clasista. En
las etapas de ascenso del movimiento nacional-popular, en los años ’40 del
siglo XX, o a partir de los primeros años del siglo XXI, el reparto de los ingresos
resultantes de la expansión económica alcanzó a la mayoría de la comunidad
nacional. Aun así, numerosos sectores, objetivamente beneficiados, se sintieron
“agraviados” y colaboraron en la cancelación de dichas experiencias políticas. ¿Por
qué?
Numerosos observadores,
comenzando por el viejo Jauretche, señalaron que lo que “dolía” a esos sectores
no era el hostigamiento económico (no verificado) por parte de los gobiernos
populares, sino el “acortamiento” de las brechas sociales. Es que el orden
social importa. Pero no se trata de un orden cualesquiera, sino uno jalonado de
asimetrías, de desigualdades, de violencias, de privaciones para unos y
privilegios para otros. El ascenso de “los de abajo” altera ese orden. No
necesariamente afecta los ingresos o los monopolios alcanzados por “los de
arriba”, pero sí produce una crisis de deferencia. El que está abajo, debe permanecer abajo, y cualquier “escalera”
(laboral, educativa o política) es peligrosa y se busca desmontarla.
Se trata de una configuración
cultural muy antigua, pues su raíz no se remonta a la oposición oligárquica a
los movimientos populares del siglo XX y XXI, sino que hay que buscarla en la
sociedad colonial. Es entonces cuando se estableció un patrón señorial que
determina quién manda y quién obedece y que asocia la estabilidad del orden al
congelamiento de las jerarquías entre las clases y grupos sociales. La burguesía
argentina gusta de presumir de modernidad, pero parece añorar el tiempo de
conquistadores, encomenderos y virreyes.
Las movilizaciones populares,
y los proyectos políticos asentados en ellas, han fincado a su vez la
estabilidad y ponderación del orden social en la justicia redistributiva y en
la ampliación de la esfera democrática de la vida colectiva. Es decir, en ese
caso el “orden” no está atado a las jerarquías inconmovibles, sino vinculado
dinámicamente a la justicia y a la igualdad.
Es por ello, que la
importancia del factor económico no se sopesa en un gabinete aséptico repleto
de estadísticas, sino en el trajinado escenario de las diputas culturales y
políticas de la Argentina. Con arreglo a una escala de valores que legitima la
desigualdad y abjura de los intentos de superarla vía política es que cobran verisimilitud argumentaciones como las que
venimos padeciendo desde hace tres años, desde las usinas gubernamentales. La
mayoría no resiste el menor análisis, pero su fortaleza no está en sus virtudes
expresivas intrínsecas, sino en su anudamiento con una historia de degradación
cultural. La querella igualdad versus desigualdad es antigua y, en los momentos
críticos, vale más que cualquier encuesta.
Germán Ibañez
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