martes, 12 de febrero de 2019

Manuel Ugarte, antiimperialismo y democracia


La actual avanzada imperialista sobre la República Bolivariana de Venezuela tiene como excusa la “democracia”. No es una novedad, pues la manipulación de la idea democrática es una habitual bandera del intervencionismo estadounidense, en varias regiones del globo. Lo cierto es que los regímenes políticos de los países que tienen la desgracia de caer bajo la mirada de los gobiernos de Estados Unidos son diversos. En el caso de la Venezuela de Maduro, no hay ningún índice objetivo que permita dudar de la calidad democrática del régimen imperante. Pero lógicamente, esto no es algo que pueda disuadir la intentona golpista, porque de manera subyacente se verifican las cuestiones que realmente interesan al imperio, y que se manifiestan recurrentemente en el largo historial de agresiones contra los pueblos.
Una de esas cuestiones, que Estados Unidos no siempre tiene la habilidad (o el deseo) de ocultar es la existencia en el territorio agredido de recursos económicos estratégicos. Es el caso del petróleo. Pero otro asunto fundamental es la independencia y autodeterminación del país en cuestión. El no alineamiento automático con los dictados del Norte, y la búsqueda de una estrategia autonómica de inserción y despliegue internacional; esa fue suprema herejía de la Revolución Bolivariana en los tiempos de Chávez. La lucha por la autodeterminación es el terreno primordial de la puja por construir un orden mundial más igualitario, y es también el escenario concreto de la democracia posible. De allí los ingentes esfuerzos para tergiversar esta problemática, para “secuestrar” la cuestión democrática y disociarla de la autodeterminación nacional. Cuando el paradigma imperialista de la democracia se impone, no importa cual partido gobierna un país ni la calidad institucional, pues las decisiones estratégicas, aquellas que deberían ser emanación de la soberanía popular, se toman realmente en el Norte, en ámbitos opacos y blindados a la voluntad de los pueblos.
Para reflexionar sobre esto, resulta de suma importancia el rescate del pensamiento de Manuel Ugarte, intelectual argentino que en las primeras décadas del siglo XX estableció con suma precisión la relación entre autodeterminación y democracia. Ugarte fue expresión de una tradición socialista y nacionalista latinoamericana, muy débil aún en los primeros tramos del siglo XX, que comienza a desmarcarse de una simple imitación del ideario socialista europeo en pos de una reflexión propia, asentada en el conocimiento de la historia y la realidad del continente. Ese camino original, como el que emprenderá también el peruano José Carlos Mariátegui, llevará a Ugarte a preocuparse por la raíz nacional de una política emancipadora. No bastaba con estar a tono con las ideas progresistas de su tiempo, sino que era necesario superar cualquier cosmopolitismo para integrar las enseñanzas que pudieran derivarse de la experiencia internacional con las necesidades concretas de los países latinoamericanos.
Ugarte representa una generación intelectual que transita una escenario internacional y de importante intercambio cultural, como fue la generación del 900, a la que supo rendir homenaje. Pero esa experiencia internacional aporta insumos para fortalecer una búsqueda que es profundamente nacional. Por esa vía se va destilando la aleación entre modernismo, socialismo, nacionalismo latinoamericano; y no resulta curioso que, siguiendo ese camino, Ugarte llegara a la reivindicación de Bolívar.
Especialmente relevante para lo que nos interesa es la concepción de patriotismo latinoamericanista que va construyendo Ugarte, su afirmación de la cuestión nacional. Esto lo llevará a chocar con sus camaradas del socialismo argentino, posicionados en un paradigma cosmopolita, y finalmente a abandonar el Partido Socialista. Se va afirmando en Ugarte una concepción nacionalista, sustentada en la centralidad de la autodeterminación nacional para cualquier política posible e imaginable en esas coordenadas históricas. El nacionalismo de Ugarte explícitamente abjuraba del nacionalismo expansionista de los países imperialistas. Y mantenía una vocación de reivindicación social al anudar la defensa de los países oprimidos con la defensa de los “débiles” y explotados al interior de la comunidad nacional. Del mismo modo, el campo de extensión de la construcción nacional se extendía al conjunto de Latinoamérica, trascendiendo las fronteras de los países.
Ugarte se posiciona como un intelectual moderno, y le presta toda su atención a las campañas ideológicas y a la disputa por la opinión pública del continente. En ese plan, desarrolla una gira latinoamericanista en 1910, y expone sus ideas en una serie de libros como El porvenir de la América Española, Mi campaña hispanoamericana, o El destino de un continente. Su pensamiento va desarrollando lo que, siguiendo a Jauretche, podríamos llamar una posición nacional. En ella se conjugan el ideal de un socialismo que debe ser nacional o no es tal, la reivindicación de un revisionismo histórico, la promoción del nacionalismo económico y la industrialización, la afirmación principista de la democracia y la soberanía popular.
El ideal latinoamericanista se afirmaba en una historia compartida, que Ugarte se ocupaba de resaltar, y en el protagonismo a lo largo del tiempo, de las masas populares. Así, Ugarte destacará el rol de los caudillos populares en el siglo XIX, y de manera perspicaz postulará un vínculo profundo entre el carácter emancipador de las luchas populares latinoamericanas y las causas progresistas en otras regiones del mundo. Así dirá de las montoneras: “Esos gauchos bravos habían nacido en momentos en que Europa ardía en la llama de la Revolución y a medio siglo de distancia, con las modificaciones fundamentales que imponía la atmósfera, sintetizaban de una manera confusa en el Mundo Nuevo el esfuerzo de los de abajo contra los de arriba. No eran instrumento de la barbarie. Eran producto de una democracia tumultuosa en pugna con los grupos directores”.  Este es un primer elemento fundamental: la democracia se vincula con “los de abajo”, la participación popular aún tumultuaria, el ideal de igualdad.
El otro elemento fundamental es la autodeterminación económica. Ugarte era firme partidario de la industrialización. En 1916 dirá: “La Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos”. Pero el campo de la afirmación económica no se circunscribirá al interior de los países, sino que se concretará en la unidad del continente. Ugarte partía de la convicción de que la escala realmente viable del desarrollo económico era el conjunto del continente y no podía confinarse al interior del mercado de cada país. Y tenía plena conciencia de que una proyección de tal calibre, encontraría una enconada oposición en los intereses imperialistas de los Estados Unidos. De allí que no pudiera disociarse autodeterminación de antiimperialismo, ni tampoco democracia de movilización popular.
Ese es el paradigma latinoamericanista de la democracia, nacionalismo que no se encierra en sí mismo, sino que es solidario con todas las causas liberadoras del mundo. Resulta evidente que un ideal así rebasa el institucionalismo y cualquier concepción puramente procedimental de la democracia, y se desborda en una dimensión utópica. Ugarte no pensaba otra cosa: “La democracia es una fuerza activa, viviente, creadora, reformadora, revolucionaria, que hasta hoy estuvo helada en los textos y dormida en los comités. Esa fuerza hay que llevarla a las calles, a las leyes, a la realidad futura de la colectividad. Porque la función de la democracia no es ornamentar debates, ni reclutar tropas para salvar a la oligarquía, sino combatir el privilegio, forjando modalidades nuevas, para hacer, con hombres nuevos, una vida nueva”. Que así sea.

Germán Ibañez

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