En
los últimos años, hemos asistido a la crisis del ciclo nacional-popular
sudamericano, que había eclosionado en la década de 1990 con la emergencia del
chavismo en Venezuela. Pronto se sumaron los procesos populares en Brasil,
Argentina, Ecuador, Bolivia, Uruguay. Podría agregarse el intento, rápidamente
frustrado, del Paraguay de Lugo. Cada expresión nacional tuvo por supuesto
características únicas, propias de las circunstancias e historias concretas de los
países. Pero también hubo factores comunes a todas las experiencias. Uno de
esos factores es la crisis política del neoliberalismo; proyecto societario
que, hasta bien entrada la década de 1990, reinaba sin competidores importantes
a la vista. Es necesario aclarar, de todas formas, que importantes países de la
región, de manera muy destacada Colombia, las características de la crisis
política fueron muy diferentes; y en todo caso no del grado suficiente como
para tumbar administraciones gubernamentales de signo neoliberal o avistar la
aparición de fuerzas contestatarias con la fuerza necesaria para plantarse como
alternativas de gobierno. En los países sudamericanos en que sí se verificó la
crisis política del neoliberalismo podemos advertir algunos aspectos similares.
Se produjeron procesos (variables en su radicalismo de país en país) de
movilización popular frente al “fracaso” económico de la receta neoliberal.
Pero esta expresión, repetida muchas veces para impugnar al neoliberalismo en
sus consecuencias regresivas en lo económico y social, puede ser equívoca.
¿Fracaso para quién? Evidentemente no fue un fracaso para las corporaciones
extranjeras y las oligarquías locales, que se fortalecieron durante los años de
auge del neoliberalismo. Aquello que era repetido hasta el hartazgo por la
propaganda de los gobiernos oligárquicos y los medios monopólicos de
comunicación, por ejemplo el objetivo de consolidar prósperas y modernas “economías
de mercado”, clarísimamente no se cumplió. ¿Pero era ese el objetivo
estratégico? Más correcto sería decir que el objetivo estratégico de las
oligarquías es profundizar el control monopólico de los recursos económicos
fundamentales, concentrar el ingreso en la cúspide de la pirámide social,
cristalizar la asociación (asimétrica y subordinada) con la burguesía
financiera trasnacional, y reforzar la dominación política y social sobre las
poblaciones, “desintegrando” los entramados estructurales de las clases
populares así como sus organizaciones gremiales y políticas. Esto último es
especialmente importante porque el neoliberalismo no es una receta económica;
es un proyecto de poder y dominación.
En
ningún caso la contestación social fue suficiente para precipitar la crisis
política del neoliberalismo. Fue necesaria la emergencia de proyectos políticos
anti neoliberales que, más allá de los soportes organizativos y partidarios, y
las diversas coaliciones electorales que se construyeron, estuvieron comandados
por una serie de líderes políticos de rasgos excepcionales. Las derechas
neoliberales y ciertos progresismos disociados de posturas reales de centro
izquierda, vieron en esto un nuevo avatar del “personalismo” latinoamericano. Con
lo cual han querido nublar la comprensión de que el ascenso de líderes de la
talla de Lula, Evo, Chávez, Néstor o Cristina, son el resultado de un largo y
complejo proceso de selección política. En la construcción de sentido de las
oligarquías, las biografías maliciosas reemplazan el estudio concreto de la
experiencia política popular. A través de esos liderazgos políticos y la
sinergia con las fuerzas populares que los respaldaron, se estableció una
agenda política regional, que apuntó al desarrollo económico, a la distribución
progresista de la riqueza, a la integración regional, y a un horizonte de mayor
autodeterminación de los países del Sur. Todas estas cuestiones medulares son
antagónicas con el proyecto neoliberal. De allí que solo pudo establecerse ese
horizonte, en la medida en que se producía una crisis de la hegemonía política
del neoliberalismo.
Sin
embargo, la nueva hegemonía política, la del horizonte post neoliberal o
nacional-popular, comenzó a toparse con dificultades poco después de una década
de despliegue. Y finalmente, entró a su vez en crisis. En su momento, en la
primera mitad de la década de 1950, el “colorado” Jorge Abelardo Ramos planteó
que la hegemonía política es transitoria por definición. Tenía el ojo puesto en
la experiencia entonces en curso del primer peronismo, y su reflexión iba en el
sentido de que sin desarmar los contrafuertes ideológicos y culturales de la
dominación oligárquica, la restauración conservadora era una amenaza permanente,
pese a los indudables éxitos sociales de la política nacional-popular. A esta
línea de reflexión podríamos añadir que los contrafuertes “económicos” de las
oligarquías son igualmente importantes para entender la crisis del ciclo
nacional-popular. Las políticas de desarrollo de los años pasados, no pudieron
construir una base estable para sostener en el tiempo una coalición de
productores nacionales que pudiera disputar la escena económica, cultural y
política a las oligarquías. No se tuerce la dinámica del capitalismo periférico
y dependiente de manera fácil o en pocos años. Lo que se sufrió es una derrota
política que no es resultado de los errores incidentales de los líderes, ni de
las inconsistencias de la construcción política popular (aunque no es un tema
para descartar) sino que constituye una contrarrevolución burguesa y
oligárquica.
Ahora
bien, a poco andar de la restauración conservadora ya se advierten signos de dificultades
para ella también. Es que la “receta” vuelve a fallar. O mejor dicho, que los
objetivos que declaman (controlar la inflación, mejorar la calidad
institucional) no es lo que se busca. Y lo que la oligarquía realmente busca (por
ejemplo hacer caer los salarios y la ocupación y consolidar el retroceso en
derechos sociales) no puede sino generar tormentas sociales, dada la
experiencia de los años anteriores. Y es que esa experiencia se convierte en un
activo para precipitar una nueva crisis de la hegemonía política neoliberal.
Ellos lo saben, y el escenario que se prepara con el respaldo estadounidense,
es el de la gestión a través del conflicto. Para eso se afinan y preparan las herramientas
jurídicas y represivas de la dominación oligárquica. Que la crisis de la
hegemonía política puede prolongarse largamente, lo sabemos y basta para eso
mirar la realidad de Colombia, Perú o México. Salir de la encerrona, con la
sinergia posible de movilización social, articulación política y liderazgos
probados, no es una base endeble ni algo para desdeñar.
Germán Ibañez
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