miércoles, 21 de febrero de 2018

La hegemonía política del neoliberalismo y su posible crisis


En los últimos años, hemos asistido a la crisis del ciclo nacional-popular sudamericano, que había eclosionado en la década de 1990 con la emergencia del chavismo en Venezuela. Pronto se sumaron los procesos populares en Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Uruguay. Podría agregarse el intento, rápidamente frustrado, del Paraguay de Lugo. Cada expresión nacional tuvo por supuesto características únicas, propias de las circunstancias e historias concretas de los países. Pero también hubo factores comunes a todas las experiencias. Uno de esos factores es la crisis política del neoliberalismo; proyecto societario que, hasta bien entrada la década de 1990, reinaba sin competidores importantes a la vista. Es necesario aclarar, de todas formas, que importantes países de la región, de manera muy destacada Colombia, las características de la crisis política fueron muy diferentes; y en todo caso no del grado suficiente como para tumbar administraciones gubernamentales de signo neoliberal o avistar la aparición de fuerzas contestatarias con la fuerza necesaria para plantarse como alternativas de gobierno. En los países sudamericanos en que sí se verificó la crisis política del neoliberalismo podemos advertir algunos aspectos similares. Se produjeron procesos (variables en su radicalismo de país en país) de movilización popular frente al “fracaso” económico de la receta neoliberal. Pero esta expresión, repetida muchas veces para impugnar al neoliberalismo en sus consecuencias regresivas en lo económico y social, puede ser equívoca. ¿Fracaso para quién? Evidentemente no fue un fracaso para las corporaciones extranjeras y las oligarquías locales, que se fortalecieron durante los años de auge del neoliberalismo. Aquello que era repetido hasta el hartazgo por la propaganda de los gobiernos oligárquicos y los medios monopólicos de comunicación, por ejemplo el objetivo de consolidar prósperas y modernas “economías de mercado”, clarísimamente no se cumplió. ¿Pero era ese el objetivo estratégico? Más correcto sería decir que el objetivo estratégico de las oligarquías es profundizar el control monopólico de los recursos económicos fundamentales, concentrar el ingreso en la cúspide de la pirámide social, cristalizar la asociación (asimétrica y subordinada) con la burguesía financiera trasnacional, y reforzar la dominación política y social sobre las poblaciones, “desintegrando” los entramados estructurales de las clases populares así como sus organizaciones gremiales y políticas. Esto último es especialmente importante porque el neoliberalismo no es una receta económica; es un proyecto de poder y dominación.

En ningún caso la contestación social fue suficiente para precipitar la crisis política del neoliberalismo. Fue necesaria la emergencia de proyectos políticos anti neoliberales que, más allá de los soportes organizativos y partidarios, y las diversas coaliciones electorales que se construyeron, estuvieron comandados por una serie de líderes políticos de rasgos excepcionales. Las derechas neoliberales y ciertos progresismos disociados de posturas reales de centro izquierda, vieron en esto un nuevo avatar del “personalismo” latinoamericano. Con lo cual han querido nublar la comprensión de que el ascenso de líderes de la talla de Lula, Evo, Chávez, Néstor o Cristina, son el resultado de un largo y complejo proceso de selección política. En la construcción de sentido de las oligarquías, las biografías maliciosas reemplazan el estudio concreto de la experiencia política popular. A través de esos liderazgos políticos y la sinergia con las fuerzas populares que los respaldaron, se estableció una agenda política regional, que apuntó al desarrollo económico, a la distribución progresista de la riqueza, a la integración regional, y a un horizonte de mayor autodeterminación de los países del Sur. Todas estas cuestiones medulares son antagónicas con el proyecto neoliberal. De allí que solo pudo establecerse ese horizonte, en la medida en que se producía una crisis de la hegemonía política del neoliberalismo.

Sin embargo, la nueva hegemonía política, la del horizonte post neoliberal o nacional-popular, comenzó a toparse con dificultades poco después de una década de despliegue. Y finalmente, entró a su vez en crisis. En su momento, en la primera mitad de la década de 1950, el “colorado” Jorge Abelardo Ramos planteó que la hegemonía política es transitoria por definición. Tenía el ojo puesto en la experiencia entonces en curso del primer peronismo, y su reflexión iba en el sentido de que sin desarmar los contrafuertes ideológicos y culturales de la dominación oligárquica, la restauración conservadora era una amenaza permanente, pese a los indudables éxitos sociales de la política nacional-popular. A esta línea de reflexión podríamos añadir que los contrafuertes “económicos” de las oligarquías son igualmente importantes para entender la crisis del ciclo nacional-popular. Las políticas de desarrollo de los años pasados, no pudieron construir una base estable para sostener en el tiempo una coalición de productores nacionales que pudiera disputar la escena económica, cultural y política a las oligarquías. No se tuerce la dinámica del capitalismo periférico y dependiente de manera fácil o en pocos años. Lo que se sufrió es una derrota política que no es resultado de los errores incidentales de los líderes, ni de las inconsistencias de la construcción política popular (aunque no es un tema para descartar) sino que constituye una contrarrevolución burguesa y oligárquica.

Ahora bien, a poco andar de la restauración conservadora ya se advierten signos de dificultades para ella también. Es que la “receta” vuelve a fallar. O mejor dicho, que los objetivos que declaman (controlar la inflación, mejorar la calidad institucional) no es lo que se busca. Y lo que la oligarquía realmente busca (por ejemplo hacer caer los salarios y la ocupación y consolidar el retroceso en derechos sociales) no puede sino generar tormentas sociales, dada la experiencia de los años anteriores. Y es que esa experiencia se convierte en un activo para precipitar una nueva crisis de la hegemonía política neoliberal. Ellos lo saben, y el escenario que se prepara con el respaldo estadounidense, es el de la gestión a través del conflicto. Para eso se afinan y preparan las herramientas jurídicas y represivas de la dominación oligárquica. Que la crisis de la hegemonía política puede prolongarse largamente, lo sabemos y basta para eso mirar la realidad de Colombia, Perú o México. Salir de la encerrona, con la sinergia posible de movilización social, articulación política y liderazgos probados, no es una base endeble ni algo para desdeñar.

 

Germán Ibañez

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