De la mano de
la política oligárquica del actual gobierno nacional se verifica un
recrudecimiento de la persecución política, ideológica y judicial, que vienen
sufriendo extendidos segmentos de lo que, por comodidad, podríamos llamar
“oposición” al macrismo. Ahora, esos ataques gubernamentales se orientan
claramente hacia las organizaciones gremiales de los trabajadores (en la jerga
oficialista: las mafias sindicales). Esto no solo por motivos coyunturales (las
áridas discusiones paritarias), sino por cuestiones estratégicas para el
proyecto derechista en el gobierno.
En ese plano,
se desnuda completamente la falacia modernizante que esgrime el macrismo, y
asoma a la superficie el carácter señorial-oligárquico de la política en curso.
El discurso modernizante está presente desde siempre en las distintas
cristalizaciones históricas de la dominación oligárquica en la Argentina. Pero
en la realidad de los hechos, la “modernización” siempre se detuvo allí donde
se afectaba los intereses señoriales largamente imbricados con la
transformación capitalista extrovertida y dependiente. Por eso, la explotación
de la mano de obra rural sigue siendo uno de los nudos del abuso patronal y aún
de las rémoras de formas de trabajo forzado o no remunerado.
La emergencia
de movimientos campesinos, sindicales y políticos de las clases trabajadoras en
todo el mundo también es expresión de una modernidad, vista desde abajo y desde
el Sur. A menos que se considere que la modernidad se reduce a los planes “sugeridos”
(impuestos) por el FMI y los foros empresariales pro globalización. El triunfo
de las fuerzas sociales, económicas y
políticas asociadas a lo que el FMI representa, exige la derrota de las clases
obreras, de los campesinos, y de los segmentos productivos y empresariales
vinculados a los mercados internos. En nuestro país lo hemos visto en el ’55,
en el ’76, en los ’90. Y nuevamente ahora.
En nuestro
país, por el peso y la centralidad adquirida por los sindicatos de trabajadores
urbanos en la década de 1940, el ataque antisindical es una forma recurrente de
las ofensivas oligárquicas. En otros países, la represión a los movimientos
campesinos y de trabajadores rurales representa, en esencia, lo mismo. Pero no
se ataca solamente a los asalariados, ni a sus organizaciones gremiales, sino
que a través de esa ofensiva antisindical, se busca el aplastamiento de todo el
conglomerado policlasista mercado-internista, competidor de las clases
oligárquicas cada vez que se abre una ventana histórica. El nudo de esa
competencia es el control del Estado.
La represión,
el ataque gubernamental, la persecución judicial, todas ellas son formas
privilegiadas y recurrentes de las ofensivas antisindicales. Pero no solamente
se trata de “acción directa”, sino también de una construcción hegemónica que
alimenta antiguos prejuicios antipopulares y que busca ahondar las
contradicciones internas del bloque popular. En primer término, el
debilitamiento o fragmentación de toda convergencia policlasista
mercado-internista. El control de la política es la herramienta primordial para
ello: estimulando la especulación y los circuitos financieros vinculados a la
burguesía trasnacional, o fomentando la producción interna y la protección del
trabajo local. En función de ello, ciertos segmentos de las clases propietarias
locales (la “burguesía nacional”, en el lenguaje de la mejor ensayística
política del siglo XX) se decantarán en una u otra dirección. Se acoplarán al
bloque oligárquico, sobreviviendo como clase social pero licuando activos y
debilitando su arraigo productivo; o confluirán en un bloque productivista
basado en la expansión del consumo popular y el crecimiento del mercado
interno. No se trata de libres y sesudas elecciones individuales, sino de
procesos vinculados a las luchas de clases, las disputas por la dirección de la
política económica, y los “vaivenes” del mercado mundial (la lucha de clases a
escala global).
En segundo
término, se trata de debilitar al máximo a las propias expresiones gremiales y
políticas de los asalariados. De “trabajar” sus contradicciones internas con
vistas al triunfo del faccionalismo y la desunión permanente. En ese terreno,
el ataque a las llamadas “mafias” sindicales adquiere todo su sentido
claramente pro oligárquico. No hay que confundir la profunda tradición
histórica, crítica y antiburocrática, que emerge en ciertos recodos álgidos de
las luchas populares argentinas (el proyecto de la CGT de los Argentinos, por
ejemplo); y que en todo caso es un rico pliegue interno de la Historia de las
clases populares, con las operaciones ideológicas de la derecha política y
mediática. En esas operaciones conservadoras se revela no solo la vieja lógica
del “divide y reinarás”, sino también su carácter señorial y oligárquico: los
trabajadores deben obedecer, los espacios laborales son de pura productividad.
Una productividad cuya dirección y ritmo fija solo la parte empleadora, sin
atisbo de negociación alguna. Y aclarando que acá debemos leer productividad,
en el reducídisimo sentido de incremento del esfuerzo de los trabajadores por
menos remuneración.
Por supuesto,
las contradicciones en el campo de los trabajadores y del pueblo son reales, y
condicionan el despliegue de los proyectos políticos de raíz popular. Esas
contradicciones tienen su historia también. Por ejemplo, en el terreno
específicamente sindical, la tensión entre una orientación confrontativa y la
búsqueda de escenarios de negociación es permanente. Las fuerzas que se
disputan la arena contemporánea están hegemonizadas por la burguesía trasnacional,
verdadera mandante de la oligarquía argentina. Y en ese sentido, la apelación
al Estado, al rol arbitral que debería sostener (si es verdaderamente un Estado
“moderno”) y la búsqueda de interlocutores con los cuales se pueda dialogar, es
una práctica que aparece en el repertorio de las organizaciones sindicales, aún
antes del ascenso del peronismo a mediados del siglo XX. Demonizarla per se,
puede ser expresión de un cierto voluntarismo. En el otro plano de la
contradicción, no solo se ha presentado históricamente la experiencia de los
ciclos combativos y de ascenso de la protesta obrera y popular, sino también la
participación de los trabajadores en movimientos políticos como el peronismo y
el kirchnerismo que operaron privilegiadamente en la disputa por el control del
Estado y la orientación de la política económica. Esa articulación, de lo
social y lo político, potenció siempre la convergencia policlasista de
orientación mercado-internista. Puede ser una clave hoy, frente al caos social
y económico generado por la política oligárquica.
Germán Ibañez
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