sábado, 10 de febrero de 2018

Los liderazgos populares


Hoy, como ayer, los líderes y estadistas populares de América Latina son objeto del ataque persistente de las derechas y oligarquías. Más allá de lo obvio, que es atacar al referente del adversario, importa detenerse un poco en algunos rasgos de esas persistentes campañas de descrédito.

Una clave recurrente se verifica en una cierta lectura culturalista, que quiere vincular lo latinoamericano y  su política con ciertos rasgos idiosincráticos que se atribuyen a las poblaciones locales. Es también una lectura clasista, porque serían específicamente los sectores populares aquellos portadores de una visión irracionalista y emocional de la política. Desde esa postura ideológica, las clases populares de estas regiones serían afectas a los personalismos, y depositarían su confianza en líderes carismáticos. Queda sin explicar la emergencia de los grandes liderazgos del siglo XX en Asia y África, a menos que la explicación idiosincrática se universalice, y entonces no sería una tara específicamente latinoamericana. ¿Y cómo enfocar desde ese ángulo a los eminentes líderes del mundo imperialista, de Woodrow Wilson a Churchill? Evidentemente hay liderazgos de “primera” y de “segunda”, coincidentes con la clasificación que hacen las burguesías imperialistas de aquellos países de “primera” y de “segunda”. Los británicos que se galvanizaron con Churchill serían más racionales que los argentinos que encumbraron a Perón. La explicación idiosincrática tiene su raíz en lo que Jauretche llamaba la zoncera madre: civilización o barbarie.

 En la medida en que el parte aguas es el colonialismo, “caen en la volteada” todos aquellos líderes que, en mayor o menor medida, representaron tendencias hacia la autodeterminación nacional o la autonomía de los pueblos sometidos y los países dependientes. Con el tiempo, se despliega una operación hegemónica paralela que es la “relectura” de algunos liderazgos del pasado. Relectura que expurga cuidadosamente cualquier rasgo anticolonialista, y ofrece edulcoradas biografías. Es lo que ha sucedido con destacados líderes anticolonialistas como Gandhi, convirtiendo así en una suerte de “gurú” espiritual a uno de los constructores de la independencia de la India. Lo mismo, aprovechan los límites con que a veces se topan los movimientos anticoloniales, cuando no logran acabar con los contrafuertes estratégicos de la dominación. Es lo que sucedió en Sudáfrica, que no logró salir de la órbita de las políticas neoliberales con el fin del Apartheid, y por eso un destacado líder anticolonial como Nelson Mandela es “reivindicado” por ciertas lecturas de derecha. Pero lo que se glorifica en esa lectura no es la talla inmensa y no deslucida de Mandela, sino la frustración de una fuerza política luchadora durante décadas, que desde el gobierno debió establecer gravosos compromisos y no logró desmontar la fortaleza económica de los descendientes de los colonizadores europeos.

Otra clave que aparece en reiteradas oportunidades es de carácter “intelectualista”. Pero arranca de un profundo prejuicio, que alimenta equívoco tras equívoco a lo largo de las décadas. Se confunde, interesadamente por cierto, las tradiciones letradas elitistas con la cultura en general. Los sectores populares serían ignorantes y por lo tanto, eligen “burros” o se dejan engañar. Lo cierto es que, un cuidadoso relevamiento de las biografías de muchos de los grandes líderes populares latinoamericanos nos mostraría una formación letrada y aún erudita. Y eso incluso si nos ciñéramos a una estrecha concepción de lo intelectual, como sinónimo de la formación letrada, especialmente humanista, de tal o cual persona. Pero desde Gramsci en adelante, sabemos que el fenómeno intelectual es mucho más que eso.

Puede tomarse el caso de Juan Perón, por ejemplo. Escribió mucho, sus piezas oratorias combinan resonancias del habla popular con referencias más librescas. La experiencia dramática del exilio supuso empero un contacto mucho más directo con los grandes problemas internacionales de su época. De ello dan cuenta sus libros, sus artículos circunstanciales para enorme cantidad de publicaciones, su correspondencia. La excelente biografía escrita por Norberto Galasso, nos revela un Perón atento a la lectura cotidiana de diarios y revistas políticas, con una rutina de escritura casi permanente, informado de los procesos revolucionarios del mundo dependiente, como la China de Mao por ejemplo. Eso solo nos mostraría un “intelectual” en el sentido más lineal del término. Pero más importante aún fue su rol intelectual en tanto dirigente político de masas. Construyó “ideas-fuerza”, que alimentaron el ideario de su movimiento y sirvieron para construir una mirada sobre el mundo y guiar la praxis de miles de militantes y simpatizantes a lo largo del tiempo. Es un ideario que guarda correspondencia con las líneas maestras del nacionalismo popular latinoamericano del siglo XX, aunque las referencias y las fuentes del pensamiento de Perón son muy variadas, como muestra el trabajo de Carlos Piñeyra Iñiguez. Aún así, los detractores de la figura de Perón, e incluso algunos adherentes, construyeron la figura de un político eminentemente pragmático, desinteresado de las cuestiones ideológicas.  

Otra operación omnipresente de las derechas políticas, mediáticas e intelectuales, es la construcción de una imagen de “venalidad” de los dirigentes populares. Las elites oligárquicas, afincadas en el crudo mundo de los negocios que quieren monopolizado solo por ellos y sus socios internacionales, encuentran grato el acusar a otros de aquello que practican cotidianamente. El núcleo duro de esa construcción es la “moralina” (Jorge Enea Spilimbergo), que agita como gran fantasma la corrupción. Una mirada descontextualizada sobre la corrupción que, al tiempo que alimenta patrañas varias, indemostrables aunque generen procesos judiciales. El foco se pone en la demonización del sujeto en cuestión, en base a presunciones, falsas acusaciones, y su relacionamiento arbitrario con episodios protagonizados por otros que, aunque puedan ser ciertos, no son prueba de un plan sistemático o de una asociación para cometer un ilícito. Mientras tanto, queda en un cono de sombra la conexión de la corrupción estructural con los programas económicos que apuntan al saqueo de lo público y a la concentración de la riqueza. Y se naturaliza la “opacidad” de lo privado, terreno de la ley de la selva donde nada es censurable, mientras que lo público queda sospechado y en el banquillo de los acusados. El ataque a los líderes y estadistas populares se combina con el ataque a lo público, justamente por la estrecha correlación que ha existido históricamente entre los movimientos populares al acceder al gobierno y la promoción de formas de economía pública y social, para alcanzar el objetivo de conciliar crecimiento económico con distribución progresista de la riqueza. En tanto los proyectos oligárquicos impulsan el privatismo y la monopolización de las llaves económicas de los países en manos de las elites. No es casual la persecución judicial y la estigmatización de referentes del kirchnerismo, al tiempo que se desguaza la capacidad del Estado argentino de incidir en el desarrollo, y se transfiere activos y recursos a los “privados” (cuando se dice privados, léase empresas monopólicas o testaferros de encumbrados agentes gubernamentales).

Lo hasta aquí reseñado, sin pretensiones de ser un abordaje exhaustivo, permite identificar las grandes líneas de la calumnia histórica contra los líderes populares. Desandar ese camino, requiere una crítica al colonialismo y al clasismo de las oligarquías latinoamericanas, a su pretensión de monopolizar el acceso a los recursos estratégicos a costa del bienestar de las mayorías. También a una mirada reduccionista de los procesos intelectuales, que los reducen a la tradición letrada conservadora, e inhiben el reconocimiento de los aportes de las culturas populares a la construcción de la democracia y la autodeterminación; aportes rescatados y sintetizados muchas veces por los líderes populares que supimos conseguir.

 

                                                                                Germán Ibañez

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