En los últimos
tiempos, las referencias a la “unidad del peronismo”, especialmente de cara a
las elecciones del año 2019, se han vuelta cada vez más frecuentes. También las
declaraciones de dirigentes al respecto, las reuniones (y convocatorias a
reuniones) para ello, y un cierto número de informaciones de diverso valor. No
es una completa novedad en la historia del peronismo, pues a lo largo de las
décadas, las divisiones internas, la competencia entre dirigentes, las luchas
de facciones, han sido frecuentes. Cuestión que por cierto no es privativa del
peronismo, sino que el más somero relevamiento de la experiencia nacional e
internacional nos mostraría numerosos ejemplos. En todo caso, cierto rasgo
distintivo del peronismo es la posibilidad siempre presente de la apelación a
la “identidad” política como puente (nunca dinamitado del todo) para las
“reunificaciones”, circunstanciales o no. Lo que en estas líneas nos
interesará, no serán las diferencias motivadas en contingencias más o menos
acotadas, propias de las disputas entre dirigentes por la primacía en la
dirección política o por espacios de poder. Nos concentraremos en lo que
entendemos, son una serie de cuestiones medulares que, en cierta medida,
también trascienden al peronismo de hoy e interpelan a otras formaciones partidarias,
porque están en el centro de la querella política nacional.
Una de esas
cuestiones es el posicionamiento con respecto de los gobiernos kirchneristas,
que se prolonga naturalmente en las especulaciones sobre el presente y futuro
del espacio político liderado por Cristina Fernández de Kirchner. Este es un
problema medular, no una cuestión circunstancial. Las divisiones o
desgajamientos de sectores peronistas con respecto a los gobiernos de Néstor y
Cristina se fueron produciendo a lo largo del tiempo a medida que se
profundizaba la disputa con distintas corporaciones económicas o sectores de la
oligarquía. Los gobiernos kirchneristas fueron precisando un perfil
centroizquierdista, reivindicando la militancia de los años 1970, y
estableciendo una alianza sólida y perdurable con la mayor parte de los
organismos de Derechos Humanos. En ese camino, recuperaron ejes vertebradores
del primer peronismo, incorporando nuevas “banderas” como la lucha por la democratización
de la comunicación audiovisual. Estimularon la emergencia de nuevas camadas
militantes, especialmente juveniles, así como se abrieron espacios a dirigentes
que provenían de los llamados movimientos sociales. También se apeló a la
convocatoria de hombres y mujeres de otras identidades políticas, fundamentando
ese llamado en la existencia de un sustrato “progresista” común, que así lo
habilitaba. En el terreno internacional, la Argentina se alineó con el “cambio
de época” (tal la expresión del ex presidente ecuatoriano Rafael Correa),
alejándose de Estados Unidos y estableciendo una alianza con el Brasil de Lula
y la Venezuela de Chávez. Desde allí se desplegó una política favorable a los
procesos de integración/unión regional y a la construcción de un eje Sur-Sur.
Se apuntó al desendeudamiento del país, a la recuperación del desarrollo como
eje de la política económica, buscando con conciliar expansión de la actividad
con distribución progresista del ingreso. Se expandió el universo de derechos
sociales, con cuestiones relevantes como el Matrimonio Igualitario. Configuró
una experiencia favorable a los trabajadores, con puentes con el mundo
sindical, sin tener el perfil obrerista del peronismo de los años 1940. Fueron
gobiernos polemistas, un poco por vocación propia y por el estilo de liderazgo
y dotes intelectuales de Néstor y Cristina, otro poco obligados por las
circunstancias de un asedio mediático permanente.
En todos estos
planos pueden relevarse aciertos e inconsistencias, pero claramente establecieron
un parte aguas, no solo con otros partidos, sino con las vertientes
conservadoras y liberales del propio peronismo. La cercanía de Néstor y
Cristina con los movimientos de Derechos Humanos, con el mandatario venezolano
Hugo Chávez, y muy especialmente la progresiva disputa con las corporaciones
agropecuarias y los monopolios de la comunicación audiovisual, definieron esa
situación. Así se fueron desgajando sectores que luego nutrieron al Frente
Renovador, por ejemplo. Entendemos que todo esto son problemas fundamentales,
expresión de contradicciones económicas, políticas e ideológicas de la
formación social argentina contemporánea, y no fruto de ningún faccionalismo.
De allí las dificultades reales de transitar un camino de convergencia entre
esos núcleos del peronismo no kirchnerista y el espacio que conduce hoy
Cristina. No se trata de la larga lista de agravios, reales o supuestos,
cometidos por el núcleo duro K contra otros espacios justicialistas, como
pretendieron ciertas crónicas periodísticas menores. Ni siquiera, el “rechazo”
al estilo personalista y soberbio de Cristina, pues eso es más una invención de
Clarín que una querella real. En un extremo de este parte aguas, la
contradicción parece antagónica. Puede ser el caso del gobernador Urtubey, que
explicita una mayor afinidad con el macrismo que con Cristina Fernández. Con
otros espacios del peronismo no kirchnerista, las contradicciones no
necesariamente alimentarán un renovado antagonismo, y el panorama permanece más
incierto.
Otra de las
cuestiones fueron los desgajamientos originados en problemas políticos que si
bien pueden ser relevantes, no se asentaban necesariamente en contradicciones
medulares como las anteriormente reseñadas. Es el caso de las disputas y el
alejamiento, luego de las elecciones de 2011, de sectores sindicales. Repetimos
aquí que los gobiernos kirchneristas fueron clarísimamente favorables a los
asalariados y los trabajadores, así como contribuyeron a la inserción laboral y
al aseguramiento de un piso de ingresos o servicios sociales, de los sectores
más empobrecidos de la sociedad argentina, herederos de los condenados por la
contrarrevolución menemista. En estos terrenos, se apeló naturalmente a la
tradición del peronismo como “partido del pueblo”, resultando inconsistentes
los reproches de que el gobierno kirchnerista no era suficientemente
“peronista”. Distintas son las discusiones sobre los errores que se pudieron
cometer o “hasta dónde se llegó”, siempre sobre la base de la honestidad
intelectual.
Desde otro ángulo,
también es cierto que los gobiernos kirchneristas no fueron expresión de un
“laborismo”, es decir, de un partido de base sindical, ni se replicaron los
rasgos eminentemente obreristas del primer peronismo. En este terreno,
entendemos que esa situación no fue de todas formas, una completa novedad en la
historia del peronismo. Para empezar, el peronismo, en sentido estricto, no fue
un laborismo, y la suerte del partido homónimo en 1946 es un claro ejemplo. La
alianza sólida establecida por Perón con los sindicatos en el ascenso de su
proyecto político, no excluyó tensiones y disputas de poder. En el exilio
posterior a su derrocamiento, las disputas por el control del movimiento
justicialista fueron incluso más agudas, como grafica el serio desafío que supuso
el dirigente metalúrgico Augusto Vandor para el liderazgo de Perón en cierto
tramo de la década de 1960. En los años ’80, el sindicalismo peronista tuvo una
notoria presencia política, y un referente relevante como Saúl Ubaldini. Pero
al mismo tiempo, fue cobrando primacía, en el seno del movimiento, el peronismo
político y territorial. Esto es así, en la medida en que, con el retorno de la
democracia, los recursos económicos y políticos con los que podían contar
gobernadores, intendentes y legisladores, les dio una ventaja clara. La debacle
de la hiperinflación y la reconversión neoliberal de los ‘90 supuso asimismo
una seria derrota de la clase obrera. El peronismo “político” mantuvo desde
entonces una posición dominante sobre el movimiento.
Nada de esto implica
desconocer la importancia del movimiento sindical argentino, el más importante
de la región, ni el rol fundamental de sus vertientes combativas en la lucha
contra el ajuste neoliberal en los ’90 y en el comienzo del nuevo siglo. Con la
política económica y social del kirchnerismo, el peso estructural del
sindicalismo volvió a fortalecerse. Por eso hablamos de una contradicción no
antagónica, que no nace de agudas divergencias sociales sino que es
eminentemente política. Y por lo tanto, susceptible de ser tratada
“correctamente”, parafraseando al gran Mao. Esa realidad de verifica claramente
hoy, y entendemos puede ser uno de los ejes fructíferos de la convergencia
peronista que se postula.
Por cierto,
que la articulación de la movilización sindical y protesta social con la
oposición política al macrismo excede al eje peronista /kirchnerista. Involucra
necesariamente a hombres y mujeres de otras extracciones partidarias o
simpatías políticas. Y esto nos lleva a una última cuestión: el carácter y profundidad
de la oposición que los distintos sectores políticos están dispuestos a asumir
frente al gobierno oligárquico de Cambiemos. Esto es algo que impacta al
interior del peronismo, con una cierta autonomía de la lectura que los
distintos actores hagan de la experiencia kirchnerista. Una posible manera de
encararlo, puede quedar expresada en los vehementes reproches de la diputada
Soria a los gobernadores justicialistas, en la ocasión del tratamiento por la
Cámara de Diputados del proyecto de saqueo a los jubilados impulsado por el
presidente Macri. Pero distinta es la situación con los sectores del peronismo
no kirchnerista, que se opusieron a la aprobación de ese proyecto de ley. Allí
ya no se trata de la lectura que haga ese peronismo sobre el kirchnerismo
pasado, sino de la voluntad de llegar a un entronque con el kirchnerismo
presente. Algo parecido puede decirse de otros espacios no peronistas. Hasta
dónde está dispuesto a llegarse en la articulación opositora a Cambiemos. Si la
operación ideológica de demonizar al kirchnerismo y a la persona de Cristina
Fernández continúa siendo “comprada” (con evidente mala fe) por el peronismo no
kirchnerista, la hegemonía política de Cambiemos tendrá mayores posibilidades
de sostenerse, pese a su reciente resquebrajamiento. Sin atención a la cuestión
fundamental de una oposición clara al proyecto oligárquico, no habrá que
preocuparse por una “unidad” cosmética o meramente circunstancial del
peronismo, simplemente porque no se dará; mucho menos con otros segmentos partidarios.
En cambio, la articulación de la movilización social, de la construcción que
pueden aportar los sectores más consecuentes del sindicalismo, con una agenda
clara de oposición como la que expresa el peronismo kirchnerista, puede
resultar un centro de gravedad que resulte sólido para encarar aquello que es
mentado con la expresión “unidad del peronismo”.
Germán Ibañez
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