La persecución
político- judicial a dirigentes políticos en Argentina, Brasil y Ecuador; la
escalada represiva en nuestro país, el boicot oligárquico al proceso de Paz en
Colombia a través del asesinato de dirigentes políticos y sociales, son algunos
de los índices preocupantes que marcan el cuadro regional sudamericano. El
cerco judicial que se ciñe sobre el ex presidente brasilero Lula (y que la
derecha local quisiera replicar con Cristina Fernández aquí) demuestra que las
oligarquías están prontas a vulnerar la legitimidad democrática y republicana
de los regímenes políticos de los países más importantes de la región. Si se
está dispuesto a cometer un atropello contra un estadista de prestigio
internacional como Lula, y acabar decisivamente con la legitimidad democrática
del Estado brasilero (ya herida gravemente por el golpe “institucional” contra
Dilma), es prueba suficiente de la voluntad de las clases dominantes no solo de
gobernar discrecionalmente sino de, eventualmente, enfrentar una marejada
previsible de movilización popular.
Y es que nada
de esto nace simplemente de ensayos a ciegas, o de simples apetitos de poder de
tal o cual facción oligárquica (aunque esto último está de alguna manera
presente). Es inevitable que la restauración conservadora, con la inclemente
aplicación de políticas neoliberales, genere conflictividad social y un alza de
la movilización popular. Las oligarquías tienen presente la experiencia de la década
de 1990, y de los procesos políticos que condujeron a la emergencia de
liderazgos de la talla de Hugo Chávez, Lula, Evo, o Néstor Kirchner. Por eso,
no hay improvisación, sino la preparación sistemática por parte de las elites,
para un largo ciclo de lucha de clases. La experiencia colombiana muestra un
modelo posible: una elite oligárquica altamente facciosa, pero experta en la “gestión”
a través de la violencia. Por una de esas tristes paradojas que a veces se
verifican en Nuestra América, una probable frustración del Proceso de Paz no
sería cargada enteramente a la cuenta de la oligarquía, sino que redundaría en
una decepción general y una devaluación del ideal de paz. Es que los oligarcas
colombianos son amos y señores de la guerra, los dueños de una configuración
cultural guerrerista que atrapa la energía del país. Los insurgentes han
demostrado voluntad de escapar a esa configuración guerrerista, pero eso puede
frustrarse. La situación política peruana por su parte, nos muestra como un régimen
republicano puede ir a los tumbos durante un largo tiempo, con presidentes que
pulverizan su legitimidad y que se retiran “quemados” luego de servir a la
oligarquía, pero sin que una fuerza popular pueda trastocar ese tablero. Es un
espejo posible: regímenes republicanos devaluados pero con capacidad de
persistir, o el manejo de la crisis hegemónica a través de la violencia.
El común
denominador de todo esto: la influencia estadounidense. Esa influencia es clarísima
y estructural en el área andina; solo Bolivia pudo revertirla en parte. En el
litoral atlántico de Sudamérica, en Argentina y Brasil, asistimos ahora a la
sombría revancha contra aquello del “No al ALCA”. La gestión de la crisis por
parte de los imperialismos se hace hoy a través de la generación exponencial de
conflictos internos en las áreas que se quiere someter. Resultando imposible
establecer una “pax” duradera, la gestión se hace a través del conflicto y la
violencia, generando escenarios de desestabilización, inventando “enemigos
internos”, y eternizando el antagonismo. Por eso, las derechas locales, sus
socios, procurarán arrinconar a los movimientos populares en un escenario de
represión y violencia. Y para eso preparan sus herramientas represivas y el “clima”
de la opinión pública.
Los líderes de
la etapa anterior, figuras como Lula, Cristina o Correa, conservan el prestigio
suficiente para rearticular proyectos políticos que permitan escapar a esa
encerrona. Son los líderes “que supimos conseguir”, y su erosión es una
maniobra interesada, que pone la lupa sobre los errores (inevitables en todo
proceso político, de cualquier signo), para minar su potencial. De la
inteligencia de esos líderes, y de la calidad de la movilización popular,
depende todo.
Germán Ibañez
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